viernes, 22 de enero de 2016

Ausencia forzada



Un río extraído de su cauce, expulsado al encierro oceánico, diluído en la vastedad.

La tierra que fertilizó su abrazo, los pastos que alimentó su andar, se quiebran en lágrimas de polvo.

El paisaje árido de la ausencia, el llanto mudo del pasado, la lucha por no olvidar.

miércoles, 13 de enero de 2016

Dónde caer muerto (extracto)

Hay una paloma de cabeza púrpura, como cucurucho en cuaresma ─cabizbajo, penitente, juzgón─, reposada en un árbol del arriate intermedio de la séptima avenida. Lo ve con demasiada insistencia. Él está fumando a la orilla de la calle, frente a los funerales Reforma de la zona 9, adentro velan los restos de su mamá. Es extraño cómo lo más obvio aún toma por sorpresa a las personas. Y está bueno que uno no quiera morirse, pero sorprenderse por la muerte es bastante ilógico; más sorprendente es estar vivo. 

Fue una de esas enfermedades extrañas, de las que la gente ya no se muere en otros lugares porque les acosa la paranoia de la salud y de las que la gente en otros lugares no vive suficiente para padecer; ese punto medio de una especie de post-subdesarrollo prog-regresivo en el que reborbolla el caldo que es Guatemala. 

Lo cierto es que la señora se murió (su propio cuerpo la mató), el papá no se lo esperaba, no tenían nada listo porque como cualquier mortal, prefieren pagar seguro por la posibilidad de una enfermedad, pero no buscarse refugio para la certeza de la muerte; un albergue para el desecho, para los restos. Resulta entonces que en las carreras se endeuda el papá, para que la muerte no lo vuelva a agarrar desprevenido, y compra un paquete funerario. Al menos le hicieron descuento en el servicio urgente. 

Compró un sitio para cuatro ─la cremación estaba muy cara y había que resolver esto cuanto antes, para que su dulzura no apestara─: la difunta, él y sus dos hijos. No sabía si comprar tres o cuatro, porque su otro hijo vive en el mundo, escapó de Guate. Ni siquiera había logrado venir al funeral, ni le daría tiempo de llegar al entierro; trabajaba en cruceros y andaba dando una vuelta por algún polo, no importa cual, lo que importa es que había mucho frío y no tenía cómo volar hasta aquí. 

Tiró la colilla en dirección a la paloma. No se movió, solo gorjeó, viéndolo. Al voltearse escuchó el revoloteo pero siguió su camino, a seguir comiendo panitos y mamando consomé allá donde se chillaba a la nada.