sábado, 5 de mayo de 2012

La Identidad Dominadora o El dominio de la identidad

¿Cuál es la necesidad del hombre - en el sentido amplio de la palabra - de radicalizar sus creencias e ideologizar? Parece que si no radicalizan no “encuentran” su identidad, no se identifican. Por ejemplo: si comparto algo de alguna ideología, soy activista; pero si cuestiono o estoy en contra de algunos aspectos, soy subversivo. Para creencias ciegas esta la religión. Veo, desde mi ojo desviado, que todas las radicalizaciones en la historia han llevado a situaciones desastrosas. Bien decía Aristóteles que la virtud estaba en el justo medio. Lo gracioso es cuando yo, que creo en mí ideología, porque está fundamentada en mi idea de virtud, y me convenzo de que es la ideal, que es la más balanceada y me radicalizo al proclamarla como la más perfecta; luego intentaré implementarla, y si no lo logro, habré de imponerla. ¿No es la búsqueda obsesiva por la virtud una forma de desbalancearse hacia el exceso? Automáticamente deja de ser virtud cuando su aplicación violenta a otros; por tanto quien diga haber encontrado la manera perfecta en la que debe vivir la humanidad, esta totalizando, y entonces esta violentando a los demás.

Entonces, ¿qué hacer? ¿Para qué buscar?

Si la única manera de no totalizar es permitiendo la total libertad, se hace imposible la organización; ya que al organizar se generaliza, y al generalizar se suprime la singularidad; por tanto, el individuo ya no es plenamente libre, de cierta manera deja de ser él mismo. Pero busquemos una salida, ¿podré concebir alguna manera en la que una sociedad de hombres plenamente libres, en ejercicio de su singularidad, sea funcional? (Es interesante pensar, en este punto, que si logro describir uno no puedo hacer más que esperar a que se dé espontáneamente, para no participar de ningún violentamiento…)


El origen de la necesidad de identidad

La organización de hombres en sociedad nos regala la oportunidad de pensar. Creo que si estuviera totalmente solo, en un sitio desolado, mis instintos saldrían a relucir –si es que todavía están ahí. Si no tuviera una fuente de comida relativamente segura, si no tuviera un techo en el cual resguardarme, si no pudiera asegurar mi supervivencia; no creo que tendría tiempo para preocuparme por decidir quién soy. Por tanto, el problema de la identidad únicamente puede darse en sociedad, o al menos después de un contacto social.

Me parece que la primera afirmación que surge del encuentro es: el tú, el otro; el otro es, y no solo es, sino también, es otro. Es un otro que no soy. Yo soy yo, el es otro; pero para él, el otro soy yo; por tanto yo soy otro ¿entonces quién soy?

He ahí una necesidad, la de caracterizarnos como únicos, a eso se le llamó: identidad. Creo necesario explorar el origen de la palabra identidad. Ídem: el mismo o lo mismo. Seguramente pensado como “yo mismo” al momento que se empezó a utilizar. Hoy creo que el termino correcto sería individualidad o singularidad, serán estos los que utilizaré de aquí en adelante, para referirme a ese tipo de identidad.

En estos primeros contactos, ya que podemos compararnos, nos damos cuenta tanto de nuestra singularidad, como de nuestros puntos en común; entonces nos identificamos. Yo y el otro, cuando encontramos aquello que compartimos, nos damos cuenta de que algo en nuestra identidad es igual a algo en la identidad del otro, en algo somos idénticos y eso nos identifica, se va colectivizando nuestra identidad.

La cosa se pone interesante cuando aparece un tercero. Ya conocemos nuestra identidad, asumamos que él ya tuvo el contacto necesario y por tanto ya conoce su identidad. Sea como fuere, le presentamos nuestra identidad, y entre todo afloran nuestras identificaciones. Pero, ¿qué pasa? Él no se identifica con nuestras identidades y no podemos entender por qué. Es un hombre, como yo; necesita alimento, como yo; tiene pelo, como yo; pero, ¡no quiere trabajar con fines de lucro!

Aquí me parece ver un síntoma de la perdida de la singularidad, la realidad deja de ser propia de un yo, y pasa a ser de un nosotros; ¿será posible que el impulso dominador se origine de la unión de voluntades? Una idea se fortalece al encontrar apoyo, la idea deja de ser de uno, y pasa a ser de varios, es una idea aparentemente más grande, abarca más mentes. Pero al mismo tiempo deja de ser propia, porque se comparte. Yo me abandono a mí, parcialmente, pero la idea que comparto se fortalece con esa parte de mí que, de cierta manera, pierdo. ¿El yo dominante, es un yo que abandona su singularidad y se entrega a un nosotros ideologizante?



La identidad masiva

Para conectarlo al asunto de la dominación, se me hace más fácil desde la identidad masiva. Me parece que hay una conexión directa entre la necesidad de dominación y la creación de la identidad. O sea, yo necesito mi identidad, necesito saber quién soy, ya sea buscando o inventando, luego de tener una noción de identidad, necesito exteriorizarla para que el mundo me vea “como soy”, y es aquí donde entra el instinto de dominación. Procedo a imponer mi identidad.

Pero antes, ¿cómo encontramos esa identidad? Más me parece que la creamos. Se dan dos casos: los que buscan una identidad “interna” y los identificados. Los primeros son los que aparentemente pierden su vida en la indecisión, en la duda, en la incertidumbre; en esa constante lucha por anular lo que pueda ser superfluo, en esa curiosidad insaciable, en esa necedad por no “tragarse” la “verdad” que todos insisten es la única, la verdadera. En esta clasificación caben los que generalmente son catalogados como subversivos. Aquellos que buscan el bien con esa intención ideal. Que se niegan a aceptar que esta vida debe ser como es; que una vida así, no vale la pena vivirse. (Aunque sea tarde, pero ahora descubro que estoy generalizando, que violento de mi parte… lo borraría todo y volvería a empezar, pero creo que llegaría al mismo punto, así que mejor sigo. En la vida tendré más tiempo para respetar más mis ideas de principios.)

Por el otro lado tenemos a los “identificados”, los divido y encasillo en dos categorías: los cínicos y los ingenuos.

Los cínicos comparten mucho con los “a-idénticos”, pero no se preocupan por seguir indagando o lo relegan a un segundo plano. Empezaron con los mismos problemas, pero no se complican: descifran el mecanismo social que los rodea, crean una identidad conveniente y aprenden a utilizarlo para su beneficio; unos de ellos inconformes, otros, simplemente, indiferentes, y otros abusivos. Aquí se encuentran los demagogos, los políticos corruptos, los empresarios abusadores, etc. No significa que todos los que entren en esta categoría sean “viciados”, pero son muy propensos a caer ante la seducción del poder, al descifrar la formula para manipular su entorno. Es probable que estas características sean las de los dominadores, que más que un yo, pienso que es un “nosotros”.

Los ingenuos, por el otro lado, son aquellos que se identifican con una identidad, la adoptan, renuncian a su singularidad, inconscientemente, claro porque se ven como individuos auténticamente libres, se convierten en una masa homogénea que “baila al son que le toquen”, y la duda no surge, porque entre ellos, según suponen, alcanzaron su identificación. Para que suene bonito, con el pertinente peso de la redundancia y el juego de palabras: se identifican entre identidades idénticas. Aquí encontramos a los motores que hacen caminar a nuestras sociedades, a sus sistemas económicos, políticos y demás. La libertad se convierte tangible, al menos como ilusión, dentro de esta masa, deja de ser un ideal. Claro que el límite de su libertad es directamente proporcional al área que habitan los que comparten esa identidad social. Tras esos límites hay otros, con distintas identidades, ajenos, diferentes. Con su diversidad, aunque relativa, ponen a pensar a los que viven en los límites e inspiran temor a los de adentro, temor que crece exponencialmente según se interna el conocimiento en esa masa identificada.

El dominante protegerá su dominio. Aunque el mecanismo de la identidad es bastante auto sostenible, ya que están tan acostumbrados a lo mismo, y tienen ideologizada esa identidad, que lo distinto les da temor, y rápidamente lo rechazan, porque, según sus preceptos, no es bueno. Por consiguiente, los diferentes, deben ser seducidos a identificarse; los indómitos, habrán de ser intimidados, y si no exterminados.



Nosotros dominadores


El poder de esta dominación masiva se aloja en la idea de nosotros. Ese nosotros que construyo el dominio. Ese nosotros que infló la valoración de una idea. Ese nosotros que no es ninguno, pero son todos. El empoderamiento de la dominación vino de la pérdida del poder individual. El monarca fue derrocado, el tirano fue derrocado, los aristócratas y los oligarcas fueron derrocados, pero por ahí se va abriendo el camino; la democracia fue derrocada, pero destapo el paso. Al principio fueron yo-es quienes dominaban, no cabe suficiente poder en un yo. Luego fueron pequeños cúmulos de yo-es, y el poder era más fuerte, pero la masa, hasta entonces impotente, todavía era muy grande en relación al poder que podían amasar esos pocos yo-es. Luego fue un nosotros demasiado grande y diverso, que el poder no fue suficiente para soportar una masa tan grande tan, tan repentinamente, pero se ilumino al nosotros. Se necesitaba un nosotros más balanceado, más grande que los cúmulos de yo-es, pero no tan grande como la masa completa. Entonces, una nueva forma surgió. La ilusión. Las libertades y las riquezas se hicieron tangibles. Partes de las masas, cercanas a esos yo-es “sobresalientes”, pudieron saborear la ilusión del poder, y por ese medio se propago. Se infló una enorme ilusión, que nosotrizó paulatinamente a las masas, bajo una identidad ilusoria. Hoy los límites de esas ilusiones empiezan a flaquear, aun hay un par de decisiones que se pueden tomar, habitar cerca o fuera de los límites, o aguardar adentro, y ver que tan lejos nos lanza la explosión.




Notas probablemente ajenas (posibilidad de anexos)


Algo que se me hace curioso del funcionamiento de la dominación, es que tanto dominante como dominado luchan por dominar. El dominante quiere imponerse sobre el dominado; y el dominado quiere ser capaz de dominarse a si mismo. Ambos buscan apoderarse de un “otro”, en cierto sentido, aunque ese “otro” sea el famoso “sí mismo” en uno de los casos.

Al final de cuentas, tomando la postura de los cínicos, no debe ser tan difícil encontrarse cómodo dentro de esos mecanismos, ya que esa ilusión de libertad, dentro de esa realidad es plena, no deja de ser una ilusión, pero para quien la vive es real.

He establecido que hay un adentro y un afuera. Hay quienes, estando adentro, quieren salir; otros, estando afuera, quieren entrar; otros, estando adentro, no saben que hay un afuera; otros, estando afuera, no saben que hay un adentro; otros, estando adentro, quieren cambiar todo, quieren romper las diferencias y que no exista un adentro y un afuera; otros, niegan la diferenciación; y por último, hay otros que juegan en los limites, ven lo que pasa, pero no entienden, tienen una vista del adentro y una vista del afuera, y no encuentran un punto de conciliación, podrán ser “no-identificados”.

sábado, 14 de abril de 2012

Titulo Pendiente

(Por no llegar a esbozo, califico esto de vomitamiento de ideas.)


En los últimos meses, leyendo acerca de la conquista, específicamente de los debates de Valladolid, me sorprende lo superficial, o mejor dicho, lo materialista de la discusión. Se discutió incansablemente si los habitantes nativos deben ser evangelizados por medios violentos o pacíficos, pero por ningún lado se cuestiona la razón por qué han de ser evangelizados. 

Lo que quiero decir es que la verdadera violencia durante la conquista fue ideológica. La imposición arbitraria – valga la redundancia – de sistemas de creencias, una violación emocional, - tal vez ahí reside parte del éxito de los conquistadores. La agresión física, comparada con esto, queda relegada en segundo plano y, en algún caso, como mecanismo de intimidación.

Hoy ya no vale la pena culpar a la Iglesia, pero lo que quiero sacar de esto es lo violento de esa actitud y como se mantiene vigente. 

No se que tanto de nuestra actualidad sean repercusiones de aquella imposición, pero algo me hace asociarlo. El mecanismo de creación de “realidades” sigue siendo la dogmatizacion de ideologías; siempre con el humilde patrocinio de los grupos de poder, que se mudo de la Iglesia al mercado, o tal vez al banco, - es más segura una bóveda. El problema no es que trabajen de este modo, sino que siga funcionando para acarrear a una buena parte de la población. Si ese es el mecanismo bajo el que quieren construir su realidad, que le den; pero me perturba la idea de que su ganado ande suelto por el mundo, cegado por un par de monedas invadiendo y destruyendo plantaciones independientes. 

Todo apunta a apostar por la tolerancia, pero, lamentablemente, me parece imposible su plena aplicación. Ya que, eventualmente, todos aquellos que piensan diferente, los subversivos que insisten en cuestionar, resultan arrinconados y forzados a la confrontación. Me considero partidario de la tolerancia, no puedo decir que soy practicante devoto, pero en eso sí creo, cual cristiano en santos. 

Probablemente soy -o fui- parte de esos borregos, pero me gusta pensar que soy de esos que se quedó parado al principio del camino y ha estado sacudiendo la cabeza, intentando liberarse; aparentemente estancado, pero en constante movimiento.