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martes, 22 de diciembre de 2020

Sobre el trabajo en casa: carta abierta a patronos y directivos

Habían pasado doscientos setenta días (270) cuando me tocó volver a la oficina para una jornada laboral. Claro, había ido en varias ocasiones, pero solo por trámites rápidos: firmar documentos, revisión de computadora, etc. Todas fueron visitas menores a una hora. Pero esta semana resultó necesario hacer dos jornadas enteras. Aunque no fueron jornadas de trabajo cotidiano, me permitieron experimentar cómo sería el regreso. Lo cierto es que me asusté mucho, pues sentí que perdí una buena parte de mi vida. Por eso escribo estas líneas, pues quiero abogar por el trabajo en casa.

Me siento obligado a empezar con una aclaración: lo que aquí escribo es a título personal, es acerca de mí experiencia con el trabajo en casa. Sé que no es para todos. Hay quienes tienen razones para salir, quizá se les hace muy difícil concentrarse o quizá carecen de un espacio de trabajo adecuado. Para mí, sin embargo, el trabajo en casa solo ha traído cosas buenas, principalmente en aspectos personales y familiares, pero también en asuntos laborales.

Creo que la mejor forma de explicar esto será dividirlo en los aspectos de mi vida que ha impactado: lo laboral (obvio), lo físico, lo emocional y lo económico.

Lo laboral


En lo laboral considero tres factores, la productividad (o eficiencia), el estrés (o el manejo de la carga de trabajo) y el horario. La productividad, supongo, es la principal preocupación del patrono. No tengo acceso a datos para comprobarlo, pero considerando el aumento de trabajo que tuvimos y que mantuvimos las entregas a tiempo, es razonable pensar que mejoramos nuestra productividad. Hablo en plural porque ha sido trabajo de todo el equipo. Claro que esta eficiencia no fue infalible. Hubo errores, algunos se originaron en problemas de comunicación, otros fueron consecuencia de una excesiva carga laboral y otros fueron equivocaciones humanas, ¿pero acaso no somos eso?

En cuanto al estrés, ha sido bastante fuerte, pero estando en casa es más fácil de manejar. Y esto, principalmente, por el dominio que tengo del ambiente. Puedo salir a mi pequeño jardín, jugar con mis perros unos minutos, platicar con mi esposa para ventilar la tensión (tenemos la dicha de que su oficina está a la vecindad). El estrés no se va, pero es más fácil manejarlo en casa. Al menos para mí.

Luego, la cuestión del horario. Trabajo en la industria publicitaria. No es ningún secreto que el ritmo y los horarios de trabajo son un poco exagerados. Desde que empecé a trabajar en esto no había tenido tiempo. Y lo digo en el sentido más amplio. Salía de mi casa temprano, de vez en cuando lograba desayunar con mi esposa. Y regresaba tarde, generalmente después de la cena. Entre los horarios largos dentro de la oficina y el tiempo que se traga el tráfico, no quedaba tiempo para vivir. Pero desde que la pandemia nos obligó a trabajar en casa, sentí que recuperé la mitad de mi vida. Desayuno, almuerzo y ceno con mi esposa casi todos los días. Nuestra relación pasó de estar pendiendo de un hilo a estar más sólida que nunca. He encontrado momentos para leer, para escribir, para meditar, para hacer ejercicio, etc. El trabajo en casa ha convertido a mis obligaciones laborales en una actividad cotidiana, ya no aquel sacrificio absoluto que agotaba toda mi energía vital.

Lo físico


Lo físico se refiere directamente al cuidado de mi cuerpo. Quizá para muchos, estar en casa los ponga en riesgo de caer en una sedentariedad malsana, comer desenfrenadamente y perder el control de sus ciclos de sueño. Por eso decía que tal vez esto no es para todos. Para mí, sin embargo, es el esquema ideal.

Quizá deba empezar con que soy muy disciplinado y tiendo a conductas obsesivas. El control sobre el horario me ha permitido regular mi rutina. Como consecuencia de esto, y como ya mencioné antes, he logrado ordenar mis actividades diarias para cuidar de mi cuerpo y mente. Todas las comidas puedo prepararlas y disfrutarlas con calma. Tengo más tiempo y flexibilidad para planificarlas y balancearlas. Y todos sabemos que comer mejor es estar mejor. Lo mismo ha pasado con mi ciclo de sueño y con mis rutinas de ejercicio.

La combinación de los tres pilares de la salud: comida, sueño y ejercicio, se han fortalecido con el trabajo en casa. A esto, obviamente debo agregar la reducida exposición a enfermedades, no solo en cuanto a la actual pandemia, sino en general.

Lo emocional


Es posible que a muchos les parezca un chiste considerar lo emocional, quizá porque no conocen un espejo. Para mí, lo emocional es determinante. Mi estado de ánimo influye profundamente en mi salud y rendimiento. Y creo que lo más potente para alimentar la salud emocional es la posibilidad de adelantar los proyectos personales. O, dicho de otra forma, tener tiempo para uno mismo.

Como ya he mencionado, siento que el trabajo en casa me ha devuelto una porción grande de mi vida. Es en esas ventanas de tiempo que se abren al eliminar los traslados; las horas y el estrés del tráfico son catastróficas para el ánimo. Es en esas pequeñas pausas, en las salidas al jardín, en los tiempos al margen de la jornada laboral. Pero no es una cuestión estrictamente numérica, sino de energía vital, de fuerza de ánimo.

Trabajando en casa, dedicando las horas justas a las tareas laborales, percibo el tiempo más ligero. No es que se pase más rápido, sino que me desgasta menos. Me alcanzan las energías para dedicarme algunas horas, para pensar en mis proyectos, para actuar en mis proyectos.

Lo económico


La obviedad de este apartado obliga a la precisión. Lo económico juega un papel importante en esta fórmula. Supongo que lo han notado, pero que los empleados puedan desempeñar sus labores desde casa implica una reducción de costos importante. Reduce el espacio de oficina necesario, reduce el consumo de energía, costos de estacionamiento, entre otros.

Y para el trabajador, estar en casa también ofrece beneficios económicos. Se reduce el gasto de combustible. Se reduce el gasto en alimentos, pues cocinamos en casa. Entre muchos otros.

En resumen...


Señores patronos, directivos, jefes o cualesquiera figuras de autoridad: si en algún rincón de sus intenciones habita el deseo de ver crecer a sus empleados, escuchen y consideren la opción del trabajo en casa como formato permanente. En muchos sentidos, entre ellos costos y productividad, es un «ganar ganar».

jueves, 20 de julio de 2017

Se busca (1)

Pasamos horas platicando. Hasta me compró un cuadernito para anotar todas las posibilidades que podría perseguir. Le expliqué que tampoco es que me he pasado los días sin hacer mucho, le conté de las aplicaciones y correos que he vomitado por aquí y por allá. Le conté mi frustración de no encontrar respuesta, de los duros golpes que se esconden tras el silencio. Fueron horas de reflexión y descubrimiento; de desahogo también.

Llegó el jueves y nos aventuramos a la producción. Todo en orden. Encontré un poco de paz en la ausencia del acoso del banco ─eran aproximadamente ocho llamadas diarias─.

Alrededor de medio día recibí una llamada. Me requerían a la mañana siguiente para una entrevista. Cuando me llamaron tenía programada una reunión para la mañana siguiente, solicité otra hora y me ofrecieron a la una de la tarde. Eso me quedaba bien. La entrevista era para una plaza back office en una agencia de cobros (Call Center), vaya ironía.

Volví a la producción sintiéndome un poco mejor conmigo mismo, al menos había conseguido una entrevista. No pasó mucho tiempo cuando recibí otra llamada. Otro Call Center para otra plaza back office. Me preguntaron si podía llegar a entrevista el viernes, les dije que tenía unas reuniones programadas ese día, entonces me ofrecieron el lunes. Me programaron la entrevista para las 8:30.

Mi ego se infló un poco más. Esos trabajos no estaban cerca de lo que realmente deseaba, pero eran trabajos que me ofrecerían un ingreso no tan miserable. ¡Al fin tenía otra entrevista!

Llegó el viernes. La reunión que tenía programada para las 9:00 se canceló. Así que me puse a trabajar en otras cosas. En el transcurso de la mañana recibí un correo con un cuestionario de aplicación para un medio. Lo llené y a medio día lo envié.

Ya eran las doce y tenía que salir corriendo para llegar a tiempo a mi entrevista de la una. Llegué como a las y-cuarto, y-veinte. Cuando me atendieron me informaron que debía esperar un rato, que me habían esperado pero como no llegué se fueron a almorzar. Obviamente, ninguna objeción de mi parte. Precisamente para eso llevaba a mi Oliver Twist.

Fueron unos 40 minutos de espera. De pronto salió una chica, diciendome que pasara. Pasé. La seguí por donde fue hasta que llegamos a una pequeña sala. Me señaló una silla y me senté. Hablamos por media hora, más o menos. Sus preguntas fueron más o menos vagas pero me dieron la sensación de que necesitaban a alguien proactivo e independiente, no estoy seguro de ser un buen candidato para la plaza ni de que sea una buena plaza para mí.

Cuando salí mi teléfono estaba cerca de morir. Creo que estaba acercándose al 10% de batería, quizá menos. Empecé a caminar, debía recorrer más de media avenida Las Américas. Menos de tres cuadras después empezó a lloviznar. Yo consideraba cuánto debía esperar para sacar el paraguas en mi maletín cuando vibró el teléfono. Era mi esposa. Empezaba a llover y el riesgo de que lloviera fuerte era alto, ella estaba cerca mi ubicación le quedaba en ruta a su destino.

Pasó recogiéndome. La acompañé en sus diligencias, donde perdimos más de una hora de la proyectada; ella se goza interacciones como la de ese día. Mi teléfono, mientras tanto, seguía muriendo, lento.

Finalmente salimos; eran las cuatro de la tarde. Nos tomó casi media hora llegar a dónde íbamos. Cuando llegamos ella se bajó a dejar el paquete y a recoger sus cosas, mientras esperaba busqué el cargador del carro para poder navegar la ciudad con waze y algo de música. No funcionó. Unos cuantos minutos dentro del viaje murió mi teléfono. Eran aproximadamente las 4:30.

No sé cuánto nos tardamos en venir. Ni es importante. El punto es que al llegar puse a cargar mi teléfono. Minutos después fui por él.

Resultó que algo había pasado con una de las entregas del día y había que ir a dejar un no sé qué. Se me asignó esa tarea. Al salir, cuando estaba en camino, me entraron unas notificaciones al teléfono. Tenía un mensaje de voz del teléfono de la U. No pude revisar en el momento, pero al regresar a la casa me senté a investigar qué era lo que había pasado.

Sucedió que me intentaron llamar de la U cuando a mi teléfono se le había acabado la carga y estaba apagado. Desde hace meses estoy persiguiendo una plaza ahí y esta llamada parecía tener alguna relación con eso. El mensaje de voz no decía nada. Supusimos que, si era para ofrecerme trabajo o algo así, no me llamarían una única vez. No quedaba más que tener paciencia y esperar o mejor.

¡Una sorpresa reventó cuando mi teléfono terminó de sincronizar! Dos correos había entrado, uno del administrador de la biblioteca y otro de la Lic. de RRHH. El primero me explicaba que la plaza a la que apliqué está más allá de mis capacidades; o más bien, que no bajarían los requerimientos, pues era una plaza “profesional”. Sin embargo, decía que copiaba a la Lic. de RRHH porque había otra plaza a la que probablemente sí me podría adaptar. En el otro correo la Lic. de RRHH me reclamaba que no contesté las llamadas y me convocaba el lunes a las 8:30. Espero que me ofrezcan algo que se acerque a la decencia.

martes, 27 de junio de 2017

Hablando impertinencias: ¿Es posible que alguien esté dispuesto a pagarme un sueldo por escribir?

Hice un anuncio para mi supuesto negocio que me empuja a intentar responder una pregunta. El título del anuncio dice “Busco errores” y hace referencia al trabajo que hago como corrector de textos ─actualmente no lo hago mucho, por eso el anuncio─.

La cuestión que me trae aquí es atender a la pregunta “¿Qué busco?”. Yo sé, parezco adolescente pero o es un desbalance hormonal que me mantiene navegando en dudas o culpamos a la filosofía o señalamos de falsa la noción de “adultez”. Si tengo que escoger una, apuesto por la última.

Entonces, ¿qué busco? Escribir. Pero para hacerlo se necesita mucho tiempo, y para tener tiempo se necesitan ciertos recursos. 

Puesto así, lo que busco son recursos para escribir.


Hasta ahora vamos bien, tenemos más o menos claro qué es lo que buscamos y más o menos consideramos qué necesitamos para alcanzarlo. Esta última oración me obliga a explicarme mejor.

¿A qué me refiero con que quiero escribir? A grandes rasgos es bastante simple, quiero dedicarme a la escritura. La cuestión se complica cuando debo resolver el qué de la escritura; eso no lo sé con certeza.

Sé que hay tres potenciales novelas. Una de ellas ya tiene algo que podría considerarse como un primer borrador, las otras dos son solamente nociones más o menos definidas. También puede ser que una de estas ideas de novela se integre a la que ya tiene primer borrador, pues podría considerarse como una aproximación alterna del mismo asunto. En fin, tres, quizá dos o posiblemente diecisiete novelas son lo que quiero escribir.

Pero no siempre es eso, o no solamente eso; o quizá ese sea el desvío para llegar a este otro: la academia. “Academia” es una forma muy general, y quizá un poco ambiciosa, de decirlo. Lo que pasa es que el rango del término es muy amplio, incluye la docencia, la investigación y la formación. Ese no es el orden correcto, primero formación (espero en los próximos dos años completar la licenciatura, un par de años después completar la maestría, y un par de años después lanzarme al doctorado) y luego docencia e investigación ─estas dos no obedecen un orden o jerarquía particular, pueden ser simultáneas, consecuentes o exclusivas─.

Por ahora, esas son las dos vertientes que emanan el agrio aroma del antojo.

Es momento de entrarle a la cuestión de los recursos. 


Empecemos con que hay muchas formas de vivir, unas son más complicadas que otras, no hay duda de eso; incluso resulta estúpido que lo mencione, pero, para que el lector comprenda un poco mejor mi situación, comparto transparentemente mi proceso de escritura. En los pasados años he aprendido mucho, y en los últimos meses he aprendido más. Entre muchas cosas descubrí que siempre se puede vivir con menos, y que lo más importante es quitarse el lastre y saber prevenir. Para quitarse el lastre hay que mantenerse solvente y libre de deudas, y para prevenir solo hace falta respaldarse en un sistema de aseguramiento o ahorro. Estas dos cosas, en la sociedad que me envuelve, se hacen con dinero. Por tanto, la cuestión de los recursos se resuelve con dinero.

Mi problema es que el dinero me resulta esquivo. Para obtenerlo con suficiente regularidad debo poner en juego mi bienestar emocional y mi estabilidad existencial; pero su ausencia también encuentra rutas para envenenar mi bienestar emocional y mi estabilidad existencia.

Ya se me ocurrió perseguir la fórmula mágica: que la escritura sea la manera en la que me hago de los recursos necesarios para manterme solvente y precavido y así pueda tener tiempo para escribir; pero por alguna razón no logro hacerlo funcionar. Será falta de talento, falta de visión empresarial, falta de ambición, no sé. Lo que sí aprendí es que no soy un negociante ni soy un empresario; lo bueno es que no es eso lo que busco, lo malo es que la solución no aparece.

¿Acaso hay otra opción? Creo que sí. Probablemente hay varias. Una de ellas es encontrar un trabajo tolerable; es lo que estoy buscando activamente desde hace ya varios meses. Hay un par de posibilidades (literalmente un par) flotando actualmente, espero tener respuesta esta o la próxima semana (creo que el feriado del viernes puede comerse una semana entera). Pero hay otra ruta que no he explorado: el mecenazgo o patrocinio o apadrinamiento o algo así.

¿Es posible que alguien esté dispuesto a pagarme un sueldo por escribir? 


Mi aspiración salarial no es altísima (como mencioné anteriormente, he aprendido el valor de menos). Cerraré esto con una sonrisa y una sincera invitación a compartirlo.

Todas las ideas y sugerencias son bienvenidas.

sábado, 23 de abril de 2016

De balas y breves nubes blancas

Hoy amanecí cansado, la balacera de anoche no me dejó dormir bien. Más que cansado, amanecí tarde; sé que solo me levanté por la insistencia de los perros exigiendo desayuno. Peligrosamente adormitado les sirvo su comida. Luego bajo las gradas, aumentando el peligro. El susto no me despierta, conozco el camino. Saco un plato hondo y mis botes de cereal. ─¡Mierda!... se acabó la miel.─ Seco será. Los dejo en la mesa mientras pongo a calentar agua para hacer café.

El calor desgraciado de esta época no escapó durante la noche. Por un pequeño orificio en la ventana se cuela una correntada de la brisa de la madrugada; inmediatamente la abro, para que entre algo de esa frescura que aún vagabundea por el patio.

Preparo el café, sirvo el cereal y me siento a comer. ─Tampoco hay fruta.─ La corriente me traiciona por momentos, invitando a entrar ráfagas ferrosas y ardientes. Agradezco lo que me logró refrescar y retomo la rutina.

Con el café aún intomable subo a mi oficina. Me siento, abro la computadora y escribo por un rato. El cansancio apenas me deja pensar. Anoto puras estupideces de diario de adolescente frustrado. Cierro el documento y abro el explorador para empezar a trabajar, a hurgar en la vastedad del Internet y de las redes sociales en busca de algún artículo interesante.

Me topo con un post de un noticiero, empieza a correr un video tomado de una cámara de seguridad. La escena es una intersección en cualquier barrio de la ciudad. En el extremo superior se ve movimiento: gente sale corriendo. De pronto aparece un carro, se hace a la orilla, se abren las puertas, bajan unos hombres y se dirigen al extremo derecho de la escena. Se ven unas cuantas breves nubes blancas, vuelven al carro y se van. Se corta la imagen, inmediatamente empieza a correr otra grabación, también de una cámara de seguridad. Aparece un hombre corriendo, detrás de él viene un carro, del mismo color del que se mostraba en la otra escena, el hombre que iba corriendo cae al suelo, casi al centro del encuadre. Parece ser otro ángulo de la misma escena (esto lo confirman los comentarios en el post). Dos hombres salen del carro, se acercan al que está en el suelo, breves nubes blancas salen de sus manos. Regresan al carro mientras el hombre permanece en el suelo, inmóvil. Se corta la imágen. ─¡Qué grotesco!─

El café aún está muy caliente. Sigo navegando. Encuentro mil estupideces pero nada útil. Una brisa mueve la cortina de mi ventana. La levanto y descubro dos pequeños agujeros en el vidrio. Me molesto con la insistencia del viento, abro la ventana; estoy abierto a cualquier esperanza de frescura en estas condiciones. Así se me va la mañana, cocinándome lentamente.

Medio día. Los perros exigen comida, los perros reciben comida. Bajo a almorzar. Al terminar me doy cuenta de que no he terminado de despertar. Empiezo a pensar en cerrar las ventanas, más que refrescar parece que solo dejan entrar más calor. Una ducha fría me haría bien, pero no tengo suficiente fuerza para hacerlo.

El día de trabajo aún no termina, sigo espulgando la red. Otro noticiero, otro video que empieza a correr. De nuevo la perspectiva de la cámara de seguridad, esta vez la escena es un estacionamiento en un pequeño comercial de cualquier calle de la ciudad (resulta ser de una ciudad vecina; el escenario es el mismo). Breve nube blanca y cae un hombre. Se agita el ambiente, carros se mueven y aparecen varios hombres. Se les ve tensos, nerviosos, manos juntas y brazos estirados. La calidad de la imagen es bastante pobre como para distinguir detalles. Cambia la escena: el interior de un local, algo como un pequeño restaurante. Dos sujetos entran, agitados; parecen estar molestos. Empiezan a hablar con un hombre de camisa azul que se esconde bajo una mesa. Intercambian palabras, uno de los individuos le toma de la camisa y lo hace a un lado. Supongo que discuten, pues decir que conversan no parece adecuado. El segundo sujeto dirige sus brazos en dirección al hombre de azul, breve nube blanca y este se desploma. Salen del local. Cambio de cámara, de nuevo al estacionamiento. Se suben a distintos carros y se van. Sigo navegando, aún hay más contenido por encontrar.

Eventualmente termina el día. Cena para los perros, cena para mí. Me voy a la cama y abro un libro. Siento como si nunca me desperté. Cierro el libro, apago la luz y me acuesto a dormir. A lo lejos se escuchan balazos. ─Estos desgraciados no me dejarán dormir otra vez.─