lunes, 15 de julio de 2013

Comentarios estúpidos sobre un estúpido progreso y su estupidez funcional

progreso
“Así, en minúsculas, hasta estoy tentado en ponerlo en letra más pequeña. Ya lo desprecio y apenas logro comprenderlo. Pero es este supuesto “progreso” (valga la redundancia) el que me ofende. Esta idea que nos tiene atrapados como en arenas movedizas. Por más que lo intente, por mucho que me mueva, sigue estando alrededor y, ni me mata, ni me deja escapar; todo lo contrario, me alimenta, me envenena con brebajes que no enferman. A fuerza de fricción entumece mi pensamiento. Soy como esa mosca cubierta por una densa nube que, acumulando sus minúsculas gotas en mis alas, me impide volar hacia la libertad; hace que se concentre mi consciencia de mosca en mis alas, convirtiéndolas al mismo tiempo en posibilidad de salvación y actual maldición. Me hace pensar en la inutilidad de mis virtudes, en cómo la naturaleza se burla, dándome alas que, aunque funcionan perfectamente, no sirven para volar en este maldito lugar. Mejor o igual ser rastrero, atravesar el fango con la cabeza baja, sin ver más que la suciedad, hasta adaptarse y encontrarla cómoda. Perder la capacidad de ver, perder entonces de vista la posibilidad de libertad. Perder las alas.”
-Texto tomado de una nota encontrada en la suela de un zapato roto

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Comentarios estúpidos sobre un estúpido progreso
Existe un orden bajo el cual funcionan las cosas: las interacciones humanas, el progreso de la humanidad, los estudios científicos, etc. Todo lo que el hombre hace o conoce tiene, o se le inventa, un sistema que rige su funcionamiento: un orden sucesivo y repetitivo que se debe haber comprobado – a través del fracaso – como la manera más adecuada de realizar algo, o descubierto después de largo tiempo de observación. Es la tarea del pensador cuestionarse, buscar la verdad, justificar su existencia; sin embargo, haya o no cuestionamiento, haya o no respuesta, las personas siguen viviendo, el mundo sigue “funcionando” sin necesitar esas razones. Lo que se considera establecido está establecido y no hay duda que pueda moverlo. ¿Qué tanta verdad se esconde detrás de esta estructura? ¿Qué tanta mentira? ¿Qué tan acertadas son nuestras invenciones y convicciones?

Es un hecho que nuestro cuerpo, por ejemplo, requiere alimento para funcionar. Hay algunos alimentos que se han comprobado beneficiosos y otros que se han comprobado como dañinos. En un sentido distinto, hemos aprendido a realizar ciertas tareas para procurarnos los medios de supervivencia; a través, principalmente, del dinero (digo principalmente porque aún hay muy limitados grupos de personas que viven únicamente de lo que producen), que se ha convertido en la motivación de muchas vidas.  Igual que los alimentos, hay trabajos que se consideran muy beneficiosos para adquirir el tan preciado medio de vida y hay otros trabajos que simplemente no… Un asunto común del trabajo es que, sea grande o pequeño el beneficio directo al individuo que lo realiza, es útil al progreso de la sociedad. Y hay un mecanismo que ordena esta consecuente estratificación a través de dos métodos de tinte esclavista, uno forzado y otro voluntario. Esta esclavitud, al organizar la distribución de la educación, encuentra formas de limitar el pensamiento de los individuos.

Dentro de estos métodos de esclavitud que mencionaba, la forzada y la voluntaria, se puede ver todo un matiz de gradaciones, pero los extremos son esos. Por un lado, al extremo de la forzada, les es limitada a las personas la posibilidad de acceder a los medios de desarrollo. Sirviendo como base a la pirámide social, ejecutando trabajos que, aunque ya existen maquinas que los pueden realizar, funcionan como refuerzo al impedimento a desarrollar la inteligencia: limitando el alimento y anulando, a base de exhaustación física, la posibilidad de ocio, por tanto, del pensamiento. Y por el otro lado, en la voluntaria, durante todo el proceso educativo se insertan prejuicios y métodos que sistemáticamente entumecen el pensamiento; convirtiendo al individuo en una maquina egoísta enfocada en satisfacción de deseos implantados.

Vamos a enfocar nuestro pensamiento en esa mísera pizca de la población de Guatemala con el “privilegio” de recibir una educación universitaria; esos mismos con potencial de adquirir puestos de trabajo de alto beneficio y por tanto, de alta responsabilidad. Un estudiante universitario guatemalteco ha recibido su educación primaria y secundaria, generalmente, en colegios privados; y luego, las universidades, sean públicas o privadas, continúan insertando la misma metodología a los cerebros de los estudiantes; desde hace mucho tiempo, en todo el mundo, ya no se enseña a pensar. Se ha optado por la producción masiva, al buen estilo militar, de infantería ideologizada e ideologizante. Los pensum universitarios exigen la memorización de procesos de razonamiento para resolver problemas prácticos en las distintas industrias; esto no está del todo mal, es necesario para el desarrollo de tecnologías, entre otras cosas, sin embargo, se ha devaluado la vida. Las personas dejamos de ser humanos y pasamos a ser autómatas, hipnotizados por el tedio, empecinados en obtener dinero, haciendo lo que sea que tengamos que hacer para conseguirlo. Muchos llegamos al punto, luego de mucho tiempo de entrenamiento, luego de mucho tiempo de estar haciendo lo mismo, donde nos damos cuenta del nulo valor de nuestra existencia. O, en el mejor de los casos – para la humanidad y su comprensión del progreso –, este dilema existencial nunca llega, encontramos en las tareas laborales la justificación de nuestra existencia, aprehendemos la ilusión y nos creemos productivos para el progreso de la humanidad: nos hacemos estúpidos funcionales. 

Esto de estupidez funcional viene de que, desde hace mucho tiempo, muchas cosas me han sugerido que en el mundo las cosas están diseñadas por personas inteligentes para personas no tan inteligentes – por no decir estúpidas. Claro que es una inteligencia relativa, ya que si se requiere cierto nivel, un tanto primitivo, para ser funcional en las sociedades actuales. Y son repetidas las ocasiones en las que esta idea se atraviesa entre razón e individuo – aquello que parece no ser funcional no es digno de ser pensado. Admito que es una fantasía eso de pensar en la mente súper poderosa que controla todo, pero pienso que en el transcurso de la historia hemos aprendido a hacer cosas con el fin de facilitarnos y endulzarnos la existencia, y nos han llevado a una estupidez funcional que limita nuestras capacidades. Ampliando un poco más, por estupidez funcional me refiero a la mecanización a la que nos ha llevado nuestra comprensión del progreso. Ha dejado de ser necesario pensar para vivir: todo se reduce al acatamiento de normas, leyes y procesos. Es esa estupidez funcional la que no nos permite pensar, no nos permite entender, ya que el pensamiento deja de ser necesario para la satisfacción de los deseos. El pensamiento se entumece con la eficiencia del sistema; si cumplimos las expectativas y nos aferramos a la estructura, la posibilidad del éxito – dentro de este mundo de progreso – está al alcance. Atribuyo esto como consecuencia de la comprensión de progreso porque el pensamiento, por muy primitivo que sea, es empleado únicamente en realizar tareas laborales “productivas”, se convierte así en una tarea mecanizada, justo como es enseñado desde la educación primaria, hasta los doctorados universitarios. El pensamiento se utiliza – y funciona – para buscar soluciones a situaciones inventadas, imaginarias, simbólicas; deja de aplicarse a lo real: la satisfacción de lo real, aunque sigue siendo la motivación principal, resulta siendo dado tras lo simbólico. Las personas dejan de vivir para sí, su vida se convierte en su trabajo, en su “utilidad”.

Me parecería justo explicar cómo entiendo esta noción de progreso de la que hablo: en los centros educativos se recibe una buena parte de la teoría estructural, aunque se maneja a nivel de inconsciente – de la familia y las relaciones sociales se absorbe otro buen tanto, pero no me parece que sea un acto deliberado. Se insertan sueños y metas, se promueve una competencia innecesaria y como consecuencia, como resultado de alcanzar esos sueños y esas metas, se define el éxito. El éxito individual se traduce a éxito colectivo, y esta noción de éxito simboliza el progreso de la humanidad. Por tanto el progreso, aunque no lo entendamos así –por qué no nos es permitido entenderlo así – se convierte en el cumplimiento de expectativas ajenas. Y ese cuento ha sido insertado en el inconsciente de nuestros padres y los suyos, y será lo que se enseñe a nuestros hijos y a los suyos. Y la única manera de alcanzar estas expectativas es cumpliendo con los procesos establecidos, caminando los pasos que los “sabios” nos han dibujado, imitando el andar de otros, saboreando el polvo que levantaron las pisadas del que va adelante, sin poder ver claramente. 

Finalmente, el buen camino del progreso está cercado por la repetición. Somos seres repetitivos. Nos establecemos en lo que conocemos, lo hacemos una y otra vez y al hacerlo se nos entumece la capacidad de pensar de otra manera porque ya no nos es necesario. ¿Por qué habría de buscar algo que no encuentro necesario? ¿Por qué habría de buscar algo más si en la historia de la humanidad se ha buscado el camino hacia la comodidad y ha llegado hasta esto? A esto que llamamos progreso. Todo está en la repetición. Nos cuesta tanto hacer cosas nuevas que, si no todas, la mayoría de las “novedades” son el resultado de imitaciones fallidas. Es predecible que reconozcamos la noción de progreso a partir de los actos repetitivos que resultan en la satisfacción de algunas necesidades y, eventualmente, producen algo “nuevo”. El progreso, visto así, deja de ser avance y se convierte en adaptación, desarrollo de técnicas; resultado de una curiosa combinación de necedad y azar. Por tanto, no estamos mejorando por que hacemos mejores cosas; hacemos mejores las cosas por que las hacemos una y otra y otra vez, la práctica lleva al progreso. Aunque no sea correcto, aunque no sea “verdadero” lo que sea que hagamos, eventualmente nos va a dar la sensación de progreso por que, con la práctica, la vamos a hacer mejor; y las demás personas lo aceptaran gracias a una constante exposición – van aceptando poco a poco lo que sea –, eventualmente surgen consumidores de lo que sea y finalmente se da valor a ese “lo que sea” y se establece como símbolo de progreso.

Creo que aquí ya va quedando claro cómo es que el progreso nos lleva a esta estupidez funcional. Pero ahora, ¿cuáles son las implicaciones, cuáles con las consecuencias, dónde está el problema?, si al final mis necesidades están cubiertas y mis deseos satisfechos. Y mi respuesta puede sonar estúpida, incluso puede que sea estúpida, pero finalmente es lo que pienso: el problema está en que no nos damos cuenta que esas necesidades y deseos que satisfacemos no nos son propios; podrá ser cierto que nosotros los escogimos, tendremos, quizás, opciones, y podremos escoger dentro de un rango limitado; pero no son nuestros deseos ni necesidades los que son satisfechos. Probablemente solo un bebe recién nacido, antes de ser entrenado a ser niño, o un demente o un anciano, en sus últimos momentos de decadencia, tengan necesidades y deseos propios, desinteresados por el resto de la humanidad, comprometidos con su propia humanidad.



Es también posible que todo esto sea una forma de justificar mis problemas de adaptación al mundo “profesional”, debe ser cierto que esta bañado de vicios y prejuicios que he recogido a lo largo de mi vida, pero no deja de ser una posibilidad. Puedo decir que una parte significativa de mi vida – iniciando cerca de la pubertad, desde que se asomaba la sombra de esto que aparentemente debo, según se me ha enseñado, llamar conciencia – ha sido en rebelión. Siempre buscando esa salida – la famosa grieta. Por momentos perfeccionando la evasión maquillándome la máscara que se adecuaba a lo que se esperaba de mí. Había periodos en los que intentaba dejarme la máscara puesta, tratar de acomodarme en ella, pero siempre hubo algo que me hizo sacudirme la falsedad; nunca ha permanecido por suficiente tiempo. Actualmente, entre expectativas cumplidas, falseadas y fracasadas, me exprimo el cerebro para evaluar las consecuencias de esta violación mental. Me ofrezco la idea de aprehender esta multipolaridad esquizoide y explorar la disfuncionalidad que tales estados permiten. La lucha siempre ha sido por la libertad, por renegar hacer las cosas porque simplemente es lo que se debe hacer, por aceptar una diferencia y encontrar en ella otra forma de guiar una vida. Aprovecho entonces este ensayo,  para explotar una ventana de posible comprensión. Un esfuerzo imposible.

martes, 2 de julio de 2013

A toda prisa, hacia ningún lugar...

Ante una cálida muestra de afecto dio la espalda y huyó. 

Ahora experimenta la caída a la nulidad. Se tensan los hilos que le mantienen estable. La existencia, finalmente, se muestra como exigencia de adaptación; en la proximidad respiran oxígeno denso, pero donde él aspira es ligero. Esta falta de oxígeno le dificulta el movimiento, pero maximiza el pensamiento - al menos la ilusión. 


Su mente se hace más ligera, buscando sincronía con el contexto. El sentido desvanece, un fresco torrente le ataca; cede. La imaginación vuela delante, tras ella corre, desesperado. Sus pasos, aunque débiles e inciertos, no se detienen. Cada golpe de sus pies retumba en sus oídos, evacuando la resistencia, liberando lastre. 


Deja que la historia se cubra del polvo que levantó al correr y de las cenizas que se desprenden de su interior calcinado. Ha encontrado vigor en esta recién conocida ligereza, sus pisadas se fortalecen y su ritmo se acelera. 


El camino ahora es ascendente, parece tortuoso; una niebla pesada se posa enfrente. Su visión se pierde entre la niebla y la ceguera se hace amiga. En la obscuridad una nueva perspectiva se muestra. Tras la ceguera absoluta se esconden respuestas, respuestas que no se ven, que no son para todos; la obscuridad le ilumina. 


El vacío se hace pesado. 


La nulidad amasa extraordinario valor en la altura. 


Su cuerpo es desintegrado por la fricción con el ambiente, su mente se resguarda en el vacío, donde, finalmente, conoce la libertad.

viernes, 14 de junio de 2013

la vocecilla

Una vocecilla susurra ideas inaudibles; pero es un progreso. 

Antes solo se escuchaba un ruido, una interferencia, en fin, algo totalmente incomprensible. Pero ahora, se empieza a aclarar, aún no se comprende pero ya se reconoce una voz, quizá una intención.


Me pregunto qué querrá decirme, qué secretos esconde. ¿Podrá ser que tiene prisionera a mi libertad? 

jueves, 30 de mayo de 2013

progreso 1

progreso


“Así, en minúsculas, hasta estoy tentado en ponerlo en letra más pequeña. Ya lo desprecio y apenas logro comprenderlo. Pero es este supuesto “progreso” (valga la redundancia) el que me ofende. Esta idea que nos tiene atrapados como en arenas movedizas. Por más que lo intente, por mucho que me mueva, sigue estando alrededor. Ni me mata ni me deja escapar, todo lo contrario: me alimenta, me envenena con brebajes que no enferman. A fuerza de fricción entumece mi pensamiento. Soy como esa mosca cubierta por una densa 
nube que, acumulando sus minúsculas gotas en mis alas, me impide volar hacia la libertad; hace que se concentre mi consciencia de mosca en mis alas, convirtiéndolas al mismo tiempo en posibilidad de salvación y actual maldición. Me hace pensar en la inutilidad de mis virtudes, en cómo la naturaleza se burla, dándome alas que, aunque funcionan perfectamente, no sirven para volar en este maldito lugar. Mejor o igual ser rastrero, atravesar el fango con la cabeza baja, sin ver más que la suciedad, hasta adaptarse y encontrarla cómoda. Perder la capacidad de ver, perder entonces de vista la posibilidad de libertad. Perder las alas.”

sábado, 5 de mayo de 2012

La Identidad Dominadora o El dominio de la identidad

¿Cuál es la necesidad del hombre - en el sentido amplio de la palabra - de radicalizar sus creencias e ideologizar? Parece que si no radicalizan no “encuentran” su identidad, no se identifican. Por ejemplo: si comparto algo de alguna ideología, soy activista; pero si cuestiono o estoy en contra de algunos aspectos, soy subversivo. Para creencias ciegas esta la religión. Veo, desde mi ojo desviado, que todas las radicalizaciones en la historia han llevado a situaciones desastrosas. Bien decía Aristóteles que la virtud estaba en el justo medio. Lo gracioso es cuando yo, que creo en mí ideología, porque está fundamentada en mi idea de virtud, y me convenzo de que es la ideal, que es la más balanceada y me radicalizo al proclamarla como la más perfecta; luego intentaré implementarla, y si no lo logro, habré de imponerla. ¿No es la búsqueda obsesiva por la virtud una forma de desbalancearse hacia el exceso? Automáticamente deja de ser virtud cuando su aplicación violenta a otros; por tanto quien diga haber encontrado la manera perfecta en la que debe vivir la humanidad, esta totalizando, y entonces esta violentando a los demás.

Entonces, ¿qué hacer? ¿Para qué buscar?

Si la única manera de no totalizar es permitiendo la total libertad, se hace imposible la organización; ya que al organizar se generaliza, y al generalizar se suprime la singularidad; por tanto, el individuo ya no es plenamente libre, de cierta manera deja de ser él mismo. Pero busquemos una salida, ¿podré concebir alguna manera en la que una sociedad de hombres plenamente libres, en ejercicio de su singularidad, sea funcional? (Es interesante pensar, en este punto, que si logro describir uno no puedo hacer más que esperar a que se dé espontáneamente, para no participar de ningún violentamiento…)


El origen de la necesidad de identidad

La organización de hombres en sociedad nos regala la oportunidad de pensar. Creo que si estuviera totalmente solo, en un sitio desolado, mis instintos saldrían a relucir –si es que todavía están ahí. Si no tuviera una fuente de comida relativamente segura, si no tuviera un techo en el cual resguardarme, si no pudiera asegurar mi supervivencia; no creo que tendría tiempo para preocuparme por decidir quién soy. Por tanto, el problema de la identidad únicamente puede darse en sociedad, o al menos después de un contacto social.

Me parece que la primera afirmación que surge del encuentro es: el tú, el otro; el otro es, y no solo es, sino también, es otro. Es un otro que no soy. Yo soy yo, el es otro; pero para él, el otro soy yo; por tanto yo soy otro ¿entonces quién soy?

He ahí una necesidad, la de caracterizarnos como únicos, a eso se le llamó: identidad. Creo necesario explorar el origen de la palabra identidad. Ídem: el mismo o lo mismo. Seguramente pensado como “yo mismo” al momento que se empezó a utilizar. Hoy creo que el termino correcto sería individualidad o singularidad, serán estos los que utilizaré de aquí en adelante, para referirme a ese tipo de identidad.

En estos primeros contactos, ya que podemos compararnos, nos damos cuenta tanto de nuestra singularidad, como de nuestros puntos en común; entonces nos identificamos. Yo y el otro, cuando encontramos aquello que compartimos, nos damos cuenta de que algo en nuestra identidad es igual a algo en la identidad del otro, en algo somos idénticos y eso nos identifica, se va colectivizando nuestra identidad.

La cosa se pone interesante cuando aparece un tercero. Ya conocemos nuestra identidad, asumamos que él ya tuvo el contacto necesario y por tanto ya conoce su identidad. Sea como fuere, le presentamos nuestra identidad, y entre todo afloran nuestras identificaciones. Pero, ¿qué pasa? Él no se identifica con nuestras identidades y no podemos entender por qué. Es un hombre, como yo; necesita alimento, como yo; tiene pelo, como yo; pero, ¡no quiere trabajar con fines de lucro!

Aquí me parece ver un síntoma de la perdida de la singularidad, la realidad deja de ser propia de un yo, y pasa a ser de un nosotros; ¿será posible que el impulso dominador se origine de la unión de voluntades? Una idea se fortalece al encontrar apoyo, la idea deja de ser de uno, y pasa a ser de varios, es una idea aparentemente más grande, abarca más mentes. Pero al mismo tiempo deja de ser propia, porque se comparte. Yo me abandono a mí, parcialmente, pero la idea que comparto se fortalece con esa parte de mí que, de cierta manera, pierdo. ¿El yo dominante, es un yo que abandona su singularidad y se entrega a un nosotros ideologizante?



La identidad masiva

Para conectarlo al asunto de la dominación, se me hace más fácil desde la identidad masiva. Me parece que hay una conexión directa entre la necesidad de dominación y la creación de la identidad. O sea, yo necesito mi identidad, necesito saber quién soy, ya sea buscando o inventando, luego de tener una noción de identidad, necesito exteriorizarla para que el mundo me vea “como soy”, y es aquí donde entra el instinto de dominación. Procedo a imponer mi identidad.

Pero antes, ¿cómo encontramos esa identidad? Más me parece que la creamos. Se dan dos casos: los que buscan una identidad “interna” y los identificados. Los primeros son los que aparentemente pierden su vida en la indecisión, en la duda, en la incertidumbre; en esa constante lucha por anular lo que pueda ser superfluo, en esa curiosidad insaciable, en esa necedad por no “tragarse” la “verdad” que todos insisten es la única, la verdadera. En esta clasificación caben los que generalmente son catalogados como subversivos. Aquellos que buscan el bien con esa intención ideal. Que se niegan a aceptar que esta vida debe ser como es; que una vida así, no vale la pena vivirse. (Aunque sea tarde, pero ahora descubro que estoy generalizando, que violento de mi parte… lo borraría todo y volvería a empezar, pero creo que llegaría al mismo punto, así que mejor sigo. En la vida tendré más tiempo para respetar más mis ideas de principios.)

Por el otro lado tenemos a los “identificados”, los divido y encasillo en dos categorías: los cínicos y los ingenuos.

Los cínicos comparten mucho con los “a-idénticos”, pero no se preocupan por seguir indagando o lo relegan a un segundo plano. Empezaron con los mismos problemas, pero no se complican: descifran el mecanismo social que los rodea, crean una identidad conveniente y aprenden a utilizarlo para su beneficio; unos de ellos inconformes, otros, simplemente, indiferentes, y otros abusivos. Aquí se encuentran los demagogos, los políticos corruptos, los empresarios abusadores, etc. No significa que todos los que entren en esta categoría sean “viciados”, pero son muy propensos a caer ante la seducción del poder, al descifrar la formula para manipular su entorno. Es probable que estas características sean las de los dominadores, que más que un yo, pienso que es un “nosotros”.

Los ingenuos, por el otro lado, son aquellos que se identifican con una identidad, la adoptan, renuncian a su singularidad, inconscientemente, claro porque se ven como individuos auténticamente libres, se convierten en una masa homogénea que “baila al son que le toquen”, y la duda no surge, porque entre ellos, según suponen, alcanzaron su identificación. Para que suene bonito, con el pertinente peso de la redundancia y el juego de palabras: se identifican entre identidades idénticas. Aquí encontramos a los motores que hacen caminar a nuestras sociedades, a sus sistemas económicos, políticos y demás. La libertad se convierte tangible, al menos como ilusión, dentro de esta masa, deja de ser un ideal. Claro que el límite de su libertad es directamente proporcional al área que habitan los que comparten esa identidad social. Tras esos límites hay otros, con distintas identidades, ajenos, diferentes. Con su diversidad, aunque relativa, ponen a pensar a los que viven en los límites e inspiran temor a los de adentro, temor que crece exponencialmente según se interna el conocimiento en esa masa identificada.

El dominante protegerá su dominio. Aunque el mecanismo de la identidad es bastante auto sostenible, ya que están tan acostumbrados a lo mismo, y tienen ideologizada esa identidad, que lo distinto les da temor, y rápidamente lo rechazan, porque, según sus preceptos, no es bueno. Por consiguiente, los diferentes, deben ser seducidos a identificarse; los indómitos, habrán de ser intimidados, y si no exterminados.



Nosotros dominadores


El poder de esta dominación masiva se aloja en la idea de nosotros. Ese nosotros que construyo el dominio. Ese nosotros que infló la valoración de una idea. Ese nosotros que no es ninguno, pero son todos. El empoderamiento de la dominación vino de la pérdida del poder individual. El monarca fue derrocado, el tirano fue derrocado, los aristócratas y los oligarcas fueron derrocados, pero por ahí se va abriendo el camino; la democracia fue derrocada, pero destapo el paso. Al principio fueron yo-es quienes dominaban, no cabe suficiente poder en un yo. Luego fueron pequeños cúmulos de yo-es, y el poder era más fuerte, pero la masa, hasta entonces impotente, todavía era muy grande en relación al poder que podían amasar esos pocos yo-es. Luego fue un nosotros demasiado grande y diverso, que el poder no fue suficiente para soportar una masa tan grande tan, tan repentinamente, pero se ilumino al nosotros. Se necesitaba un nosotros más balanceado, más grande que los cúmulos de yo-es, pero no tan grande como la masa completa. Entonces, una nueva forma surgió. La ilusión. Las libertades y las riquezas se hicieron tangibles. Partes de las masas, cercanas a esos yo-es “sobresalientes”, pudieron saborear la ilusión del poder, y por ese medio se propago. Se infló una enorme ilusión, que nosotrizó paulatinamente a las masas, bajo una identidad ilusoria. Hoy los límites de esas ilusiones empiezan a flaquear, aun hay un par de decisiones que se pueden tomar, habitar cerca o fuera de los límites, o aguardar adentro, y ver que tan lejos nos lanza la explosión.




Notas probablemente ajenas (posibilidad de anexos)


Algo que se me hace curioso del funcionamiento de la dominación, es que tanto dominante como dominado luchan por dominar. El dominante quiere imponerse sobre el dominado; y el dominado quiere ser capaz de dominarse a si mismo. Ambos buscan apoderarse de un “otro”, en cierto sentido, aunque ese “otro” sea el famoso “sí mismo” en uno de los casos.

Al final de cuentas, tomando la postura de los cínicos, no debe ser tan difícil encontrarse cómodo dentro de esos mecanismos, ya que esa ilusión de libertad, dentro de esa realidad es plena, no deja de ser una ilusión, pero para quien la vive es real.

He establecido que hay un adentro y un afuera. Hay quienes, estando adentro, quieren salir; otros, estando afuera, quieren entrar; otros, estando adentro, no saben que hay un afuera; otros, estando afuera, no saben que hay un adentro; otros, estando adentro, quieren cambiar todo, quieren romper las diferencias y que no exista un adentro y un afuera; otros, niegan la diferenciación; y por último, hay otros que juegan en los limites, ven lo que pasa, pero no entienden, tienen una vista del adentro y una vista del afuera, y no encuentran un punto de conciliación, podrán ser “no-identificados”.