jueves, 19 de noviembre de 2015

Miércoles 8 de julio de 2015 (6:51)

Así, mientras empieza un miércoles, un tal ocho de julio, mientras se enciende la mañana, mientras espero que hierva el agua para poner el café, empiezo un nuevo cuaderno.
Agua hervida, café puesto y me pica el bicho musical; pero descubro el canto mañanero de algunos pájaros, los que quedan, los que no hemos terminado de invadir. ¿Qué prefiero? ¿La música o el canto improvisado, casi caótico de los pájaros?

Café, eso es lo cierto. Según las instrucciones son de tres a cinco minutos en la French Press. Esa cantidad de tiempo ya pasó.

Entonces sobresale la diferencia en el tiempo que toma leer y el que toma escribir; escribir es una tarea muy laboriosa.

[...]

El canto de los pájaros ha cesado; los carros sucios de gentes demasiado limpias deben estar ya desbordando las calles. Yo aquí, con mi hoja, con mi pluma y con mis perros, degusto algo de la ansiosa soledad urbana, como paz extemporánea.

lunes, 19 de octubre de 2015

Los niños de la tierra

En un bosque oscuro un niño se enfrenta a un árbol. Ambos son el centro de un amplio claro; claro por motivos naturales, no por la abusiva mano del hombre. Hace frío, el viento baila, oscilante, estallando en ráfagas heladas que se clavan como púas, breves, punzantes. Pero ni la temperatura ni el clima son problema, no para el niño, no para el árbol, quizá para mí. 

El suelo está colmado de tierra fresca, hojas fugitivas que encontraron en ese claro su descanso, así vuelven a la tierra. Algunas rocas milenarias sobresalen. Lo que parecería, en ellas, timidez, es una densa indiferencia, un exceso de confianza: no necesitan esforzarse por proyectar una imagen, saben cuánto tiempo han estado ahí, saben cuánto tiempo más estarán. Las rocas saben. Sus duros cráneos resguardan el conocimiento inicial, la tierra cuando fue, el nacimiento del tiempo. 

La mirada del niño se hunde en las profundas ranuras de la corteza del árbol, éste guarda la memoria de la vida y la deja escapar por soplos de las fisuras de su cuerpo, por los retoños de su copa y por la fuerza con la que incrusta sus raíces a la tierra. La tierra, a su vez, les da albergue; es cobijo de las rocas y trono del árbol, aposento del conocimiento y sustento de la vida.

Finalmente el niño se mueve, avanza, se acerca al árbol. Ágilmente lo trepa, aferrando sus pequeñas manos a los surcos de la corteza que forman una escalera infinita. El árbol emana un cálido aliento que repele el efecto punzante del viento, la oscura cabellera del niño se enverdece, su piel se hace corteza y sus ropas desvanecen. Sigue trepando hasta alcanzar la copa, se sienta en el extremo más alto. Alza su mano al sol, de su dedo brota un retoño, lo come. 

De nuevo extiende su brazo, para siempre. 

Unos pasos se escuchan desde el interior del bosque. Entrando al claro, pisando hojas fugitivas, tierra fresca y sabias rocas milenarias, una niña avanza para detenerse frente al árbol.

***

El día es gris. En lo más alto de un áspero muro de piedra un niño observa el horizonte infinito. La hora, así como el tiempo, dejaron de ser relevantes. Las nubes son tan densas y tan grises que no dejan entrar luz u oscuridad. El océano, violento, se extiende desde el alcance de la vista hasta estallar en salados cúmulos brumosas contra la piedra. La brisa se confunde con la llovizna, pequeñas y tímidas partículas de agua llueven de arriba a abajo y de abajo a arriba; así se suspende el espacio. 

Dándo un paso el niño se entrega al vacio. Su cuerpo nunca desciende al grosero mineral; se suspende y se hace brisa, alzando vuelo hacia las nubes.

Bajo sus huellas el pasto recupera su forma, cubierto en ínfimas gotas que reflejan las estrellas, atravesando el pesado techo gris. 

La claridad es gris, la luz es neutra. 

Persiguiendo un brillo lejano, un destello que flota sobre el mar, llega un niño. La orilla le señala el límite; al próximo paso volará. Con una sonrisa observa el lejano destello, inhalando profundamente da un paso más, llenándose por dentro de la fresca lluvia-brisa, haciéndose a su vez destello, reflejo de un astro. Una risa lejana le seguía.


***

La oscuridad de su pelo hizo de su piel sombra, mientras andaba descalza atravesando el umbral de una profunda caverna. 

Los muros internos, de piso a techo, la recibían gozosos, desprendiendo minúsculas partículas de polvo oscuro que se adherían a su piel, protegiéndola, abrazándola. 

Así la negrura se apropió del espacio, y sus pasos fueron guiados, no por su vista, sino por el calor que emanaba el suelo. Con cada paso ella se diluía, se transformaba en roca, se hacía montaña. 

Siguió su camino hasta convertirse en materia ardiente que refuljía por los aires. 

Hacia el umbral de la caverna se dibujaba un angosto sendero, de superficie delicada, adecuado sólo para pasos pequeños, para pasos puros, para pasos ingenuos.


***


En una agitada ciudad centroamericana el bullicio espanta los sueños de los chicos. Los árboles son sucios y quebradizos refugios, deteriorados por la incansable espesura del humo. Las olas son de gente, la brisa de lágrimas y sudor. Y de las cavernas brota el crudo color ocre de la violencia, las partículas son afilados llantos, desgarradores gritos y contundentes proyectiles. 

Un destello furtivo, proveniente de una vieja grieta urbana, atrapó su atención con la promesa de alguna sabiduría milenaria. Una paloma gris desciende de los cielos, sus huesos de plomo se aproximan extraviados, culminando su caótico viaje al incrustarse en un pecho iluso. 

En una esquina cualquiera, en un momento cualquiera, se desvanece una niña, se desvanece un niño. No queda más que un rastro, una huella grotesca, una densa e informe poza que se hace pavimento.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Sobre las elecciones

Hoy me discuto si anular el voto o resignarme a algo que va a suceder, si reducirme a lo práctico o creer que en Guate podemos ir más allá, a aspirar a algo más satisfactorio, más inclusivo, menos polarizado. Mientras tanto...

Como yo lo veo. Por preocuparnos de que todo siga igual, de mantenernos dentro del rigor de lo establecido, es que las cosas no pueden cambiar. Esta es la verdadera cortina de humo.

El problema de fondo en Guate es que estamos sumidos en un sistema político viciado, y todos los partidos con oportunidades de acceder al poder están conformados por─ o tienen influencias de─ personas y grupos engañosos, corruptores y demás. La cuestión entonces es preguntarse ¿es razonable creer que esas mismas personas van a velar por que se pasen las reformas íntegramente? O sea, sí van a pasar reformas, quede quien quede, pero serán versiones tan parchadas que antes de proteger los intereses reales del pueblo, de la mayor parte de la población, solo les habilitaran nuevas y reforzadas defensas a estos pillos para seguir haciendo sus trastadas.

Darle a los políticos que ahorita están en fila para ser elegidos, y confiar en ellos para hacer las enmiendas que se esperan, es lo mismo que hicimos (porque voté por él) al creerle a Otto su discurso de seguridad. Es cierto que mi postura puede considerarse idealista, pero la creo menos ingenua que la opuesta. La cuestión es que veo roto al estado, veo totalmente aniquiladas las posibilidades de gobernabilidad en el país, y eso que vivo una vida demasiado cómoda y no me afectan directamente los problemas reales de la mayor parte de la población.

Por usar una analogía, supongamos que el sistema político es el avión, los políticos son la tripulación y el pueblo somos los pasajeros. Nosotros, el pueblo, estamos conscientes de que las anteriores tripulaciones han sido las responsables del mantenimiento del avión. Hemos visto como lo han descuidado, podemos ver chapuces, piezas rotas y espacios vacíos donde deben ir elementos fundamentales. Supongamos ahora que nos tienen a todos en el aeropuerto y tenemos que ponernos de acuerdo y elegir una nueva tripulación. La pregunta es, ¿qué tanto importa quién sea la tripulación si podemos ver claramente que el estado del avión, sus partes más importantes, están hechos pedazos, sino totalmente destruidas, a punto de destruirse? ¿Usted se montaría a un avión que ofrece más probabilidades de estrellarse en el camino que de llegar a cualquier destino?

Eso por un lado, por otro está el saqueo que la tripulación pueda hacerle a los pasajeros durante el viaje. Recordemos que eso es lo que busca la tripulación, solo quieren elevar vuelo para recuperar plenamente el control, para llevar al grupo a donde les plazca, haciendo caso omiso de los problemas mecánicos. No les interesa hacerle mantenimiento al avión, exige muchos recursos y esfuerzo que prefieren enfocar en sus fechorías.

Y ese es el problema. Los políticos son los guardianes del sistema, de este sistema viciado. Las elecciones son el medio por el que entran al sistema.

Recordemos también que el “Orden constitucional” es una construcción civil, (o no sé si cívica sea la palabra adecuada); la idea es que es una figura que nos hemos impuesto para regirnos y normarnos, ¿qué hacer cuando esa figura se vuelve contra los intereses de la mayoría? ¿qué hacer cuando esa figura atenta directamente contra la integridad de la sociedad? ¿quién sostiene la figura, si no es la misma sociedad? Así, nos convertimos en nuestros propios verdugos.

Sobre soluciones y propuestas no sé, no soy mecánico. Pero estoy seguro que el avión necesita quedarse en tierra por un tiempo, para que se le dé el mantenimiento que requiere y podamos seguir volando con suficiente seguridad. Cierto que siempre habrán tripulaciones pillas que se aprovechen de su condición, pero al menos deberíamos hacerles difícil el acceso y de paso asegurarnos de que el avión pueda volar.

Pero luego, según van las cosas hoy, el avión va a despegar, y a menos que individualmente nos logremos escapar, todos iremos en él. Solo acuérdense de mí cuando vayamos en picada o aporréenme cuando aterricemos sanos y salvos, puedo estar equivocado.


P.D.: No necesito señalar a ningún partido ni candidato en particular, pues me refiero a algo que está antes de ellos y, por tanto, los anula a todos.

lunes, 10 de agosto de 2015

Sobre un Estado que agrede y un pueblo que aplaude

(Por favor, señálese cualquier falencia.)

Gorrito de fiesta de cumpleaños con camuflaje militar. (2003) Darío Escobar.*
(Parte de performance: Short Stories - Fábrica del Vapore)



Hace unos días, tarde en la noche, mientras daba una de las últimas revisadas al Facebook antes de pasar a las últimas fases de mi rutina nocturna, me topé con algunos comentarios acerca de la golpiza que unos soldados le dieron a un par de jóvenes. Desconozco los pormenores del asunto, los motivos y consecuencias, pero creo que es posible evaluar la situación antes de entrar a todos los detalles. Esto, quizá, sería analizarlo superficialmente, pero estoy seguro que permitirá ver más de algo.

¿Qué pasó? Que unos soldados golpearon a unos jóvenes. Ahora, ¿se puede pensar en algún motivo que justifique esto? Se me ocurre que si los soldados estaban bajo ataque, o bajo alguna amenaza seria ─qué sé yo, que les estén apuntando con un arma, o atacando con un cuchillo o incluso un garrote, o al menos que el civil esté agrediéndoles deliberadamente─, o porque estén interviniendo en un conflicto violento entre civiles. Fuera de esas circunstancias, no puedo pensar en nada que justifique la agresión de parte de un servidor público, aunque sea de una mínima manera, a un civil.

Demos un paso atrás. Las fuerzas de seguridad ─en teoría la policía, pero en nuestros países también entra a jugar, con demasiada frecuencia, el ejército─ son eso, fuerzas de seguridad: entidades creadas con el único fin de resguardar a la sociedad; son supuestas garantías de seguridad. Entonces, vale preguntarnos, ¿las acciones de estos soldados fueron una intervención en beneficio de la seguridad de la población? Quizá, si nos ponemos proyectivos o fantasiosos, sí; pues podríamos argumentar que los jóvenes eran delincuentes, entonces recibieron su castigo por los delitos cometidos y, quizá, tal golpiza propinada por agentes de “seguridad civil”, sea un incentivo para no delinquir más.

Ahora, he aquí la cuestión ─talvez depende de dónde o cómo se adquirió el conocimiento del idioma, pero...─: en el castellano que yo conozco, esto se llama justicia, no seguridad. Recordemos entonces lo dicho al principio del párrafo anterior, los policías ─y en casos como Guatemala los soldados─ cumplen la función de fuerzas de seguridad, nos son una entidad de justicia, para eso están los jueces ─quienes, en nuestro sistema, son los encargados de impartir justicia─. Cierto que son un órgano del sistema de justicia, pero su función no es ser jueces ni verdugos.

Pero entonces, ¿qué es esto de la seguridad? Si pienso en seguridad pienso en prevención, pienso en poder salir tranquilo a dónde sea que vaya, sin temor a sufrir algún daño. Por eso decimos que en Guatemala vivimos en un estado de “inseguridad”, porque son pocos los que salen con esa sensación de tranquilidad, y son pocos los lugares donde uno se siente “seguro”. De tal manera que la seguridad es esa garantía de que podremos ejercer nuestros derechos y libertades efectivamente.

Por el otro lado, ¿qué es la justicia? El término es muy grande, pero no entremos al concepto del ideal de justicia, pues no creo ser capaz de expresar suficiente al respecto. En cambio, limitemos la exposición al sentido práctico de justicia ─más como una forma de resarcimiento─. Entonces, podríamos decir que la justicia es la ejecución de un ajuste de cuentas, de corregir una actitud, acto, o lo que sea, de balancear la situación y devolver o entregar a cada quién lo que le corresponde. Para eso se han elaborado complejos sistemas legislativos y judiciales, en los que se establecen una serie de normas para regular las actividades dentro de una comunidad, estableciendo límites, derechos y obligaciones, con la intención de permitir una vida en paz con la mayor libertad posible ─o quizá sea mejor hablar de un límite conveniente (para “todos”) de las libertades─. Y, correspondientemente, se han establecido ciertos lineamientos para hacer valer aquella legislación, procesos que sancionan a los infractores para “garantizar” los derechos, libertades y demás, de todos los integrantes de una comunidad ─entendiendo comunidad como la unidad de lo común, lo aglomerado en lo común─.

Creo que con esto ya podemos identificar con claridad la distinción entre una entidad de “seguridad” y una de “justicia”. (Me disculpo por los atropellos conceptuales y todos los saltos que la sobresimplificación de esta exposición han provocado, además de mis carencias narrativas e intelectuales.)

***

Podríamos entrar a discutir qué hace el ejército fungiendo como fuerza de seguridad ciudadana. Si nos vamos a definiciones, esa es tarea de la policía, y la función del ejército es la protección contra amenazas exteriores, se me ocurre que el combate contra el narcotráfico es quizá la excusa más válida que justifique la existencia del ejército en Guatemala. Sin embargo, es una práctica común en nuestros países “tercermundistas” ─¿será esto un síntoma del “retraso” o una herramienta de retraso?─, y en este caso particular, resulta irrelevante; lo que importa es que un agente de seguridad ciudadana, en el ejercicio de sus funciones, agredió a un civil. ¿Acaso no es obvia la contradicción que esto representa? ─¡Pero eran unos delincuentes!─ exclaman algunos, hinchados de orgullo, ilusionados por la fantasía de justicia.

Para esto es necesario volver a la distinción entre seguridad y justicia, para elaborar otro poco. Lo sucedido es un ejemplo de una persona individual impartiendo justicia. Si imaginamos un mundo en el que cada quien aplica la justicia desde su interpretación de las leyes, desde sus estándares morales y lo que piensan que deben ser las normas sociales “comunes”, estoy seguro de que nos mataríamos entre todos. Vamos a ejemplos concretos. ¿Cuántas veces, mientras se va manejando por el insoportable tráfico de la ciudad, no hemos deseado auténticamente eliminar de la existencia a cualquier cantidad de conciudadanos? Pensemos en los conductores de transporte colectivo, uno que otro taxista y la bastedad de conductores particulares que sobresalen por su imprudencia; no dejemos de lado a los agentes de tránsito, que muchas veces causan más problemas de los que resuelven. Eso por un lado. Luego pensemos en todas las veces que nos hemos equivocado. Estoy seguro de que a más de alguien se le ha perdido algo, preciado o no, y ha señalado como culpable a alguien, con total certeza, quizá creyeron haber visto entre las cosas del sospechoso aquello que a uno se le “perdió”. Conozco ese sentimiento de certeza, y sé que si no hubiera algún impedimento aplicaríamos el castigo que nos pareciera pertinente, sin detenernos a verificar la evidencia, pues nuestra certeza es suficiente. Ahora ubiquémonos al otro lado del asunto, también estoy seguro que muchos hemos sido erróneamente acusados de algo que no hemos hecho.

Es precisamente por estos motivos que, como sociedad, se establecen procesos judiciales: para asegurar, dentro de lo posible, el esclarecimiento de un suceso, la identificación del verdadero culpable y la aplicación del castigo correspondiente; con la intención de aplicar un castigo justo y evitar castigar a inocentes. Y es que es muy fácil distanciarse, verse a uno mismo como el ciudadano modelo que jamás estaría envuelto en una situación de riesgo, pero tengo una noticia ─vieja acaso─: vivimos en sociedad, y así como nos beneficiamos de ella, también estamos en riesgo constante de caer, real o aparentemente, del lado equivocado de la ley (piénsese en una situación límite o un accidente, o una parada en un puesto de registro).

***

Sucesos, como el de hace unas semanas, lejos de fortalecer el sistema de justicia, y resguardar la seguridad ciudadana, lo debilita. La obligación de las fuerzas de seguridad nunca será impartir justicia, sino proteger a los ciudadanos, sean culpables o inocentes. Ellos no serán quienes decidan el grado de culpabilidad de un civil, ni el castigo que le corresponde. Vamos de vuelta, esa es la labor del sistema de justicia. Y es que la aplicación de justicia, por mano propia, constituye un nuevo delito, es agresión y/o asalto, cuando es entre civiles; ya luego, si se prueba que fue en defensa propia, el mismo sistema ofrece una salida, pero esto se hace después de verificar los hechos. Ahora, si un funcionario del estado, en el ejercicio de sus funciones, y tomando provecho de su condición, agrede o asalta de cualquier manera a un civil, esto constituye una violación a los derechos humanos. (¡Uy no! ¡Lo dije! ¡Me atreví a sacar la grosería de los Derechos Humanos! A ver si lo logro explicar suficientemente claro.)

Los Derechos Humanos son una herramienta legal de aplicación mundial ─esa categorización de «universal», debe admitirse patética, o al menos demasiado ambiciosa─ que protege a los ciudadanos de cualquier abuso de parte del Estado. Un soldado, un policía y cualquier funcionario público, en el ejercicio de sus funciones, no es un civil más, es un representante del Estado que goza de ciertos beneficios y, supuestamente, le rigen ciertas obligaciones. De tal manera, sus acciones no se justifican como actos individuales, sino como oficiales, correspondientes al gobierno, de interés para toda la sociedad ─«toda la sociedad» incluye a todos habitantes, los que le gustan y los que no─ y, principalmente, de interés para el Estado. De ahí la diferencia, para todos los que no terminan de entender qué son los Derechos Humanos (que, lo más seguro es que, si empezaron a leer esto, no llegaron hasta aquí): la función de los Derechos Humanos ─en este aspecto─ es proteger a los ciudadanos de los abusos que el Estado, por su situación de poder, pueda infligir. Por su lado, el Estado tiene procesos establecidos para impartir justicia y garantizar la seguridad de los ciudadanos, para los conflictos entre ciudadanos; de la misma forma, no podría considerarse un proceso justo si es el mismo Estado quien interviene entre un conflicto entre un funcionario del Estado y un civil (es algo parecido a porqué en los partidos de futból internacionales el árbitro siempre es de una nacionalidad distinta a los equipos que están jugando). Ahora, si el conflicto contra los DDHH está en que se piensa que el Estado y sus funcionarios deban tener acceso libre para aplicar la justicia a discreción, creo que sería inútil intentar un contraargumento, pues tanto más que razón escapa a quien pueda sostener esa concepción.

Claramente, debo hacer la salvedad que, en una situación límite, algunas acciones ofensivas de las fuerzas de seguridad se justifican, pero se deben detener al momento de la aprehensión. Pensemos en una balacera entre civiles y las fuerzas de seguridad. Mientras dure el intercambio, pues se está en una situación límite, el daño ocasionado no se considera una violación a los Derechos Humanos. Sin embargo, cuando termine la balacera, si los civiles son capturados con vida, puesto que ya no se está en una situación límite, cualquier agresión contra ellos, será considerada como una violación a sus Derechos Humanos, aunque su culpabilidad sea aparente.

***

No había visto el video, pero me pareció ridículo que esté intentando escribir al respecto sin haberlo visto. Entonces lo ví. Se me revolvió el estómago y lo que me dio más rabia fue pensar que, en caso que los jóvenes auténticamente eran delincuentes, esta agresión seguramente los va a lograr exonerar del sistema de justicia. Claro, tenemos que regresar a que estamos en Guatemala, en donde no se puede decir "sistema de justicia" con seriedad. Pero, ¿es esto la solución?

Como también soy un ciudadano guatemalteco, que unas cuantas veces he sido víctima de la inseguridad en el país, puedo entender esa respuesta visceral que se satisface con la venganza, la morbosidad de dañar a quien sea con tal que represente aquello que desprecio, que me perjudica o que de alguna manera me molesta. Pero luego se debe tomar un poco de distancia y entender que no debemos sucumbir ante nuestras respuestas viscerales, ante nuestros instintos más salvajes, ya que de esta forma se alimenta el ciclo. Por eso es que hemos desarrollado sistemas legales y de justicia, para regular estas respuestas.

Si vivimos en una sociedad en la que nos quejamos de la inseguridad y la violencia, ¿cuál es el gozo que produce la golpiza? ¿Dónde está el agrado? ¿Qué es lo que se agradece? ¿Qué lo distingue a usted, brutal, salvaje, del delincuente? ¿Qué lo distingue a usted, brutal, salvaje, del soldado? No se puede negar que detrás de esto hay un sentimiento medieval, digamos primitivo y bastante vil por cierto.

Permitir ─y aplaudir─ que cualquier elemento de seguridad imparta justicia por su propia mano es exactamente como querer tener hijos masturbándose; o sea, la parte inmediata del proceso se satisface, pero al final es un esfuerzo infértil, literalmente infértil para la intención reproductiva, y exactamente igual de aplicable para la intención social.



*Imágen recuperada del sitio web del artista (http://www.darioescobar.com/)

lunes, 13 de julio de 2015

Sobre lo gay (más bien: Sobre identidad de género y sexualidad)

Como respuesta a un artículo publicado en Prensa Libre (¿Matrimonio Gay?), surgen las reflexiones expuestas a continuación. Por favor, destrúyase.

Primer punto, sobre el primer párrafo. Qué conveniente que ahora el punto de vista "religioso" apela a la razón y a la coherencia lógica. Se olvida que la lógica, igual que la religión, igual que el matrimonio, igual que todas las instituciones humanas, las civiles, las científicas y demás, son construcciones de los mismos hombres en su afán de organizarse, de sistematizar el caos y el desorden que aparentemente domina el universo; inevitablemente limitando la gran amplitud de posibilidades que permite la experiencia humana..

A partir de eso, me parece un ejemplo transparente de incoherencia que un religioso venga hoy a hablarme de razón y coherencia lógica cuando las creencias en las que sustenta todas sus valoraciones están más allá de la posibilidad lógica (pero esto se llama una falacia ad hominem, pues no ataco el argumento, sino al hombre que lo pronuncia; por tanto es inválido este contra-argumento).

Lo cierto ─y lo que hay que resaltar─ es que esta "lógica" con la que quiere decidir qué es la homosexualidad ─si es un desorden psicológico o no, si es una enfermedad o no, como quiera─, es el mismo tipo de lógica que decía que la tierra era el centro del universo, es el mismo tipo de lógica que negaba la evolución. Estas "lógicas" se han construido con conocimientos parciales y con intenciones de control, de estandarización, de dominio; con intención de regular qué puedes y qué no puedes hacer, decir, pensar, etc.


Luego, en el segundo párrafo habla de la integridad de la sociedad. Poniendo la familia "tradicional" como la piedra angular de la sociedad. ¿De cuál sociedad? Pregunto yo. ¿Esta que está cundida de corrupción, de violencia y de opresión (globalmente)? A esto nos han llevado esos cimientos de la sociedad que tanto defienden. Tras el afán de "ordenar", de "estar organizados", sistematizados, nos hemos olvidado de la amplia posibilidad de valor en la experiencia humana (como la búsqueda de la felicidad). El problema es que hasta ahora hemos sido una civilización (la humanidad entera) de represión; más que establecer límites en las relaciones interpersonales, se ha limitado la conciencia individual, el pensamiento propio. Entonces ¿cómo puedo buscar mi felicidad si debo combatir en mi interior aquello que me impulsa, aquello que me atrae, hacia donde veo mi felicidad?

Cuando él dice que el matrimonio es exclusivamente la unión entre un hombre y una mujer, es un argumento similar al que dicta que solo los hombres pueden ser sacerdotes. Es atribuir alguna valía particular al género, sobre el que se construyen los roles sociales. (Ese es un tema muy profundo y complejo ─no en sí mismo, sino por sus implicaciones─, sobre el que no me siento preparado a desarrollar.)

Y luego, la forma en la que abre el siguiente párrafo "El matrimonio surgió en función de la reproducción humana", lo siento padrecito, pero aquí si ¡su madre! El matrimonio surge como una herramienta social, tanto de colaboración interpersonal ─de ahí la intención de compartir con otro─, como de organización y control. Podría asegurar, haciendo un salto imprudente, que antes del matrimonio existieron otras formas de asociación, y que el matrimonio, formalmente, fue una de las últimas instituciones (por últimas me refiero a que fue una de las más recientes) de unión y de colaboración. Quien me diga que el fundamento de una relación es la reproducción, lamentaré abofetearle la cara, pues no aceptaré que se reduzca la experiencia humana a la mínima expresión de su biología. No niego que haya quienes encuentran su felicidad en los hijos, pero también hay quienes no.

Luego, el género y la sexualidad, para mí, son dos cosas distintas, y aunque comúnmente están conectadas, no lo están exclusivamente. Estoy totalmente de acuerdo con que la función principal de los genitales es la reproducción, es su función biológica mínima. Entonces me pregunto, ¿acaso limitamos el uso de nuestros órganos y de nuestro cuerpo, a sus funciones biológicas básicas? Me parece que no. Me parece que todo el fundamento del desarrollo de la civilización humana ha sido la explotación de las posibilidades de la experiencia humana, de buscar nuevas formas de usar nuestro cuerpo, de construir herramientas para ser más fuertes, para mover cosas más grandes; ¿porque habríamos de elegir qué partes del cuerpo sí podemos usar más allá de su función biológica básica? Si mis pies son para mantenerme parado, no debería usarlos para patear cosas o para operar máquinas; si mi boca sirve exclusivamente para comer, no debería besar, no debería tampoco usar mis dientes para abrir una bolsa, o como los locos que destapan botellas con las muelas.

Decir que el sexo tomó su valor placentero de los métodos anticonceptivos es simplemente patético. Los órganos sexuales siempre han sido así de sensibles, como un incentivo natural a usarlos, a experimentar con ellos, a caer en la trampa de la reproducción. Es como las abejas y el néctar. A las abejas les gusta la miel, para hacer miel utilizan el néctar de las flores, en ese proceso recogen polen y lo transportan a otras flores, y ¡voila! habemus reproducción. El placer es el néctar que atrae a las abejas, la dulce satisfacción de la experiencia. Luego, es posible que la abeja deposite el polen en una flor estéril, así como lo pueden depositar en flores que quizá no corresponden a esa forma de reproducción. Así que no, el sexo era placentero antes, la reproducción en principio, es accidental.

Luego, decir que la función del matrimonio es la reproducción humana elimina la posibilidad para personas estériles. Lo que nos mete a la discusión de la adopción. Respecto a eso: aún no lo toquemos, salgamos de esto primero, pues es determinante.

En fin yo me niego a creer que la experiencia humana se limita a la reproducción. Pienso que el objetivo de todo esfuerzo humano es alcanzar alguna forma de felicidad, la que más significativa resulte para cada individuo. Pienso que es una forma de violencia que se le impongan tantas limitaciones a las personas en esta búsqueda.

Creo que también es importante re-interpretar qué significa la sociedad, analizar si realmente es un impacto tan fuerte que se "destruya" la estructura establecida de "familia". Personalmente creo que tenemos mejores posibilidades, como civilización, si la familia se funda en la búsqueda de la felicidad, en el apoyo y en la colaboración; más que en el propósito reduccionista de reproducción.

Hay que interpretar a las personas como personas, como seres individuales que sienten, que piensan y que quieren ser felices; no como herramientas de sociedad.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Desfibrilando el músculo político (3)

Ahora me doy cuenta de que muchos enfrentamos este conflicto de la misma manera que un adicto enfrenta al objeto de su adicción, con dolorosa resignación. La dependencia nos encierra, notamos que simplemente no está bien, que nos destruye lentamente; pero con sólo imaginar que se desmorona el mecanismo nos congelamos.

Entonces nos ponemos selectivos, cediendo por aquí y condenando por allá; nuestra adicción no nos deja ver que somos una parte esencial del problema, que nuestra adicción supera el acomodamiento, ¡que se ha apropiado de nuestra capacidad crítica! Entonces fallamos en identificar orígenes y culpables, fallamos al no reconocer nuestra propia estupidez, fallamos por no reconocer las fuerzas que nos dominan. Así que mejor nos resignamos al regocijo de nuestro pequeño rincón de caos; nos apartamos, inventamos nuestras batallas y les inyectamos la superstición con la que superamos a la realidad ajena. Nos entumecemos, nos dejamos entumecer por nuestra propia mano, negándonos a reconocer la fuerza que la impulsa.

Somos adictos. El poder es la droga, la dominación el éxtasis.

Sí, quizá sea cierto, enfrentar la realidad sin el consuelo del “viaje” puede resultar difícil, tal vez algo incómodo; pero igual, a la incomodidad ya estamos acostumbrados, y lo difícil solo es el proceso de desintoxicación, es temporal; después todo será mejor.

Desfibrilando el músculo político (2)

Para mí es innegable que, más que indiferencia, lo que tenemos es una gruesa callosidad, un inmundo habituamiento —sin embargo acostumbrado—. De ahí surge una forma de desconfianza, pero no es por malicia, es más el cansancio de haber peleado y reclamado hasta perder las esperanzas de que algo mejor sea posible. No es indiferencia, es desesperanza.

No lo niego, lo padezco. He sido un mediocre inconforme toda mi vida. Y es que la corrupción en este país no es nada nuevo, las pruebas al respecto tampoco; desde que puedo recordar los poderes se mueven de maneras tendenciosas, sin rastro de un sentido de justicia.

Quizá la esperanza ahora nace del delirio de poder que las redes sociales nos dan a nosotros, simples ciudadanos; un delirio que amenaza con invadir a las masas, para convertirse en realidad. Cabe incrustar mi repudio al concepto borreguizante de "las masas", pero cuando veo una buena intención de fondo, se disuelven las críticas. Solo espero que el movimiento logre mantenerse limpio de influencias. Y mientras tanto, a soñar con la posibilidad.

martes, 19 de mayo de 2015

Desfibrilando el músculo político (1)

Aunque es válido sentirse al margen, es imposible realmente estar al margen.

Yo soy uno de esos que fantasea con vivir aislado, o sea que en fantasías rechazo la sociedad; más en la realidad no me queda sino someterme, pues no soy capaz de sustentar todas mis necesidades.

Tampoco soy un individuo significativamente importante para la sociedad, aunque delirio con aspiraciones e intenciones de grandeza; aunque irremediablemente inciertas.

Desde aquí enfrento el conflicto político que afecta al país. Con una indiferencia malsana por el poco interés que tengo en la sociedad, con la nula esperanza por la forzada costumbre a esta siniestra situación.

Soy uno de esos a los que el miedo ha encerrado en una nube, y el problema es que en ella me he acomodado. Cierto también que desde hace años la rasco, desde hace años me molesta, pero no por eso se hace incómoda. Y entonces señalo a todos los que se irritan a mi alrededor, cada quien envuelto en sus ideas, tan virtuosas como defectuosas, tan falsas como sus mismas nubes; tan falsas como la nube en la que nos englobamos.

Pera ahora debo admitir que todo esto ha avanzado bastante más de lo que esperaba. Ahora empiezan a nacer las nuevas maromas, empiezan a volterase las tortillas, y dentro de mis fantasías me parece ver que la cúpula se desmorona a sí misma. Pero luego descubro que no es más que otro movimiento estratégico, un nuevo malabarismo político; y es que después de tantas mentiras uno aprende a no creerle a nadie.

miércoles, 6 de mayo de 2015

Allá tú, aquí yo

Y dime, ¿cómo te encontró la noche? ¿Por donde se te coló el sereno? ¿Cómo viviste el día en el que te libraste de una carga del pasado, solo para descubrir que esta recién nacida esperanza es tanto más pesada?

¿Aún vagan libremente tus ilusiones?

No te engañes, yo soy como tú. Ahora las noches se me hacen eternas y los días incontables; no me queda más que mentirme y repetirme que las fantasías no habitan en esta realidad: que las lágrimas son dulces y los suspiros liberadores; que el tiempo no se acerca ni se aleja; que mi sombra se ha detenido, escondiéndose bajo mis suelas.

Ahora no hago más que ver bailar a las salvajes hojas que invaden mi vista, lo único dinámico que atrapa mi atención; todo lo demás se ha detenido: el sol, la respiración, el parpadeo. No hay más que viento, ásperas corrientes heladas que hacen tiritar toda vida a su paso.

Como un espectro me descubro en el reflejo del cristal que nos divide. Allá tú, libre, al intemperie; aquí yo, solo, envuelto en mi mismo, sofocado en mi vacuidad.

jueves, 16 de abril de 2015

¿De qué vive uno?


Si no es de los pedazos de pellejo que dejamos a rastras en el áspero pavimento, 
si no es de las lágrimas que escasamente nos lubrican el camino, 
si no es de la sangre que perdemos para no ser olvidados. 

Al menos el suelo nos recuerda, 

al menos esas groseras manchas permanecen, 
al menos los insectos se deleitan con nuestros restos. 

Finalmente, el gusto será siempre, por gusto, deleitar,

                     será, de cualquier manera, gustar,
                                             empalagar,
                                               olvidar.

viernes, 10 de abril de 2015

Historia de una mosca

La mosca se aferraba a un hilo de la telaraña de la que había logrado escapar. No podía volar, sus alas fueron devoradas por una arañita bastarda que se encargaba de vigilarle.

Días de insecto ─que equivalen a años de hombre─ pasó ahí atrapada, fantaseando con la libertad; tanto tiempo pasó que ya no podía entenderla, no era posible más que como fantasía.

Sus amplios ojos de mosca, aún cubiertos por los restos de su antigua prisión, solo lograban ver sombras, siluetas oscuras, nada claro. Sus patas, atrofiadas por la dulce mugre con la que le alimentaban, engoradándole cual coche en finca, no podía usarlas para aclararse la vista.

Su escape había sido procurado por la casualidad y se mecía con el viento, el péndulo era hipnotizante. A través del hilo sentía las vibraciones de cada paso de su predadora, pero su escape aún no era advertido.

En su mente albergaba un dilema: soltarse y dejarse caer, enfrentar el riesgo de no sobrevivir la caída, o caer en una prisión más cruel; o tal vez caer a salvo, recuperar sus alas y volver a volar, aterrizar en el más dulce colchón de mierda que cualquier mosca haya probado jamás, experimentar la libertad, saborear los más dulces manjares. O, por el otro lado, dejarse atrapar, volver a la prisión que tan humildemente le hospedó, apreciar de nuevo la áspera caricia de los hilos de su celda, y ver en los colmillos de la predadora una ventana al final, las cadenas que le sujetarían a la plena y definitiva libertad.

martes, 7 de abril de 2015

de vidas

Un tímido río de sangre corría por su mano. Con el violento golpe de cada paso se desprendía una gota de la punta de sus dedos, trazando su camino, enlazándolo al pasado.

En él un hombre mayor yacía tendido. Su densa cabellera blanca se teñía de rojo. Las lágrimas de una mujer joven le bañaban el rostro. El llanto y el terror sofocaban sus llamados de auxilio.

Una vida mal vivida se esfumaba, otra vida por mal vivir escapaba. De su encuentro, una vida inocente se arruinaba.

jueves, 2 de abril de 2015

Balbuceos íntimos (10 de diciembre de 2014)

Dos shots de aguardiente, un Marlboro Rojo y un par de minutos de sol anteceden el ejercicio. Son las once de la mañana y me impongo la tarea de escribir hasta la una de la tarde. Desde entonces no habré de levantarme de esta silla por mi voluntad.

Me pregunto si el formato digital será el apropiado para esta primera etapa de escritura o si debería inclinarme por el físico. Sirva esto de prueba.

Ha pasado mucho tiempo sin que dedique bastante esfuerzo, formalmente, para extraerme palabras. En un primer momento detecto el beneficio del medio digital, pues me permite corregir más libremente, más limpiamente, lo que anoto. Aquí, en vez de tachones, puedo volver y cambiar lo que sea que había escrito. ¿Es esto realmente un beneficio o más bien una forma muy básica de autocensura? Aún no lo sé.

La escritura a mano revela, de una forma más visceral y simultáneamente más transparente, el sentimiento que acarrean las oraciones. Como en esos momentos en los que, al ser golpeado por una idea concisa, la pluma, el lápiz, o lo que sea, vuela. La caligrafía se deforma, la fuerza del pulso la recibe el papel y las palabras se escogen con más prisa ─aunque lamentablemente, estos rasgos solo se pueden percibir al leer en ese mismo formato─. En fin, el papel incita una forma distinta de sinceridad. Como mencionaba anteriormente, es más visceral.

Siento algo de frío, pero buscar un sudadero implicaría levantarme; eso está vedado. La ventana está ligeramente abierta, y aunque cerrarla no necesariamente requeriría levantarme, si me obligaría a despegar mis dedos del teclado. Entonces se hace necesario replantear la restricción: en vez de obligarme a mantenerme sentado, quizá sea más acertado establecer la restricción de mantenerme al alcance del teclado; eso sería más estricto, tal vez me asista en la formación de una disciplina más útil, pues es innegable la necesidad de, eventualmente, tomar algo de agua u otras necesidades requeridas.

Han pasado cerca de quince minutos y decido que no debo volver a revisar la hora. He programado una alarma que me hará saber cuando la hora para terminar llegue. Mientras tanto, habré de soportar toda incomodidad que pueda presentarse, como el frío que ahora invade mis pantorrillas y el ligero dolor de espalda que empieza a manifestarse.

Como parte de la ambientación he puesto a correr una lista de música. Me pregunto si habría de permitirme manipularla, o si debo tolerar sin mucha consideración el volumen o las canciones que puedan surgir.

Pero pasemos a otro asunto, que quizá pueda resultar más fructífero. Esta mañana tuve una conversación en la que se me aconsejó disciplinarme. Es porque, últimamente, o sea desde mediados de la pasada semana, he estado desocupado, en cuanto a tareas obligatorias. En los pasados meses habían sido las tareas de la universidad y los proyectos laborales los que me habían mantenido ocupado. Sin embargo, desde hace ya mucho no he escrito de mi propia inspiración. Aunque ciertamente para los trabajo de la universidad si me permito una expresión bastante más libre, en comparación con los proyectos de trabajo que, aunque inevitablemente reciben algunos destellos muy propios, en términos generales, me son ajenos.

(Primera interrupción involuntaria: tocan a la puerta. Nada. Aparentemente llegué tarde. Al menos me dio la oportunidad de tomar un sudadero que encontré en el camino.)

Volviendo a lo que estaba, hace ya mucho tiempo que no logro centrarme en qué escribir. De hecho, nunca lo he logrado. Por momentos me ataca la ficción. Con ella la intención de escribir una pieza extensa, quizá una novela. Al empezar, y notar las dificultades que implicaría, considero la posibilidad del cuento. Pero pronto me parece infértil el esfuerzo, algunas veces por considerarlo cojo, otras por sentirlo patético. Quizá en el fondo no se esconda nada más que alguna forma de inseguridad.

En otros momentos se me atraviesa la poesía, en la forma de unas cuantas líneas que logran inspirarme cierta admiración. Sin embargo, cuando intento empeñarme en crear nuevas, el sentimiento se me esconde y resulto escupiendo balbuceos llanos en exceso; así que lo abandono.

Finalmente, en un esfuerzo de rigor académico y alimentando la fantasía masturbatoria de una supuesta superioridad intelectual, vuelvo a la filosofía, más bien a intentos filosóficos. Valga decir que esta es mi afición original, mi principal ilusión académica. Al sopesarla, por un lado descubro una ridícula emoción egoísta, pues los círculos que me rodean y, en general, la sociedad en la que me desenvuelvo, encuentran risible el esfuerzo filosófico. De esta manera se denigra el esfuerzo, en la búsqueda por reconocimiento y alguna gratificación. Adicionalmente, la otra complicación está en la delimitación de un tema, y en descubrirse ignorante ante la vastedad de sus implicaciones.

(Segunda interrupción, de nuevo tocan a la puerta. Esta vez encuentro interlocutor.)

─ ¿No compran pascuas?

─ No. Gracias.─ Respondí.

─ Traigo bonitas pascuas para decorar.

─ No. Gracias.─ Repetí

Aprovecho para buscar unas galletas. Pan de lembas: unas champurradas de soya en las que encuentro una agradable sensación de satisfacción.

(Tercera interrupción, suena el teléfono, es Chente.)

─Vos cerote, acabo de ver un drone en una tienda por aquí. Dos mil quinientos pesos, pero trae cámara. ¡Está bonita la mierda!

Después de una risa cómplice, respondí:

─Papa, ¿estás pensando hacer una travesura?

─¡No, que putas! Sólo te estoy contando. Que estoy dando unas vueltas aquí por Las Américas y lo vi. ¡Esta bonita la mierda!

Luego le pregunté que hacía por ahí y me contó que estaba por el aeropuerto viendo unas cosas de la oficina, y que pasó a comprar unas salsas para el pavo de navidad. En fin, entre promesas y esperanzas de vernos el fin de semana, terminó la conversación.

Mi papá. Un tipo espléndido que jamás abandonó la ilusión por los juguetes.

Una alarma imprudente me recuerda que ya son las doce del medio día. Internamente me hago un negocio sucio. Ya pasé una hora aquí sentado. Tomaré otra hora después del almuerzo. Voy a interrumpir la escritura. Voy a leer por una hora, luego me tomaré otra hora para almorzar y después, otra hora para escribir. Tengo helados los pies.

La segunda parte será a mano.

lunes, 5 de enero de 2015

Un cobarde, nada más

Un cobarde, nada más.

Construyendo fantasías, relatando tonterías, con una sarta de palabras vacías. 

No son más que balbuceos, no son más que reclamos de un patético inconforme que se esconde 
detrás del anonimato, 
detrás de la indiferencia, 
detrás de mudas lágrimas que esparcen tintas que mueren en un cuaderno antes que olvidado.