martes, 13 de agosto de 2013

La dieta de los poderosos

Caí en una isla en la que solo crecen pimientos picantes. 
Pequeñas y delicadas flores blancas 
resaltan de los matorrales que esconden, 
entre las sombras, los chiles que portan los colores del infierno, 
decorados por la mano del diablo*: el único alimento. 
La supervivencia se convierte en un sufrimiento: 
o te ardes el hocico comiendo o no comes.


Con el tiempo se entumece el paladar, 
hasta se desarrolla el gusto por esto que, 
en principio, es doloroso; inhumano. 
Lo que me mantiene vivo me hace llorar. 
Mi existencia se convierte en duelo interminable.

Han pasado unos días. 
He identificado cuales son más agresivos al paladar, 
pero en la digestión no encuentro diferencia. 

Mis ojos están muy irritados, 

por comer estos frutos malditos 
mis lagrimas se han envenenado; 
también mi sudor. 

Lo que sea que hace a estos chiles tan inhumanamente picantes 

ahora brota de mi interior, corre por mis venas; 
lo que me da vida me corrompe desde dentro.







*Entiéndase "diablo" como personificación del mal, de lo repulsivo, odioso, etc. 

martes, 6 de agosto de 2013

As the Night Goes By

Have you ever felt like dying? While lying on your bed, waiting as the chemicals kick in. You can feel your heart pounding on your ears, really strong at first but slowing down, getting weaker. You take a deep breath; realized you were gasping. You fight not to close your eyes; you’re afraid you’ll never open them again. You don’t want to fall asleep, but there isn’t much of a choice by now. Your legs and arms feel heavy, like you’re melting away. You can’t keep your eyes open anymore; your brain feels numb. You lose your pulse! Can’t move! You can't listen your pounding heart anymore! You can certainly feel it stopped, you're fading.  

Almost convulsing you catch your breath; you shiver and put your hand on your chest to feel the violent beating of your heart. 

Then start all over again, as the night goes by.

lunes, 5 de agosto de 2013

Vitrineando Intro

Otra mañana perdida buscando lo que no quiero; cubrir necesidades se acerca a lo imposible. Por momentos desearía no necesitar meterme comida a la boca, poder dormir tranquilamente bajo cualquier árbol y, por la eternidad, no tener necesidad alguna de luchar. A muchos les puede parecer hasta ofensivo esto de no tener la necesidad de luchar, ─¡de que más se trata la vida si no es de luchar por nuestra supervivencia! (levantando el puño derecho frenéticamente) ¡Despertar cada día con ánimos y deseos de superarnos! (sacudiendo ahora el puño izquierdo y azotándolo con el acento de la última palabra)─ para luego (suavizando el tono y tomándose ambas manos como hacen las viejitas) recordarnos que debemos dejar un mundo mejor para las nuevas generaciones. (Si las nuevas generaciones fueran suficientemente sabias, ya estarían entrevistando a todos los viejos y eliminando de una buena vez a los que no acepten su propia estupidez.) 

Es que esto de luchar nunca ha sido mi fuerte, no me considero nada competitivo, aunque reconozco que hay cierto placer en ganar. Sin embargo, se me hace un placer tan vacío; como sociedad no recibimos mayor beneficio, ya que, forzosamente, lo que uno gana es lo que otro perdió. 

Se les ha construido a la competencia y a la ambición un pedestal dentro de la vitrina de las virtudes (junto a otras no tan mejores ni tan peores). Llámenme ingenuo, pero creo que eso no está bien. No me parece correcto que pensemos que algo que, en el mejor de los casos, va a beneficiar al 50% de la población mundial sea considerado como una virtud, recostada sobre otra que solo es cuantificable en comparación con el desempeño ajeno. Rápido pensamos que si no hubiera competencia no progresaríamos pero creo que ahí también nos equivocamos, no entendemos que simplemente es esa la forma en la que hemos aprendido a hacer las cosas. Nos hemos arrebatado la satisfacción personal por nuestros logros llevándonos al punto en que nuestros logros no son nada si no superan en algo los logros ajenos. Esto nos lleva a dejar de ser quien somos por quien somos; nos hacemos individuos a raíz de relaciones externas a nosotros mismos. 

Propongo esto como una introducción. Vitrineando será una serie dedicada al análisis de las virtudes que solemos admirar, con sus debidas tergiversaciones (todo bajo mi punto de vista). Las entregas serán eventuales. 

viernes, 26 de julio de 2013

Intento de Finalización de Lamentación

La tensión que provoca la plena ociosidad está amenazando con desequilibrar mi límbica* estabilidad. Lentamente los ánimos se desvanecen y solo puede verse una solución en el tan tradicionalmente aceptado trabajo; aunque implique una constante dosis de laceración. Esto surge de una cobardía y una contradictora vanidad por mantener intacto el estilo de vida. (Y vuelvo con la misma cantaleta: que tengo que trabajar, pero no quiero; pero igual, aunque no quiera, necesito trabajar porque el poco dinero que tengo se va a acabar y entonces no voy a tener para el súper, la renta, etc. Así que haré lo posible por no cansar más al mundo con mis infructuosas lamentaciones e intentaré escribir sobre algo más.)

*Acepción inventada de la palabra: Límbico: relativo al limbo. Entiéndase "limbo" por ese punto intermedio, ese "ni aquí ni allá".

lunes, 22 de julio de 2013

Lo que esconden las nubes

Lo que logro ver de cielo es azul, mayormente despejado. Superando los árboles que me obstruyen el horizonte, nubes esponjosas (como las de las caricaturas). Luego, hacia arriba, dispersas, en lo que alcanzo a ver, nubes, prácticamente, disueltas (El exceso de comas es para que cada quien pueda dibujar la dispersión de las nubes en su imaginación, según cómo lo lea.). Por momentos el sol ilumina, intensamente; por momentos, no: algo le obstruye. No puedo ver hacia el otro lado, pero el viento se siente insolente, desvergonzado. Acarrea estruendos, violencia. Lo que logro ver no es más que la proyección de una batalla: la oposición de los elementos jugueteando con mis sentidos. Una ráfaga se cuela por mi ventana para alborotar unos papeles, los elementos me atacan, necesito resguardo. Abro más la ventana y una gran corriente le da vida a esta habitación. La tormenta es inminente. El sol ya no encuentra por donde brillar. (Son las 3pm, por el ángulo, tiene las de perder.) Los animales lo saben: escucho perros ladrando a lo lejos; los gatos estaban inquietos en el techo de la casa de la vecindad (ya no están); los pájaros cantan; y los árboles se sacuden en esporádicas convulsiones. Mientras tanto yo, respirando despacio, espero la tormenta, que no puedo ver, estático, hipnotizado. En un rincón de mi imaginación guardo la esperanza que una ráfaga me arrastre, como arrastran las olas en el mar, a las nubes de una gran tormenta y desde ahí mis palabras desciendan sonoras y centelleantes: "¡No creas en las palabras de los hombres! ¡Menos en los que digan que escuchan palabras en los rayos, puesto que no se requiere más que una mediana altura, para parecer suprema una voz!". Pero el sol ilumina de nuevo, haciendo frente a la tormenta. (Me gana la curiosidad y aprovecho un viaje a la cocina para buscar una ventana donde pueda ver hacia donde mi ventana no me lo permite: efectivamente, una nube negra acecha amenazadora; con la ironía que caracteriza al universo, la nube tiene ventanas por las que el sol lanza sus rayos de despedida, vencido. (Es una gran mentira todo esto: antes de empezar a escribir, en mi camino hacia aquí vi que a lo lejos se acercaba una enorme nube. Es ese el sentido de estas palabras insignificantes. Siempre tuve la certeza de la tormenta.)) El sol sigue brillando, no quiere darme la razón (además, no estoy seguro de querer tenerla: no sabría que hacer con ella). Cierro la ventana, me dio frío. Dos minutos después la abro de nuevo, me dio calor. 

El sol no se rinde. La sombra de una antena me hace caer en cuenta que la iluminación del sol depende de las condiciones que las nubes le impongan: puede que a unas cuadras de aquí la tormenta ya esté haciendo estragos. 

Es fácil olvidar que, aunque estos son los únicos ojos a través de los que puedo ver, hay otras formas de ver el mundo. Lo más triste es que, así como las nubes nos muestran el cielo, podemos aprender a ver parcialmente nublado (en el mejor de los casos...).