Mientras espero que llegue la hora me siento en esta vieja
pero nueva banca a la orilla de la plaza. Tiene una tan extraña sensación de
paz este lugar que me da desconfianza. Se podría decir que está desolado. Tal vez
he visto unas doce personas; lo contrario a lo que en un lugar como este, o al menos
con este aspecto, debería haber.
En vez de parecer nuevo, y por eso estar vacío, se me hace más
a ser algo viejo y abandonado. Con la única excepción que todo está sumamente
limpio, como si hubiese sido obsesivamente restaurado, tan limpio que parece de
exhibición, no parece real. Es más, parece como si la vida se hubiera espantado,
sin dejar huella.
El día es ideal para este escenario. Si tan solo no tuviera otras
cosas que hacer, podría ser perfecto: el cielo mayormente despejado, con unas
cuantas nubes que se pasean, como pequeñas y delicadas pinceladas, dispersas,
blancas, inmaculadas; el sol brilla como si su única preocupación fuera
iluminar este pedazo de tierra, como un sol privado, tan fuerte que apenas
resisto su reflejo en el papel.
Un par de locales acaban de llegar, extrañamente, parecen
turistas, incluso toman fotos; tanto se aleja este lugar de la realidad de Guate
que un extranjero parece menos extraño que un local. Un vecindario artificial,
para una población artificial.