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miércoles, 27 de septiembre de 2017

Manifestar(se)

A modo de prólogo

Durante el interciclo del 2015 iniciamos un intercambio de ideas con una estimada compañera. Desde los primeros momentos empezó a traslucirse una preocupación por el lenguaje, por lo que podía sostener la palabra, por aquello que llamamos decir. De esa cuenta surgieron una serie de reflexiones que luego, al arrancar el curso de Filosofía del Lenguaje, se fueron agudizando, desmoronando, replanteando o eliminando.

La intención del presente trabajo es recoger esas reflexiones y, a partir de ellas, presentar una aproximación hacia el lenguaje desde las experiencias propias, descubriendo así los sesgos, prejuicios y, en el mejor de los casos, las luces que de ellas se puedan obtener. No se pretende, con el siguiente texto, presentar argumentos conclusivos ─¿qué texto filosófico podría?─, y quizá por eso falle como un ensayo académico. Sin embargo, considero válida la exposición, pues estimo el valor del filosofar en el esfuerzo por comprender, más que en la comprensión conclusiva.

De lo irreal a lo supra-real ─o infra-real─ a lo semi-real

Somos capaces de decir lo que no es, lo que no podemos experienciar con certeza; o más bien, una experiencia que no podemos compartir fielmente. Por ahí se puede complicar la cuestión del lenguaje, de esa herramienta con la que hacemos sentido de nuestro mundo. Entonces retomo un ejemplo que en alguna ocasión intenté elaborar: Si yo digo «un espíritu es verde», con mi lenguaje estoy violentando la verdad (entendiendo «verdad» como una certeza que se puede comprobar y compartir, o sea, en sentido positivista y cientifista). Al utilizar el lenguaje para dirigirme a algo, o señalar aquello que supera la experiencia de realidad comprobáble, empírica, le estoy imponiendo categorías de mi realidad a una experiencia que no corresponde a esa realidad. ¿Habría de, por eso, no decirlo?

Se debe tomar conciencia entonces, de que yo hablo desde mi lenguaje, desde lo humano. Cuando describo cosas como esa, empleo referencias de mi lenguaje, que surgen de mi contexto inmediato y comprobable, para proyectar una experiencia que ocurre fuera de esta realidad; o más bien, para proyectar un evento del que puedo decir que tengo cierta experiencia, aunque esta sea muy íntima. Entonces, sí puedo hablar de otras realidad pero no puedo decirlas con suficiente certeza como para que mis palabras atraviesen esta realidad, y lleguen a la realidad donde aquello ─posiblemente─ es; y así capture su concepto y me devuelva la referencia a esta realidad.

De esto se descubre que yo hablo desde un plano de realidad ─digamos que es una realidad espacio-temporal─ sobre el cual puedo decir que tengo certeza ─de ahí ha surgido una buena parte de nuestro lenguaje, principalmente el científico─, que limita aquello puedo decir.

Por otro lado, como seres que padecen esa realidad física y, a la vez, padecen a otros seres que se encuentran en el mismo plano de realidad, hemos reconocido sentimientos y emociones de los que se puede decir que son prácticamente universales para la humanidad ─con excepciones que llamamos patologías─ y que incluso se puede extender a otros de los seres con quienes compartimos este plano de realidad. Hemos aprendido a identificarlos, a establecer parámetros para reconocerlos. Los hemos compartido y hemos descubierto que, en general, es algo que también podemos experimentar; si no de la misma manera ni grado, hay algo básico, una similitud fundamental que nos permite reconocer que es un sentimiento o emoción tal el que sentimos; este tipo de experiencias, igual que las planteadas anteriormente (nociones místicas o, si se quiere, metafísicas), escapan la realidad inmediata, pero tenemos acceso a ellas en cuanto somos capaces de abstraer referencias del mundo real.

Asimismo, sobre algunas nociones básicas hemos construído nuevas y hemos deformado otras. Sobre esto también se construye nuestro lenguaje.

Nos hemos percatado también de que el humano tiene la capacidad de dialogar con sí mismo. Ese diálogo interno es estrictamente una experiencia íntima, demasiado íntima quizá. En ese tipo de experiencias pueden surgir revelaciones ─cuando el yo se proyecta como un ente externo y se dirige a sí mismo─. No veo nada mal en este tipo de experiencias, de hecho creo que se deben buscar; el peligro y la potencia de daño está en intentar compartirlas como verdad, en presentarlas como experiencias reales ─«reales» en cuanto a pertenecientes al plano de realidad sobre el que se ha planteado que tenemos certeza─. Así que debo decir que esta es una experiencia semi-real, en cuanto a que ha sido experimentado por un ser que es en esta realidad pero el plano de realidad donde la experiencia tendría lugar no es el mismo; es un universo personal, interno, íntimo; un universo que solo puede existir como creación ilusoria ─según lo nombramos en este plano─, producto del diálogo interno de un individuo con sí mismo.

Sí, es una perspectiva antropocéntrica. Sí, no es infalible y puede albergar muchos errores. Pero, ¿no es producido por el hombre el lenguaje mismo que nos permite las abstracciones para «superarlo»? Asimismo, el «conocimiento» también es producto del esfuerzo humano, ¿podemos hablar desde lo desconocido (no hacia, ni sobre, sino desde)?

Lenguajes privados, burbujas de lenguaje


Cosas extrañas suceden cuando las relaciones entre personas se hacen muy estrechas. Una que se puede identificar ─e interesa al tema─ es cómo empiezan a surgir variantes de lenguaje; cómo el lenguaje se va acoplando y recreando. En cualquier tipo de relación que se estreche suficiente, es cuestión de tiempo que se empiece a producir un lenguaje propio, un sistema de referencias privado. ¿Será acaso porque las personas, al compartir tanto entre ellos, se comprenden a un grado más pleno que les permite estas variaciones del lenguaje?

Si escarbo en mis memorias, encuentro que muchas de estas alteraciones surgen de experiencias compartidas. Algunas veces se adoptan y se modifican expresiones de terceros, o se adoptan expresiones que surgieron en alguna circunstancia particular, especial y representativa, de alguna manera, para las partes, pensaría que probablemente para ambas, pero necesariamente para una y que por extensión gana valor para la otra.

Otro fenómeno dentro de esto son los agregados. Según se van agregando individuos externos se empieza a diluir el sentido de ese lenguaje; se propaga, pues estos terceros adoptarán y aportarán, pero se empieza a diluir el valor, por la pérdida de intimidad. Hay una complicidad, una intimidad que sostiene la intensidad de ese lenguaje. Según se incluyen hablantes, se cotidianiza, se trivializa este sublenguaje; esa subcultura íntima empieza a emerger al “gran mundo” y necesariamente debe adaptarse a más elementos externos, a una cultura mayor; se le rompe el cascarón. ¿Cómo podemos llamarle a esto a lo que me refiero cuando digo sublenguaje?

Lenguaje en la construcción de la identidad

Algunas hipótesis de construcción de identidad apuntan a la antropofagia, planteando que el hombre devora al hombre, por medio del lenguaje, y así construye su identidad. En un primer momento me pregunto si realmente es posible decir que el lenguaje, en sí, devora al hombre ─o sea, sí, es cierto que en el uso del lenguaje se llega a devorar al hombre, pero me parece más como una consecuencia accidental─. Y es que el lenguaje es el modo con el que el hombre se manifiesta, se coloca a sí mismo en el mundo, se pone en el camino de la realidad, interrumpe, irrumpe en, la realidad. Por eso puede decirse que en cierto sentido es innegable que lo devora, porque el lenguaje se convierte en el límite de la realidad del hombre, la frontera hasta la cual se puede existir, ser, conscientemente. Así es como la antropofagia es accidental, más bien diría que es el hombre quien, utilizando el lenguaje ─sin que sea mucho más que una herramienta─ devora al mundo. Luego vale decir que el hombre, con el lenguaje, devora al hombre; pues en su proceso de devorar el mundo ─«la Realidad»─, encuentra en el otro ─en el hombre─ un objeto más para devorar con su lenguaje; incluso, con la introspección se devora a sí mismo. Así, que el lenguaje «devore al hombre» resulta siendo algo accidental, lo cierto es que el hombre devora al hombre, incluso a sí mismo. De manera que el lenguaje, y por extensión la escritura, son parte de un proceso de digestión, de autodigestión.

Dando un pequeño giro, ¿qué es esto de escribir?

Hay en la escritura una búsqueda de sí, en ese sentido es antropofágico el lenguaje: en la construcción, creación ─si es posible «crear»─, de la identidad. Hasta decir descubrimiento [de identidad] me parece irresponsable; es construcción, es reconocimiento de algunas tendencias de carácter que pueden ser innatas ─el origen resulta irrelevante, pues al momento de reconocer esas características, estas ya están internalizadas─. Sin embargo, este proceso es inconsciente para la mayoría, pues hay algunos aspectos que son deliberadamente imitados, pero estos tienden a ser superficiales y, por tanto, variables según el estado de ánimo.

Un elogio

A uno que le gustan las palabras ─aunque nunca termine de entender esa dulce y brumosa masa del lenguaje─ le ofenden, de forma indescriptible, los atropellos que en la cotidianidad se le hacen. Sin embargo, al intentar capturar esos atropellos, y señalar con precisión dónde está la violencia, muchas veces la ofensa se diluye: se esfuma al apreciar la posibilidad de comprensión dentro esa expresión del caos. Así el error, el defecto, se convierte en una forma de belleza, en ese destello de color que sobresale del plano gris de la convención. Sí, que los gramatólogos y los lingüistas enclaustrados lloren sangre; no pasa nada. Quizá en sucio, quizá no con perfección, pero entre todo nos entendemos: no hay expresión del lenguaje exenta de sentido. Puede que no sea el sentido intencionado, pero como expresión, como intervención en una experiencia ajena, es imposible que se sustraiga de la posibilidad de interpretación.

El lenguaje es, entonces, sumamente flexible, maleable, dócil.

Los problemas de las libertades y las restricciones en el lenguaje, en cuanto a una función comunicativa

La comunicación exige la restricción de las palabras a significados concretos. Sin embargo, (por lo planteado en la última sección del apartado anterior) el lenguaje se expande en la expresión. Como medio de expresión esas restricciones se abren, esas fronteras pueden hacerse borrosas, quien expresa puede exceder los límites de significación de las palabras. Entonces se complica el problema. El lenguaje en cuanto instrumento, se convierte en algo que podría expresarse como comparable a música abstracta: los sonidos están ahí, en cuanto a sonidos de lenguaje puedo reconocerlos, pero la armonía se me escapa, la armonía habitual, pues estas expresiones bailan al ritmo de su propia armonía, no es que no tenga armonía, es que no la conozco, no la comprendo. Pero me estoy quedando encerrado en la intención de entender lo expresado, o sea, de cumplir un círculo de comunicación. Esto es, quizá, lo que debe establecerse: que esta forma de lenguaje no brota de una intención comunicativa, sino simplemente expresiva.

Así se nos presenta un nuevo problema: ¿es correcto que llamemos a esto lenguaje? ¿no es acaso la función esencial del lenguaje una función comunicativa? ¿no es acaso un lenguaje que falla en la comunicación uno que falla como «lenguaje»? Por el otro lado, hay gestos, hay diversas formas de expresión que cumplen específicamente con una función comunicativa. Pensemos en señales con las manos, gestos faciales, íconos, señales, etc. Estas no se conforman de palabras, sin embargo por su función y eficacia comunicativa, constituyen un lenguaje. Les llamamos lenguaje corporal, de señas, iconográfico, etc. En fin, ¿valdría la pena separar estas formas de expresión del lenguaje comunicativo, solamente porque no hacen uso del lenguaje para la finalidad establecida? Me atrevo a decir «establecido» porque, como dije al principio, «la comunicación exige la restricción de las palabras a significados concretos», por tanto, en cuanto a su función comunicativa, este lenguaje restrictivo acepta ─e incluso depende de─ esa arbitrariedad. Y así, el lenguaje como tal, no reconocería estas expresiones sin valor comunicativo como parte de él.

Volvamos al punto inicial. El lenguaje, con el uso, se restringe. Una palabra, con el uso, adquiere un significado, y con la perpetuación de su uso, con la estabilidad de su aplicación, se restringe su significado. Sin embargo, esta restricción no es absoluta. El significado es dinámico, se va ajustando a las variaciones que el estilo de vida y el medio de los usuarios exige. Pero en todo momento, incluso cuando está variando, las palabras están ligadas a uno o varios significados, adoptando nuevos y desprendiéndose de los viejos; y si en algún punto se pierde su significado, su valor como palabra desaparece, se oculta, pues falla a la comunicación.

La intención en el uso de las herramientas, y su correcta utilización, determinan el valor de la expresión como lenguaje. Al igual que un concepto, el lenguaje mal empleado, uno que no cumple con la función comunicativa, no habría de tomarse como lenguaje. Por ejemplo, si yo tomo materiales de construcción, y los utilizo para hacer una escultura ─que no es habitable─, ¿podríamos considerarla como una casa o como un edificio? Esto lo digo restringiéndome a la función comunicativa del lenguaje. En este sentido, una expresión que no observe las restricciones de significación del lenguaje, no podría tomarse como lenguaje. Pero esto no significa que tal expresión carezca de valor; simplemente no tiene valor como lenguaje, como parte de un sistema simbólico comunicativo. El valor de una expresión que excede esta restricción recae en la experiencia, en la vivencia, en el enfrentamiento. Es una experiencia del caos, del sin-sentido, que probablemente evocará algún sentido. Es más, el espectador inventará algún significado para esa experiencia, pero no es un significado que brota de la expresión, ni de quien la expresa, no es un significado que se puede encontrar como determinado por la expresión, sino que es un significado que brota del observador, inspirado en la experiencia.

Lenguaje como manifestación

No puedo dejar de pensar el lenguaje como una construcción humana. Pero entonces, al decir «el lenguaje» me estoy refiriendo a esta forma particular, a los sistemas que empleamos para comunicarnos, para manifestar nuestra existencia. Entonces pienso si podríamos pensar el lenguaje sin humanos, y me doy cuenta de que el lenguaje es manifestación, el lenguaje es una consecuencia de la manifestación.

Por ejemplo, si pienso en una planta, si pienso en una roca, aunque no haya quien la nombre, ella estará ahí, manifestará su existencia. Esto es entonces la esencia de ser: manifestar(se) en la realidad. Tal manifestación puede ser consciente o inconsciente, mas no por eso deja de ser manifestación, pues habita el mundo, es en el mundo, esa es su manifestación, por tanto, en términos humanos, ese es su lenguaje, eso es el lenguaje. Así, la manifestación es la expresión esencial del ser, y el lenguaje, por extensión, es manifestación del ser; manifestar(se) es existir.

Manifestar es dar a conocer, poner a la vista; es precisamente eso a lo que me refiero: la cosa, sin necesidad de un sistema simbólico estructurado, de un dialecto, de una expresión sistematizada, se presenta al mundo; existe, y en tanto que existe, se manifiesta. Manifestar(se), entonces, es ese ponerse a la vista, interrumpir una sección de la realidad, irrumpir en la realidad, darse a ser percibido.

Se hace necesario elaborar en la cuestión de la realidad. Pienso la realidad como planos. Siguiendo esta lógica, la cosa corresponde a cierto plano de realidad que está en capacidad de interrumpir (y percibir), que podrían ser varios, pero ese argumento nos llevaría a un vórtice innecesario. En este caso, y para no caer en absurdos, aceptamos la certeza del plano de realidad que abarca la experiencia humana. Así, bajo las condiciones de realidad que la experiencia humana es capaz de percibir, pensar, interpretar, etc., puede decirse que la manifestación es la expresión fundamental del ser: la cosa que existe, en tanto que existe, se manifiesta; este manifestar(se) se extiende al lenguaje.

Siguiendo el hilo de este argumento, noto que, a donde va lo que existe, lleva consigo esa manifestación. Por ejemplo, la cosa inanimada, la cosa inconsciente ─pensemos en una roca─ va por el mundo como diciendo: soy, soy, soy... Luego, sin importar a qué se enfrente, si aquello a lo que se enfrenta tiene alguna capacidad sensorial, reconocerá en cierto nivel de conciencia que aquello es. Posteriormente podría nombrarla, si cuenta con algún sistema y los medios físicos para hacerlo. De la misma manera podemos pensar en dos rocas que se enfrentan. Estos son dos objetos inanimados e inconscientes (según nuestra experiencia) que carecen de aparatos sensoriales como los nuestros, por tanto no tenemos ninguna forma para empatizar con su experiencia de la realidad más que por los eventos físicos que le acontecen. Pensemos que una viene rodando por una colina, y en su camino se encuentra a la otra. Ella viene manifestando su existencia con cada impacto que da al suelo, asimismo, al chocar contra la otra piedra, el contacto es comunicación, son dos manifestaciones de existencia que se contraponen. El límite de la manifestación para estas cosas es su contorno, la frontera entre sí y la realidad, la frontera que divide el ser de la realidad, del plano de realidad en el que irrumpe.

Los límites de la manifestación y los límites del lenguaje

Los límites, entendidos como el máximo alcance de la manifestación, son compartidos con la existencia. El límite de la manifestación del ser es, al mismo tiempo, el límite de su existencia, la frontera que define hasta dónde es.

Por ejemplo, para un ser inanimado, para un ser inconsciente, su manifestación se limita a su contorno físico. Hasta donde nuestra experiencia nos lo permite, hasta donde es empíricamente comprobable, la piedra ─el objeto inanimado─ no tiene una forma de, conscientemente, proyectar su ser; solo está ahí, es mera existencia ─una existencia pasiva, podríamos agregar─. De él solo puede decirse su manifestación física, el contorno de su materialidad, como manifestación de sí. Si lo evaluamos desde la capacidad perceptiva humana, vemos al objeto porque su contorno refleja o interrumpe la luz, lo escuchamos porque entra en contacto con otro objeto o porque interrumpe una onda sonora, y podríamos continuar con los demás sentidos, pero estas solo son adecuaciones perceptivas de nuestra capacidad de captar la existencia de un ser que esencialmente se manifiesta en cuanto que existe.

Por el otro lado, un ser consciente es capaz de proyectar la manifestación de su existencia, de manifestar activamente su existencia; y ahí llegamos a los sistemas de lenguaje que conocemos, que no son más que mecanismos más elaborados y amplios de manifestación. De esta forma, los organismos vivos tienen rangos más abiertos de manifestación, para nuestra experiencia. En estos la manifestación es más amplia, su campo de acción, su acceso a la realidad, su capacidad para irrumpir en la realidad se extiende por sus capacidades expresivas, por su capacidad de manifestar(se), por la amplitud de su lenguaje. Podemos pensar en el movimiento como la forma más básica de manifestación; el traslado de la manifestación, llevar la manifestación misma, presentar la manifestación misma. Luego podemos mencionar la emisión de sonidos, de luz, incluso de descargas eléctricas. Finalmente valdría mencionar la proyección de la manifestación a objetos, aquí podemos contar tanto la fabricación de herramientas o instrumentos, como la intervención en el entorno: la irrupción a la realidad. De manera que la existencia, en cuanto manifestación, se extiende hasta los límites de la manifestación originaria, hasta los límites de los sistemas simbólicos comunicativos, hasta los límites del lenguaje.

Un pequeño ajuste, la crónica de una enmienda

¡Cáspita!, he tropezado garrafalmente. Retomemos el rumbo y dejemos evidencia de la enmienda.

En el apartados 4 se presentó la idea de que el lenguaje es la manifestación, y que la manifestación, por su parte, es la expresión esencial del ser. Quizá por capricho, o por simpleza, no se había abandonado la conexión entre estos términos; esa manifestación esencial del ser se seguía señalando con el nombre de «lenguaje». En el apartado 6 se hacía lo mismo, sin embargo, luego de presentar la idea ante algunos colegas y analizar sus críticas, me encontré incentivado para dar un paso atrás y analizar de nuevo algunos conceptos. De manera que, en edición final se corrigió la postura a partir del apartado 6, dejando el apartado 4 con sus argumentos originales, pues cumplían la función de mostrar el camino que se había tomado.

Había sido una equivocación extrema, en cuanto a que estaba colocando al lenguaje en el extremo incorrecto. El lenguaje no se encuentra cerca de la base, más bien se ubica en la cúspide de la manifestación. En rigor, el término «lenguaje» tiene su origen en la palabra «lengua», y se empezó a utilizar para significar sistemas de comunicación por su relación con el habla. Por tanto, insistir con emplear la palabra «lenguaje» junto con la manifestación originaria es mantener el encierro en la noción de la función comunicativa, pues efectivamente, el lenguaje humano, como tal, como lo que representa utilizar la palabra «lenguaje» (y todas las palabras de las que se compone este texto, pues obedecen a ciertas convenciones) persiguen esa función comunicativa.

Se hace entonces necesario abandonar el término, o más bien distanciarlo un poco, y con ello re-pensar cómo delimitamos o cómo comprendemos la filosofía del lenguaje. Quizá valga proponer un fraccionamiento, o al menos una distinción, apartando todo lo lingüístico, ya sea a la lingüística misma o a una filosofía de la lengua, y tomando por aparte una filosofía de la manifestación. O quizá el problema que se plantea corresponda a la metafísica.

Lo cierto es que está pendiente resolver qué sucede con el lenguaje luego de este movimiento. Inicialmente debemos distinguir que solo podemos llamar lenguaje a aquello en lo que detectamos un sistema, una sistematización de manifestaciones. Toda aquella manifestación en la que no seamos capaces de identificar un sistema, una estructura, por rigor, nos veremos obligados a llamarla manifestación, a secas. Visto así, el lenguaje se proyecta hasta el límite de la manifestación. Partiendo desde la manifestación originaria, desde la manifestación esencial del ser, a medida que irrumpe en la realidad, a medida que se expande en su intervención en la realidad, a medida que el ser, en su manifestarse, abarca segmentos más amplios de la realidad, su manifestación se hace más compleja, y en el proceso colisiona, se entrecruza, hasta que armoniza con otras manifestaciones, produciendo lenguaje. De esta manera, el lenguaje surge del encuentro de las manifestaciones. El lenguaje es el punto de encuentro, el lenguaje es el puente que une a los seres existentes. La manifestación emana, en el manifestarse se proyecta el ser, y como manifestación atraviesa la realidad. Pero es en el lenguaje que se produce el encuentro, que se reconoce lo otro, al otro.

A modo de cierre

Juzgo mi exposición como deficiente, escueta ─muchos términos son lanzados sin sustento y muchos argumentos quedan inconclusos─. Sin embargo, encuentro su valor en el proceso, en su proyección; pues creo ver algo de valor detrás de la idea de acercar esencialmente la manifestación a la existencia, y su proyección en el lenguaje.

En las pasadas páginas, luego de analizar los usos cotidianos del lenguaje se descubrió un prejuicio a favor de la interpretación del lenguaje exclusivamente bajo su función comunicativa, señalando su origen como una herramienta de expresión. Sin embargo, al avanzar en las reflexiones se fue descubriendo que lo que se tomaba como «El Lenguaje», no eran más que algunos sistemas simbólicos, y por tanto, una consecuencia de algo que por sí es, una construcción sobre aquello que se presenta, una construcción sobre la manifestación. Siguiendo esta línea, se fue haciendo evidente que en el fondo de toda forma de lenguaje está esta manifestación, que es la expresión fundamental de aquello que existe. Así, la manifestación es la forma más básica de existencia, de ser. Vale hacer la salvedad de que esto no significa que aquello de lo que no podamos tener cuenta de su manifestación no exista, ─o aquello de lo que no podemos dar razón, aquello que no seamos capaces de aprehender como manifestación─, pues la manifestación del ser es previa a la aprehensión, previa a la interpretación, previa a la comprensión.

Temo que la noción de la manifestación que presento pueda parecer encerrada en la metafísica de la presencia, pero quiero pensar que no es así. Para superarla, quizá valdría respaldarse en la noción de la huella derridiana: la manifestación que quiero señalar se da en la huella, en ese vacío espacio-temporal previo a la aprehensión. La manifestación ya aprehendida, ya interpretada, ya presente, sería ente.

Otro aspecto que me gustaría resaltar es cómo se muestra una posibilidad de expansión de la existencia a través de la manifestación, aunque me deslice a un romántico pantano poético. Y es que hay una relación directa en la capacidad de manifestar(se) y la extensión de la existencia; el alcance del ser. De cierta manera, el ser se estira a través de los rastros que la manifestación deja, pues toda manifestación acarrea el ser originario. Si volvemos a la piedra, que fue nuestra fiel compañera a lo largo de la exposición, para nuestra experiencia, en el plano de realidad al que tenemos acceso, su existencia está limitada a aquello que puede tener contacto directo con ella, puesto que ya dijimos que su existencia se limita por su capacidad de manifestar(se). Por otro lado, si pensamos en el ser humano, que es el foco y por tanto máximo exponente de las posibilidades de manifestación para nuestra experiencia, puesto que somos humanos, la extensión posible de su existencia es exponencialmente mayor a la de un objeto inanimado, ya que las palabras que decimos, más aún las que escribimos, los objetos que hacemos, etc., quedan como un rastro de nuestra existencia, mientras acarrean un rastro de nuestro ser, expandiendo nuestra existencia.

lunes, 23 de enero de 2017

Una decisión que no me corresponde (y seguramente a usted tampoco)

Ha requerido un gran esfuerzo mantenerme a una distancia segura de las redes sociales. Es la única defensa que un procrastinador compulsivo tiene para recuperar algo de “productividad”. La cosa es que de vez en cuando (una o dos veces por semana, idealmente ─dos veces al día este último par días─) me permito una miradita. Hoy descubrí la noticia de la supuesta segunda decisión ejecutiva de Trump (digo supuesta porque no le he llevado la pista muy de cerca) con la que retiraba la asistencia económica de EEUU a instituciones extranjeras que ofrezcan servicios de salud reproductiva a mujeres. Entre estos servicios se incluyen prácticas abortivas, lo que motivó, aparentemente, la orden del nuevo presidente.

No es la decisión en particular (la de Trump) la que quiero explorar. Esta solo me recordó el asunto. Y como Facebook me está presionando para que publique algo en la página de mi blog, pensé en exponer mi postura (aprovechando la ola mediática ─la vida es prostitución de una u otra manera─).

Primer punto: la decisión de realizarse o no un aborto corresponde exclusivamente a quien esté considerando hacerlo. 

Es demasiado fácil juzgar desde la distancia, y hay distancias de distancias (circunstanciales, ideológicas, socioeconómicas, educativas y más). Yo no puedo imaginar lo que una decisión como esa puede significar para una persona. Aún así, dudo muchísimo que sea algo que se tome a la ligera, exceptuando, quizá, el perfil que se caricaturiza con Pennsatucky en la serie Orange is the New Black: una “ex”-junkie, abusada desde la infancia, hundida en la más profunda ignorancia en cuanto a salud sexual y reproductiva. Esta posible excepción a la regla nos remite a la importancia de la educación sexual y reproductiva; quien se tome el aborto a la ligera debe ser alguien que no tiene una idea clara de lo que está haciendo.

Así llegamos al segundo punto: la educación es la única alternativa. Si usted no está de acuerdo con que la gente aborte sus embarazos, asegúrese primero de que todas las personas “vulnerables” (entiéndase: hombres y mujeres fértiles; entiéndase: “niños” y “niñas” que han alcanzado la “madurez” sexual; entiéndase: pubertad ─y como no todos los niños y niñas alcanzan la pubertad a la misma edad, asegúrese de educarlos antes de que estén en “riesgo”─) estén muy bien enteradas de qué es un embarazo y cómo “se contrae” (no se enoje, ría mejor; fue una broma). No quiero decir que el embarazo es una enfermedad, pero sí que es una condición que se puede prevenir si los sujetos no están dispuestos o preparados para recibir (criar, educar, mantener) a un ser humano. 

El aborto es el último recurso (y seguramente una experiencia muy fuerte). Como tal, no debe ser tomado a la ligera ni dejarse al margen de las discusiones de salud. Por tanto, indiferente a una postura favorable o contraria, es absolutamente necesario que las herramientas y los métodos estén al alcance de quien pueda llegar a requerirlos. Hay que entender que el acceso en ninguna medida representa una invitación a realizarse, simplemente es un ambiente seguro en el que se pueda realizar un procedimiento médico (potencialmente traumático para los pacientes; pero ese es un tema aparte). 

Ahora, si usted se niega a “corromper” la inocencia de los prepubertos ofreciendo educación sexual y reproductiva integral, clara y sin ataduras ideológicas, haga oídos sordos, sáltese las distancias y juzgue desde la intransigencia de la sabiduría absoluta.

viernes, 6 de mayo de 2016

Sobre la Ley de la Juventud II (Argumentos contra la iniciativa III ─Organizaciones religiosas─)


(Continúa la serie. Las referencias son este artículo y esta petición.)


La conferencia episcopal dice: “Exponen a la juventud a grandes riesgos físicos, psicológicos, morales y espirituales, pues alientan el libertinaje sexual [...] no representan las demandas de los jóvenes”. Yo me pregunto, si la vida no es exposición a riesgos, ¿qué es? Luego, para ser coherente con ese argumento, ¿qué está sugiriendo?, ¿que nos enclaustremos todos y evitemos cualquier tipo de relación? Por otro lado, ¿acaso no es menos traumático enfrentar algo cuando ya se conoce bastante al respecto? ¿Acaso no es más fácil tomar decisiones cuando se conocen claramente las consecuencias? ¿Acaso con el conocimiento no se toman mejores decisiones y se reducen los riesgos? ¿Qué buscan con mantener detrás de ese oscuro velo a una de las interacciones más elementales y comunes de todos los organismos biológicos? No puedo evitar preguntarles cuál será la justificación de cientos, creo que miles, de pederastas que guardan tras sus líneas; y de todos los demás sociópatas peligrosos que se esconden en todos lados. ¿Será que comprenden que esa es una forma muy grosera de traumatizar física, psicológica, moral y espiritualmente a sus víctimas? ¿Será que esa misma forma de abuso se hace posible por la ignorancia de la víctima? ¿Será que tienen el descaro de decir que el abuso sucede por ignorancia del agresor? ¡Por favor! ¡Ellos también necesitan educación sexual! ¡Lo están haciendo mal! Pero hoy no estoy aquí para cuestionar sus justificaciones, sino solo para analizar el impacto de sus creencias en la sociedad. 


El argumento me parece radicalmente erróneo. Si vamos a casos reales, sucede lo contrario: limitar la educación sexual e impedir el acceso a anticonceptivos son las acciones que ponen en graves riesgos físicos, psicológicos, morales y espirituales. ¿O les parece grato que una menor de edad cargue con un niño que no sabe realmente cómo llegó a su vientre?, ¿o que una víctima de abuso no se atreva a oponerse y se someta a violaciones físicas y psicológicas sistemáticas? Mientras discutimos estas estúpidas objeciones otro muchacho está siendo criado para ser un violador, pues en su casa y en su comunidad ha aprendido que las mujeres están ahí para servirle en todos los planos de su vida, desde los más triviales hasta los más íntimos, desde las caricias inapropiadas hasta los golpes; otra chica es criada para recibir todo esto con abnegación.

El obispo de Verapaz, supuestamente, dice: “Contradice la ley natural y las enseñanzas de la ley moral que orientan la vida de todo cristiano coherentemente”. ¿A cuál “ley natural” se refiere? ¿A la Biblia? Si es eso, que me disculpe, pero vamos a tener que espulgarla bien. No creo que conozco un solo pasaje de la Biblia donde el sexo sea tomado de una forma aceptable. Pero ni en el famoso Cantar de los Cantares se manifiesta con claridad la visión “coherente” de la “sexualidad cristiana” (¡vaya oxímoron!). (Estoy convencido de que esta sección generará fuerte resistencia, desde ya invito a que coloquen las citas bíblicas en los comentarios.) Cuando pido una “visión coherente” no me refiero a ideas prehistóricas, busco coherencia actualizada: respeto, reconocimiento y libertad. Vamos a lo de “todo cristiano”. Eso es la más fácil. No todos son cristianos, y hasta los cristianos más devotos resultan siendo un ejemplo de incoherencia. Pero sí, estoy generalizando en el contraargumento, pero es que esa parte de la objeción es generalizadora. Será más correcto responder que no todos son cristianos y que no todos los cristianos son coherentes.

Vamos al argumento que presenta un pastor de la Alianza Evangélica, dice: “la iniciativa está contaminada y es evidente que buscan el retroceso del desarrollo en el país [...] si no somos escuchados, acudiremos a la vía legal”. 

Creo que por “está contaminada” se refiere, literalmente, a que está “tentada” por Satanás. La única respuesta que tengo para esto es que a lo legal no le interesa lo religioso. El concepto completo de Satanás representa una metafísica muy particular que no es compartida por toda la sociedad. Como líder espiritual puede hacer y decir lo que se le dé la gana, siempre que sea dentro de su comunidad espiritual. Para los demás eso no tiene ninguna injerencia en la realidad. De hecho, para muchos, tales ideas son vistas como cierto grado de esquizofrenia paranoide.

El siguiente punto de su objeción es sobre el retroceso del desarrollo en el país. Me pregunto, ¿qué entiende por desarrollo? ¿Acaso se refiere a la adhesión a códigos morales de la edad de hierro? Me parece que hay una noción muy distorsionada en estas palabras. Para mí el desarrollo es conocimiento, exterior e interior: aprender del mundo, de la realidad, explorar también la dimensión espiritual; balancear todos los factores que atraviesan nuestras vidas. Por ejemplo, en salud, el desarrollo es conocer cómo funciona nuestro cuerpo, conocer a qué enfermedades es vulnerable y aprender a combatirlas, prevenirlas y evitarlas. En la sexualidad sucede lo mismo. Conocer al respecto es saber que a través del acto sexual nos reproducimos (sí, puede sonar patético para el lector, usted que sabe leer y escribir y tiene acceso libre a la información). Conocer al respecto es estar consciente de los riesgos y las enfermedades a las que se es vulnerable por el ejercicio de la sexualidad ─no digamos de una práctica irresponsable─. Conocer es saber que es una parte más de nuestra biología. Conocer es eliminar el morbo. Conocer permite tener la seguridad de que es decisión de cada quién qué hace con quien, al saber que la sexualidad es propia y no es un instrumento para complacer a otros. 

El secretismo es más peligroso. Abre de par en par las puertas a la malinformación y a la manipulación, creando el ambiente donde prolifera el abuso.

jueves, 5 de mayo de 2016

Sobre la Ley de la Juventud II (Argumentos contra la iniciativa II ─Organizaciones “civiles”─)



El artículo con el que empecé el análisis me llevó a una petición. En esta última se presentan de forma bastante ordenada las objeciones, aunque ─supongo que por querer mantener la brevedad─ me parece que se habrían beneficiado de un poco más de extensión. 

En un primer momento me sorprendió un poco la postura del MCN, pero quizá es porque aún no los entiendo suficiente, y ahora hasta percibo de ellos en deje opous deiesco. Como libertarios que son supongo que se oponen a que regalen los anticonceptivos. Y es que todo, si no es comprado, no es; incluso la libertad: para gozarla, también debes pagar por ella. Si hacer dinero es fácil. Solo es necesario invertir en una idea y trabajar duro para ser emprendedor, o invertir algo en educación para conseguir un trabajo. Es fácil, para hacer dinero solo se necesita dinero. (¿?) Perdón por el desvío.

La cita del representante del MCN en la petición dice: “la iniciativa no arreglará los problemas sino que generará más gastos pues tendrían que habilitar más plazas de trabajo”. Parece que ellos no se han enterado de lo que representa el crecimiento descontrolado de la población. Parece que todos ellos han formado sus familias con una planeación excepcional y que sus circunstancias de vida nunca los han empujado suficientemente cerca del límite (con esto no quiero decir que sus problemas sean superficiales ─aunque probablemente lo sean─). Entiendo que las frustraciones personales se padecen con la misma intensidad sin importar la condición, pero hay que ser demasiado ingenuos para no entender que, al poner los problemas bajo la misma luz y siendo solo un poco objetivos, hay unos que son más serios que otros. 

El problema es que las familias no deseadas, producto de una deficiente educación sexual y/o abusos, tienden a ser disfuncionales de maneras muy serias: inclinadas a la violencia, a la delincuencia; estos niños constituyen (aunque no exclusivamente) los grupos en riesgo ─de caer en maras, por ejemplo─. Obviamente, pensar en un proyecto educativo y de distribución de anticonceptivos implica gastos. Sin embargo, es probable que en un mediano plazo se empiecen a percibir resultados.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Sobre la Ley de la Juventud II (Argumentos contra la iniciativa I)


Intentemos explorar los argumentos en contra. Tras una rápida búsqueda me aparece un artículo titulado: “Ley de Juventud de Guatemala: aborto y promiscuidad”. Resalta una línea: “El proyecto de ley establece garantías de acceso a anticonceptivos para jóvenes desde 13 años sin el conocimiento ni consentimiento de sus padres”. Ahí se nota con claridad dónde encuentran la “promiscuidad”. Quizá el problema es que no fueron jóvenes, o que cuando lo fueron estaban fuertemente oprimidos. O quizá nunca han sido una chica en una comunidad de riesgo dentro de una sociedad groseramente machista y violadora... 

Supongo que un motivo por el que la iniciativa se “salta” el consentimiento de los padres es porque también se dirige a jóvenes que viven sin padres, o con padres ausentes. Además, hay que considerar que unos padres muy presentes y amorosos no siempre inspiran suficiente confianza para hablar de temas divergentes. Cuando digo divergentes me refiero a que, durante la adolescencia, los jóvenes empiezan a pensar de formas distintas a sus padres. Habrá quienes vean esto como una educación fallida y entonces escojan apretar la disciplina. Estarán equivocados. Se encuentran ante el proceso de maduración, solo es necesario tener memoria. Criar y educar a un niño no significa tallar una copia. La formación es una guía. Llegado un punto se adquiere un criterio propio, y en ese proceso se pueden desmoronar algunas creencias que le fueron impuestas. Pero me estoy desviando.


Seamos puntuales. El contraargumento de la promiscuidad se basa en que la ley propone el acceso a anticonceptivos a jóvenes mayores de 13 años sin el consentimiento de sus padres. Y sí, por definición a esto se le debe llamar promiscuidad en una sociedad de múltiples morales como la nuestra. Para justificar este artículo se me ocurren dos cosas: i) padres ausentes, ii) padres cerrados o poco confiables. Como anexo vale agregar la violencia sexual, ¿cuántas chicas no son sometidas sexualmente ─violadas─ sin su consentimiento? Digo “sometidas sexualmente” porque no necesariamente es una situación violenta. Sucede con más frecuencia de lo que nos atrevemos a admitir que las chicas “consienten” a una relación sexual por la internalización de una actitud sumisa. Muchas niñas son criadas bajo la ilusión que su misión en la vida es complacer “al hombre”. Esto fomenta una actitud servil y la negación de sí. Como consecuencia consienten a los deseos de la figura de “el hombre” ante ellas; que puede ser un novio, un tío, un primo e incluso un padre. Todo esto es un problema aparte, que supera los artículos de “dar acceso a anticonceptivos” y debe ser atacado no solo desde la educación sexual integral, sino también con políticas de igualdad de género y estrategias sociales profundas (con “estrategias sociales profundas” me refiero a todo eso que ahora no estoy en posición de proponer). Hay muchas chicas ─y seguramente chicos a los que les pasa igual─ que sencillamente no saben que pueden negarse al acto sexual. Educación sexual no significa libertinaje, significa conocimiento, significa saber cuáles son las consecuencias del acto sexual, significa conocer los riesgos de tener una vida sexual activa. 

Mi educación sexual no fue la más completa, sin embargo la tuve ─asistida por material audiovisual e impreso, científico y no tan científico─. Recuerdo que mi temor, y lo que me mantuvo a raya ─además de una sociopatía moderada─, era la posibilidad de concebir. Soy un caso particular, de ninguna manera puedo esperar una generalización desde mi experiencia, pero estoy seguro que hay quienes tienen sexo sin estar plenamente conscientes que es probable que resulte en un embarazo. Solo hace falta recordar los mitos urbanos: “en la primera vez no se puede quedar embarazada”, o el famoso “coitos interruptus”, entre otros. 

No obstante, si mientras logramos revertir la cultura de violación podemos detener los embarazos no deseados, es un avance. Al menos así se puede evitar que alguna chica vea truncado su desarrollo individual por cargar con un hijo que le fue insertado abusivamente. 

domingo, 1 de mayo de 2016

Sobre la ley de la juventud I (Sobre la educación sexual)

Voy a puras suposiciones y clichés. Recordemos que es un círculo vicioso, un ciclo constante. Sirva esto como una ilustración, uno de tantos escenarios que efectivamente se dan en nuestro país. 

Tomemos como personaje a una chica capitalina promedio. Digamos que tiene entre 15 y 17 años y que vive en un barrio popular. Popular, en el contexto guatemalteco, significa que vive al borde de la pobreza o en condiciones de pobreza. Esa situación puede estar fundamentada en uno de dos escenarios: padres negligentes e irresponsables o padres muy trabajadores pero injustamente remunerados. Si es el primer caso estamos hablando de cierto grado de vagancia y posible adicción. Si hablamos del segundo nos enfrentamos a la ausencia y a la frustración. 

Luego podemos construir suposiciones sobre sus relaciones sociales. Imaginemos que el novio, una amiga, o ella misma anda con “malas juntas”. Los adolescentes serán adolescentes, los jóvenes serán jóvenes, las hormonas serán las hormonas. Eventualmente en algún lado volarán chispas. Ahora imaginemos que a ella nunca nadie le ha hablado de sexo. Que lo único que ha conocido al respecto ha sido a través del porno que le han mostrado sus amistades. Me parece que sería acertado apostar a que el porno que ha visto muestra a las mujeres como objetos sexuales que manifiestan algún placer mientras satisfacen al hombre (esto, por cierto, es tema para otro momento). La capacidad empática natural del humano ─suponer placentero lo que parece placentero y suponer dañino lo que parece dañino─ la empujará a la mímesis, con el respaldo de una fuerte correntada hormonal y el aliento de la presión social, ignorando las posibles consecuencias, se aventura al acto sexual. 

El conservadurismo aspira a enseñar la “castidad” como una prohibición divina. Dudo mucho cómo podrían hacerlo si se niegan a impartir una educación sexual integral. Pero sobre eso, enseñar castidad como prohibición no solo es muy difícil ─pues supone la supresión de impulsos biológicos y de la promesa de un placer sin precedentes─ sino que se ha comprobado contraproducente en múltiples escenarios. Si tal es la intención, habría que aspirar a enseñar abstinencia, que es lo mismo solo que implica la comprensión de lo que sucede, por lo que las acciones son una decisión consciente. Otro grave error de demonizar la sexualidad es que se pasan por alto todas las vías alternas para gozar de ella; existen muchas formas de experimentarla que no implican riesgo de embarazo. Pero volviendo a nuestro personaje, los jóvenes tendrán relaciones sexuales y la ignorancia o la indiferencia tendrá como consecuencia un embarazo. En ese entorno iniciará una nueva vida. 

Manteniéndonos en ese ambiente, y reforzando el cliché, las “malas juntas” evolucionan en maras. Las maras, y las organizaciones criminales en general, funcionan como comunidades de valor. Acogen a los individuos y los hacen sentir como un miembro importante para la comunidad. Para quienes en algún momento llegaron a sentir que odiaban a sus padres porque les reprendían por sus acciones, o porque simplemente estaban ausentes o eran abusivos, imaginen un grupo que en vez de regañarlos y rechazarlos los apremiaban por sus travesuras, ¿a quién quisieran más? ¿a quién valorarían más? No solo eso, sino que cuando llega un momento de necesidad, esas malas juntas se convierten en el sustento de una nueva familia: un niño que crecerá en un ambiente violento, socialmente insostenible y tergiversado, al margen no solo de la ley, sino de la sociedad.

Ahora volvamos a la iniciativa en cuestión. Debemos preguntarnos qué sostiene estos mecanismos, qué permite que se perpetúen, o más, bien, qué los promueve. Con la Ley de la Juventud se busca evitar, en cierta medida, embarazos como este ─entre muchos otros─ (no pretendo que se tome este ejemplo como el segmento específico al que se dirige la ley, sino que este representa uno de ellos; sirva este, nada más, como un caso práctico).

Estas familias improvisadas son uno de los tropiezos que dificultan el desarrollo de las personas. No me refiero directamente a que los niños son una carga, me refiero a que hay circunstancias más adecuadas que otras para formar una familia, y por tanto, los casos más difíciles, estadísticamente, tienden al fracaso de una o varias de las partes involucradas (entiéndase que pueden fracasar padres ─tanto como padres, como parte de una familia y como parte de una sociedad─ e hijos ─tanto como hijos, como parte de una familia y como parte de una sociedad─).

Imagen tomada de Gamba

Sobre iniciativas controversiales (Sobre controversias falaces)

En Guatemala el conservadurismo se opone a leyes que atañen directamente a las causas de nuestras dificultades sociales. Sí, en cuestión de transparencia y de corrupción aún hay mucho por hacer. Sí, eso también debe ser prioritario. Pero el problema es que el poder no es cedido voluntariamente; quién se beneficia de la corrupción no enderezará su acciones ni renunciará a sus privilegios por buena voluntad, pues esto le reduciría a un “ciudadano común”. De manera que es necesario ganar terreno allá donde descansa el poder. ¿Dónde es eso?


Aquí los poderes “ocultos” viven de la violencia y de la desigualdad, ahí se encuentran los mecanismos en los que se apalancan. Maras, narcotráfico, pobreza y desnutrición son algunos de estos mecanismos. De ellos se desprenden otras batallas, pero esas son superficiales, solo buscan dar la sensación de inestabilidad para justificar sus malabares, para mantener sus intereses; son guerras privadas. 

Luego se hace necesario diferenciar entre delincuencia común y crimen organizado. En gran medida uno es consecuencia del otro: la falta de oportunidades y un ambiente social hostil promueven y perpetúan estilos de vida indeseados, peligrosos e insostenibles. Con esto no pretendo apologizar sobre los delincuentes de vocación (sí, la expresión es un exceso), pues hay que reconocer que siempre habrá individuos bordeando en la sociopatía. Pero hay que entender que estos no son la regla cuando nos encontramos en circunstancias de opresión sistemática.

En las próximas publicaciones intentaré presentar un ejercicio de análisis sobre las iniciativas que actualmente se plantean: la ley de la juventud y la del cannabis. En varios ámbitos las veo íntimamente relacionadas a los cuatro mecanismos que mencioné anteriormente, y es que entre ellos mismos guardan un parentesco demasiado estrecho.

lunes, 21 de marzo de 2016

Sobre el asesinato como política de Estado

Ha renacido la discusión acerca de si debemos o no, como sociedad, volver a activar la pena de muerte. Hay quienes ─aparentemente una mayoría (y si no mayoría, una buena parte de la población)─ ven en esta la panacea para nuestro país; piensan que a través del asesinato sistemático de delincuentes comunes se van a resolver los problemas estructurales que nos achacan. Algunos objetarán, negando ser tan ilusos, y dirán que este no es el remedio para nuestros problemas, pero que al menos es algo, es un avance. ¡Vaya forma de hacer valer la vida de las personas!, aquí nos proponemos matar gente solo porque es algo, porque tal vez pueda mitigar la sofocante violencia que nos hemos construido. Finalmente, hay quienes abogan por una perspectiva más pragmática, deliciosamente bíblica, eliminando la violencia al eliminar a las supuestas fuentes de violencia.

En un post anterior argumentaba que la máxima expresión del fracaso de un Estado se ve cuando este agrede a la población que debe defender (Sobre un estado que agrede y un pueblo que aplaude). De esta forma, a mis ojos, cada vida que se pierde a manos de delincuentes es responsabilidad del Estado, así también, las vidas que él mismo tome incrementan los números negativos en su índice de eficiencia. Pero no entremos en esto, pues es sólo un juego lógico. Vamos a problemas claros y puntuales. 

El problema de ver la solución en la condena

La pena de muerte significa una resolución a un caso. Como tal, es la última fase de un proceso judicial. ¿Acaso no es esta una de las mayores deficiencias del sistema de justicia en Guatemala? ¿Estamos dispuestos a entregar la potestad para ejecutar a una persona a una institución que es inefectiva para realizar específicamente el proceso judicial? 

Lo que hacemos al aceptar esto es abrir las puertas para la legalización de ejecuciones extrajudiciales, mientras se refuerza la impunidad que nos corroe y condenamos a muerte a personas inocentes. 

El problema de considerar el castigo como disuasivo

El temor al castigo no es un disuasivo efectivo. Solo es necesario pensar en la última cosa “indebida” que cada quien hizo; algo tan sencillo como romper la dieta o decir una mentirilla. El mismo proceso psicológico está detrás: el deseo por la recompensa inmediata y la convicción de que nuestra culpa nunca será descubierta. Lo mismo sucede con las enfermedades, uno se cree inmune, piensa que ese tipo de cosas no le van a pasar, que eso solo le pasa a otros; por eso la negación es la primera fase cuando lidiamos con algo que “no debería pasarnos a nosotros”, porque, de alguna manera, creemos que estamos arriba de todos los demás. En fin, el delincuente no está considerando las consecuencias. Más bien, responde a sus circunstancias o quizá padece de alguna enfermedad mental. 

Como muestra tenemos acceso a varios estudios y estadísticas. Por ejemplo, el sur de Estados Unidos es al mismo tiempo la región con mayor porcentaje de homicidios y de ejecuciones. Si la pena de muerte fuera efectiva como disuasivo, la estadística sería: a más ejecuciones, menos homicidios. Pero no es así, y lo comprueba la estadística del noreste: la región con menos ejecuciones es también la región con menos homicidios. Estas estadísticas solo muestran datos de Estados Unidos, y claro que esa no es evidencia suficiente, pero esto no es una tesis de grado. Sirva como demostración que actualmente la mayoría de países del mundo han abolido la pena de muerte, y que aquellos que la mantienen son estados retrógrados y violentos por excelencia. 

La carga de la culpa

¿Nos damos cuenta de que, como sociedad, cargaremos con la culpa de haber asesinado a gente inocente por someterlos a un sistema decrépito?

En mi nombre no se mata. 

Único “beneficio” real

La pena de muerte satisface la sed de venganza. Por tanto favorece la división, levanta muros que impiden la reconciliación. Con ella se valida la venganza violenta, absoluta, como solución.



Considerando todo esto, ¿a quién beneficia todo este embrollo? Yo no soy quién para señalar, pero detrás de la maleza se camuflan oscuros intereses.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Sobre las elecciones

Hoy me discuto si anular el voto o resignarme a algo que va a suceder, si reducirme a lo práctico o creer que en Guate podemos ir más allá, a aspirar a algo más satisfactorio, más inclusivo, menos polarizado. Mientras tanto...

Como yo lo veo. Por preocuparnos de que todo siga igual, de mantenernos dentro del rigor de lo establecido, es que las cosas no pueden cambiar. Esta es la verdadera cortina de humo.

El problema de fondo en Guate es que estamos sumidos en un sistema político viciado, y todos los partidos con oportunidades de acceder al poder están conformados por─ o tienen influencias de─ personas y grupos engañosos, corruptores y demás. La cuestión entonces es preguntarse ¿es razonable creer que esas mismas personas van a velar por que se pasen las reformas íntegramente? O sea, sí van a pasar reformas, quede quien quede, pero serán versiones tan parchadas que antes de proteger los intereses reales del pueblo, de la mayor parte de la población, solo les habilitaran nuevas y reforzadas defensas a estos pillos para seguir haciendo sus trastadas.

Darle a los políticos que ahorita están en fila para ser elegidos, y confiar en ellos para hacer las enmiendas que se esperan, es lo mismo que hicimos (porque voté por él) al creerle a Otto su discurso de seguridad. Es cierto que mi postura puede considerarse idealista, pero la creo menos ingenua que la opuesta. La cuestión es que veo roto al estado, veo totalmente aniquiladas las posibilidades de gobernabilidad en el país, y eso que vivo una vida demasiado cómoda y no me afectan directamente los problemas reales de la mayor parte de la población.

Por usar una analogía, supongamos que el sistema político es el avión, los políticos son la tripulación y el pueblo somos los pasajeros. Nosotros, el pueblo, estamos conscientes de que las anteriores tripulaciones han sido las responsables del mantenimiento del avión. Hemos visto como lo han descuidado, podemos ver chapuces, piezas rotas y espacios vacíos donde deben ir elementos fundamentales. Supongamos ahora que nos tienen a todos en el aeropuerto y tenemos que ponernos de acuerdo y elegir una nueva tripulación. La pregunta es, ¿qué tanto importa quién sea la tripulación si podemos ver claramente que el estado del avión, sus partes más importantes, están hechos pedazos, sino totalmente destruidas, a punto de destruirse? ¿Usted se montaría a un avión que ofrece más probabilidades de estrellarse en el camino que de llegar a cualquier destino?

Eso por un lado, por otro está el saqueo que la tripulación pueda hacerle a los pasajeros durante el viaje. Recordemos que eso es lo que busca la tripulación, solo quieren elevar vuelo para recuperar plenamente el control, para llevar al grupo a donde les plazca, haciendo caso omiso de los problemas mecánicos. No les interesa hacerle mantenimiento al avión, exige muchos recursos y esfuerzo que prefieren enfocar en sus fechorías.

Y ese es el problema. Los políticos son los guardianes del sistema, de este sistema viciado. Las elecciones son el medio por el que entran al sistema.

Recordemos también que el “Orden constitucional” es una construcción civil, (o no sé si cívica sea la palabra adecuada); la idea es que es una figura que nos hemos impuesto para regirnos y normarnos, ¿qué hacer cuando esa figura se vuelve contra los intereses de la mayoría? ¿qué hacer cuando esa figura atenta directamente contra la integridad de la sociedad? ¿quién sostiene la figura, si no es la misma sociedad? Así, nos convertimos en nuestros propios verdugos.

Sobre soluciones y propuestas no sé, no soy mecánico. Pero estoy seguro que el avión necesita quedarse en tierra por un tiempo, para que se le dé el mantenimiento que requiere y podamos seguir volando con suficiente seguridad. Cierto que siempre habrán tripulaciones pillas que se aprovechen de su condición, pero al menos deberíamos hacerles difícil el acceso y de paso asegurarnos de que el avión pueda volar.

Pero luego, según van las cosas hoy, el avión va a despegar, y a menos que individualmente nos logremos escapar, todos iremos en él. Solo acuérdense de mí cuando vayamos en picada o aporréenme cuando aterricemos sanos y salvos, puedo estar equivocado.


P.D.: No necesito señalar a ningún partido ni candidato en particular, pues me refiero a algo que está antes de ellos y, por tanto, los anula a todos.

lunes, 10 de agosto de 2015

Sobre un Estado que agrede y un pueblo que aplaude

(Por favor, señálese cualquier falencia.)

Gorrito de fiesta de cumpleaños con camuflaje militar. (2003) Darío Escobar.*
(Parte de performance: Short Stories - Fábrica del Vapore)



Hace unos días, tarde en la noche, mientras daba una de las últimas revisadas al Facebook antes de pasar a las últimas fases de mi rutina nocturna, me topé con algunos comentarios acerca de la golpiza que unos soldados le dieron a un par de jóvenes. Desconozco los pormenores del asunto, los motivos y consecuencias, pero creo que es posible evaluar la situación antes de entrar a todos los detalles. Esto, quizá, sería analizarlo superficialmente, pero estoy seguro que permitirá ver más de algo.

¿Qué pasó? Que unos soldados golpearon a unos jóvenes. Ahora, ¿se puede pensar en algún motivo que justifique esto? Se me ocurre que si los soldados estaban bajo ataque, o bajo alguna amenaza seria ─qué sé yo, que les estén apuntando con un arma, o atacando con un cuchillo o incluso un garrote, o al menos que el civil esté agrediéndoles deliberadamente─, o porque estén interviniendo en un conflicto violento entre civiles. Fuera de esas circunstancias, no puedo pensar en nada que justifique la agresión de parte de un servidor público, aunque sea de una mínima manera, a un civil.

Demos un paso atrás. Las fuerzas de seguridad ─en teoría la policía, pero en nuestros países también entra a jugar, con demasiada frecuencia, el ejército─ son eso, fuerzas de seguridad: entidades creadas con el único fin de resguardar a la sociedad; son supuestas garantías de seguridad. Entonces, vale preguntarnos, ¿las acciones de estos soldados fueron una intervención en beneficio de la seguridad de la población? Quizá, si nos ponemos proyectivos o fantasiosos, sí; pues podríamos argumentar que los jóvenes eran delincuentes, entonces recibieron su castigo por los delitos cometidos y, quizá, tal golpiza propinada por agentes de “seguridad civil”, sea un incentivo para no delinquir más.

Ahora, he aquí la cuestión ─talvez depende de dónde o cómo se adquirió el conocimiento del idioma, pero...─: en el castellano que yo conozco, esto se llama justicia, no seguridad. Recordemos entonces lo dicho al principio del párrafo anterior, los policías ─y en casos como Guatemala los soldados─ cumplen la función de fuerzas de seguridad, nos son una entidad de justicia, para eso están los jueces ─quienes, en nuestro sistema, son los encargados de impartir justicia─. Cierto que son un órgano del sistema de justicia, pero su función no es ser jueces ni verdugos.

Pero entonces, ¿qué es esto de la seguridad? Si pienso en seguridad pienso en prevención, pienso en poder salir tranquilo a dónde sea que vaya, sin temor a sufrir algún daño. Por eso decimos que en Guatemala vivimos en un estado de “inseguridad”, porque son pocos los que salen con esa sensación de tranquilidad, y son pocos los lugares donde uno se siente “seguro”. De tal manera que la seguridad es esa garantía de que podremos ejercer nuestros derechos y libertades efectivamente.

Por el otro lado, ¿qué es la justicia? El término es muy grande, pero no entremos al concepto del ideal de justicia, pues no creo ser capaz de expresar suficiente al respecto. En cambio, limitemos la exposición al sentido práctico de justicia ─más como una forma de resarcimiento─. Entonces, podríamos decir que la justicia es la ejecución de un ajuste de cuentas, de corregir una actitud, acto, o lo que sea, de balancear la situación y devolver o entregar a cada quién lo que le corresponde. Para eso se han elaborado complejos sistemas legislativos y judiciales, en los que se establecen una serie de normas para regular las actividades dentro de una comunidad, estableciendo límites, derechos y obligaciones, con la intención de permitir una vida en paz con la mayor libertad posible ─o quizá sea mejor hablar de un límite conveniente (para “todos”) de las libertades─. Y, correspondientemente, se han establecido ciertos lineamientos para hacer valer aquella legislación, procesos que sancionan a los infractores para “garantizar” los derechos, libertades y demás, de todos los integrantes de una comunidad ─entendiendo comunidad como la unidad de lo común, lo aglomerado en lo común─.

Creo que con esto ya podemos identificar con claridad la distinción entre una entidad de “seguridad” y una de “justicia”. (Me disculpo por los atropellos conceptuales y todos los saltos que la sobresimplificación de esta exposición han provocado, además de mis carencias narrativas e intelectuales.)

***

Podríamos entrar a discutir qué hace el ejército fungiendo como fuerza de seguridad ciudadana. Si nos vamos a definiciones, esa es tarea de la policía, y la función del ejército es la protección contra amenazas exteriores, se me ocurre que el combate contra el narcotráfico es quizá la excusa más válida que justifique la existencia del ejército en Guatemala. Sin embargo, es una práctica común en nuestros países “tercermundistas” ─¿será esto un síntoma del “retraso” o una herramienta de retraso?─, y en este caso particular, resulta irrelevante; lo que importa es que un agente de seguridad ciudadana, en el ejercicio de sus funciones, agredió a un civil. ¿Acaso no es obvia la contradicción que esto representa? ─¡Pero eran unos delincuentes!─ exclaman algunos, hinchados de orgullo, ilusionados por la fantasía de justicia.

Para esto es necesario volver a la distinción entre seguridad y justicia, para elaborar otro poco. Lo sucedido es un ejemplo de una persona individual impartiendo justicia. Si imaginamos un mundo en el que cada quien aplica la justicia desde su interpretación de las leyes, desde sus estándares morales y lo que piensan que deben ser las normas sociales “comunes”, estoy seguro de que nos mataríamos entre todos. Vamos a ejemplos concretos. ¿Cuántas veces, mientras se va manejando por el insoportable tráfico de la ciudad, no hemos deseado auténticamente eliminar de la existencia a cualquier cantidad de conciudadanos? Pensemos en los conductores de transporte colectivo, uno que otro taxista y la bastedad de conductores particulares que sobresalen por su imprudencia; no dejemos de lado a los agentes de tránsito, que muchas veces causan más problemas de los que resuelven. Eso por un lado. Luego pensemos en todas las veces que nos hemos equivocado. Estoy seguro de que a más de alguien se le ha perdido algo, preciado o no, y ha señalado como culpable a alguien, con total certeza, quizá creyeron haber visto entre las cosas del sospechoso aquello que a uno se le “perdió”. Conozco ese sentimiento de certeza, y sé que si no hubiera algún impedimento aplicaríamos el castigo que nos pareciera pertinente, sin detenernos a verificar la evidencia, pues nuestra certeza es suficiente. Ahora ubiquémonos al otro lado del asunto, también estoy seguro que muchos hemos sido erróneamente acusados de algo que no hemos hecho.

Es precisamente por estos motivos que, como sociedad, se establecen procesos judiciales: para asegurar, dentro de lo posible, el esclarecimiento de un suceso, la identificación del verdadero culpable y la aplicación del castigo correspondiente; con la intención de aplicar un castigo justo y evitar castigar a inocentes. Y es que es muy fácil distanciarse, verse a uno mismo como el ciudadano modelo que jamás estaría envuelto en una situación de riesgo, pero tengo una noticia ─vieja acaso─: vivimos en sociedad, y así como nos beneficiamos de ella, también estamos en riesgo constante de caer, real o aparentemente, del lado equivocado de la ley (piénsese en una situación límite o un accidente, o una parada en un puesto de registro).

***

Sucesos, como el de hace unas semanas, lejos de fortalecer el sistema de justicia, y resguardar la seguridad ciudadana, lo debilita. La obligación de las fuerzas de seguridad nunca será impartir justicia, sino proteger a los ciudadanos, sean culpables o inocentes. Ellos no serán quienes decidan el grado de culpabilidad de un civil, ni el castigo que le corresponde. Vamos de vuelta, esa es la labor del sistema de justicia. Y es que la aplicación de justicia, por mano propia, constituye un nuevo delito, es agresión y/o asalto, cuando es entre civiles; ya luego, si se prueba que fue en defensa propia, el mismo sistema ofrece una salida, pero esto se hace después de verificar los hechos. Ahora, si un funcionario del estado, en el ejercicio de sus funciones, y tomando provecho de su condición, agrede o asalta de cualquier manera a un civil, esto constituye una violación a los derechos humanos. (¡Uy no! ¡Lo dije! ¡Me atreví a sacar la grosería de los Derechos Humanos! A ver si lo logro explicar suficientemente claro.)

Los Derechos Humanos son una herramienta legal de aplicación mundial ─esa categorización de «universal», debe admitirse patética, o al menos demasiado ambiciosa─ que protege a los ciudadanos de cualquier abuso de parte del Estado. Un soldado, un policía y cualquier funcionario público, en el ejercicio de sus funciones, no es un civil más, es un representante del Estado que goza de ciertos beneficios y, supuestamente, le rigen ciertas obligaciones. De tal manera, sus acciones no se justifican como actos individuales, sino como oficiales, correspondientes al gobierno, de interés para toda la sociedad ─«toda la sociedad» incluye a todos habitantes, los que le gustan y los que no─ y, principalmente, de interés para el Estado. De ahí la diferencia, para todos los que no terminan de entender qué son los Derechos Humanos (que, lo más seguro es que, si empezaron a leer esto, no llegaron hasta aquí): la función de los Derechos Humanos ─en este aspecto─ es proteger a los ciudadanos de los abusos que el Estado, por su situación de poder, pueda infligir. Por su lado, el Estado tiene procesos establecidos para impartir justicia y garantizar la seguridad de los ciudadanos, para los conflictos entre ciudadanos; de la misma forma, no podría considerarse un proceso justo si es el mismo Estado quien interviene entre un conflicto entre un funcionario del Estado y un civil (es algo parecido a porqué en los partidos de futból internacionales el árbitro siempre es de una nacionalidad distinta a los equipos que están jugando). Ahora, si el conflicto contra los DDHH está en que se piensa que el Estado y sus funcionarios deban tener acceso libre para aplicar la justicia a discreción, creo que sería inútil intentar un contraargumento, pues tanto más que razón escapa a quien pueda sostener esa concepción.

Claramente, debo hacer la salvedad que, en una situación límite, algunas acciones ofensivas de las fuerzas de seguridad se justifican, pero se deben detener al momento de la aprehensión. Pensemos en una balacera entre civiles y las fuerzas de seguridad. Mientras dure el intercambio, pues se está en una situación límite, el daño ocasionado no se considera una violación a los Derechos Humanos. Sin embargo, cuando termine la balacera, si los civiles son capturados con vida, puesto que ya no se está en una situación límite, cualquier agresión contra ellos, será considerada como una violación a sus Derechos Humanos, aunque su culpabilidad sea aparente.

***

No había visto el video, pero me pareció ridículo que esté intentando escribir al respecto sin haberlo visto. Entonces lo ví. Se me revolvió el estómago y lo que me dio más rabia fue pensar que, en caso que los jóvenes auténticamente eran delincuentes, esta agresión seguramente los va a lograr exonerar del sistema de justicia. Claro, tenemos que regresar a que estamos en Guatemala, en donde no se puede decir "sistema de justicia" con seriedad. Pero, ¿es esto la solución?

Como también soy un ciudadano guatemalteco, que unas cuantas veces he sido víctima de la inseguridad en el país, puedo entender esa respuesta visceral que se satisface con la venganza, la morbosidad de dañar a quien sea con tal que represente aquello que desprecio, que me perjudica o que de alguna manera me molesta. Pero luego se debe tomar un poco de distancia y entender que no debemos sucumbir ante nuestras respuestas viscerales, ante nuestros instintos más salvajes, ya que de esta forma se alimenta el ciclo. Por eso es que hemos desarrollado sistemas legales y de justicia, para regular estas respuestas.

Si vivimos en una sociedad en la que nos quejamos de la inseguridad y la violencia, ¿cuál es el gozo que produce la golpiza? ¿Dónde está el agrado? ¿Qué es lo que se agradece? ¿Qué lo distingue a usted, brutal, salvaje, del delincuente? ¿Qué lo distingue a usted, brutal, salvaje, del soldado? No se puede negar que detrás de esto hay un sentimiento medieval, digamos primitivo y bastante vil por cierto.

Permitir ─y aplaudir─ que cualquier elemento de seguridad imparta justicia por su propia mano es exactamente como querer tener hijos masturbándose; o sea, la parte inmediata del proceso se satisface, pero al final es un esfuerzo infértil, literalmente infértil para la intención reproductiva, y exactamente igual de aplicable para la intención social.



*Imágen recuperada del sitio web del artista (http://www.darioescobar.com/)

lunes, 13 de julio de 2015

Sobre lo gay (más bien: Sobre identidad de género y sexualidad)

Como respuesta a un artículo publicado en Prensa Libre (¿Matrimonio Gay?), surgen las reflexiones expuestas a continuación. Por favor, destrúyase.

Primer punto, sobre el primer párrafo. Qué conveniente que ahora el punto de vista "religioso" apela a la razón y a la coherencia lógica. Se olvida que la lógica, igual que la religión, igual que el matrimonio, igual que todas las instituciones humanas, las civiles, las científicas y demás, son construcciones de los mismos hombres en su afán de organizarse, de sistematizar el caos y el desorden que aparentemente domina el universo; inevitablemente limitando la gran amplitud de posibilidades que permite la experiencia humana..

A partir de eso, me parece un ejemplo transparente de incoherencia que un religioso venga hoy a hablarme de razón y coherencia lógica cuando las creencias en las que sustenta todas sus valoraciones están más allá de la posibilidad lógica (pero esto se llama una falacia ad hominem, pues no ataco el argumento, sino al hombre que lo pronuncia; por tanto es inválido este contra-argumento).

Lo cierto ─y lo que hay que resaltar─ es que esta "lógica" con la que quiere decidir qué es la homosexualidad ─si es un desorden psicológico o no, si es una enfermedad o no, como quiera─, es el mismo tipo de lógica que decía que la tierra era el centro del universo, es el mismo tipo de lógica que negaba la evolución. Estas "lógicas" se han construido con conocimientos parciales y con intenciones de control, de estandarización, de dominio; con intención de regular qué puedes y qué no puedes hacer, decir, pensar, etc.


Luego, en el segundo párrafo habla de la integridad de la sociedad. Poniendo la familia "tradicional" como la piedra angular de la sociedad. ¿De cuál sociedad? Pregunto yo. ¿Esta que está cundida de corrupción, de violencia y de opresión (globalmente)? A esto nos han llevado esos cimientos de la sociedad que tanto defienden. Tras el afán de "ordenar", de "estar organizados", sistematizados, nos hemos olvidado de la amplia posibilidad de valor en la experiencia humana (como la búsqueda de la felicidad). El problema es que hasta ahora hemos sido una civilización (la humanidad entera) de represión; más que establecer límites en las relaciones interpersonales, se ha limitado la conciencia individual, el pensamiento propio. Entonces ¿cómo puedo buscar mi felicidad si debo combatir en mi interior aquello que me impulsa, aquello que me atrae, hacia donde veo mi felicidad?

Cuando él dice que el matrimonio es exclusivamente la unión entre un hombre y una mujer, es un argumento similar al que dicta que solo los hombres pueden ser sacerdotes. Es atribuir alguna valía particular al género, sobre el que se construyen los roles sociales. (Ese es un tema muy profundo y complejo ─no en sí mismo, sino por sus implicaciones─, sobre el que no me siento preparado a desarrollar.)

Y luego, la forma en la que abre el siguiente párrafo "El matrimonio surgió en función de la reproducción humana", lo siento padrecito, pero aquí si ¡su madre! El matrimonio surge como una herramienta social, tanto de colaboración interpersonal ─de ahí la intención de compartir con otro─, como de organización y control. Podría asegurar, haciendo un salto imprudente, que antes del matrimonio existieron otras formas de asociación, y que el matrimonio, formalmente, fue una de las últimas instituciones (por últimas me refiero a que fue una de las más recientes) de unión y de colaboración. Quien me diga que el fundamento de una relación es la reproducción, lamentaré abofetearle la cara, pues no aceptaré que se reduzca la experiencia humana a la mínima expresión de su biología. No niego que haya quienes encuentran su felicidad en los hijos, pero también hay quienes no.

Luego, el género y la sexualidad, para mí, son dos cosas distintas, y aunque comúnmente están conectadas, no lo están exclusivamente. Estoy totalmente de acuerdo con que la función principal de los genitales es la reproducción, es su función biológica mínima. Entonces me pregunto, ¿acaso limitamos el uso de nuestros órganos y de nuestro cuerpo, a sus funciones biológicas básicas? Me parece que no. Me parece que todo el fundamento del desarrollo de la civilización humana ha sido la explotación de las posibilidades de la experiencia humana, de buscar nuevas formas de usar nuestro cuerpo, de construir herramientas para ser más fuertes, para mover cosas más grandes; ¿porque habríamos de elegir qué partes del cuerpo sí podemos usar más allá de su función biológica básica? Si mis pies son para mantenerme parado, no debería usarlos para patear cosas o para operar máquinas; si mi boca sirve exclusivamente para comer, no debería besar, no debería tampoco usar mis dientes para abrir una bolsa, o como los locos que destapan botellas con las muelas.

Decir que el sexo tomó su valor placentero de los métodos anticonceptivos es simplemente patético. Los órganos sexuales siempre han sido así de sensibles, como un incentivo natural a usarlos, a experimentar con ellos, a caer en la trampa de la reproducción. Es como las abejas y el néctar. A las abejas les gusta la miel, para hacer miel utilizan el néctar de las flores, en ese proceso recogen polen y lo transportan a otras flores, y ¡voila! habemus reproducción. El placer es el néctar que atrae a las abejas, la dulce satisfacción de la experiencia. Luego, es posible que la abeja deposite el polen en una flor estéril, así como lo pueden depositar en flores que quizá no corresponden a esa forma de reproducción. Así que no, el sexo era placentero antes, la reproducción en principio, es accidental.

Luego, decir que la función del matrimonio es la reproducción humana elimina la posibilidad para personas estériles. Lo que nos mete a la discusión de la adopción. Respecto a eso: aún no lo toquemos, salgamos de esto primero, pues es determinante.

En fin yo me niego a creer que la experiencia humana se limita a la reproducción. Pienso que el objetivo de todo esfuerzo humano es alcanzar alguna forma de felicidad, la que más significativa resulte para cada individuo. Pienso que es una forma de violencia que se le impongan tantas limitaciones a las personas en esta búsqueda.

Creo que también es importante re-interpretar qué significa la sociedad, analizar si realmente es un impacto tan fuerte que se "destruya" la estructura establecida de "familia". Personalmente creo que tenemos mejores posibilidades, como civilización, si la familia se funda en la búsqueda de la felicidad, en el apoyo y en la colaboración; más que en el propósito reduccionista de reproducción.

Hay que interpretar a las personas como personas, como seres individuales que sienten, que piensan y que quieren ser felices; no como herramientas de sociedad.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Desfibrilando el músculo político (3)

Ahora me doy cuenta de que muchos enfrentamos este conflicto de la misma manera que un adicto enfrenta al objeto de su adicción, con dolorosa resignación. La dependencia nos encierra, notamos que simplemente no está bien, que nos destruye lentamente; pero con sólo imaginar que se desmorona el mecanismo nos congelamos.

Entonces nos ponemos selectivos, cediendo por aquí y condenando por allá; nuestra adicción no nos deja ver que somos una parte esencial del problema, que nuestra adicción supera el acomodamiento, ¡que se ha apropiado de nuestra capacidad crítica! Entonces fallamos en identificar orígenes y culpables, fallamos al no reconocer nuestra propia estupidez, fallamos por no reconocer las fuerzas que nos dominan. Así que mejor nos resignamos al regocijo de nuestro pequeño rincón de caos; nos apartamos, inventamos nuestras batallas y les inyectamos la superstición con la que superamos a la realidad ajena. Nos entumecemos, nos dejamos entumecer por nuestra propia mano, negándonos a reconocer la fuerza que la impulsa.

Somos adictos. El poder es la droga, la dominación el éxtasis.

Sí, quizá sea cierto, enfrentar la realidad sin el consuelo del “viaje” puede resultar difícil, tal vez algo incómodo; pero igual, a la incomodidad ya estamos acostumbrados, y lo difícil solo es el proceso de desintoxicación, es temporal; después todo será mejor.

Desfibrilando el músculo político (2)

Para mí es innegable que, más que indiferencia, lo que tenemos es una gruesa callosidad, un inmundo habituamiento —sin embargo acostumbrado—. De ahí surge una forma de desconfianza, pero no es por malicia, es más el cansancio de haber peleado y reclamado hasta perder las esperanzas de que algo mejor sea posible. No es indiferencia, es desesperanza.

No lo niego, lo padezco. He sido un mediocre inconforme toda mi vida. Y es que la corrupción en este país no es nada nuevo, las pruebas al respecto tampoco; desde que puedo recordar los poderes se mueven de maneras tendenciosas, sin rastro de un sentido de justicia.

Quizá la esperanza ahora nace del delirio de poder que las redes sociales nos dan a nosotros, simples ciudadanos; un delirio que amenaza con invadir a las masas, para convertirse en realidad. Cabe incrustar mi repudio al concepto borreguizante de "las masas", pero cuando veo una buena intención de fondo, se disuelven las críticas. Solo espero que el movimiento logre mantenerse limpio de influencias. Y mientras tanto, a soñar con la posibilidad.

martes, 19 de mayo de 2015

Desfibrilando el músculo político (1)

Aunque es válido sentirse al margen, es imposible realmente estar al margen.

Yo soy uno de esos que fantasea con vivir aislado, o sea que en fantasías rechazo la sociedad; más en la realidad no me queda sino someterme, pues no soy capaz de sustentar todas mis necesidades.

Tampoco soy un individuo significativamente importante para la sociedad, aunque delirio con aspiraciones e intenciones de grandeza; aunque irremediablemente inciertas.

Desde aquí enfrento el conflicto político que afecta al país. Con una indiferencia malsana por el poco interés que tengo en la sociedad, con la nula esperanza por la forzada costumbre a esta siniestra situación.

Soy uno de esos a los que el miedo ha encerrado en una nube, y el problema es que en ella me he acomodado. Cierto también que desde hace años la rasco, desde hace años me molesta, pero no por eso se hace incómoda. Y entonces señalo a todos los que se irritan a mi alrededor, cada quien envuelto en sus ideas, tan virtuosas como defectuosas, tan falsas como sus mismas nubes; tan falsas como la nube en la que nos englobamos.

Pera ahora debo admitir que todo esto ha avanzado bastante más de lo que esperaba. Ahora empiezan a nacer las nuevas maromas, empiezan a volterase las tortillas, y dentro de mis fantasías me parece ver que la cúpula se desmorona a sí misma. Pero luego descubro que no es más que otro movimiento estratégico, un nuevo malabarismo político; y es que después de tantas mentiras uno aprende a no creerle a nadie.