jueves, 28 de febrero de 2019

La Odisea desde Sócrates hasta el Juego de tronos



La Odisea es un poema épico de la antigua Grecia. En él se relata el largo y complicado viaje de retorno del héroe Ulises, luego de partir hacia la guerra de Troya. Pero Ulises no es el único que ha realizado viajes extensos y complicados; los suyos apenas reclamaron veinte años de su vida. Su relato, sin embargo, ha continuado una travesía de más de dos mil años, y algunas de sus escenas aún estremecen a un público imposiblemente lejano.


A continuación se presenta un breve análisis de dicha obra. Se señalarán algunos elementos básicos de su argumento, de su manejo del tiempo y del espacio así como sus maniobras narrativas peculiares e interesantes intertextos.

Sobre el autor

Homero es, sin duda, una de las máximas figuras de la literatura universal. Y llamarle “figura” resulta muy conveniente, pues la historia no ha permitido esclarecer si se trata de un único individuo. A esta figura se atribuye la autoría de la Ilíada y la Odisea –obra que nos ocupa en esta ocasión–, las dos obras fundamentales de la literatura grecolatina y, por extensión, de la literatura occidental.

Un fuerte motivo de duda respecto al hombre Homero es la amplitud histórica que presentan sus supuestas obras, a pesar de que a las historias solo las separan diez años. Werner Jaeger señala en su Paideia que, “Desde un punto de vista histórico la Ilíada es un poema mucho más antiguo. La Odisea refleja un estudio muy posterior de la historia de la cultura” (2010, p. 30). Tal es la distancia aparente entre ambos textos que se creen escritos en diferentes siglos, lo que haría poco probable y quizá imposible la autoría de las obras por un solo hombre. Otra peculiaridad que complica la ubicación de estas obras en el tiempo es que las fechas estimadas de su creación las separan por varios siglos del nacimiento de las sagas (Jaeger, 2010, p. 30).

Haciendo a un lado esta cuestión, se antoja relevante aquello que representa lo homérico; es decir, la distinción que recibieron estas obras, desde la Grecia clásica, sobre las demás formas o expresiones literarias. Por tal motivo, para efectos de estudio, se debe tomar en cuenta que Homero, más que una figura de la historia de la literatura, representa “el primero y el más grande creador y formador de la humanidad griega“ (Jaeger, 2010, p. 49). Sus obras presentan, aunque con la exageración que se hizo característica de la epopeya, el fundamento de los ideales de la cultura griega, que se convertirán en la base de la cultura occidental, que a su vez se difundirá al resto del mundo.

Sinopsis

La Odisea relata las aventuras de Ulises en su viaje de retorno a Ítaca después de una ausencia de veinte años. Su partida se da a causa de la guerra de Troya, la cual dura diez años, y los otros diez transcurrieron entre sus aventuras y tragedias mientras intentaba volver. En paralelo, el poema nos da noticia de lo que está sucediendo en Ítaca, donde Telémaco, hijo de Ulises y Penélope, debe enfrentar el asedio que los pretendientes de su madre hacen a su hacienda. Así también, el relato sigue de cerca el sufrimiento de Penélope, quien por veinte años ha llorado la supuesta muerte de su esposo.

Adicionalmente, la intervención divina es un elemento crucial en el movimiento de la acción. En este poema los dioses no solo inspiran temor o valentía en los personajes, sino que se manifiestan explícitamente, hechos seres de carne y hueso, para intervenir en las cuestiones de los hombres. De hecho, todas las miserias sufridas por Ulises son a consecuencia de un castigo impuesto por Poseidón. No es hasta que Atenea intercede por él, solicitando a Zeus que ordene la su liberación, que retoma su camino de regreso.

Tras un largo y complicado trayecto, Ulises regresa a Ítaca, y junto a su hijo y sus dos sirvientes más fieles, eliminan a los pretendientes y devuelven la frágil calma que reina en su casa.

Personajes

La obra cuenta con un amplísimo reparto de personajes. Entre ellos se identifican dos personajes principales, Ulises y Telémaco, alrededor de ellos sucede la acción, su destino es la cuestión que impulsa el relato. En un plano secundario se encuentran Penélope y Atenea, ellas acompañan y funcionan como catalizador para las acciones de los personajes principales.

Se antoja identificar a Atenea como el personaje principal de la obra, pues toda la trama se desencadena por su voluntad. Sin embargo, su papel es más o menos pasivo; consulta por un lado e influye por otro. En fin, su intervención directa es muy limitada, todo lo que sucede por su voluntad –una buena parte de la obra– es a través de terceros, principalmente siendo Ulises ese vehículo de sus maquinaciones.

Adicionalmente, por su aporte hacia el final de la obra, se hace necesario agregar a Eumeo, el porquerizo, entre los personajes secundarios; incluso se hace posible imaginar un destino más importante para él. Filetio, el boyero, aunque adquiere cierto protagonismo en las últimas escenas, no alcanza a superar su rol circunstancial.

El manejo del tiempo y el espacio

El poema se desarrolla en dos planos temporales. Uno de aproximadamente quince días, que inicia con la visita de Atenea a Telémaco en el canto primero, y otro que abarca diez años expresados en las memorias de Ulises. Esta segunda línea de tiempo inicia hacia el final del octavo canto. Durante el desarrollo de la obra, el primer punto claro en donde se alinean los dos tiempos es al encuentro de Telémaco y Ulises en la casa de Eumeo, el porquerizo. A partir de ese momento, toda la acción se unifica en ese tiempo.

Es importante resaltar que el manejo del tiempo, aunque emplea técnicas y maniobras interesantes con las que intenta mantener muy claro el avance de los días, resulta bastante enredado y aparentemente incoherente.

La primera escena, el primer canto, sucede en la asamblea de los dioses. Atenea solicita a Zeus la liberación de Ulises de la isla de la ninfa Calypso, donde cumple un castigo impuesto por Poseidón. Zeus lo concede y, en el mismo momento, se envía a Hermes a dar la orden a Calypso y Atenea desciende a Ítaca para presentarse ante Telémaco.

En su visita, Atena incita a Telémaco a viajar en busca de noticias de su padre; Telémaco emprende el viaje la noche siguiente de esta visita. En múltiples ocasiones se menciona que no pasará fuera más de diez u once días. Quizá la prueba más sólida de la duración de su ausencia es el acuerdo realizado con Euríclea, la nodriza, quien debía informar a Penélope si la ausencia de Telémaco excedía los doce días: “le dí cuanto me pidió [...] después de jurarle solemnemente no decirte nada antes de que transcurriesen doce días, a menos que, buscándole, te enteraras de su huida” (Homero, 1981, p. 115). La conversación referida se da a consecuencia de que los pretendientes se enteran de la ausencia de Telémaco.

Durante los cantos transcurridos (II a IV), la acción sigue a Telémaco por su visita Pilos y a Esparta. Finalmente, durante su estancia en la casa de Menelao, recibe la orden de Atenea de volver. En paralelo a esto se relata el revuelo que causa su ausencia en Ítaca.

Así se revela una nueva maniobra para moverse en el tiempo y el espacio. Hasta ahora –aproximadamente ha transcurrido un tercio del poema– los cambios de escenario o personaje se realizan en compañía de los personajes, no hay saltos a otros escenarios, la historia y el mundo se van desenvolviendo detrás de la acción. Sin embargo, en este momento, por primera vez, Homero teletransporta al lector a otro sitio. Cabe resaltar que todas estas transiciones son paralelas en el tiempo, siempre ejecutados por la fórmula “mientras el personaje a hacía x, el personaje b hacía y”, con mínimas variaciones. Esta se convertirá en su herramienta secundaria para hacer cambios de escena. Parecería que las imágenes del amanecer cumplen esta misma función, pero esto solo funciona como una descripción del paisaje. Los verdaderos cambios de escenario o transiciones entre las acciones de los personajes se hacen principalmente siguiendo a los personajes, y secundariamente como estos saltos en el espacio, aunque siempre paralelos a una acción en el espacio del personaje al que originalmente seguía la acción.

De una forma peculiar se hace la transición a la isla de la ninfa Calypso, donde se encuentra Ulises. Es realmente un salto al pasado. En la línea anterior ya se ha seguido a Telémaco por unos doce días, que inician desde la llegada de Atenea. La transición hacia la historia de Ulises inicia, aparentemente, en la misma asamblea de los dioses que se presenta en el canto primero. En aquella ocasión se mencionó que Hermes sería enviado a ordenar la liberta de Ulises, pero el narrador sigue a Atenea en su visita a Telémaco. Esta asamblea termina en las mismas instrucciones a los dioses, pero en esta ocasión el narrador sigue a Hermes. Aún así, lo que complica las medidas del tiempo es que Atenea menciona lo que está sucediendo Ítaca, lo que sugiere que esta asamblea se está llevando a cabo en un momento posterior a todo lo que hemos conocido de Telémaco. Por otro lado, se puede argumentar que, en un universo determinista como el griego clásico, estos conocimientos no forzosamente significan que las acciones mencionadas han sucedido. Así se revela un severo problema con el tiempo general de la historia.

El poema prácticamente reinicia cuando la acción se vuelca a Ulises. Hermes da la orden a Calypso y ella libera a Ulises. Transcurren cuatro días en lo que Ulises termina su balsa. Al quinto día zarpó. Dieciocho días después vio las costas de Feacia, pero Poseidón lo hizo naufragar por tres días más. Hasta este punto ya han pasado más de veinticinco días, y hace falta agregar el tiempo que pasa en Feacia, donde, por al menos dos días, Ulises relata sus aventuras y desventuras que abarcan los diez años que han pasado desde que salió de Troya. Durante estos relatos la narración cambia su formato y se convierte en una serie de soliloquios que es extienden por más de un tercio del poema.

Finalmente, la estructura narrativa recobra su forma cuando Ulises es dejado en las costa de Ítaca, donde un día después volverá Telémaco, de una ausencia no mayor a doce días.

Curiosos intertextos

El título del presente análisis hace una promesa que se debe cumplir, y es porque la Odisea lo permite. Tal es la influencia que esta obra ha tenido en la creación literaria, que ha logrado insertar aunque sea escenas o ideas en las obras más populares del siglo XXI. La obra, o fenómeno, al que se hace referencia es la aclamada saga Juego de tronos, una fantasía épica llevada a la televisión que se ha convertido en una de las producción más populares de su tiempo.

Con esta obra se identifican dos intertextos puntuales. Por un lado se puede ver la reproducción de las normas de hospitalidad. En el caso de la Odisea tiene una justificación mitológica/religiosa, pues se cree que cualquier forastero puede ser la personificación de un dios, y no agradar a un dios puede tener consecuencias funestas. En el caso de Juego de tronos, la hospitalidad constituye un derecho sagrado del huésped, y quebrantar este derecho implica desatar la ira de los dioses.

Alrededor de esta cuestión se encuentra una escena cuya intertextualidad es principalmente estética, aunque en ambos casos implica una severa traición a las normas de hospitalidad y convivencia. Se trata del asesinato de Agamenón que se relata un más de una ocasión en la Odisea, inicialmente con Néstor (Homero, 1981, p. 81-83) y posteriormente del fantasma del mismo Agamenón (Homero, 1981, p. 233). Tal escena, que presenta la imagen de un sangriento y grotesco asesinato llevado a cabo durante el banquete, evoca directamente a una de las escenas más emblemáticas de Juego de tronos, el asesinato de Robb y Catelyn Stark, una escena mejor conocida como The Red Wedding (Martin, 2011, p. 702-705).

Valoración crítica

La Odisea es una obra muy extensa y compleja. Sobre esto se debe agregar que esta escrita para ser recitada. Y aquí es imposible dejar pasar la oportunidad para señalar las maneras en las que Homero valida y respalda su profesión. En repetidas ocasiones enaltece al aedo, y no a uno en particular, sino a la figura del aedo; tanto al de los feacios como al de Ítaca. Más que eso, pone en boca de Ulises los más altos elogios, y más aún, llega a comparar al mismo Ulises con los aedos, por la destreza con que maneja sus artes.

Más allá de estas peculiaridades, el poema deja un mal sabor de boca en el final; es un ex machina. Atenea dice: “¡Detente y pon término a la lucha y no incurras en el enojo del tonante Zeus!” (Homero, 1981, p. 463), Ulises obedece y todos sellan las paces. De esta forma la historia queda incompleta, muchos hilos quedan abiertos, entre ellos uno que inspira interesantes especulaciones...

Trilogía inconclusa

Algo extraño sucede con el tratamiento de Eumeo. Por una razón que nunca se esclarece, en repetidas ocasiones el narrador se refiere a él en la segunda persona. Es el único personaje con el que sucede esto, y en la amplia mayoría de ocasiones que se refiere a él sucede. ¿Qué sentido puede haber detrás de esto? La repetición de las incidencias anula la posibilidad de que sea un error editorial. ¿Pero podrá haber algo detrás?

Entonces se hace tentador pensar en que las obras estaban estructuradas como una trilogía. Claro que para hacer tal aseveración sería necesaria una profunda investigación, además que desde el inicio se mencionaron las dudas sobre la autoría de las obras. Sin embargo, es muy curioso notar como tomó protagonismo ese personaje en el último tercio del libro. Además, queda claro que falta una buena aventura para cerrar el ciclo, pues Ulises debe caminar hasta donde encuentre hombres que no conocen el mar para hacer el sacrificio que terminará de calmar la ira de Poseidón. ¿Será posible que Eumeo se estaba perfilando como el futuro protagonista de una obra que la historia nos ocultó?

Referencias

- Jaeger, Werner (2010). Paideia: los ideales de la cultura griega. México, D.F., México: Fondo de Cultura Económica.

- Homero (1981). La Odisea. Madrid, España: Editorial EDAF, S.A.

- Martin, George R.R. (2011). A Storm of Swords. Nueva York, Estados Unidos: Bantam Books, Random House Inc.

Ese amoroso tormento de encender la sospecha

Abstract

No cabe duda de que sor Juana Inés de la Cruz fue una figura revolucionaria en el mundo de las letras y el pensamiento. Sus textos, cargados de densas reflexiones filosóficas, son una muestra temprana –y bastante rigurosa– de algunas corrientes de pensamiento que no se formalizaron hasta varios siglos más tarde. Resalta la proximidad de sus reflexiones con las ideas desarrolladas por los maestros de la sospecha; expresión creada por Paul Ricoeur, un filósofo del siglo XX, para referirse al trabajo de Marx, Nietzsche y Freud, tres pensadores del siglo XIX. A continuación se desarrolla un breve análisis del poema Este divino tormento, compuesto en la segunda mitad del siglo XVII, recogiendo los rasgos que le acercan a las ideas de los maestros de la sospecha.

Sobre la sospecha

“El ejercicio de la filosofía está estrechamente ligado a la práctica de la sospecha” (2013, p. 8), anota Francesc Torralba en su ensayo Los maestros de la sospecha. Y es que toda exploración, toda reflexión, todo esfuerzo de análisis parte de un anhelo por descubrir la verdad, por esclarecer un fenómeno que se presenta velado o simplemente incierto, extraño. Ejemplos de ella se remontan a la mayéutica socrática y al ejercicio filosófico de la antigua Grecia. Desde entonces, una forma de sospecha ha acompañado el desarrollo del pensamiento, encontrando sus principales obstáculos en las ideologías dominantes de cada época.

Torralba traza, a manera de introducción, una secuencia de padres de la sospecha, o antecesores de los tres señalados por Ricoeur. Con ellos se establecen algunas peculiaridades de los maestros de la sospecha:

[...] el maestro de la sospecha turba el espíritu, genera angustia. No se trata solo de un impacto de tipo intelectual, que se mueve en el terreno de la duda metódica, sino de una alteración que involucra la vida emocional, el pathos. Al sospechar de lo más elemental, el pensador se ve abocado a la nada y experimenta horror uacui. Como consecuencia de ello, necesita consuelo, formas de aligerar la angustia y la sospecha. Le hace falta un bálsamo que lo conduzca a la anhelada serenidad. (Torralba, 2013, p. 11)

La sospecha, entre tanto, no se presenta como una excepción en la práctica filosófica, es, más bien, algo como una de sus motivaciones esenciales. Aun así, la expresión de Ricoeur no debe ser desdeñada. Bien indica Torralba que “hay pensadores que adquieren la categoría de acontecimiento porque tras ellos la tarea de pensar se transforma radicalmente” (2013, p. 3), y tal es el caso Marx, Nietzsche y Freud. Aportes como los de estos pensadores trazan rutas que simplemente son imposibles de ignorar para cualquier pensador posterior. Entre estos se puede mencionar la tríada griega, que no solo marcaron un antes y un después en el origen del pensamiento, sino que dibujaron la ruta de todo el pensamiento occidental. Asimismo, se puede hablar de la influencia de Descartes, Kant y Hegel para la era moderna.

Tal fue el caso de los tres maestros de la sospecha, quienes según la interpretación de Ricoeur –ampliamente aceptada por la historia– sacudieron los pilares de la civilización occidental, y de ellos surgió un cambio sustancial en la forma que se desarrolló el pensamiento posterior. Estos tres pensadores, nos dice Torralba, alteraron la visión moderna del hombre, con una crítica que “convierte [al hombre] en un ser esencialmente problemático, un enigma para sí mismo que ya no tiene referentes sólidos para definirse ni para marcar su singularidad en el mundo” (2013, p. 5). Esta última acotación resulta particularmente relevante para la situación de sor Juana Inés de la Cruz, quien además de expresar crudamente ese conflicto esencial, debe enfrentarse al problema de la singularidad recluida en un convento, es decir, insertada en una institución y en un espacio que le exigía suprimir su individualidad.

Las señales de sospecha en la obra “Este amoroso tormento”

Los maestros de la sospecha atacaron la noción de sujeto desde distintos frentes. Marx devela la ideología como falsa conciencia, Nietzsche pone en jaque a los valores y Freud trae a superficie las pulsiones inconscientes.

De distintas maneras, estos tres temas salen a colación en la obra de sor Juana. Quizá lo más preponderante es la cuestión del inconsciente. Desde el título “Este amoroso tormento”, se hace evidente una profunda neurosis que se desarrolla a lo largo del poema con expresiones oximorónicas, a veces contradictorias, y a veces profundamente conflictivas. Entre estas, se puede extraer muestras como: “Y cuando con más terneza / mi infeliz estado lloro, / sé que estoy triste e ignoro / la causa de mi tristeza” (tercer verso), “Cuando por soñada culpa / con más enojo me incito, / yo le acrimino el delito / y le busco la disculpa” (vigésimo verso).

En el primer verso se percibe la discrepancia entre una expresión de ternura que resulta en un infeliz llando, para luego reconocer la tristeza pero sin comprender su causa. El segundo ejemplo presenta una culpa imaginada –autoimpuesta quizá– que contrario al arrepentimiento que le sería correspondiente, según los protocolos ideológicos (nótese el guiño a Marx, aunado a la autoimposición), a la vez le acusa y le indulta.

Una severa crisis subjetiva se hace ver en las palabras de sor Juana, y para dar el tiro de gracia, trastoca profundamente la cuestión de los valores y acaricia la voluntad de poder. En el verso vigésimo primero sentencia: “No huyo el mal ni busco el bien, / porque en mi confuso error / ni me asegura el amor / ni me despecha el desdén”, claramente la narradora se está colocando más allá del bien y del mal. Su búsqueda, que puede suponerse es el anhelo a la verdad o al conocimiento, se reconoce como un asunto que supera cualquier esquema de valores. Más adelante, esta sospecha, qué más se manifiesta como una convicción, se expresa respaldada por una recia voluntad: “Si alguno mis quejas oye, / más a decirlas me obliga, / porque me las contradiga, / que no porque las apoye” (verso vigésimo tercero).

Queda mucho por trabajar desde un análisis tan superficial como el presente. Sin embargo, se hace razonable considerar a sor Juana Inés de la Cruz, desde su posición de mujer, considerando su situación como religiosa y su contexto colonial, como una figura sobresaliente más allá de su aporte a las letras latinoamericanas. Su pensamiento no solo se adelantó varios siglos, sino que logró plasmar, de una forma sintetizada, las elaboradas reflexiones de eminentes filósofos.

Referencias

- De la Cruz, sor Juana. Este amoroso tormento. Recuperado de: https://ciudadseva.com/texto/este-amoroso-tormento/

- Enciclopaedia Herder. (2017). Juana Inés de la Cruz, sor. Recuperado de: https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/Autor:Juana_In%C3%A9s_de_la_Cruz,_sor

- Enciclopaedia Herder. (2017). Filosofía de la sospecha. Recuperado de: https://encyclopaedia.herdereditorial.com/wiki/Filosof%C3%ADa_de_la_sospecha

- Torralba, Francesc. (2013). Los maestros de la sospecha. Barcelona, España. Fragmenta Editorial.