miércoles, 13 de enero de 2016

Dónde caer muerto (extracto)

Hay una paloma de cabeza púrpura, como cucurucho en cuaresma ─cabizbajo, penitente, juzgón─, reposada en un árbol del arriate intermedio de la séptima avenida. Lo ve con demasiada insistencia. Él está fumando a la orilla de la calle, frente a los funerales Reforma de la zona 9, adentro velan los restos de su mamá. Es extraño cómo lo más obvio aún toma por sorpresa a las personas. Y está bueno que uno no quiera morirse, pero sorprenderse por la muerte es bastante ilógico; más sorprendente es estar vivo. 

Fue una de esas enfermedades extrañas, de las que la gente ya no se muere en otros lugares porque les acosa la paranoia de la salud y de las que la gente en otros lugares no vive suficiente para padecer; ese punto medio de una especie de post-subdesarrollo prog-regresivo en el que reborbolla el caldo que es Guatemala. 

Lo cierto es que la señora se murió (su propio cuerpo la mató), el papá no se lo esperaba, no tenían nada listo porque como cualquier mortal, prefieren pagar seguro por la posibilidad de una enfermedad, pero no buscarse refugio para la certeza de la muerte; un albergue para el desecho, para los restos. Resulta entonces que en las carreras se endeuda el papá, para que la muerte no lo vuelva a agarrar desprevenido, y compra un paquete funerario. Al menos le hicieron descuento en el servicio urgente. 

Compró un sitio para cuatro ─la cremación estaba muy cara y había que resolver esto cuanto antes, para que su dulzura no apestara─: la difunta, él y sus dos hijos. No sabía si comprar tres o cuatro, porque su otro hijo vive en el mundo, escapó de Guate. Ni siquiera había logrado venir al funeral, ni le daría tiempo de llegar al entierro; trabajaba en cruceros y andaba dando una vuelta por algún polo, no importa cual, lo que importa es que había mucho frío y no tenía cómo volar hasta aquí. 

Tiró la colilla en dirección a la paloma. No se movió, solo gorjeó, viéndolo. Al voltearse escuchó el revoloteo pero siguió su camino, a seguir comiendo panitos y mamando consomé allá donde se chillaba a la nada.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Miércoles 8 de julio de 2015 (6:51)

Así, mientras empieza un miércoles, un tal ocho de julio, mientras se enciende la mañana, mientras espero que hierva el agua para poner el café, empiezo un nuevo cuaderno.
Agua hervida, café puesto y me pica el bicho musical; pero descubro el canto mañanero de algunos pájaros, los que quedan, los que no hemos terminado de invadir. ¿Qué prefiero? ¿La música o el canto improvisado, casi caótico de los pájaros?

Café, eso es lo cierto. Según las instrucciones son de tres a cinco minutos en la French Press. Esa cantidad de tiempo ya pasó.

Entonces sobresale la diferencia en el tiempo que toma leer y el que toma escribir; escribir es una tarea muy laboriosa.

[...]

El canto de los pájaros ha cesado; los carros sucios de gentes demasiado limpias deben estar ya desbordando las calles. Yo aquí, con mi hoja, con mi pluma y con mis perros, degusto algo de la ansiosa soledad urbana, como paz extemporánea.

lunes, 19 de octubre de 2015

Los niños de la tierra

En un bosque oscuro un niño se enfrenta a un árbol. Ambos son el centro de un amplio claro; claro por motivos naturales, no por la abusiva mano del hombre. Hace frío, el viento baila, oscilante, estallando en ráfagas heladas que se clavan como púas, breves, punzantes. Pero ni la temperatura ni el clima son problema, no para el niño, no para el árbol, quizá para mí. 

El suelo está colmado de tierra fresca, hojas fugitivas que encontraron en ese claro su descanso, así vuelven a la tierra. Algunas rocas milenarias sobresalen. Lo que parecería, en ellas, timidez, es una densa indiferencia, un exceso de confianza: no necesitan esforzarse por proyectar una imagen, saben cuánto tiempo han estado ahí, saben cuánto tiempo más estarán. Las rocas saben. Sus duros cráneos resguardan el conocimiento inicial, la tierra cuando fue, el nacimiento del tiempo. 

La mirada del niño se hunde en las profundas ranuras de la corteza del árbol, éste guarda la memoria de la vida y la deja escapar por soplos de las fisuras de su cuerpo, por los retoños de su copa y por la fuerza con la que incrusta sus raíces a la tierra. La tierra, a su vez, les da albergue; es cobijo de las rocas y trono del árbol, aposento del conocimiento y sustento de la vida.

Finalmente el niño se mueve, avanza, se acerca al árbol. Ágilmente lo trepa, aferrando sus pequeñas manos a los surcos de la corteza que forman una escalera infinita. El árbol emana un cálido aliento que repele el efecto punzante del viento, la oscura cabellera del niño se enverdece, su piel se hace corteza y sus ropas desvanecen. Sigue trepando hasta alcanzar la copa, se sienta en el extremo más alto. Alza su mano al sol, de su dedo brota un retoño, lo come. 

De nuevo extiende su brazo, para siempre. 

Unos pasos se escuchan desde el interior del bosque. Entrando al claro, pisando hojas fugitivas, tierra fresca y sabias rocas milenarias, una niña avanza para detenerse frente al árbol.

***

El día es gris. En lo más alto de un áspero muro de piedra un niño observa el horizonte infinito. La hora, así como el tiempo, dejaron de ser relevantes. Las nubes son tan densas y tan grises que no dejan entrar luz u oscuridad. El océano, violento, se extiende desde el alcance de la vista hasta estallar en salados cúmulos brumosas contra la piedra. La brisa se confunde con la llovizna, pequeñas y tímidas partículas de agua llueven de arriba a abajo y de abajo a arriba; así se suspende el espacio. 

Dándo un paso el niño se entrega al vacio. Su cuerpo nunca desciende al grosero mineral; se suspende y se hace brisa, alzando vuelo hacia las nubes.

Bajo sus huellas el pasto recupera su forma, cubierto en ínfimas gotas que reflejan las estrellas, atravesando el pesado techo gris. 

La claridad es gris, la luz es neutra. 

Persiguiendo un brillo lejano, un destello que flota sobre el mar, llega un niño. La orilla le señala el límite; al próximo paso volará. Con una sonrisa observa el lejano destello, inhalando profundamente da un paso más, llenándose por dentro de la fresca lluvia-brisa, haciéndose a su vez destello, reflejo de un astro. Una risa lejana le seguía.


***

La oscuridad de su pelo hizo de su piel sombra, mientras andaba descalza atravesando el umbral de una profunda caverna. 

Los muros internos, de piso a techo, la recibían gozosos, desprendiendo minúsculas partículas de polvo oscuro que se adherían a su piel, protegiéndola, abrazándola. 

Así la negrura se apropió del espacio, y sus pasos fueron guiados, no por su vista, sino por el calor que emanaba el suelo. Con cada paso ella se diluía, se transformaba en roca, se hacía montaña. 

Siguió su camino hasta convertirse en materia ardiente que refuljía por los aires. 

Hacia el umbral de la caverna se dibujaba un angosto sendero, de superficie delicada, adecuado sólo para pasos pequeños, para pasos puros, para pasos ingenuos.


***


En una agitada ciudad centroamericana el bullicio espanta los sueños de los chicos. Los árboles son sucios y quebradizos refugios, deteriorados por la incansable espesura del humo. Las olas son de gente, la brisa de lágrimas y sudor. Y de las cavernas brota el crudo color ocre de la violencia, las partículas son afilados llantos, desgarradores gritos y contundentes proyectiles. 

Un destello furtivo, proveniente de una vieja grieta urbana, atrapó su atención con la promesa de alguna sabiduría milenaria. Una paloma gris desciende de los cielos, sus huesos de plomo se aproximan extraviados, culminando su caótico viaje al incrustarse en un pecho iluso. 

En una esquina cualquiera, en un momento cualquiera, se desvanece una niña, se desvanece un niño. No queda más que un rastro, una huella grotesca, una densa e informe poza que se hace pavimento.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Sobre las elecciones

Hoy me discuto si anular el voto o resignarme a algo que va a suceder, si reducirme a lo práctico o creer que en Guate podemos ir más allá, a aspirar a algo más satisfactorio, más inclusivo, menos polarizado. Mientras tanto...

Como yo lo veo. Por preocuparnos de que todo siga igual, de mantenernos dentro del rigor de lo establecido, es que las cosas no pueden cambiar. Esta es la verdadera cortina de humo.

El problema de fondo en Guate es que estamos sumidos en un sistema político viciado, y todos los partidos con oportunidades de acceder al poder están conformados por─ o tienen influencias de─ personas y grupos engañosos, corruptores y demás. La cuestión entonces es preguntarse ¿es razonable creer que esas mismas personas van a velar por que se pasen las reformas íntegramente? O sea, sí van a pasar reformas, quede quien quede, pero serán versiones tan parchadas que antes de proteger los intereses reales del pueblo, de la mayor parte de la población, solo les habilitaran nuevas y reforzadas defensas a estos pillos para seguir haciendo sus trastadas.

Darle a los políticos que ahorita están en fila para ser elegidos, y confiar en ellos para hacer las enmiendas que se esperan, es lo mismo que hicimos (porque voté por él) al creerle a Otto su discurso de seguridad. Es cierto que mi postura puede considerarse idealista, pero la creo menos ingenua que la opuesta. La cuestión es que veo roto al estado, veo totalmente aniquiladas las posibilidades de gobernabilidad en el país, y eso que vivo una vida demasiado cómoda y no me afectan directamente los problemas reales de la mayor parte de la población.

Por usar una analogía, supongamos que el sistema político es el avión, los políticos son la tripulación y el pueblo somos los pasajeros. Nosotros, el pueblo, estamos conscientes de que las anteriores tripulaciones han sido las responsables del mantenimiento del avión. Hemos visto como lo han descuidado, podemos ver chapuces, piezas rotas y espacios vacíos donde deben ir elementos fundamentales. Supongamos ahora que nos tienen a todos en el aeropuerto y tenemos que ponernos de acuerdo y elegir una nueva tripulación. La pregunta es, ¿qué tanto importa quién sea la tripulación si podemos ver claramente que el estado del avión, sus partes más importantes, están hechos pedazos, sino totalmente destruidas, a punto de destruirse? ¿Usted se montaría a un avión que ofrece más probabilidades de estrellarse en el camino que de llegar a cualquier destino?

Eso por un lado, por otro está el saqueo que la tripulación pueda hacerle a los pasajeros durante el viaje. Recordemos que eso es lo que busca la tripulación, solo quieren elevar vuelo para recuperar plenamente el control, para llevar al grupo a donde les plazca, haciendo caso omiso de los problemas mecánicos. No les interesa hacerle mantenimiento al avión, exige muchos recursos y esfuerzo que prefieren enfocar en sus fechorías.

Y ese es el problema. Los políticos son los guardianes del sistema, de este sistema viciado. Las elecciones son el medio por el que entran al sistema.

Recordemos también que el “Orden constitucional” es una construcción civil, (o no sé si cívica sea la palabra adecuada); la idea es que es una figura que nos hemos impuesto para regirnos y normarnos, ¿qué hacer cuando esa figura se vuelve contra los intereses de la mayoría? ¿qué hacer cuando esa figura atenta directamente contra la integridad de la sociedad? ¿quién sostiene la figura, si no es la misma sociedad? Así, nos convertimos en nuestros propios verdugos.

Sobre soluciones y propuestas no sé, no soy mecánico. Pero estoy seguro que el avión necesita quedarse en tierra por un tiempo, para que se le dé el mantenimiento que requiere y podamos seguir volando con suficiente seguridad. Cierto que siempre habrán tripulaciones pillas que se aprovechen de su condición, pero al menos deberíamos hacerles difícil el acceso y de paso asegurarnos de que el avión pueda volar.

Pero luego, según van las cosas hoy, el avión va a despegar, y a menos que individualmente nos logremos escapar, todos iremos en él. Solo acuérdense de mí cuando vayamos en picada o aporréenme cuando aterricemos sanos y salvos, puedo estar equivocado.


P.D.: No necesito señalar a ningún partido ni candidato en particular, pues me refiero a algo que está antes de ellos y, por tanto, los anula a todos.

lunes, 10 de agosto de 2015

Sobre un Estado que agrede y un pueblo que aplaude

(Por favor, señálese cualquier falencia.)

Gorrito de fiesta de cumpleaños con camuflaje militar. (2003) Darío Escobar.*
(Parte de performance: Short Stories - Fábrica del Vapore)



Hace unos días, tarde en la noche, mientras daba una de las últimas revisadas al Facebook antes de pasar a las últimas fases de mi rutina nocturna, me topé con algunos comentarios acerca de la golpiza que unos soldados le dieron a un par de jóvenes. Desconozco los pormenores del asunto, los motivos y consecuencias, pero creo que es posible evaluar la situación antes de entrar a todos los detalles. Esto, quizá, sería analizarlo superficialmente, pero estoy seguro que permitirá ver más de algo.

¿Qué pasó? Que unos soldados golpearon a unos jóvenes. Ahora, ¿se puede pensar en algún motivo que justifique esto? Se me ocurre que si los soldados estaban bajo ataque, o bajo alguna amenaza seria ─qué sé yo, que les estén apuntando con un arma, o atacando con un cuchillo o incluso un garrote, o al menos que el civil esté agrediéndoles deliberadamente─, o porque estén interviniendo en un conflicto violento entre civiles. Fuera de esas circunstancias, no puedo pensar en nada que justifique la agresión de parte de un servidor público, aunque sea de una mínima manera, a un civil.

Demos un paso atrás. Las fuerzas de seguridad ─en teoría la policía, pero en nuestros países también entra a jugar, con demasiada frecuencia, el ejército─ son eso, fuerzas de seguridad: entidades creadas con el único fin de resguardar a la sociedad; son supuestas garantías de seguridad. Entonces, vale preguntarnos, ¿las acciones de estos soldados fueron una intervención en beneficio de la seguridad de la población? Quizá, si nos ponemos proyectivos o fantasiosos, sí; pues podríamos argumentar que los jóvenes eran delincuentes, entonces recibieron su castigo por los delitos cometidos y, quizá, tal golpiza propinada por agentes de “seguridad civil”, sea un incentivo para no delinquir más.

Ahora, he aquí la cuestión ─talvez depende de dónde o cómo se adquirió el conocimiento del idioma, pero...─: en el castellano que yo conozco, esto se llama justicia, no seguridad. Recordemos entonces lo dicho al principio del párrafo anterior, los policías ─y en casos como Guatemala los soldados─ cumplen la función de fuerzas de seguridad, nos son una entidad de justicia, para eso están los jueces ─quienes, en nuestro sistema, son los encargados de impartir justicia─. Cierto que son un órgano del sistema de justicia, pero su función no es ser jueces ni verdugos.

Pero entonces, ¿qué es esto de la seguridad? Si pienso en seguridad pienso en prevención, pienso en poder salir tranquilo a dónde sea que vaya, sin temor a sufrir algún daño. Por eso decimos que en Guatemala vivimos en un estado de “inseguridad”, porque son pocos los que salen con esa sensación de tranquilidad, y son pocos los lugares donde uno se siente “seguro”. De tal manera que la seguridad es esa garantía de que podremos ejercer nuestros derechos y libertades efectivamente.

Por el otro lado, ¿qué es la justicia? El término es muy grande, pero no entremos al concepto del ideal de justicia, pues no creo ser capaz de expresar suficiente al respecto. En cambio, limitemos la exposición al sentido práctico de justicia ─más como una forma de resarcimiento─. Entonces, podríamos decir que la justicia es la ejecución de un ajuste de cuentas, de corregir una actitud, acto, o lo que sea, de balancear la situación y devolver o entregar a cada quién lo que le corresponde. Para eso se han elaborado complejos sistemas legislativos y judiciales, en los que se establecen una serie de normas para regular las actividades dentro de una comunidad, estableciendo límites, derechos y obligaciones, con la intención de permitir una vida en paz con la mayor libertad posible ─o quizá sea mejor hablar de un límite conveniente (para “todos”) de las libertades─. Y, correspondientemente, se han establecido ciertos lineamientos para hacer valer aquella legislación, procesos que sancionan a los infractores para “garantizar” los derechos, libertades y demás, de todos los integrantes de una comunidad ─entendiendo comunidad como la unidad de lo común, lo aglomerado en lo común─.

Creo que con esto ya podemos identificar con claridad la distinción entre una entidad de “seguridad” y una de “justicia”. (Me disculpo por los atropellos conceptuales y todos los saltos que la sobresimplificación de esta exposición han provocado, además de mis carencias narrativas e intelectuales.)

***

Podríamos entrar a discutir qué hace el ejército fungiendo como fuerza de seguridad ciudadana. Si nos vamos a definiciones, esa es tarea de la policía, y la función del ejército es la protección contra amenazas exteriores, se me ocurre que el combate contra el narcotráfico es quizá la excusa más válida que justifique la existencia del ejército en Guatemala. Sin embargo, es una práctica común en nuestros países “tercermundistas” ─¿será esto un síntoma del “retraso” o una herramienta de retraso?─, y en este caso particular, resulta irrelevante; lo que importa es que un agente de seguridad ciudadana, en el ejercicio de sus funciones, agredió a un civil. ¿Acaso no es obvia la contradicción que esto representa? ─¡Pero eran unos delincuentes!─ exclaman algunos, hinchados de orgullo, ilusionados por la fantasía de justicia.

Para esto es necesario volver a la distinción entre seguridad y justicia, para elaborar otro poco. Lo sucedido es un ejemplo de una persona individual impartiendo justicia. Si imaginamos un mundo en el que cada quien aplica la justicia desde su interpretación de las leyes, desde sus estándares morales y lo que piensan que deben ser las normas sociales “comunes”, estoy seguro de que nos mataríamos entre todos. Vamos a ejemplos concretos. ¿Cuántas veces, mientras se va manejando por el insoportable tráfico de la ciudad, no hemos deseado auténticamente eliminar de la existencia a cualquier cantidad de conciudadanos? Pensemos en los conductores de transporte colectivo, uno que otro taxista y la bastedad de conductores particulares que sobresalen por su imprudencia; no dejemos de lado a los agentes de tránsito, que muchas veces causan más problemas de los que resuelven. Eso por un lado. Luego pensemos en todas las veces que nos hemos equivocado. Estoy seguro de que a más de alguien se le ha perdido algo, preciado o no, y ha señalado como culpable a alguien, con total certeza, quizá creyeron haber visto entre las cosas del sospechoso aquello que a uno se le “perdió”. Conozco ese sentimiento de certeza, y sé que si no hubiera algún impedimento aplicaríamos el castigo que nos pareciera pertinente, sin detenernos a verificar la evidencia, pues nuestra certeza es suficiente. Ahora ubiquémonos al otro lado del asunto, también estoy seguro que muchos hemos sido erróneamente acusados de algo que no hemos hecho.

Es precisamente por estos motivos que, como sociedad, se establecen procesos judiciales: para asegurar, dentro de lo posible, el esclarecimiento de un suceso, la identificación del verdadero culpable y la aplicación del castigo correspondiente; con la intención de aplicar un castigo justo y evitar castigar a inocentes. Y es que es muy fácil distanciarse, verse a uno mismo como el ciudadano modelo que jamás estaría envuelto en una situación de riesgo, pero tengo una noticia ─vieja acaso─: vivimos en sociedad, y así como nos beneficiamos de ella, también estamos en riesgo constante de caer, real o aparentemente, del lado equivocado de la ley (piénsese en una situación límite o un accidente, o una parada en un puesto de registro).

***

Sucesos, como el de hace unas semanas, lejos de fortalecer el sistema de justicia, y resguardar la seguridad ciudadana, lo debilita. La obligación de las fuerzas de seguridad nunca será impartir justicia, sino proteger a los ciudadanos, sean culpables o inocentes. Ellos no serán quienes decidan el grado de culpabilidad de un civil, ni el castigo que le corresponde. Vamos de vuelta, esa es la labor del sistema de justicia. Y es que la aplicación de justicia, por mano propia, constituye un nuevo delito, es agresión y/o asalto, cuando es entre civiles; ya luego, si se prueba que fue en defensa propia, el mismo sistema ofrece una salida, pero esto se hace después de verificar los hechos. Ahora, si un funcionario del estado, en el ejercicio de sus funciones, y tomando provecho de su condición, agrede o asalta de cualquier manera a un civil, esto constituye una violación a los derechos humanos. (¡Uy no! ¡Lo dije! ¡Me atreví a sacar la grosería de los Derechos Humanos! A ver si lo logro explicar suficientemente claro.)

Los Derechos Humanos son una herramienta legal de aplicación mundial ─esa categorización de «universal», debe admitirse patética, o al menos demasiado ambiciosa─ que protege a los ciudadanos de cualquier abuso de parte del Estado. Un soldado, un policía y cualquier funcionario público, en el ejercicio de sus funciones, no es un civil más, es un representante del Estado que goza de ciertos beneficios y, supuestamente, le rigen ciertas obligaciones. De tal manera, sus acciones no se justifican como actos individuales, sino como oficiales, correspondientes al gobierno, de interés para toda la sociedad ─«toda la sociedad» incluye a todos habitantes, los que le gustan y los que no─ y, principalmente, de interés para el Estado. De ahí la diferencia, para todos los que no terminan de entender qué son los Derechos Humanos (que, lo más seguro es que, si empezaron a leer esto, no llegaron hasta aquí): la función de los Derechos Humanos ─en este aspecto─ es proteger a los ciudadanos de los abusos que el Estado, por su situación de poder, pueda infligir. Por su lado, el Estado tiene procesos establecidos para impartir justicia y garantizar la seguridad de los ciudadanos, para los conflictos entre ciudadanos; de la misma forma, no podría considerarse un proceso justo si es el mismo Estado quien interviene entre un conflicto entre un funcionario del Estado y un civil (es algo parecido a porqué en los partidos de futból internacionales el árbitro siempre es de una nacionalidad distinta a los equipos que están jugando). Ahora, si el conflicto contra los DDHH está en que se piensa que el Estado y sus funcionarios deban tener acceso libre para aplicar la justicia a discreción, creo que sería inútil intentar un contraargumento, pues tanto más que razón escapa a quien pueda sostener esa concepción.

Claramente, debo hacer la salvedad que, en una situación límite, algunas acciones ofensivas de las fuerzas de seguridad se justifican, pero se deben detener al momento de la aprehensión. Pensemos en una balacera entre civiles y las fuerzas de seguridad. Mientras dure el intercambio, pues se está en una situación límite, el daño ocasionado no se considera una violación a los Derechos Humanos. Sin embargo, cuando termine la balacera, si los civiles son capturados con vida, puesto que ya no se está en una situación límite, cualquier agresión contra ellos, será considerada como una violación a sus Derechos Humanos, aunque su culpabilidad sea aparente.

***

No había visto el video, pero me pareció ridículo que esté intentando escribir al respecto sin haberlo visto. Entonces lo ví. Se me revolvió el estómago y lo que me dio más rabia fue pensar que, en caso que los jóvenes auténticamente eran delincuentes, esta agresión seguramente los va a lograr exonerar del sistema de justicia. Claro, tenemos que regresar a que estamos en Guatemala, en donde no se puede decir "sistema de justicia" con seriedad. Pero, ¿es esto la solución?

Como también soy un ciudadano guatemalteco, que unas cuantas veces he sido víctima de la inseguridad en el país, puedo entender esa respuesta visceral que se satisface con la venganza, la morbosidad de dañar a quien sea con tal que represente aquello que desprecio, que me perjudica o que de alguna manera me molesta. Pero luego se debe tomar un poco de distancia y entender que no debemos sucumbir ante nuestras respuestas viscerales, ante nuestros instintos más salvajes, ya que de esta forma se alimenta el ciclo. Por eso es que hemos desarrollado sistemas legales y de justicia, para regular estas respuestas.

Si vivimos en una sociedad en la que nos quejamos de la inseguridad y la violencia, ¿cuál es el gozo que produce la golpiza? ¿Dónde está el agrado? ¿Qué es lo que se agradece? ¿Qué lo distingue a usted, brutal, salvaje, del delincuente? ¿Qué lo distingue a usted, brutal, salvaje, del soldado? No se puede negar que detrás de esto hay un sentimiento medieval, digamos primitivo y bastante vil por cierto.

Permitir ─y aplaudir─ que cualquier elemento de seguridad imparta justicia por su propia mano es exactamente como querer tener hijos masturbándose; o sea, la parte inmediata del proceso se satisface, pero al final es un esfuerzo infértil, literalmente infértil para la intención reproductiva, y exactamente igual de aplicable para la intención social.



*Imágen recuperada del sitio web del artista (http://www.darioescobar.com/)