martes, 25 de julio de 2017

Los niños de la tierra (un anexo)

Amanece en esta playa rocosa. El mar se columpia tranquilo, adormitado. El calor también descansa, el sol aún lo guarda. 

Las piedras no, ellas nunca duermen, viven rígidas y con el filo expuesto. No son malas, solo se defienden: su vida es demasiado larga y todo cuanto existe las corroe, las rasga; solo intentan extender su vida. Es precisamente en el filo donde se les ve la edad y el deseo de imponerse, según sea más severa la arista es más joven la piedra, más insolente, más recia. Y esta cuestión de la edad, en las piedras, no mide precisamente un tiempo cronológico, sino uno experiencial: al ritmo pautado por la hostilidad o nobleza del ambiente. Aquellas más maduras y sabias ocultan el filo, camuflándose ante las dificultades, haciéndose líquidas y compactas. 

Aquí las piedras demuestran cómo el tiempo experiencial puede variar su ritmo en un mismo lugar. En pocos metros de playa puede notarse que su paso se difumina al compás de las olas y del viento y que en algunas secciones parece haberse detenido. En una de ellas me detengo, o quizá es ella la que me detiene a mí. 

Mi respiración se hace profunda, muy profunda. Mis latidos lentos y suaves. Mi mente se desvanece poco a poco. Mis pies se tornan pesados, mi sangre se enfría y mis vísceras se mineralizan. Me vuelvo rígido, inmóvil, cerca de eterno. Mi cabello se hace denso, todos los vellos de mi cuerpo se hacen densos, incrustándose con violencia en mi piel. Mis ojos se sellan. Los sonidos del viento y el bamboleo del mar enmudecen. La brisa marina se torna agresiva, peligrosa, eufórica, como celebrando una victoria trascendental, el mar crece para sujetarme los pies; juntos me hacen caer de bruces, me astillo. 

El mar, el viento y ahora el sol, inician su fatal consuelo, acariciándome, puliéndome los filos. El tiempo retoma su paso.

lunes, 24 de julio de 2017

Se busca (2)

Empecé temprano. Cerca de las 7:30am ya estaba en camino a la U. Llegué pocos minutos antes de las 8:00am. Había bastante tráfico, me tomó casi media hora recorrer una distancia que, en condiciones ideales, toma poco más de cinco minutos. 

Me estacioné y lo primero que hice fue intentar llamar al otro lugar para notificar que no llegaría a tiempo para mi entrevista. Busqué la frase correcta para ofrecer como excusa, la repetí varias veces dentro de mi cabeza: “Me surgió un imprevisto y me será imposible llegar en la mañana, a la hora programada”; luego preguntaría si podría llegar durante la tarde, o si sería mejor ir al día siguiente. El diálogo estaba practicado pero en ese momento nadie contestó para ejecutarlo. Me bajé y caminé hacia el edificio donde se encuentra la oficina de RRHH. Antes de llegar, en la plataforma donde está la fotocopiadora, la misma donde está el banco, me arrinconé para intentar de nuevo. Nada. 

Subí a la oficina de RRHH. Me presenté con la señorita de recepción, le dije que la Licenciada me esperaba a las 8:30. Preguntó si era para una entrevista o cuál era el motivo de mi visita. Yo le expliqué que suponía que era una entrevista, o algo así; le dije que me había enviado un correo en el que decía que me esperaba a las 8:30. Tomó el teléfono y llamó a la asistente de la Licenciada. Aparentemente ella no estaba enterada del asunto. Tomó mi nombre y me mandó a esperar. 

Me senté en la pequeña sala de espera frente a las gradas. Acomodé mi maletín en el asiento a mi izquierda. Saqué mi Oliver Twist y mi cuaderno de notas; intentaría llamar de nuevo al otro lugar para notificar de mi ausencia. No contestaron. Eran las 8:15 aproximadamente, empecé a leer.

Unos minutos después se acercó la señorita de la recepción para informarme que esperara un momento, que la Licenciada no estaba disponible pero que pronto me iba a atender. Agradecí y seguí leyendo, Oliver se recuperaba de una fiebre tremenda bajo los cuidados de una amorosa señora Bedwin.

Pasé media hora, más o menos, entre leyendo y llamando; la lectura avanzó y no contestaron mi llamada. Eventualmente, cerca de las 9:00am, se volvió a acercar la señorita de recepción para decirme que podía pasar adelante, que debía ir por el pasillo a la derecha y que la cuarta oficina a la izquierda era la de la Licenciada, que ella me esperaba ahí. 

Entré. Cuando estaba cerca de llegar a la puerta me interceptó la Licenciada, pasamos a su oficina y tomamos asiento, cada quien en su correspondiente lado del escritorio. Empezó explicándome los requerimientos para la plaza de catalogador, la que vengo persiguiendo desde hace dos meses. Me dijo que si tenía algún título a nivel medio universitario podría lanzarme al ruedo, si no, no. La decisión era definitiva, el asesor legal aseguraba que no podían pagar facturas por servicios profesionales si no comprobaban que a quien le pagaban era un profesional graduado. Lo de catalogador, entonces, estaba fuera de la cuestión. Así es como repercuten las decisiones de la vida. 

Pero había una luz al final del túnel, no sé si era una especie de prueba. Me dijo que había plazas vacantes para bibliotecario, o sea para asistencia al usuario. Si estaba interesado podría aplicar a esa plaza y entrevistarme ese mismo día con el encargado del área. El inconveniente es el horario. Las vacantes son para cubrir el turno vespertino, de lunes a viernes de tres de la tarde a diez de la noche y sábados de doce del mediodía a cinco de la tarde. Ese horario no es el ideal, no me permitiría seguir estudiando en las clases presenciales, tendría que volcarme a atacar lo que me resta de carrera por suficiencia; no sé qué tan práctico sea eso. Lo siguiente sería ver por cuánto tiempo, si existe la posibilidad de sacrificarme durante un semestre, y al siguiente lograr una transferencia a un horario diurno, quizá sea un compromiso que pueda manejar. Y luego está la cuestión del dinero. 

Quedamos en que a las 11:00 me estaría esperando el encargado de ese departamento para entrevistarme. Hice nota mental de las preguntas que debía hacerle y esperé, leyendo (Oliver Twist avanzó bastante hoy, ya lo habían capturado de nuevo los bandidos). 

Llegada la hora entré a la biblioteca, busqué al encargado y me presenté. Pocos minutos después conversábamos en uno de los salones de estudio cerca del área de Teología y Filosofía. Me terminó de explicar lo del horario. Me informó que el cambio a horario diurno no era fácil, que había una cola larga y que los espacios diurnos no se abrían con facilidad. Me informó también del sueldo, esa plaza paga el mínimo. Sentí unos cuantos pinchazos, este asunto de la biblioteca está resultando en una suma interminable de frustraciones. Empiezo a dudar si buscar trabajo en la U sea la vía de acción correcta para facilitarme el cierre de la carrera.

Ahora estoy en eso. Esa es la vacante que hay disponible por ahora en la U. Igual toca esperar si me eligen entre los candidatos y si supero las pruebas. Entonces tendré que tomar la decisión definitiva. ¿Qué tanto me conviene?

jueves, 20 de julio de 2017

Se busca (1)

Pasamos horas platicando. Hasta me compró un cuadernito para anotar todas las posibilidades que podría perseguir. Le expliqué que tampoco es que me he pasado los días sin hacer mucho, le conté de las aplicaciones y correos que he vomitado por aquí y por allá. Le conté mi frustración de no encontrar respuesta, de los duros golpes que se esconden tras el silencio. Fueron horas de reflexión y descubrimiento; de desahogo también.

Llegó el jueves y nos aventuramos a la producción. Todo en orden. Encontré un poco de paz en la ausencia del acoso del banco ─eran aproximadamente ocho llamadas diarias─.

Alrededor de medio día recibí una llamada. Me requerían a la mañana siguiente para una entrevista. Cuando me llamaron tenía programada una reunión para la mañana siguiente, solicité otra hora y me ofrecieron a la una de la tarde. Eso me quedaba bien. La entrevista era para una plaza back office en una agencia de cobros (Call Center), vaya ironía.

Volví a la producción sintiéndome un poco mejor conmigo mismo, al menos había conseguido una entrevista. No pasó mucho tiempo cuando recibí otra llamada. Otro Call Center para otra plaza back office. Me preguntaron si podía llegar a entrevista el viernes, les dije que tenía unas reuniones programadas ese día, entonces me ofrecieron el lunes. Me programaron la entrevista para las 8:30.

Mi ego se infló un poco más. Esos trabajos no estaban cerca de lo que realmente deseaba, pero eran trabajos que me ofrecerían un ingreso no tan miserable. ¡Al fin tenía otra entrevista!

Llegó el viernes. La reunión que tenía programada para las 9:00 se canceló. Así que me puse a trabajar en otras cosas. En el transcurso de la mañana recibí un correo con un cuestionario de aplicación para un medio. Lo llené y a medio día lo envié.

Ya eran las doce y tenía que salir corriendo para llegar a tiempo a mi entrevista de la una. Llegué como a las y-cuarto, y-veinte. Cuando me atendieron me informaron que debía esperar un rato, que me habían esperado pero como no llegué se fueron a almorzar. Obviamente, ninguna objeción de mi parte. Precisamente para eso llevaba a mi Oliver Twist.

Fueron unos 40 minutos de espera. De pronto salió una chica, diciendome que pasara. Pasé. La seguí por donde fue hasta que llegamos a una pequeña sala. Me señaló una silla y me senté. Hablamos por media hora, más o menos. Sus preguntas fueron más o menos vagas pero me dieron la sensación de que necesitaban a alguien proactivo e independiente, no estoy seguro de ser un buen candidato para la plaza ni de que sea una buena plaza para mí.

Cuando salí mi teléfono estaba cerca de morir. Creo que estaba acercándose al 10% de batería, quizá menos. Empecé a caminar, debía recorrer más de media avenida Las Américas. Menos de tres cuadras después empezó a lloviznar. Yo consideraba cuánto debía esperar para sacar el paraguas en mi maletín cuando vibró el teléfono. Era mi esposa. Empezaba a llover y el riesgo de que lloviera fuerte era alto, ella estaba cerca mi ubicación le quedaba en ruta a su destino.

Pasó recogiéndome. La acompañé en sus diligencias, donde perdimos más de una hora de la proyectada; ella se goza interacciones como la de ese día. Mi teléfono, mientras tanto, seguía muriendo, lento.

Finalmente salimos; eran las cuatro de la tarde. Nos tomó casi media hora llegar a dónde íbamos. Cuando llegamos ella se bajó a dejar el paquete y a recoger sus cosas, mientras esperaba busqué el cargador del carro para poder navegar la ciudad con waze y algo de música. No funcionó. Unos cuantos minutos dentro del viaje murió mi teléfono. Eran aproximadamente las 4:30.

No sé cuánto nos tardamos en venir. Ni es importante. El punto es que al llegar puse a cargar mi teléfono. Minutos después fui por él.

Resultó que algo había pasado con una de las entregas del día y había que ir a dejar un no sé qué. Se me asignó esa tarea. Al salir, cuando estaba en camino, me entraron unas notificaciones al teléfono. Tenía un mensaje de voz del teléfono de la U. No pude revisar en el momento, pero al regresar a la casa me senté a investigar qué era lo que había pasado.

Sucedió que me intentaron llamar de la U cuando a mi teléfono se le había acabado la carga y estaba apagado. Desde hace meses estoy persiguiendo una plaza ahí y esta llamada parecía tener alguna relación con eso. El mensaje de voz no decía nada. Supusimos que, si era para ofrecerme trabajo o algo así, no me llamarían una única vez. No quedaba más que tener paciencia y esperar o mejor.

¡Una sorpresa reventó cuando mi teléfono terminó de sincronizar! Dos correos había entrado, uno del administrador de la biblioteca y otro de la Lic. de RRHH. El primero me explicaba que la plaza a la que apliqué está más allá de mis capacidades; o más bien, que no bajarían los requerimientos, pues era una plaza “profesional”. Sin embargo, decía que copiaba a la Lic. de RRHH porque había otra plaza a la que probablemente sí me podría adaptar. En el otro correo la Lic. de RRHH me reclamaba que no contesté las llamadas y me convocaba el lunes a las 8:30. Espero que me ofrezcan algo que se acerque a la decencia.