Para mí es innegable que, más que indiferencia, lo que tenemos es una gruesa callosidad, un inmundo habituamiento —sin embargo acostumbrado—. De ahí surge una forma de desconfianza, pero no es por malicia, es más el cansancio de haber peleado y reclamado hasta perder las esperanzas de que algo mejor sea posible. No es indiferencia, es desesperanza.
No lo niego, lo padezco. He sido un mediocre inconforme toda mi vida. Y es que la corrupción en este país no es nada nuevo, las pruebas al respecto tampoco; desde que puedo recordar los poderes se mueven de maneras tendenciosas, sin rastro de un sentido de justicia.
Quizá la esperanza ahora nace del delirio de poder que las redes sociales nos dan a nosotros, simples ciudadanos; un delirio que amenaza con invadir a las masas, para convertirse en realidad. Cabe incrustar mi repudio al concepto borreguizante de "las masas", pero cuando veo una buena intención de fondo, se disuelven las críticas. Solo espero que el movimiento logre mantenerse limpio de influencias. Y mientras tanto, a soñar con la posibilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario