Tengo un
constante disgusto por las construcciones simbólicas, características de las
culturas, que dan un sentido de pertenencia. Más aun cuando se adoptan símbolos
sin la mínima idea o interés por su significado original. Pero al final de
cuentas, cada quien puede inventar su propia realidad. Entonces, ¿por qué
habría de molestarme?
Yo mismo soy
un licuado intragable de ideologías y retazos de nociones culturales. Nacido y
criado en Guatemala. Estratificable como clase media acomodada. No sé si por
gracia de un demonio o desgracia de algún santo, educado en un colegio de clase
alta (muestra del devoto esfuerzo de mis padres [sinceramente agradecido por el
esfuerzo, en caso que este texto llegue a ustedes]). En plena adolescencia se
modificó parcialmente mi situación civil de ciudadano a residente/ciudadano,
tras reclamar exitosamente la nacionalidad de mi abuelo. Posterior a eso se
presentó el requisito de decidir la ruta por la que se encaminaría mi progreso
personal y desarrollo profesional. Consecuente a mi dificultad para decidir, resulté
arrojado al sistema laboral, para aprender la “importancia de una profesión”.
Tras esto, como parte de mi proceso de maduración, estalló una crisis
espiritual que terminó de devastar las tambaleantes fantasías que, a mis ojos,
sostienen toda religión. Finalmente, después de cerca de ocho años deliberando,
fui capaz de decidir hacia donde quería dirigir mis esfuerzos profesionales. Dos
años después me casé.
Todas estas
cosas, en vez de sumar a mi identidad, me dan la sensación que la diluyen. Como
si no he tenido la oportunidad, en ningún momento, de tomarme el tiempo
suficiente para digerir las experiencias, comprender lo que sucede en mi
entorno, comprender cómo todo esto me afecta y, finalmente, conformarme. Pero,
¿qué tiene que ver todo esto con los símbolos culturales y sus significados y
el sentido de pertenencia? Sencillamente todo.
Concentrémonos
en el evento casual de mi nacimiento. No recuerdo cual es el término
políticamente correcto, pero soy un ladino – o mestizo – nacido en Guatemala.
Un país post-colonizado que se ha quedado encerrado en múltiples círculos de
sub-colonización; un país con tanta diversidad que ni la más infame desgracia
logró unificar, ya fuera por resistencia o sumisión; un país en el que todos se
consideran ajenos mientras recitan plegarias de solidaridad. Como consecuencia
obvia, uno se ve forzado a integrarse a una de estas fracciones en las que se
ha pulverizado el significado de la hegemonía. Se hace necesario combatir y
reprimir partes fundamentales del individuo en este proceso. Me atrevo a decir
que, en nuestro intento de formar parte de una noción de cultura, nos
autodestruimos. Y eso simplemente es patético, que en su proceso de construcción,
uno se destruya.
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