La confianza jamás será
una carga que acepte gustoso.
Desconfíen de mí,
de cuanto haga y de cuanto diga;
no soy más que un ignorante,
un ingenuo, un soñador.
Estas barbas que cubren mi expresión
son sólo el vestigio de una historia que no es mía,
fiarse de ella me elevaría a alturas
donde el oxigeno no me alcanza.
Me hace mejor el calabozo de su indiferencia,
la oscura y húmeda sentencia
de su imberbe ignorancia.
martes, 19 de agosto de 2014
martes, 12 de agosto de 2014
La ilusión tras una promesa
Ésta mañana prometía algo distinto; como la tormenta ansiada que rompe el tedio de una calma extendida, de una placidez lastimosa, de la soledad del espíritu.
Los días pasaban recolectando la asfixia que inunda los féretros; y éste amenazaba con la posibilidad de una brisa refrescante, como la lágrima que se desprende del placer.
Pero, aunque aún hay mucho día por venir, la promesa se ha esfumado. Quizá vuelva más tarde, o quizá fue sólo la ilusión de un débil corazón esperanzado.
Don Horacio
Al otro lado de la calle lloraba un hombre. Lo había perdido todo, incluso lloraba su propia muerte. Tras él una montaña de escombros que aún humeaba. Hacía apenas unas horas era su hogar y sustento.
Salió de madrugada, dejando a su esposa e hijas, que dormían; nada parecía estar mal. Era un día ordinario, lo único distinto fue que despertó más temprano de lo habitual. A diferencia de todos los días, no tuvo que salir con prisa. Preparó el café y se duchó. Tomó su café con un panecillo, frente a la ventana que da a la avenida. La ciudad todavía no despertaba, se sentía relajado. Cepilló sus dientes, tomó su sombrero y su chaqueta y salió; como todos los días, sólo un poco más despacio.
Caminó al centro de distribución, apenas a cinco cuadras de su casa. Ahí estacionaban los camiones pequeños que usaban para abastecer a las pequeñas tiendas. Él acostumbraba ir a supervisar el cargamento que le sería asignado, sus requisitos de calidad siempre eran los más exigentes. Esta vez tuvo que esperar mucho más de lo normal, no sólo porque llegó más temprano, sino porque los camiones provenientes de las granjas se habían retrasado. Así que esperó cuanto fue necesario.
Detrás de los árboles que escoltaban la avenida, una columna de humo ascendía. A lo lejos se escuchaba un escándalo, sirenas de bomberos y demás. Mientras se percataba de esto, finalmente llegó el cargamento. A toda prisa supervisó lo que le correspondía, hasta que se sintió conforme. Luego volvió.
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