jueves, 29 de mayo de 2014

Un vecindario artificial, para una población artificial.

Mientras espero que llegue la hora me siento en esta vieja pero nueva banca a la orilla de la plaza. Tiene una tan extraña sensación de paz este lugar que me da desconfianza. Se podría decir que está desolado. Tal vez he visto unas doce personas; lo contrario a lo que en un lugar como este, o al menos con este aspecto, debería haber.

En vez de parecer nuevo, y por eso estar vacío, se me hace más a ser algo viejo y abandonado. Con la única excepción que todo está sumamente limpio, como si hubiese sido obsesivamente restaurado, tan limpio que parece de exhibición, no parece real. Es más, parece como si la vida se hubiera espantado, sin dejar huella.

El día es ideal para este escenario. Si tan solo no tuviera otras cosas que hacer, podría ser perfecto: el cielo mayormente despejado, con unas cuantas nubes que se pasean, como pequeñas y delicadas pinceladas, dispersas, blancas, inmaculadas; el sol brilla como si su única preocupación fuera iluminar este pedazo de tierra, como un sol privado, tan fuerte que apenas resisto su reflejo en el papel.


Un par de locales acaban de llegar, extrañamente, parecen turistas, incluso toman fotos; tanto se aleja este lugar de la realidad de Guate que un extranjero parece menos extraño que un local. Un vecindario artificial, para una población artificial.

martes, 13 de mayo de 2014

Breve y sesgado análisis de dispersión cultural

Guatemala es un coctel de pluralidades a las que les ha sido imposible acordar una receta para formar una sólida e incluyente identidad colectiva nacional; por muchas razones. Dentro de ellas, se me ocurre suponer que a algunas comunidades no se les ha dado la gana; no les interesa o no lo encuentran conveniente. Es más, quizá a muchos lo que les interesa es que les dejen en paz, que les sea respetado su espacio y les permitan continuar con su vida de la forma en la que les parece más adecuado. 

Obviamente existe el otro extremo, aquellos a quienes sí les interesa adherirse. Éstos desean ser parte de una identidad que atrape la esencia de sus ideas particulares, inspirados por la noción de progreso dominante. Es aquí donde surge el problema, donde se formaliza el corte: en el concepto de identidad colectiva y en la contradicción que representa, pregonando inclusión, pero fortaleciéndose de la exclusión (para que exista un adentro, es requisito que exista un afuera). Además, las colectividades inevitablemente persiguen la neutralización del individuo, del sujeto identificado; objetivándolo, limitando sus posibilidades e imponiéndole restricciones, paradójicamente, bajo amenaza de exclusión.

Mi experiencia con el problema ha sido tal que, desde que puedo recordar, he tenido dificultades identificándome con la comunidad que me rodea. Siempre me he sentido ajeno al contexto, fuera de lugar. Por épocas he intentado ajustarme pero, no sé si ha sido falta de disciplina, poca devoción o porque simplemente el sacrificio no se compensa en beneficios, nunca lo he logrado. Durante todo este tiempo he buscado mi voz propia, mis ideas propias, aprehender mi individualidad; no con el afán de sobresalir, sino simplemente de distinguirme a mis ojos, de reconocerme; de intentar comprenderme como individuo, puesto que no encuentro donde ni como situarme, y los lugares que me han parecido adecuados, finalmente no me acomodan.

Podríamos decir entonces que mi aproximación es desde la frontera; sería iluso decir que estoy afuera y sería incómodo aceptar que estoy dentro. De aquí surgen las siguientes preguntas, ¿cuál es el problema de las identidades colectivas? y, ¿fomentan la unidad o la dispersión? 



¿Qué es una identidad colectiva?

Será conveniente, iniciar aclarando a qué me refiero con identidad colectiva. Como lo que nos interesa son personas, aplicaremos directamente de esta forma los términos.

Primero, ¿qué significa identidad? La palabra identidad tiene origen del latín identitas que puede traducirse como ‘de la misma naturaleza’ o ‘lo mismo’. Según RAE: identidad: 1. Cualidad de idéntico. 2. Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás. 3. Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a los demás. 4. Hecho de ser alguien o algo el mismo que se supone o se busca. 5. Igualdad algebraica que se verifica siempre, cualquiera que sea el valor de sus variables.

A lo largo de la historia, a esta palabra se la han dado dos usos, por un lado refiriéndose a lo que hace único a cada individuo y por otro lo que lo hace igual a otro. Tomo esta contradicción como evidencia de la intención de estandarizar a las personas, de encajonarlos a todos dentro de un mismo molde, para crear una masa mansa y maleable, sugiriendo que todo aquel que proviene de lo mismo, es lo mismo y, por tanto, va a lo mismo.

Tras solo definir la palabra identidad, resalta la conexión que tiene con la noción de colectividad. Como adjetivo, colectiva se define (también según RAE) como: 1. Perteneciente o relativo a una agrupación de individuos. 2. Que tiene virtud de recoger o reunir.

De esto valdría definir la identidad colectiva como una agrupación de individuos unidos por las características que comparten. Hasta aquí no suena tan mal, todos tenemos intereses comunes con otras personas que hacen amenas las interacciones. Sin embargo se complica cuando se le atribuye un valor emotivo a tal identidad. Entonces se convierte en un sentimiento que une a un grupo de personas, una red emotiva que envuelve al grupo y los captura dentro de ideas arbitrarias y parámetros de valoración que establecen un sentido. Demandando devoción y exigiendo responsabilidad sobre el supuesto beneficio de tal sentido, forzando una relación codependiente entre individuo e idea. Entonces surge el sentido de pertenencia, a partir del momento en que el individuo es poseído por la idea.

Así quedamos con dos formas de identidades colectivas, comprensibles al comparar lo que sucede con la ciencia y la religión: una objetiva y autocuestionante y la otra subjetiva y autoritaria.

Un claro ejemplo de esto nos obsequió nuestro bello pueblo en las pasadas semanas, que no puedo dejar de aprovechar: el homicidio de un menor por su afición a una institución deportiva. Y es precisamente a esto a lo que me refiero. Esto es el resultado de una identidad contaminada por emociones desmesuradas y primitivas. De individuos que se deshumanizan a causa de ideas que no pueden razonar, que no saben razonar o que escogen simplemente no razonar, hasta que su consciencia se corrompe. ¿En quién recae la responsabilidad? Nadie. Esta se diluye entre la masa, la acarrea la idea que unió a esa turba. Claro, este parece un caso extraordinario, comparable a fundamentalistas radicales, pero dentro de toda identidad colectiva que se respalde exclusivamente en emociones, solo es cuestión de verse expuesta a la chispa adecuada para estallar de manera similar. 

Me parece adecuado agregar un pequeño recordatorio sobre el origen casual de esas características que identifican a un grupo. Tanto las comidas, como las centenarias tradiciones y hasta los hábitos más superficiales, no son más que el resultado de la adaptación al entorno y la imposición e influencia de grupos o culturas dominantes. Con esto no quiero decir que no deban apreciarse, sino que simplemente se tomen por lo que son, una persona no es, ni deja de ser, quien es en función a su apego a tales elementos. Sería como valorar un árbol por la verdura de sus hojas, o la dureza de su corteza; y no como portador y albergador de vida.

Unidad excluyente

He encontrado ya varias explicaciones que indican a que el individuo se reconoce a sí mismo a través del otro, que es este el servicio que la comunidad presta al individuo. Que es a través de esa identidad colectiva que uno puede verse a sí mismo, actuando en los demás. Sin embargo, por muy justificable que sea, psicológica y sociológicamente, lo que vemos en los otros es solo una ilusión de lo que creemos que quisiéramos ser. ¿Acaso no solo se vislumbran instantes en los que centellean algunos rasgos, algunas características, que de ninguna manera logran atrapar la complejidad que es un individuo? De esta manera nos creamos ideas falsas de nosotros mismos, construidas sobre destellos de rasgos que idealizamos. Así nos alejamos de nuestra identidad autentica y, a partir de esa falsa identidad, buscamos adherirnos a grupos que interpretamos como representativos, atrayendo y sintiéndonos atraídos hacia quienes juzgamos como nuestros iguales, con el afán de reforzar esa identidad; consecuentemente, se encuentra necesario rechazar a quienes creemos diferentes, para proteger esa identidad y hacerla valer. Como se entiende, la exclusión es aceptada como parte necesaria del proceso, puesto que la realidad completa es juzgada a través de las ideas que sostienen a cada grupo, todo aquel que no se ajuste a los parámetros no puede recibir el mismo trato.

Un ejemplo valido, de las identidades colectivas emotivas, son las religiones. Se idealizan fantasías, se las toma como máximas reales, eliminando la frontera entre la realidad y la ilusión. Cerrando, con esta fórmula, el candado que aprisiona las mentes; decretando dañino el pensamiento y la exploración de otras alternativas. Aquel sinvergüenza que hoce pensar distinto será lanzado a la hoguera, excomulgado o excluido. Será exiliado a la soledad, donde su existencia no tendrá posibilidad de sentido, porque no podrá servir a aquel, que es el único sentido posible al humano.

Según la escala que se esté evaluando, parecería por momentos que las identidades unifican a las masas. Pero al ponerlo en el contexto actual de Guatemala, estas luchas por establecer identidades se mantienen fracturando a toda la población en comunidades excluyentes, complicando con cada día las posibilidades de encontrar aunque sea una sombra de armonía.

Cuando la emoción es fundamento, la razón es destrucción. Hasta no encontrar el balance que permita la tolerancia real, hasta no aprender a valorar lo que hace diferentes a las personas, hasta no abrir los ojos para entender que todos compartimos la condición de humanos y dominar los fantasmas que nos hemos impuesto, no será posible la pacífica coexistencia.

El individuo inválido

Se podría decir que todos esos procesos son llevados a cabo pensando en el beneficio del individuo. Cada uno recurre a estas identidades en su búsqueda por sentido. En teoría, las identidades nacen de individuos, se potencializan en colectividades, para retornar un beneficio al mismo.  Pero algo sucede en el proceso de colectivización, el individuo se estanca sin llegar a recolectar su beneficio, en sustitución se genera otro. El individuo se convierte en un accesorio para los fines de la identidad; esta ya no refleja el carácter de quienes la componen, sino que proyecta una identidad idealizada.

Entonces, ¿qué es del individuo? Abandonado a la voluntad de la colectividad, la estandarización del sentido suprime al individuo la capacidad de realizarse individualmente. Como los perros que tiran del trineo, los hombres son reducidos a meros impulsadores de ideas que no les pertenecen. Han sido convencidos de ser parte de algo mayor, tan grande que no tiene límite, que no se puede explicar ni comprender; por tanto, que no se puede alcanzar. Tómese como ejemplo el concepto de riqueza o el paraíso celestial.

Por todo lo expuesto, lo único que se me ocurre proponer – por ahora – sería hacer el experimento de contemplar las identidades individuales y colectivas, y por consiguiente las culturas, de la misma manera que se enfrentan las teorías científicas. Cuestionando y explorando incesantemente en busca de los significados reales, negando cuanto resulte perjudicial y exaltando lo beneficioso. Quizá después de desechar la estupidez orgullosa que nos impide cambiar de opinión podamos limpiar a la humanidad de sus tonterías, alimentar nuestro conocimiento de sus diferencias y, finalmente, apreciar su esencia dinámica.

viernes, 9 de mayo de 2014

Otro fin se aproxima

Con los años se vuelve un arte; se entrena al ojo a solo ver pasar.

El mundo se alborota pero se escucha lejano, desinteresado, ajeno.


El alma se hace ligera, el más leve suspiro la eleva. El cuerpo, al contrario, se hace pesado, rígido. 


El aprecio a la vida cambia, su valor se esfuma (y no se extraña). Con ella se van muchos sueños e ilusiones, dejando su vergonzosa mancha en la memoria. Se pudre lentamente, llevándose otros muchos sentimientos pasados, elevándose en vapores fétidos; aliviando toscamente el peso de una mente abrumada.


La esperanza se desvanece; otro fin se aproxima.