Hay un grupo, bastante desconocido (creo) pero me gusta mucho
(talvez por esa exclusividad), Editors. Traduciendo literalmente una de sus líneas,
dice así: Si la fortuna favorece a los valientes, soy tan pobre como se puede
ser. (If fortune favors the brave, I am as poor as they come.) He
encontrado en esas líneas una de las mejores descripciones a mis sentimientos. He
aprendido que soy un cobarde; obviamente no es motivo de orgullo, pero al mismo
tiempo, tampoco me permito a sentir vergüenza.
Comúnmente se dice que la falta de confianza es uno de los
elementos que definen la cobardía, pero creo que la confianza en las personas,
tanto hacia uno mismo como hacia los demás, es injustificable; no tanto por la
capacidad humana de traicionar, sino por la capacidad de creer a partir de sus equivocaciones.
La incertidumbre, la desconfianza, me hacen cobarde.
Por tanto, muchas veces siento que no sé vivir, como si
nunca lo aprendí correctamente. Veo a las personas pasar por la vida
aparentemente felices, por alguna razón se ven satisfechas, mejor dicho, resignadas, y de alguna manera logran satisfacerse con esa resignación. Me cuesta tanto
compartir ese sentimiento; no porque aspire a la grandeza, no porque fantasee
con ser famoso y millonario o cambiar el camino de la humanidad, sino que veo
la vida como algo tan intrascendente, sin sentido, deprimente (incluso la de
las personas consideradas “influyentes”). Cada minuto que pasa busco razones
para justificarla y sueño con hacer de la deriva un hogar.
Sin embargo me aferro. Me niego a resignarme ante este sin
sentido pero insisto en valorarla y protegerla. Temo por mi vida, el miedo guía
cada paso que pienso dar; en fin, un tipo de paranoia se mantiene siempre
presente. Probablemente sea eso lo que piensa la gente en su proceso de resignación:
buscar un sentido, inventar un sentido. Así nos engañamos todos, cada quien
inventando un sentido que motive su deseo de preservarse.