lunes, 21 de marzo de 2016

Sobre el asesinato como política de Estado

Ha renacido la discusión acerca de si debemos o no, como sociedad, volver a activar la pena de muerte. Hay quienes ─aparentemente una mayoría (y si no mayoría, una buena parte de la población)─ ven en esta la panacea para nuestro país; piensan que a través del asesinato sistemático de delincuentes comunes se van a resolver los problemas estructurales que nos achacan. Algunos objetarán, negando ser tan ilusos, y dirán que este no es el remedio para nuestros problemas, pero que al menos es algo, es un avance. ¡Vaya forma de hacer valer la vida de las personas!, aquí nos proponemos matar gente solo porque es algo, porque tal vez pueda mitigar la sofocante violencia que nos hemos construido. Finalmente, hay quienes abogan por una perspectiva más pragmática, deliciosamente bíblica, eliminando la violencia al eliminar a las supuestas fuentes de violencia.

En un post anterior argumentaba que la máxima expresión del fracaso de un Estado se ve cuando este agrede a la población que debe defender (Sobre un estado que agrede y un pueblo que aplaude). De esta forma, a mis ojos, cada vida que se pierde a manos de delincuentes es responsabilidad del Estado, así también, las vidas que él mismo tome incrementan los números negativos en su índice de eficiencia. Pero no entremos en esto, pues es sólo un juego lógico. Vamos a problemas claros y puntuales. 

El problema de ver la solución en la condena

La pena de muerte significa una resolución a un caso. Como tal, es la última fase de un proceso judicial. ¿Acaso no es esta una de las mayores deficiencias del sistema de justicia en Guatemala? ¿Estamos dispuestos a entregar la potestad para ejecutar a una persona a una institución que es inefectiva para realizar específicamente el proceso judicial? 

Lo que hacemos al aceptar esto es abrir las puertas para la legalización de ejecuciones extrajudiciales, mientras se refuerza la impunidad que nos corroe y condenamos a muerte a personas inocentes. 

El problema de considerar el castigo como disuasivo

El temor al castigo no es un disuasivo efectivo. Solo es necesario pensar en la última cosa “indebida” que cada quien hizo; algo tan sencillo como romper la dieta o decir una mentirilla. El mismo proceso psicológico está detrás: el deseo por la recompensa inmediata y la convicción de que nuestra culpa nunca será descubierta. Lo mismo sucede con las enfermedades, uno se cree inmune, piensa que ese tipo de cosas no le van a pasar, que eso solo le pasa a otros; por eso la negación es la primera fase cuando lidiamos con algo que “no debería pasarnos a nosotros”, porque, de alguna manera, creemos que estamos arriba de todos los demás. En fin, el delincuente no está considerando las consecuencias. Más bien, responde a sus circunstancias o quizá padece de alguna enfermedad mental. 

Como muestra tenemos acceso a varios estudios y estadísticas. Por ejemplo, el sur de Estados Unidos es al mismo tiempo la región con mayor porcentaje de homicidios y de ejecuciones. Si la pena de muerte fuera efectiva como disuasivo, la estadística sería: a más ejecuciones, menos homicidios. Pero no es así, y lo comprueba la estadística del noreste: la región con menos ejecuciones es también la región con menos homicidios. Estas estadísticas solo muestran datos de Estados Unidos, y claro que esa no es evidencia suficiente, pero esto no es una tesis de grado. Sirva como demostración que actualmente la mayoría de países del mundo han abolido la pena de muerte, y que aquellos que la mantienen son estados retrógrados y violentos por excelencia. 

La carga de la culpa

¿Nos damos cuenta de que, como sociedad, cargaremos con la culpa de haber asesinado a gente inocente por someterlos a un sistema decrépito?

En mi nombre no se mata. 

Único “beneficio” real

La pena de muerte satisface la sed de venganza. Por tanto favorece la división, levanta muros que impiden la reconciliación. Con ella se valida la venganza violenta, absoluta, como solución.



Considerando todo esto, ¿a quién beneficia todo este embrollo? Yo no soy quién para señalar, pero detrás de la maleza se camuflan oscuros intereses.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Dónde caer muerto (otro extracto)

El día siguiente lo encontró igual, acostado en su cama pensando y sin intenciones de ir a trabajar. 

Lo difícil era la renta y la comida, eso era lo caro de vivir. El celular y el cable los podía abandonar, vender la tele de paso. Electricidad solo para cocinar y agua para bañarse eventualmente, pero de eso no se tenía que preocupar porque estaban incluídos en la renta. El agua para beber la incluía en sus gastos de comida. Así que, en fin, lo que necesitaba era lograr la renta.

Pensó que lo podría hacer era ir vendiendo todas sus cosas poco a poco, para cubrir con eso la renta. Después de pasar inventario, hipotéticamente, si lograba vender todo, le daría para dos, o talvez tres meses. Tres meses sería demasiado si moría hoy o mañana, pero no alcanzaría si llega a vivir treinta años más. Lo bueno era que al menos tenía dónde caer muerto.

La otra opción era usar ese dinero para comprar algo que pudiera vender, pero nunca se consideró a sí mismo como un prodigioso empresario, de hecho, el proyecto que estaba desarrollando se hundió en el pasado, sumergiéndose en las oscuras lagunas de su memoria. Escogía mejor no pensar en eso, solo era fuente de depresión. Mejor recordó a su hermano y supuso que estaría disfrutando una elegante cena en un lujoso comedor en medio Atlántico. Supo que tenía hambre. 

Finalmente se levantó de la cama y en el camino a la cocina, más bien, en el par de pasos que le llevaban a la cocina, luego de una rápida mirada al resto de su apartamento, se dió cuenta de lo fácil que sería mantener el lugar limpio si estuviera vacío, si sacara todas esas cosas que realmente no usaba. El sofá había pasado meses sin que nadie lo ocupara hasta la noche anterior, cuando el borracho lo abrazó durante toda la noche, derramando sus fluidos en sus arrugadas curvas. El sillón que estaba enfrente solía mantenerse apuñuscado en su cuarto, lo usaba solo para ver la televisión. Pero en esta nueva vida, sin televisión, podía prescindir también del sillón. La mesa del comedor tenía cuatro sillas, y solo servía para poner papeles y demás chunches. Lo mejor sería deshacerse del juego de comedor también; quizá sustituirlo por una pequeña mesa y una sola silla, o talvez un banco, si es más barato. No, más bien, lo que necesita es un banco alto, y así puede usar el top de la cocina como su mesa. Mejor así, no necesita más. Abrió uno de los gabinetes para sacar un plato, vió que tenía dos juegos completos, de cuatro puestos cada uno. Ya no recordaba de dónde habían salido, si los había comprado o se los habían regalado. Parecían regalo de convivio del trabajo. Maldito trabajo, nunca quería regresar; seguramente ya no lo haría. Tampoco necesitaba tantos platos, de hecho, un plato ondo podría servirle para todo, un tenedor, una cuchara y un cuchillo. También tenía demasiados más cubiertos de los que necesitaba. Se desharía de todo eso y buscaría cubiertos individuales en alguna paca. Si iba a ser el único cuchillo que tendría, mejor si tiene buen filo, así lo puede usar para cocinar también. La vida definitivamente sería mejor así, teniendo uno de cada cosa, no más de lo estrictamente necesario. 

Se sirvió un poco de cereal, abrió la refrigeradora, apenas quedaba leche. Se lo comió en seco. Volvió a su cuarto, se sentó al pie de la cama y comió. Con la mirada perdida en la ventana engañó al hambre.

sábado, 20 de febrero de 2016

Abnegación

Es difícil ser y vivir al mismo tiempo. Vivir exige desligarse de ser: negarse. Para algunos se presenta la alternativa: aceptar su negación, abnegarse; renunciar a sí, anularse; hacerse mercancía, venderse y en el proceso comprarse una ficción, imaginarse, inventarse: dibujarse una máscara ─pegársela con lágrimas─ y procurar ensayar una sonrisa: sincera, externa, real.

La sustancia es vacío, la esencia ilusión.

Para algunos ser exige abandonar la posibilidad de vivir ─a falta de balance, o por la insatisfacción de la ficción─.

miércoles, 17 de febrero de 2016

Escape frustrado



Así estoy aquí, en el centro de todo esto, 

sin aportar suficiente e intentando minimizar la carga que represento.

     Quiero hacerme aire, esfumarme,
            hacerme humo y flotar sobre todo esto,
            hacerme ligero, levantarme;
                 ser como esa nube de ceniza que mancha el paisaje,
─reminiscente de buenos y malos momentos─,
                 ser la ausencia presente.

                 Así desperdigarme,
                 atravesar el aire, cubrir el mundo, marcarlo
─siempre ausente, siempre presente─;
                 ser esa nube que mancha, 
   y que se recojan mis residuos,
     que se enfrasquen
     que se desechen.
     Que mi paso haga evidentes las huellas,
     muestre los pasos de la gente
     y los rumbos que esconden.

Pero este cuerpo es muy pesado,
este polvo es muy denso,
esta ceniza es impura.

viernes, 22 de enero de 2016

Ausencia forzada



Un río extraído de su cauce, expulsado al encierro oceánico, diluído en la vastedad.

La tierra que fertilizó su abrazo, los pastos que alimentó su andar, se quiebran en lágrimas de polvo.

El paisaje árido de la ausencia, el llanto mudo del pasado, la lucha por no olvidar.