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domingo, 1 de mayo de 2016

Sobre iniciativas controversiales (Sobre controversias falaces)

En Guatemala el conservadurismo se opone a leyes que atañen directamente a las causas de nuestras dificultades sociales. Sí, en cuestión de transparencia y de corrupción aún hay mucho por hacer. Sí, eso también debe ser prioritario. Pero el problema es que el poder no es cedido voluntariamente; quién se beneficia de la corrupción no enderezará su acciones ni renunciará a sus privilegios por buena voluntad, pues esto le reduciría a un “ciudadano común”. De manera que es necesario ganar terreno allá donde descansa el poder. ¿Dónde es eso?


Aquí los poderes “ocultos” viven de la violencia y de la desigualdad, ahí se encuentran los mecanismos en los que se apalancan. Maras, narcotráfico, pobreza y desnutrición son algunos de estos mecanismos. De ellos se desprenden otras batallas, pero esas son superficiales, solo buscan dar la sensación de inestabilidad para justificar sus malabares, para mantener sus intereses; son guerras privadas. 

Luego se hace necesario diferenciar entre delincuencia común y crimen organizado. En gran medida uno es consecuencia del otro: la falta de oportunidades y un ambiente social hostil promueven y perpetúan estilos de vida indeseados, peligrosos e insostenibles. Con esto no pretendo apologizar sobre los delincuentes de vocación (sí, la expresión es un exceso), pues hay que reconocer que siempre habrá individuos bordeando en la sociopatía. Pero hay que entender que estos no son la regla cuando nos encontramos en circunstancias de opresión sistemática.

En las próximas publicaciones intentaré presentar un ejercicio de análisis sobre las iniciativas que actualmente se plantean: la ley de la juventud y la del cannabis. En varios ámbitos las veo íntimamente relacionadas a los cuatro mecanismos que mencioné anteriormente, y es que entre ellos mismos guardan un parentesco demasiado estrecho.

sábado, 23 de abril de 2016

De balas y breves nubes blancas

Hoy amanecí cansado, la balacera de anoche no me dejó dormir bien. Más que cansado, amanecí tarde; sé que solo me levanté por la insistencia de los perros exigiendo desayuno. Peligrosamente adormitado les sirvo su comida. Luego bajo las gradas, aumentando el peligro. El susto no me despierta, conozco el camino. Saco un plato hondo y mis botes de cereal. ─¡Mierda!... se acabó la miel.─ Seco será. Los dejo en la mesa mientras pongo a calentar agua para hacer café.

El calor desgraciado de esta época no escapó durante la noche. Por un pequeño orificio en la ventana se cuela una correntada de la brisa de la madrugada; inmediatamente la abro, para que entre algo de esa frescura que aún vagabundea por el patio.

Preparo el café, sirvo el cereal y me siento a comer. ─Tampoco hay fruta.─ La corriente me traiciona por momentos, invitando a entrar ráfagas ferrosas y ardientes. Agradezco lo que me logró refrescar y retomo la rutina.

Con el café aún intomable subo a mi oficina. Me siento, abro la computadora y escribo por un rato. El cansancio apenas me deja pensar. Anoto puras estupideces de diario de adolescente frustrado. Cierro el documento y abro el explorador para empezar a trabajar, a hurgar en la vastedad del Internet y de las redes sociales en busca de algún artículo interesante.

Me topo con un post de un noticiero, empieza a correr un video tomado de una cámara de seguridad. La escena es una intersección en cualquier barrio de la ciudad. En el extremo superior se ve movimiento: gente sale corriendo. De pronto aparece un carro, se hace a la orilla, se abren las puertas, bajan unos hombres y se dirigen al extremo derecho de la escena. Se ven unas cuantas breves nubes blancas, vuelven al carro y se van. Se corta la imagen, inmediatamente empieza a correr otra grabación, también de una cámara de seguridad. Aparece un hombre corriendo, detrás de él viene un carro, del mismo color del que se mostraba en la otra escena, el hombre que iba corriendo cae al suelo, casi al centro del encuadre. Parece ser otro ángulo de la misma escena (esto lo confirman los comentarios en el post). Dos hombres salen del carro, se acercan al que está en el suelo, breves nubes blancas salen de sus manos. Regresan al carro mientras el hombre permanece en el suelo, inmóvil. Se corta la imágen. ─¡Qué grotesco!─

El café aún está muy caliente. Sigo navegando. Encuentro mil estupideces pero nada útil. Una brisa mueve la cortina de mi ventana. La levanto y descubro dos pequeños agujeros en el vidrio. Me molesto con la insistencia del viento, abro la ventana; estoy abierto a cualquier esperanza de frescura en estas condiciones. Así se me va la mañana, cocinándome lentamente.

Medio día. Los perros exigen comida, los perros reciben comida. Bajo a almorzar. Al terminar me doy cuenta de que no he terminado de despertar. Empiezo a pensar en cerrar las ventanas, más que refrescar parece que solo dejan entrar más calor. Una ducha fría me haría bien, pero no tengo suficiente fuerza para hacerlo.

El día de trabajo aún no termina, sigo espulgando la red. Otro noticiero, otro video que empieza a correr. De nuevo la perspectiva de la cámara de seguridad, esta vez la escena es un estacionamiento en un pequeño comercial de cualquier calle de la ciudad (resulta ser de una ciudad vecina; el escenario es el mismo). Breve nube blanca y cae un hombre. Se agita el ambiente, carros se mueven y aparecen varios hombres. Se les ve tensos, nerviosos, manos juntas y brazos estirados. La calidad de la imagen es bastante pobre como para distinguir detalles. Cambia la escena: el interior de un local, algo como un pequeño restaurante. Dos sujetos entran, agitados; parecen estar molestos. Empiezan a hablar con un hombre de camisa azul que se esconde bajo una mesa. Intercambian palabras, uno de los individuos le toma de la camisa y lo hace a un lado. Supongo que discuten, pues decir que conversan no parece adecuado. El segundo sujeto dirige sus brazos en dirección al hombre de azul, breve nube blanca y este se desploma. Salen del local. Cambio de cámara, de nuevo al estacionamiento. Se suben a distintos carros y se van. Sigo navegando, aún hay más contenido por encontrar.

Eventualmente termina el día. Cena para los perros, cena para mí. Me voy a la cama y abro un libro. Siento como si nunca me desperté. Cierro el libro, apago la luz y me acuesto a dormir. A lo lejos se escuchan balazos. ─Estos desgraciados no me dejarán dormir otra vez.─


lunes, 21 de marzo de 2016

Sobre el asesinato como política de Estado

Ha renacido la discusión acerca de si debemos o no, como sociedad, volver a activar la pena de muerte. Hay quienes ─aparentemente una mayoría (y si no mayoría, una buena parte de la población)─ ven en esta la panacea para nuestro país; piensan que a través del asesinato sistemático de delincuentes comunes se van a resolver los problemas estructurales que nos achacan. Algunos objetarán, negando ser tan ilusos, y dirán que este no es el remedio para nuestros problemas, pero que al menos es algo, es un avance. ¡Vaya forma de hacer valer la vida de las personas!, aquí nos proponemos matar gente solo porque es algo, porque tal vez pueda mitigar la sofocante violencia que nos hemos construido. Finalmente, hay quienes abogan por una perspectiva más pragmática, deliciosamente bíblica, eliminando la violencia al eliminar a las supuestas fuentes de violencia.

En un post anterior argumentaba que la máxima expresión del fracaso de un Estado se ve cuando este agrede a la población que debe defender (Sobre un estado que agrede y un pueblo que aplaude). De esta forma, a mis ojos, cada vida que se pierde a manos de delincuentes es responsabilidad del Estado, así también, las vidas que él mismo tome incrementan los números negativos en su índice de eficiencia. Pero no entremos en esto, pues es sólo un juego lógico. Vamos a problemas claros y puntuales. 

El problema de ver la solución en la condena

La pena de muerte significa una resolución a un caso. Como tal, es la última fase de un proceso judicial. ¿Acaso no es esta una de las mayores deficiencias del sistema de justicia en Guatemala? ¿Estamos dispuestos a entregar la potestad para ejecutar a una persona a una institución que es inefectiva para realizar específicamente el proceso judicial? 

Lo que hacemos al aceptar esto es abrir las puertas para la legalización de ejecuciones extrajudiciales, mientras se refuerza la impunidad que nos corroe y condenamos a muerte a personas inocentes. 

El problema de considerar el castigo como disuasivo

El temor al castigo no es un disuasivo efectivo. Solo es necesario pensar en la última cosa “indebida” que cada quien hizo; algo tan sencillo como romper la dieta o decir una mentirilla. El mismo proceso psicológico está detrás: el deseo por la recompensa inmediata y la convicción de que nuestra culpa nunca será descubierta. Lo mismo sucede con las enfermedades, uno se cree inmune, piensa que ese tipo de cosas no le van a pasar, que eso solo le pasa a otros; por eso la negación es la primera fase cuando lidiamos con algo que “no debería pasarnos a nosotros”, porque, de alguna manera, creemos que estamos arriba de todos los demás. En fin, el delincuente no está considerando las consecuencias. Más bien, responde a sus circunstancias o quizá padece de alguna enfermedad mental. 

Como muestra tenemos acceso a varios estudios y estadísticas. Por ejemplo, el sur de Estados Unidos es al mismo tiempo la región con mayor porcentaje de homicidios y de ejecuciones. Si la pena de muerte fuera efectiva como disuasivo, la estadística sería: a más ejecuciones, menos homicidios. Pero no es así, y lo comprueba la estadística del noreste: la región con menos ejecuciones es también la región con menos homicidios. Estas estadísticas solo muestran datos de Estados Unidos, y claro que esa no es evidencia suficiente, pero esto no es una tesis de grado. Sirva como demostración que actualmente la mayoría de países del mundo han abolido la pena de muerte, y que aquellos que la mantienen son estados retrógrados y violentos por excelencia. 

La carga de la culpa

¿Nos damos cuenta de que, como sociedad, cargaremos con la culpa de haber asesinado a gente inocente por someterlos a un sistema decrépito?

En mi nombre no se mata. 

Único “beneficio” real

La pena de muerte satisface la sed de venganza. Por tanto favorece la división, levanta muros que impiden la reconciliación. Con ella se valida la venganza violenta, absoluta, como solución.



Considerando todo esto, ¿a quién beneficia todo este embrollo? Yo no soy quién para señalar, pero detrás de la maleza se camuflan oscuros intereses.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Sobre las elecciones

Hoy me discuto si anular el voto o resignarme a algo que va a suceder, si reducirme a lo práctico o creer que en Guate podemos ir más allá, a aspirar a algo más satisfactorio, más inclusivo, menos polarizado. Mientras tanto...

Como yo lo veo. Por preocuparnos de que todo siga igual, de mantenernos dentro del rigor de lo establecido, es que las cosas no pueden cambiar. Esta es la verdadera cortina de humo.

El problema de fondo en Guate es que estamos sumidos en un sistema político viciado, y todos los partidos con oportunidades de acceder al poder están conformados por─ o tienen influencias de─ personas y grupos engañosos, corruptores y demás. La cuestión entonces es preguntarse ¿es razonable creer que esas mismas personas van a velar por que se pasen las reformas íntegramente? O sea, sí van a pasar reformas, quede quien quede, pero serán versiones tan parchadas que antes de proteger los intereses reales del pueblo, de la mayor parte de la población, solo les habilitaran nuevas y reforzadas defensas a estos pillos para seguir haciendo sus trastadas.

Darle a los políticos que ahorita están en fila para ser elegidos, y confiar en ellos para hacer las enmiendas que se esperan, es lo mismo que hicimos (porque voté por él) al creerle a Otto su discurso de seguridad. Es cierto que mi postura puede considerarse idealista, pero la creo menos ingenua que la opuesta. La cuestión es que veo roto al estado, veo totalmente aniquiladas las posibilidades de gobernabilidad en el país, y eso que vivo una vida demasiado cómoda y no me afectan directamente los problemas reales de la mayor parte de la población.

Por usar una analogía, supongamos que el sistema político es el avión, los políticos son la tripulación y el pueblo somos los pasajeros. Nosotros, el pueblo, estamos conscientes de que las anteriores tripulaciones han sido las responsables del mantenimiento del avión. Hemos visto como lo han descuidado, podemos ver chapuces, piezas rotas y espacios vacíos donde deben ir elementos fundamentales. Supongamos ahora que nos tienen a todos en el aeropuerto y tenemos que ponernos de acuerdo y elegir una nueva tripulación. La pregunta es, ¿qué tanto importa quién sea la tripulación si podemos ver claramente que el estado del avión, sus partes más importantes, están hechos pedazos, sino totalmente destruidas, a punto de destruirse? ¿Usted se montaría a un avión que ofrece más probabilidades de estrellarse en el camino que de llegar a cualquier destino?

Eso por un lado, por otro está el saqueo que la tripulación pueda hacerle a los pasajeros durante el viaje. Recordemos que eso es lo que busca la tripulación, solo quieren elevar vuelo para recuperar plenamente el control, para llevar al grupo a donde les plazca, haciendo caso omiso de los problemas mecánicos. No les interesa hacerle mantenimiento al avión, exige muchos recursos y esfuerzo que prefieren enfocar en sus fechorías.

Y ese es el problema. Los políticos son los guardianes del sistema, de este sistema viciado. Las elecciones son el medio por el que entran al sistema.

Recordemos también que el “Orden constitucional” es una construcción civil, (o no sé si cívica sea la palabra adecuada); la idea es que es una figura que nos hemos impuesto para regirnos y normarnos, ¿qué hacer cuando esa figura se vuelve contra los intereses de la mayoría? ¿qué hacer cuando esa figura atenta directamente contra la integridad de la sociedad? ¿quién sostiene la figura, si no es la misma sociedad? Así, nos convertimos en nuestros propios verdugos.

Sobre soluciones y propuestas no sé, no soy mecánico. Pero estoy seguro que el avión necesita quedarse en tierra por un tiempo, para que se le dé el mantenimiento que requiere y podamos seguir volando con suficiente seguridad. Cierto que siempre habrán tripulaciones pillas que se aprovechen de su condición, pero al menos deberíamos hacerles difícil el acceso y de paso asegurarnos de que el avión pueda volar.

Pero luego, según van las cosas hoy, el avión va a despegar, y a menos que individualmente nos logremos escapar, todos iremos en él. Solo acuérdense de mí cuando vayamos en picada o aporréenme cuando aterricemos sanos y salvos, puedo estar equivocado.


P.D.: No necesito señalar a ningún partido ni candidato en particular, pues me refiero a algo que está antes de ellos y, por tanto, los anula a todos.

lunes, 10 de agosto de 2015

Sobre un Estado que agrede y un pueblo que aplaude

(Por favor, señálese cualquier falencia.)

Gorrito de fiesta de cumpleaños con camuflaje militar. (2003) Darío Escobar.*
(Parte de performance: Short Stories - Fábrica del Vapore)



Hace unos días, tarde en la noche, mientras daba una de las últimas revisadas al Facebook antes de pasar a las últimas fases de mi rutina nocturna, me topé con algunos comentarios acerca de la golpiza que unos soldados le dieron a un par de jóvenes. Desconozco los pormenores del asunto, los motivos y consecuencias, pero creo que es posible evaluar la situación antes de entrar a todos los detalles. Esto, quizá, sería analizarlo superficialmente, pero estoy seguro que permitirá ver más de algo.

¿Qué pasó? Que unos soldados golpearon a unos jóvenes. Ahora, ¿se puede pensar en algún motivo que justifique esto? Se me ocurre que si los soldados estaban bajo ataque, o bajo alguna amenaza seria ─qué sé yo, que les estén apuntando con un arma, o atacando con un cuchillo o incluso un garrote, o al menos que el civil esté agrediéndoles deliberadamente─, o porque estén interviniendo en un conflicto violento entre civiles. Fuera de esas circunstancias, no puedo pensar en nada que justifique la agresión de parte de un servidor público, aunque sea de una mínima manera, a un civil.

Demos un paso atrás. Las fuerzas de seguridad ─en teoría la policía, pero en nuestros países también entra a jugar, con demasiada frecuencia, el ejército─ son eso, fuerzas de seguridad: entidades creadas con el único fin de resguardar a la sociedad; son supuestas garantías de seguridad. Entonces, vale preguntarnos, ¿las acciones de estos soldados fueron una intervención en beneficio de la seguridad de la población? Quizá, si nos ponemos proyectivos o fantasiosos, sí; pues podríamos argumentar que los jóvenes eran delincuentes, entonces recibieron su castigo por los delitos cometidos y, quizá, tal golpiza propinada por agentes de “seguridad civil”, sea un incentivo para no delinquir más.

Ahora, he aquí la cuestión ─talvez depende de dónde o cómo se adquirió el conocimiento del idioma, pero...─: en el castellano que yo conozco, esto se llama justicia, no seguridad. Recordemos entonces lo dicho al principio del párrafo anterior, los policías ─y en casos como Guatemala los soldados─ cumplen la función de fuerzas de seguridad, nos son una entidad de justicia, para eso están los jueces ─quienes, en nuestro sistema, son los encargados de impartir justicia─. Cierto que son un órgano del sistema de justicia, pero su función no es ser jueces ni verdugos.

Pero entonces, ¿qué es esto de la seguridad? Si pienso en seguridad pienso en prevención, pienso en poder salir tranquilo a dónde sea que vaya, sin temor a sufrir algún daño. Por eso decimos que en Guatemala vivimos en un estado de “inseguridad”, porque son pocos los que salen con esa sensación de tranquilidad, y son pocos los lugares donde uno se siente “seguro”. De tal manera que la seguridad es esa garantía de que podremos ejercer nuestros derechos y libertades efectivamente.

Por el otro lado, ¿qué es la justicia? El término es muy grande, pero no entremos al concepto del ideal de justicia, pues no creo ser capaz de expresar suficiente al respecto. En cambio, limitemos la exposición al sentido práctico de justicia ─más como una forma de resarcimiento─. Entonces, podríamos decir que la justicia es la ejecución de un ajuste de cuentas, de corregir una actitud, acto, o lo que sea, de balancear la situación y devolver o entregar a cada quién lo que le corresponde. Para eso se han elaborado complejos sistemas legislativos y judiciales, en los que se establecen una serie de normas para regular las actividades dentro de una comunidad, estableciendo límites, derechos y obligaciones, con la intención de permitir una vida en paz con la mayor libertad posible ─o quizá sea mejor hablar de un límite conveniente (para “todos”) de las libertades─. Y, correspondientemente, se han establecido ciertos lineamientos para hacer valer aquella legislación, procesos que sancionan a los infractores para “garantizar” los derechos, libertades y demás, de todos los integrantes de una comunidad ─entendiendo comunidad como la unidad de lo común, lo aglomerado en lo común─.

Creo que con esto ya podemos identificar con claridad la distinción entre una entidad de “seguridad” y una de “justicia”. (Me disculpo por los atropellos conceptuales y todos los saltos que la sobresimplificación de esta exposición han provocado, además de mis carencias narrativas e intelectuales.)

***

Podríamos entrar a discutir qué hace el ejército fungiendo como fuerza de seguridad ciudadana. Si nos vamos a definiciones, esa es tarea de la policía, y la función del ejército es la protección contra amenazas exteriores, se me ocurre que el combate contra el narcotráfico es quizá la excusa más válida que justifique la existencia del ejército en Guatemala. Sin embargo, es una práctica común en nuestros países “tercermundistas” ─¿será esto un síntoma del “retraso” o una herramienta de retraso?─, y en este caso particular, resulta irrelevante; lo que importa es que un agente de seguridad ciudadana, en el ejercicio de sus funciones, agredió a un civil. ¿Acaso no es obvia la contradicción que esto representa? ─¡Pero eran unos delincuentes!─ exclaman algunos, hinchados de orgullo, ilusionados por la fantasía de justicia.

Para esto es necesario volver a la distinción entre seguridad y justicia, para elaborar otro poco. Lo sucedido es un ejemplo de una persona individual impartiendo justicia. Si imaginamos un mundo en el que cada quien aplica la justicia desde su interpretación de las leyes, desde sus estándares morales y lo que piensan que deben ser las normas sociales “comunes”, estoy seguro de que nos mataríamos entre todos. Vamos a ejemplos concretos. ¿Cuántas veces, mientras se va manejando por el insoportable tráfico de la ciudad, no hemos deseado auténticamente eliminar de la existencia a cualquier cantidad de conciudadanos? Pensemos en los conductores de transporte colectivo, uno que otro taxista y la bastedad de conductores particulares que sobresalen por su imprudencia; no dejemos de lado a los agentes de tránsito, que muchas veces causan más problemas de los que resuelven. Eso por un lado. Luego pensemos en todas las veces que nos hemos equivocado. Estoy seguro de que a más de alguien se le ha perdido algo, preciado o no, y ha señalado como culpable a alguien, con total certeza, quizá creyeron haber visto entre las cosas del sospechoso aquello que a uno se le “perdió”. Conozco ese sentimiento de certeza, y sé que si no hubiera algún impedimento aplicaríamos el castigo que nos pareciera pertinente, sin detenernos a verificar la evidencia, pues nuestra certeza es suficiente. Ahora ubiquémonos al otro lado del asunto, también estoy seguro que muchos hemos sido erróneamente acusados de algo que no hemos hecho.

Es precisamente por estos motivos que, como sociedad, se establecen procesos judiciales: para asegurar, dentro de lo posible, el esclarecimiento de un suceso, la identificación del verdadero culpable y la aplicación del castigo correspondiente; con la intención de aplicar un castigo justo y evitar castigar a inocentes. Y es que es muy fácil distanciarse, verse a uno mismo como el ciudadano modelo que jamás estaría envuelto en una situación de riesgo, pero tengo una noticia ─vieja acaso─: vivimos en sociedad, y así como nos beneficiamos de ella, también estamos en riesgo constante de caer, real o aparentemente, del lado equivocado de la ley (piénsese en una situación límite o un accidente, o una parada en un puesto de registro).

***

Sucesos, como el de hace unas semanas, lejos de fortalecer el sistema de justicia, y resguardar la seguridad ciudadana, lo debilita. La obligación de las fuerzas de seguridad nunca será impartir justicia, sino proteger a los ciudadanos, sean culpables o inocentes. Ellos no serán quienes decidan el grado de culpabilidad de un civil, ni el castigo que le corresponde. Vamos de vuelta, esa es la labor del sistema de justicia. Y es que la aplicación de justicia, por mano propia, constituye un nuevo delito, es agresión y/o asalto, cuando es entre civiles; ya luego, si se prueba que fue en defensa propia, el mismo sistema ofrece una salida, pero esto se hace después de verificar los hechos. Ahora, si un funcionario del estado, en el ejercicio de sus funciones, y tomando provecho de su condición, agrede o asalta de cualquier manera a un civil, esto constituye una violación a los derechos humanos. (¡Uy no! ¡Lo dije! ¡Me atreví a sacar la grosería de los Derechos Humanos! A ver si lo logro explicar suficientemente claro.)

Los Derechos Humanos son una herramienta legal de aplicación mundial ─esa categorización de «universal», debe admitirse patética, o al menos demasiado ambiciosa─ que protege a los ciudadanos de cualquier abuso de parte del Estado. Un soldado, un policía y cualquier funcionario público, en el ejercicio de sus funciones, no es un civil más, es un representante del Estado que goza de ciertos beneficios y, supuestamente, le rigen ciertas obligaciones. De tal manera, sus acciones no se justifican como actos individuales, sino como oficiales, correspondientes al gobierno, de interés para toda la sociedad ─«toda la sociedad» incluye a todos habitantes, los que le gustan y los que no─ y, principalmente, de interés para el Estado. De ahí la diferencia, para todos los que no terminan de entender qué son los Derechos Humanos (que, lo más seguro es que, si empezaron a leer esto, no llegaron hasta aquí): la función de los Derechos Humanos ─en este aspecto─ es proteger a los ciudadanos de los abusos que el Estado, por su situación de poder, pueda infligir. Por su lado, el Estado tiene procesos establecidos para impartir justicia y garantizar la seguridad de los ciudadanos, para los conflictos entre ciudadanos; de la misma forma, no podría considerarse un proceso justo si es el mismo Estado quien interviene entre un conflicto entre un funcionario del Estado y un civil (es algo parecido a porqué en los partidos de futból internacionales el árbitro siempre es de una nacionalidad distinta a los equipos que están jugando). Ahora, si el conflicto contra los DDHH está en que se piensa que el Estado y sus funcionarios deban tener acceso libre para aplicar la justicia a discreción, creo que sería inútil intentar un contraargumento, pues tanto más que razón escapa a quien pueda sostener esa concepción.

Claramente, debo hacer la salvedad que, en una situación límite, algunas acciones ofensivas de las fuerzas de seguridad se justifican, pero se deben detener al momento de la aprehensión. Pensemos en una balacera entre civiles y las fuerzas de seguridad. Mientras dure el intercambio, pues se está en una situación límite, el daño ocasionado no se considera una violación a los Derechos Humanos. Sin embargo, cuando termine la balacera, si los civiles son capturados con vida, puesto que ya no se está en una situación límite, cualquier agresión contra ellos, será considerada como una violación a sus Derechos Humanos, aunque su culpabilidad sea aparente.

***

No había visto el video, pero me pareció ridículo que esté intentando escribir al respecto sin haberlo visto. Entonces lo ví. Se me revolvió el estómago y lo que me dio más rabia fue pensar que, en caso que los jóvenes auténticamente eran delincuentes, esta agresión seguramente los va a lograr exonerar del sistema de justicia. Claro, tenemos que regresar a que estamos en Guatemala, en donde no se puede decir "sistema de justicia" con seriedad. Pero, ¿es esto la solución?

Como también soy un ciudadano guatemalteco, que unas cuantas veces he sido víctima de la inseguridad en el país, puedo entender esa respuesta visceral que se satisface con la venganza, la morbosidad de dañar a quien sea con tal que represente aquello que desprecio, que me perjudica o que de alguna manera me molesta. Pero luego se debe tomar un poco de distancia y entender que no debemos sucumbir ante nuestras respuestas viscerales, ante nuestros instintos más salvajes, ya que de esta forma se alimenta el ciclo. Por eso es que hemos desarrollado sistemas legales y de justicia, para regular estas respuestas.

Si vivimos en una sociedad en la que nos quejamos de la inseguridad y la violencia, ¿cuál es el gozo que produce la golpiza? ¿Dónde está el agrado? ¿Qué es lo que se agradece? ¿Qué lo distingue a usted, brutal, salvaje, del delincuente? ¿Qué lo distingue a usted, brutal, salvaje, del soldado? No se puede negar que detrás de esto hay un sentimiento medieval, digamos primitivo y bastante vil por cierto.

Permitir ─y aplaudir─ que cualquier elemento de seguridad imparta justicia por su propia mano es exactamente como querer tener hijos masturbándose; o sea, la parte inmediata del proceso se satisface, pero al final es un esfuerzo infértil, literalmente infértil para la intención reproductiva, y exactamente igual de aplicable para la intención social.



*Imágen recuperada del sitio web del artista (http://www.darioescobar.com/)

jueves, 29 de mayo de 2014

Un vecindario artificial, para una población artificial.

Mientras espero que llegue la hora me siento en esta vieja pero nueva banca a la orilla de la plaza. Tiene una tan extraña sensación de paz este lugar que me da desconfianza. Se podría decir que está desolado. Tal vez he visto unas doce personas; lo contrario a lo que en un lugar como este, o al menos con este aspecto, debería haber.

En vez de parecer nuevo, y por eso estar vacío, se me hace más a ser algo viejo y abandonado. Con la única excepción que todo está sumamente limpio, como si hubiese sido obsesivamente restaurado, tan limpio que parece de exhibición, no parece real. Es más, parece como si la vida se hubiera espantado, sin dejar huella.

El día es ideal para este escenario. Si tan solo no tuviera otras cosas que hacer, podría ser perfecto: el cielo mayormente despejado, con unas cuantas nubes que se pasean, como pequeñas y delicadas pinceladas, dispersas, blancas, inmaculadas; el sol brilla como si su única preocupación fuera iluminar este pedazo de tierra, como un sol privado, tan fuerte que apenas resisto su reflejo en el papel.


Un par de locales acaban de llegar, extrañamente, parecen turistas, incluso toman fotos; tanto se aleja este lugar de la realidad de Guate que un extranjero parece menos extraño que un local. Un vecindario artificial, para una población artificial.