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martes, 27 de junio de 2017

Hablando impertinencias: ¿Es posible que alguien esté dispuesto a pagarme un sueldo por escribir?

Hice un anuncio para mi supuesto negocio que me empuja a intentar responder una pregunta. El título del anuncio dice “Busco errores” y hace referencia al trabajo que hago como corrector de textos ─actualmente no lo hago mucho, por eso el anuncio─.

La cuestión que me trae aquí es atender a la pregunta “¿Qué busco?”. Yo sé, parezco adolescente pero o es un desbalance hormonal que me mantiene navegando en dudas o culpamos a la filosofía o señalamos de falsa la noción de “adultez”. Si tengo que escoger una, apuesto por la última.

Entonces, ¿qué busco? Escribir. Pero para hacerlo se necesita mucho tiempo, y para tener tiempo se necesitan ciertos recursos. 

Puesto así, lo que busco son recursos para escribir.


Hasta ahora vamos bien, tenemos más o menos claro qué es lo que buscamos y más o menos consideramos qué necesitamos para alcanzarlo. Esta última oración me obliga a explicarme mejor.

¿A qué me refiero con que quiero escribir? A grandes rasgos es bastante simple, quiero dedicarme a la escritura. La cuestión se complica cuando debo resolver el qué de la escritura; eso no lo sé con certeza.

Sé que hay tres potenciales novelas. Una de ellas ya tiene algo que podría considerarse como un primer borrador, las otras dos son solamente nociones más o menos definidas. También puede ser que una de estas ideas de novela se integre a la que ya tiene primer borrador, pues podría considerarse como una aproximación alterna del mismo asunto. En fin, tres, quizá dos o posiblemente diecisiete novelas son lo que quiero escribir.

Pero no siempre es eso, o no solamente eso; o quizá ese sea el desvío para llegar a este otro: la academia. “Academia” es una forma muy general, y quizá un poco ambiciosa, de decirlo. Lo que pasa es que el rango del término es muy amplio, incluye la docencia, la investigación y la formación. Ese no es el orden correcto, primero formación (espero en los próximos dos años completar la licenciatura, un par de años después completar la maestría, y un par de años después lanzarme al doctorado) y luego docencia e investigación ─estas dos no obedecen un orden o jerarquía particular, pueden ser simultáneas, consecuentes o exclusivas─.

Por ahora, esas son las dos vertientes que emanan el agrio aroma del antojo.

Es momento de entrarle a la cuestión de los recursos. 


Empecemos con que hay muchas formas de vivir, unas son más complicadas que otras, no hay duda de eso; incluso resulta estúpido que lo mencione, pero, para que el lector comprenda un poco mejor mi situación, comparto transparentemente mi proceso de escritura. En los pasados años he aprendido mucho, y en los últimos meses he aprendido más. Entre muchas cosas descubrí que siempre se puede vivir con menos, y que lo más importante es quitarse el lastre y saber prevenir. Para quitarse el lastre hay que mantenerse solvente y libre de deudas, y para prevenir solo hace falta respaldarse en un sistema de aseguramiento o ahorro. Estas dos cosas, en la sociedad que me envuelve, se hacen con dinero. Por tanto, la cuestión de los recursos se resuelve con dinero.

Mi problema es que el dinero me resulta esquivo. Para obtenerlo con suficiente regularidad debo poner en juego mi bienestar emocional y mi estabilidad existencial; pero su ausencia también encuentra rutas para envenenar mi bienestar emocional y mi estabilidad existencia.

Ya se me ocurrió perseguir la fórmula mágica: que la escritura sea la manera en la que me hago de los recursos necesarios para manterme solvente y precavido y así pueda tener tiempo para escribir; pero por alguna razón no logro hacerlo funcionar. Será falta de talento, falta de visión empresarial, falta de ambición, no sé. Lo que sí aprendí es que no soy un negociante ni soy un empresario; lo bueno es que no es eso lo que busco, lo malo es que la solución no aparece.

¿Acaso hay otra opción? Creo que sí. Probablemente hay varias. Una de ellas es encontrar un trabajo tolerable; es lo que estoy buscando activamente desde hace ya varios meses. Hay un par de posibilidades (literalmente un par) flotando actualmente, espero tener respuesta esta o la próxima semana (creo que el feriado del viernes puede comerse una semana entera). Pero hay otra ruta que no he explorado: el mecenazgo o patrocinio o apadrinamiento o algo así.

¿Es posible que alguien esté dispuesto a pagarme un sueldo por escribir? 


Mi aspiración salarial no es altísima (como mencioné anteriormente, he aprendido el valor de menos). Cerraré esto con una sonrisa y una sincera invitación a compartirlo.

Todas las ideas y sugerencias son bienvenidas.

jueves, 2 de abril de 2015

Balbuceos íntimos (10 de diciembre de 2014)

Dos shots de aguardiente, un Marlboro Rojo y un par de minutos de sol anteceden el ejercicio. Son las once de la mañana y me impongo la tarea de escribir hasta la una de la tarde. Desde entonces no habré de levantarme de esta silla por mi voluntad.

Me pregunto si el formato digital será el apropiado para esta primera etapa de escritura o si debería inclinarme por el físico. Sirva esto de prueba.

Ha pasado mucho tiempo sin que dedique bastante esfuerzo, formalmente, para extraerme palabras. En un primer momento detecto el beneficio del medio digital, pues me permite corregir más libremente, más limpiamente, lo que anoto. Aquí, en vez de tachones, puedo volver y cambiar lo que sea que había escrito. ¿Es esto realmente un beneficio o más bien una forma muy básica de autocensura? Aún no lo sé.

La escritura a mano revela, de una forma más visceral y simultáneamente más transparente, el sentimiento que acarrean las oraciones. Como en esos momentos en los que, al ser golpeado por una idea concisa, la pluma, el lápiz, o lo que sea, vuela. La caligrafía se deforma, la fuerza del pulso la recibe el papel y las palabras se escogen con más prisa ─aunque lamentablemente, estos rasgos solo se pueden percibir al leer en ese mismo formato─. En fin, el papel incita una forma distinta de sinceridad. Como mencionaba anteriormente, es más visceral.

Siento algo de frío, pero buscar un sudadero implicaría levantarme; eso está vedado. La ventana está ligeramente abierta, y aunque cerrarla no necesariamente requeriría levantarme, si me obligaría a despegar mis dedos del teclado. Entonces se hace necesario replantear la restricción: en vez de obligarme a mantenerme sentado, quizá sea más acertado establecer la restricción de mantenerme al alcance del teclado; eso sería más estricto, tal vez me asista en la formación de una disciplina más útil, pues es innegable la necesidad de, eventualmente, tomar algo de agua u otras necesidades requeridas.

Han pasado cerca de quince minutos y decido que no debo volver a revisar la hora. He programado una alarma que me hará saber cuando la hora para terminar llegue. Mientras tanto, habré de soportar toda incomodidad que pueda presentarse, como el frío que ahora invade mis pantorrillas y el ligero dolor de espalda que empieza a manifestarse.

Como parte de la ambientación he puesto a correr una lista de música. Me pregunto si habría de permitirme manipularla, o si debo tolerar sin mucha consideración el volumen o las canciones que puedan surgir.

Pero pasemos a otro asunto, que quizá pueda resultar más fructífero. Esta mañana tuve una conversación en la que se me aconsejó disciplinarme. Es porque, últimamente, o sea desde mediados de la pasada semana, he estado desocupado, en cuanto a tareas obligatorias. En los pasados meses habían sido las tareas de la universidad y los proyectos laborales los que me habían mantenido ocupado. Sin embargo, desde hace ya mucho no he escrito de mi propia inspiración. Aunque ciertamente para los trabajo de la universidad si me permito una expresión bastante más libre, en comparación con los proyectos de trabajo que, aunque inevitablemente reciben algunos destellos muy propios, en términos generales, me son ajenos.

(Primera interrupción involuntaria: tocan a la puerta. Nada. Aparentemente llegué tarde. Al menos me dio la oportunidad de tomar un sudadero que encontré en el camino.)

Volviendo a lo que estaba, hace ya mucho tiempo que no logro centrarme en qué escribir. De hecho, nunca lo he logrado. Por momentos me ataca la ficción. Con ella la intención de escribir una pieza extensa, quizá una novela. Al empezar, y notar las dificultades que implicaría, considero la posibilidad del cuento. Pero pronto me parece infértil el esfuerzo, algunas veces por considerarlo cojo, otras por sentirlo patético. Quizá en el fondo no se esconda nada más que alguna forma de inseguridad.

En otros momentos se me atraviesa la poesía, en la forma de unas cuantas líneas que logran inspirarme cierta admiración. Sin embargo, cuando intento empeñarme en crear nuevas, el sentimiento se me esconde y resulto escupiendo balbuceos llanos en exceso; así que lo abandono.

Finalmente, en un esfuerzo de rigor académico y alimentando la fantasía masturbatoria de una supuesta superioridad intelectual, vuelvo a la filosofía, más bien a intentos filosóficos. Valga decir que esta es mi afición original, mi principal ilusión académica. Al sopesarla, por un lado descubro una ridícula emoción egoísta, pues los círculos que me rodean y, en general, la sociedad en la que me desenvuelvo, encuentran risible el esfuerzo filosófico. De esta manera se denigra el esfuerzo, en la búsqueda por reconocimiento y alguna gratificación. Adicionalmente, la otra complicación está en la delimitación de un tema, y en descubrirse ignorante ante la vastedad de sus implicaciones.

(Segunda interrupción, de nuevo tocan a la puerta. Esta vez encuentro interlocutor.)

─ ¿No compran pascuas?

─ No. Gracias.─ Respondí.

─ Traigo bonitas pascuas para decorar.

─ No. Gracias.─ Repetí

Aprovecho para buscar unas galletas. Pan de lembas: unas champurradas de soya en las que encuentro una agradable sensación de satisfacción.

(Tercera interrupción, suena el teléfono, es Chente.)

─Vos cerote, acabo de ver un drone en una tienda por aquí. Dos mil quinientos pesos, pero trae cámara. ¡Está bonita la mierda!

Después de una risa cómplice, respondí:

─Papa, ¿estás pensando hacer una travesura?

─¡No, que putas! Sólo te estoy contando. Que estoy dando unas vueltas aquí por Las Américas y lo vi. ¡Esta bonita la mierda!

Luego le pregunté que hacía por ahí y me contó que estaba por el aeropuerto viendo unas cosas de la oficina, y que pasó a comprar unas salsas para el pavo de navidad. En fin, entre promesas y esperanzas de vernos el fin de semana, terminó la conversación.

Mi papá. Un tipo espléndido que jamás abandonó la ilusión por los juguetes.

Una alarma imprudente me recuerda que ya son las doce del medio día. Internamente me hago un negocio sucio. Ya pasé una hora aquí sentado. Tomaré otra hora después del almuerzo. Voy a interrumpir la escritura. Voy a leer por una hora, luego me tomaré otra hora para almorzar y después, otra hora para escribir. Tengo helados los pies.

La segunda parte será a mano.