jueves, 29 de mayo de 2014

Un vecindario artificial, para una población artificial.

Mientras espero que llegue la hora me siento en esta vieja pero nueva banca a la orilla de la plaza. Tiene una tan extraña sensación de paz este lugar que me da desconfianza. Se podría decir que está desolado. Tal vez he visto unas doce personas; lo contrario a lo que en un lugar como este, o al menos con este aspecto, debería haber.

En vez de parecer nuevo, y por eso estar vacío, se me hace más a ser algo viejo y abandonado. Con la única excepción que todo está sumamente limpio, como si hubiese sido obsesivamente restaurado, tan limpio que parece de exhibición, no parece real. Es más, parece como si la vida se hubiera espantado, sin dejar huella.

El día es ideal para este escenario. Si tan solo no tuviera otras cosas que hacer, podría ser perfecto: el cielo mayormente despejado, con unas cuantas nubes que se pasean, como pequeñas y delicadas pinceladas, dispersas, blancas, inmaculadas; el sol brilla como si su única preocupación fuera iluminar este pedazo de tierra, como un sol privado, tan fuerte que apenas resisto su reflejo en el papel.


Un par de locales acaban de llegar, extrañamente, parecen turistas, incluso toman fotos; tanto se aleja este lugar de la realidad de Guate que un extranjero parece menos extraño que un local. Un vecindario artificial, para una población artificial.

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