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lunes, 24 de julio de 2017

Se busca (2)

Empecé temprano. Cerca de las 7:30am ya estaba en camino a la U. Llegué pocos minutos antes de las 8:00am. Había bastante tráfico, me tomó casi media hora recorrer una distancia que, en condiciones ideales, toma poco más de cinco minutos. 

Me estacioné y lo primero que hice fue intentar llamar al otro lugar para notificar que no llegaría a tiempo para mi entrevista. Busqué la frase correcta para ofrecer como excusa, la repetí varias veces dentro de mi cabeza: “Me surgió un imprevisto y me será imposible llegar en la mañana, a la hora programada”; luego preguntaría si podría llegar durante la tarde, o si sería mejor ir al día siguiente. El diálogo estaba practicado pero en ese momento nadie contestó para ejecutarlo. Me bajé y caminé hacia el edificio donde se encuentra la oficina de RRHH. Antes de llegar, en la plataforma donde está la fotocopiadora, la misma donde está el banco, me arrinconé para intentar de nuevo. Nada. 

Subí a la oficina de RRHH. Me presenté con la señorita de recepción, le dije que la Licenciada me esperaba a las 8:30. Preguntó si era para una entrevista o cuál era el motivo de mi visita. Yo le expliqué que suponía que era una entrevista, o algo así; le dije que me había enviado un correo en el que decía que me esperaba a las 8:30. Tomó el teléfono y llamó a la asistente de la Licenciada. Aparentemente ella no estaba enterada del asunto. Tomó mi nombre y me mandó a esperar. 

Me senté en la pequeña sala de espera frente a las gradas. Acomodé mi maletín en el asiento a mi izquierda. Saqué mi Oliver Twist y mi cuaderno de notas; intentaría llamar de nuevo al otro lugar para notificar de mi ausencia. No contestaron. Eran las 8:15 aproximadamente, empecé a leer.

Unos minutos después se acercó la señorita de la recepción para informarme que esperara un momento, que la Licenciada no estaba disponible pero que pronto me iba a atender. Agradecí y seguí leyendo, Oliver se recuperaba de una fiebre tremenda bajo los cuidados de una amorosa señora Bedwin.

Pasé media hora, más o menos, entre leyendo y llamando; la lectura avanzó y no contestaron mi llamada. Eventualmente, cerca de las 9:00am, se volvió a acercar la señorita de recepción para decirme que podía pasar adelante, que debía ir por el pasillo a la derecha y que la cuarta oficina a la izquierda era la de la Licenciada, que ella me esperaba ahí. 

Entré. Cuando estaba cerca de llegar a la puerta me interceptó la Licenciada, pasamos a su oficina y tomamos asiento, cada quien en su correspondiente lado del escritorio. Empezó explicándome los requerimientos para la plaza de catalogador, la que vengo persiguiendo desde hace dos meses. Me dijo que si tenía algún título a nivel medio universitario podría lanzarme al ruedo, si no, no. La decisión era definitiva, el asesor legal aseguraba que no podían pagar facturas por servicios profesionales si no comprobaban que a quien le pagaban era un profesional graduado. Lo de catalogador, entonces, estaba fuera de la cuestión. Así es como repercuten las decisiones de la vida. 

Pero había una luz al final del túnel, no sé si era una especie de prueba. Me dijo que había plazas vacantes para bibliotecario, o sea para asistencia al usuario. Si estaba interesado podría aplicar a esa plaza y entrevistarme ese mismo día con el encargado del área. El inconveniente es el horario. Las vacantes son para cubrir el turno vespertino, de lunes a viernes de tres de la tarde a diez de la noche y sábados de doce del mediodía a cinco de la tarde. Ese horario no es el ideal, no me permitiría seguir estudiando en las clases presenciales, tendría que volcarme a atacar lo que me resta de carrera por suficiencia; no sé qué tan práctico sea eso. Lo siguiente sería ver por cuánto tiempo, si existe la posibilidad de sacrificarme durante un semestre, y al siguiente lograr una transferencia a un horario diurno, quizá sea un compromiso que pueda manejar. Y luego está la cuestión del dinero. 

Quedamos en que a las 11:00 me estaría esperando el encargado de ese departamento para entrevistarme. Hice nota mental de las preguntas que debía hacerle y esperé, leyendo (Oliver Twist avanzó bastante hoy, ya lo habían capturado de nuevo los bandidos). 

Llegada la hora entré a la biblioteca, busqué al encargado y me presenté. Pocos minutos después conversábamos en uno de los salones de estudio cerca del área de Teología y Filosofía. Me terminó de explicar lo del horario. Me informó que el cambio a horario diurno no era fácil, que había una cola larga y que los espacios diurnos no se abrían con facilidad. Me informó también del sueldo, esa plaza paga el mínimo. Sentí unos cuantos pinchazos, este asunto de la biblioteca está resultando en una suma interminable de frustraciones. Empiezo a dudar si buscar trabajo en la U sea la vía de acción correcta para facilitarme el cierre de la carrera.

Ahora estoy en eso. Esa es la vacante que hay disponible por ahora en la U. Igual toca esperar si me eligen entre los candidatos y si supero las pruebas. Entonces tendré que tomar la decisión definitiva. ¿Qué tanto me conviene?

jueves, 20 de julio de 2017

Se busca (1)

Pasamos horas platicando. Hasta me compró un cuadernito para anotar todas las posibilidades que podría perseguir. Le expliqué que tampoco es que me he pasado los días sin hacer mucho, le conté de las aplicaciones y correos que he vomitado por aquí y por allá. Le conté mi frustración de no encontrar respuesta, de los duros golpes que se esconden tras el silencio. Fueron horas de reflexión y descubrimiento; de desahogo también.

Llegó el jueves y nos aventuramos a la producción. Todo en orden. Encontré un poco de paz en la ausencia del acoso del banco ─eran aproximadamente ocho llamadas diarias─.

Alrededor de medio día recibí una llamada. Me requerían a la mañana siguiente para una entrevista. Cuando me llamaron tenía programada una reunión para la mañana siguiente, solicité otra hora y me ofrecieron a la una de la tarde. Eso me quedaba bien. La entrevista era para una plaza back office en una agencia de cobros (Call Center), vaya ironía.

Volví a la producción sintiéndome un poco mejor conmigo mismo, al menos había conseguido una entrevista. No pasó mucho tiempo cuando recibí otra llamada. Otro Call Center para otra plaza back office. Me preguntaron si podía llegar a entrevista el viernes, les dije que tenía unas reuniones programadas ese día, entonces me ofrecieron el lunes. Me programaron la entrevista para las 8:30.

Mi ego se infló un poco más. Esos trabajos no estaban cerca de lo que realmente deseaba, pero eran trabajos que me ofrecerían un ingreso no tan miserable. ¡Al fin tenía otra entrevista!

Llegó el viernes. La reunión que tenía programada para las 9:00 se canceló. Así que me puse a trabajar en otras cosas. En el transcurso de la mañana recibí un correo con un cuestionario de aplicación para un medio. Lo llené y a medio día lo envié.

Ya eran las doce y tenía que salir corriendo para llegar a tiempo a mi entrevista de la una. Llegué como a las y-cuarto, y-veinte. Cuando me atendieron me informaron que debía esperar un rato, que me habían esperado pero como no llegué se fueron a almorzar. Obviamente, ninguna objeción de mi parte. Precisamente para eso llevaba a mi Oliver Twist.

Fueron unos 40 minutos de espera. De pronto salió una chica, diciendome que pasara. Pasé. La seguí por donde fue hasta que llegamos a una pequeña sala. Me señaló una silla y me senté. Hablamos por media hora, más o menos. Sus preguntas fueron más o menos vagas pero me dieron la sensación de que necesitaban a alguien proactivo e independiente, no estoy seguro de ser un buen candidato para la plaza ni de que sea una buena plaza para mí.

Cuando salí mi teléfono estaba cerca de morir. Creo que estaba acercándose al 10% de batería, quizá menos. Empecé a caminar, debía recorrer más de media avenida Las Américas. Menos de tres cuadras después empezó a lloviznar. Yo consideraba cuánto debía esperar para sacar el paraguas en mi maletín cuando vibró el teléfono. Era mi esposa. Empezaba a llover y el riesgo de que lloviera fuerte era alto, ella estaba cerca mi ubicación le quedaba en ruta a su destino.

Pasó recogiéndome. La acompañé en sus diligencias, donde perdimos más de una hora de la proyectada; ella se goza interacciones como la de ese día. Mi teléfono, mientras tanto, seguía muriendo, lento.

Finalmente salimos; eran las cuatro de la tarde. Nos tomó casi media hora llegar a dónde íbamos. Cuando llegamos ella se bajó a dejar el paquete y a recoger sus cosas, mientras esperaba busqué el cargador del carro para poder navegar la ciudad con waze y algo de música. No funcionó. Unos cuantos minutos dentro del viaje murió mi teléfono. Eran aproximadamente las 4:30.

No sé cuánto nos tardamos en venir. Ni es importante. El punto es que al llegar puse a cargar mi teléfono. Minutos después fui por él.

Resultó que algo había pasado con una de las entregas del día y había que ir a dejar un no sé qué. Se me asignó esa tarea. Al salir, cuando estaba en camino, me entraron unas notificaciones al teléfono. Tenía un mensaje de voz del teléfono de la U. No pude revisar en el momento, pero al regresar a la casa me senté a investigar qué era lo que había pasado.

Sucedió que me intentaron llamar de la U cuando a mi teléfono se le había acabado la carga y estaba apagado. Desde hace meses estoy persiguiendo una plaza ahí y esta llamada parecía tener alguna relación con eso. El mensaje de voz no decía nada. Supusimos que, si era para ofrecerme trabajo o algo así, no me llamarían una única vez. No quedaba más que tener paciencia y esperar o mejor.

¡Una sorpresa reventó cuando mi teléfono terminó de sincronizar! Dos correos había entrado, uno del administrador de la biblioteca y otro de la Lic. de RRHH. El primero me explicaba que la plaza a la que apliqué está más allá de mis capacidades; o más bien, que no bajarían los requerimientos, pues era una plaza “profesional”. Sin embargo, decía que copiaba a la Lic. de RRHH porque había otra plaza a la que probablemente sí me podría adaptar. En el otro correo la Lic. de RRHH me reclamaba que no contesté las llamadas y me convocaba el lunes a las 8:30. Espero que me ofrezcan algo que se acerque a la decencia.

martes, 27 de junio de 2017

Hablando impertinencias: ¿Es posible que alguien esté dispuesto a pagarme un sueldo por escribir?

Hice un anuncio para mi supuesto negocio que me empuja a intentar responder una pregunta. El título del anuncio dice “Busco errores” y hace referencia al trabajo que hago como corrector de textos ─actualmente no lo hago mucho, por eso el anuncio─.

La cuestión que me trae aquí es atender a la pregunta “¿Qué busco?”. Yo sé, parezco adolescente pero o es un desbalance hormonal que me mantiene navegando en dudas o culpamos a la filosofía o señalamos de falsa la noción de “adultez”. Si tengo que escoger una, apuesto por la última.

Entonces, ¿qué busco? Escribir. Pero para hacerlo se necesita mucho tiempo, y para tener tiempo se necesitan ciertos recursos. 

Puesto así, lo que busco son recursos para escribir.


Hasta ahora vamos bien, tenemos más o menos claro qué es lo que buscamos y más o menos consideramos qué necesitamos para alcanzarlo. Esta última oración me obliga a explicarme mejor.

¿A qué me refiero con que quiero escribir? A grandes rasgos es bastante simple, quiero dedicarme a la escritura. La cuestión se complica cuando debo resolver el qué de la escritura; eso no lo sé con certeza.

Sé que hay tres potenciales novelas. Una de ellas ya tiene algo que podría considerarse como un primer borrador, las otras dos son solamente nociones más o menos definidas. También puede ser que una de estas ideas de novela se integre a la que ya tiene primer borrador, pues podría considerarse como una aproximación alterna del mismo asunto. En fin, tres, quizá dos o posiblemente diecisiete novelas son lo que quiero escribir.

Pero no siempre es eso, o no solamente eso; o quizá ese sea el desvío para llegar a este otro: la academia. “Academia” es una forma muy general, y quizá un poco ambiciosa, de decirlo. Lo que pasa es que el rango del término es muy amplio, incluye la docencia, la investigación y la formación. Ese no es el orden correcto, primero formación (espero en los próximos dos años completar la licenciatura, un par de años después completar la maestría, y un par de años después lanzarme al doctorado) y luego docencia e investigación ─estas dos no obedecen un orden o jerarquía particular, pueden ser simultáneas, consecuentes o exclusivas─.

Por ahora, esas son las dos vertientes que emanan el agrio aroma del antojo.

Es momento de entrarle a la cuestión de los recursos. 


Empecemos con que hay muchas formas de vivir, unas son más complicadas que otras, no hay duda de eso; incluso resulta estúpido que lo mencione, pero, para que el lector comprenda un poco mejor mi situación, comparto transparentemente mi proceso de escritura. En los pasados años he aprendido mucho, y en los últimos meses he aprendido más. Entre muchas cosas descubrí que siempre se puede vivir con menos, y que lo más importante es quitarse el lastre y saber prevenir. Para quitarse el lastre hay que mantenerse solvente y libre de deudas, y para prevenir solo hace falta respaldarse en un sistema de aseguramiento o ahorro. Estas dos cosas, en la sociedad que me envuelve, se hacen con dinero. Por tanto, la cuestión de los recursos se resuelve con dinero.

Mi problema es que el dinero me resulta esquivo. Para obtenerlo con suficiente regularidad debo poner en juego mi bienestar emocional y mi estabilidad existencial; pero su ausencia también encuentra rutas para envenenar mi bienestar emocional y mi estabilidad existencia.

Ya se me ocurrió perseguir la fórmula mágica: que la escritura sea la manera en la que me hago de los recursos necesarios para manterme solvente y precavido y así pueda tener tiempo para escribir; pero por alguna razón no logro hacerlo funcionar. Será falta de talento, falta de visión empresarial, falta de ambición, no sé. Lo que sí aprendí es que no soy un negociante ni soy un empresario; lo bueno es que no es eso lo que busco, lo malo es que la solución no aparece.

¿Acaso hay otra opción? Creo que sí. Probablemente hay varias. Una de ellas es encontrar un trabajo tolerable; es lo que estoy buscando activamente desde hace ya varios meses. Hay un par de posibilidades (literalmente un par) flotando actualmente, espero tener respuesta esta o la próxima semana (creo que el feriado del viernes puede comerse una semana entera). Pero hay otra ruta que no he explorado: el mecenazgo o patrocinio o apadrinamiento o algo así.

¿Es posible que alguien esté dispuesto a pagarme un sueldo por escribir? 


Mi aspiración salarial no es altísima (como mencioné anteriormente, he aprendido el valor de menos). Cerraré esto con una sonrisa y una sincera invitación a compartirlo.

Todas las ideas y sugerencias son bienvenidas.

viernes, 16 de junio de 2017

Se me perdió el "porqué", ¿alguien sabe dónde encontrarlo?



Así como se pasan las horas de insomnio se me han pasado meses, incluso años: intentando hacer lo que debería estar haciendo... sin lograrlo. 

Parece tan claro, tan sencillo: "todo lo que hay que hacer es dormir; todo lo que hay que hacer es vivir", dicen con demasiada seguridad, como si fuera tan fácil.

Y es que sí, no para todos es fácil.

Algunos de nosotros tropezamos, y tropezamos, y tropezamos; luego parece que olvidamos cómo hacerlo, perdemos la capacidad de dormir y aparentemente olvidamos cómo es que es el asunto ese de vivir. Sin darnos cuenta se nos va de las manos y ya no sabemos qué hacer. 

¿Cómo se dirige una nave cuando, sin darte cuenta, soltaste el timón y al voltear a buscarlo este desapareció?

No sé qué tan común sea. Comprender que la mayoría tampoco tiene idea de qué está haciendo ya dejó de ser consuelo. A veces es difícil saber si todavía existe consuelo; es lo único a lo que se puede aspirar, la ilusión del sentido ya no está. 

¿Para qué? 

¿Qué razón queda cuando ya no hay razón? ¿Hacia dónde buscar para perseguir qué? Todo tiene el precipicio detrás, todo se hace lágrima en su paso al olvido. Somos nada y todo nos destruye. 

Somos mentira. 

Somos la voz muda que se ahoga. 

Somos los que tenemos respuestas sin pregunta.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Miércoles 8 de julio de 2015 (6:51)

Así, mientras empieza un miércoles, un tal ocho de julio, mientras se enciende la mañana, mientras espero que hierva el agua para poner el café, empiezo un nuevo cuaderno.
Agua hervida, café puesto y me pica el bicho musical; pero descubro el canto mañanero de algunos pájaros, los que quedan, los que no hemos terminado de invadir. ¿Qué prefiero? ¿La música o el canto improvisado, casi caótico de los pájaros?

Café, eso es lo cierto. Según las instrucciones son de tres a cinco minutos en la French Press. Esa cantidad de tiempo ya pasó.

Entonces sobresale la diferencia en el tiempo que toma leer y el que toma escribir; escribir es una tarea muy laboriosa.

[...]

El canto de los pájaros ha cesado; los carros sucios de gentes demasiado limpias deben estar ya desbordando las calles. Yo aquí, con mi hoja, con mi pluma y con mis perros, degusto algo de la ansiosa soledad urbana, como paz extemporánea.

jueves, 2 de abril de 2015

Balbuceos íntimos (10 de diciembre de 2014)

Dos shots de aguardiente, un Marlboro Rojo y un par de minutos de sol anteceden el ejercicio. Son las once de la mañana y me impongo la tarea de escribir hasta la una de la tarde. Desde entonces no habré de levantarme de esta silla por mi voluntad.

Me pregunto si el formato digital será el apropiado para esta primera etapa de escritura o si debería inclinarme por el físico. Sirva esto de prueba.

Ha pasado mucho tiempo sin que dedique bastante esfuerzo, formalmente, para extraerme palabras. En un primer momento detecto el beneficio del medio digital, pues me permite corregir más libremente, más limpiamente, lo que anoto. Aquí, en vez de tachones, puedo volver y cambiar lo que sea que había escrito. ¿Es esto realmente un beneficio o más bien una forma muy básica de autocensura? Aún no lo sé.

La escritura a mano revela, de una forma más visceral y simultáneamente más transparente, el sentimiento que acarrean las oraciones. Como en esos momentos en los que, al ser golpeado por una idea concisa, la pluma, el lápiz, o lo que sea, vuela. La caligrafía se deforma, la fuerza del pulso la recibe el papel y las palabras se escogen con más prisa ─aunque lamentablemente, estos rasgos solo se pueden percibir al leer en ese mismo formato─. En fin, el papel incita una forma distinta de sinceridad. Como mencionaba anteriormente, es más visceral.

Siento algo de frío, pero buscar un sudadero implicaría levantarme; eso está vedado. La ventana está ligeramente abierta, y aunque cerrarla no necesariamente requeriría levantarme, si me obligaría a despegar mis dedos del teclado. Entonces se hace necesario replantear la restricción: en vez de obligarme a mantenerme sentado, quizá sea más acertado establecer la restricción de mantenerme al alcance del teclado; eso sería más estricto, tal vez me asista en la formación de una disciplina más útil, pues es innegable la necesidad de, eventualmente, tomar algo de agua u otras necesidades requeridas.

Han pasado cerca de quince minutos y decido que no debo volver a revisar la hora. He programado una alarma que me hará saber cuando la hora para terminar llegue. Mientras tanto, habré de soportar toda incomodidad que pueda presentarse, como el frío que ahora invade mis pantorrillas y el ligero dolor de espalda que empieza a manifestarse.

Como parte de la ambientación he puesto a correr una lista de música. Me pregunto si habría de permitirme manipularla, o si debo tolerar sin mucha consideración el volumen o las canciones que puedan surgir.

Pero pasemos a otro asunto, que quizá pueda resultar más fructífero. Esta mañana tuve una conversación en la que se me aconsejó disciplinarme. Es porque, últimamente, o sea desde mediados de la pasada semana, he estado desocupado, en cuanto a tareas obligatorias. En los pasados meses habían sido las tareas de la universidad y los proyectos laborales los que me habían mantenido ocupado. Sin embargo, desde hace ya mucho no he escrito de mi propia inspiración. Aunque ciertamente para los trabajo de la universidad si me permito una expresión bastante más libre, en comparación con los proyectos de trabajo que, aunque inevitablemente reciben algunos destellos muy propios, en términos generales, me son ajenos.

(Primera interrupción involuntaria: tocan a la puerta. Nada. Aparentemente llegué tarde. Al menos me dio la oportunidad de tomar un sudadero que encontré en el camino.)

Volviendo a lo que estaba, hace ya mucho tiempo que no logro centrarme en qué escribir. De hecho, nunca lo he logrado. Por momentos me ataca la ficción. Con ella la intención de escribir una pieza extensa, quizá una novela. Al empezar, y notar las dificultades que implicaría, considero la posibilidad del cuento. Pero pronto me parece infértil el esfuerzo, algunas veces por considerarlo cojo, otras por sentirlo patético. Quizá en el fondo no se esconda nada más que alguna forma de inseguridad.

En otros momentos se me atraviesa la poesía, en la forma de unas cuantas líneas que logran inspirarme cierta admiración. Sin embargo, cuando intento empeñarme en crear nuevas, el sentimiento se me esconde y resulto escupiendo balbuceos llanos en exceso; así que lo abandono.

Finalmente, en un esfuerzo de rigor académico y alimentando la fantasía masturbatoria de una supuesta superioridad intelectual, vuelvo a la filosofía, más bien a intentos filosóficos. Valga decir que esta es mi afición original, mi principal ilusión académica. Al sopesarla, por un lado descubro una ridícula emoción egoísta, pues los círculos que me rodean y, en general, la sociedad en la que me desenvuelvo, encuentran risible el esfuerzo filosófico. De esta manera se denigra el esfuerzo, en la búsqueda por reconocimiento y alguna gratificación. Adicionalmente, la otra complicación está en la delimitación de un tema, y en descubrirse ignorante ante la vastedad de sus implicaciones.

(Segunda interrupción, de nuevo tocan a la puerta. Esta vez encuentro interlocutor.)

─ ¿No compran pascuas?

─ No. Gracias.─ Respondí.

─ Traigo bonitas pascuas para decorar.

─ No. Gracias.─ Repetí

Aprovecho para buscar unas galletas. Pan de lembas: unas champurradas de soya en las que encuentro una agradable sensación de satisfacción.

(Tercera interrupción, suena el teléfono, es Chente.)

─Vos cerote, acabo de ver un drone en una tienda por aquí. Dos mil quinientos pesos, pero trae cámara. ¡Está bonita la mierda!

Después de una risa cómplice, respondí:

─Papa, ¿estás pensando hacer una travesura?

─¡No, que putas! Sólo te estoy contando. Que estoy dando unas vueltas aquí por Las Américas y lo vi. ¡Esta bonita la mierda!

Luego le pregunté que hacía por ahí y me contó que estaba por el aeropuerto viendo unas cosas de la oficina, y que pasó a comprar unas salsas para el pavo de navidad. En fin, entre promesas y esperanzas de vernos el fin de semana, terminó la conversación.

Mi papá. Un tipo espléndido que jamás abandonó la ilusión por los juguetes.

Una alarma imprudente me recuerda que ya son las doce del medio día. Internamente me hago un negocio sucio. Ya pasé una hora aquí sentado. Tomaré otra hora después del almuerzo. Voy a interrumpir la escritura. Voy a leer por una hora, luego me tomaré otra hora para almorzar y después, otra hora para escribir. Tengo helados los pies.

La segunda parte será a mano.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Notas preliminares de cordura vs. locura

Según RAE, “Cordura: 1. Prudencia, buen seso, juicio.”

Esta definición se antoja floja, casi imprudente; para una palabra desgraciada que da para tanto. Es talvez porque apenas quiera tocarse. Puede que la palabra sea tan importante que es mejor que su definición sea un tanto vaga, para que las personas no puedan saber realmente a que es a lo que tienen que contenerse y así poder tener a la culpa lista para soltar el venenazo en cualquier instante de duda.

El conocimiento popular dice que la cordura es un estado mental, en el que una persona es prudente y sensata; opuesta a la locura. Aunque la cordura me sigue pareciendo respaldada por la resignación, pienso que es la más sobresaliente. Una persona cuerda es aquella que “entiende” la importancia de resignarse a tal o cual cosa, porque es lo más conveniente. Una persona cuerda no se atreve a pensar en otra forma de vivir que no sea la aceptada y denominada útil. Una persona cuerda es la que cree, con una fe igual a la religiosa, que eso que le han dicho que es conveniente, realmente es lo que la guiará a su máxima felicidad y satisfacción. La persona cuerda es entonces un prisionero sonriente.

En contraparte, la locura sería ese estado mental en el que una persona piensa que puede ser libre, o quizá logre liberarse. En la mente de un loco el orden de las prioridades se alteran según su propia valoración. Un loco es entonces autentico. Un loco es aquel que ha perdido el temor – que los creyentes le dirán respeto – a las convenciones sociales; aquel que cree que su felicidad y satisfacción no caben dentro de los límites de lo “conveniente”. Un loco es entonces el único dueño de su voluntad. Quien escucha y delibera tomando en cuenta todas sus voces interiores. Es talvez de ahí de donde viene la genialidad del artista; que se acerca a poder mencionar verdades, que para los creyentes no parecerán más que ingenuas fantasías. La sociedad únicamente ha aceptado virtudes humillantes, domesticantes; virtudes que no hacen más que amansar la auténtica voluntad de una persona.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Vitrineando: Cobardía

Hay un grupo, bastante desconocido (creo) pero me gusta mucho (talvez por esa exclusividad), Editors. Traduciendo literalmente una de sus líneas, dice así: Si la fortuna favorece a los valientes, soy tan pobre como se puede ser. (If fortune favors the brave, I am as poor as they come.) He encontrado en esas líneas una de las mejores descripciones a mis sentimientos. He aprendido que soy un cobarde; obviamente no es motivo de orgullo, pero al mismo tiempo, tampoco me permito a sentir vergüenza.

Comúnmente se dice que la falta de confianza es uno de los elementos que definen la cobardía, pero creo que la confianza en las personas, tanto hacia uno mismo como hacia los demás, es injustificable; no tanto por la capacidad humana de traicionar, sino por la capacidad de creer a partir de sus equivocaciones. La incertidumbre, la desconfianza, me hacen cobarde.

Por tanto, muchas veces siento que no sé vivir, como si nunca lo aprendí correctamente. Veo a las personas pasar por la vida aparentemente felices, por alguna razón se ven satisfechas, mejor dicho, resignadas, y de alguna manera logran satisfacerse con esa resignación. Me cuesta tanto compartir ese sentimiento; no porque aspire a la grandeza, no porque fantasee con ser famoso y millonario o cambiar el camino de la humanidad, sino que veo la vida como algo tan intrascendente, sin sentido, deprimente (incluso la de las personas consideradas “influyentes”). Cada minuto que pasa busco razones para justificarla y sueño con hacer de la deriva un hogar.

Sin embargo me aferro. Me niego a resignarme ante este sin sentido pero insisto en valorarla y protegerla. Temo por mi vida, el miedo guía cada paso que pienso dar; en fin, un tipo de paranoia se mantiene siempre presente. Probablemente sea eso lo que piensa la gente en su proceso de resignación: buscar un sentido, inventar un sentido. Así nos engañamos todos, cada quien inventando un sentido que motive su deseo de preservarse.

Y ahí es donde sobresale mi cobardía. Mientras las personas recorren el mundo, destruyendo todo lo que está en el camino del sentido que inventan, valientemente imponiendo su errónea voluntad, yo permanezco sentado, profundamente perturbado. Tragándome entera la evidencia de nuestra estupidez, pasmado, con el hígado estrujado derrochando bilis. – ¡Cobarde, maldito cobarde! ¡Habrías de levantarte y hacer algo! ¡Lo que sea! – pero no. Nada.

lunes, 14 de octubre de 2013

Vitrineando: Vidas Prestadas y la Virtud del Egoísta

¿Qué tan nuestra es "nuestra" vida? Yo pienso que, de cierta forma, todos vivimos una vida prestada. (Desde ahora quiero dejar claro que todo esto es un intento por justificar mi poco deseo de emprender labores económicamente productivas; contradictorio, como solo yo puedo ser, con el estilo de vida que quiero; sin querer renunciar a las comodidades y sin querer trabajar por ellas. Aquellos que se pregunten si realmente soy tan pesimista, tan miserable, aprovecho a responder de una vez: si - y agrego que no le creo a quien me dice que está plenamente contento. Pero no hay de que preocuparse, estoy seguro que muchas personas, incluso ustedes, han pasado por este tipo de pensamientos - si se han tomado el tiempo - y han escogido una forma de ver la vida; además creo que muchos de nosotros no podemos vivir nuestro ideal de vida y aprendemos a conformarnos con ésta, porque igual, no hay mucho que podamos hacer.) En algunos casos es un préstamo temporal - en la mayoría de estos el plazo no es fijado por el individuo-: la persona se entrega enteramente a ciertas actividades (que, por cierto, contradicen (o al menos entran en conflicto con), de cierta forma y en cierto nivel, sus ideales de vida) con el fin de procurarse los medios de supervivencia, y la esperanza de liberarse - si es que llega a tomar conciencia de su posición como prestatario. En otros este alter-ego se interioriza (o, como dije antes, simplemente nunca se percató) de tal forma que se apropia de esta vida ajena, cediendo a los modelos y expectativas y se desconecta por completo de su verdadero yo, llegando a pensar con una forma de conciencia colectiva, adoptando como propio un yo prestado, por tanto, un yo colectivo

Pero, ¿que hay de malo en esto? Que anula por completo el egoísmo. La vida en sociedad nos ha enseñado que no es bueno ser egoísta; que hay que ser humildes y bondadosos con todos los demás, de alguna extraña manera da por sentado el bienestar individual, que se contradice con la necesidad de aquellos con quienes hay que ser bondadosos; el sacrificio se hace virtud y a través de esta autoflajelación se supone que se alcanzará la realización personal. 

Para muestra, un botón: yo he llegado al punto en que me siento mal conmigo mismo por buscar mi propia felicidad. ¿Acaso no es estúpido sentirse culpable por querer ser feliz? Esto es ser egoísta. Adueñarnos de nuestra propia vida, vivir nuestra propia vida, bajo nuestras propias valoraciones es ser egoísta. Aquel que crea, y hace realidad los caprichos más excéntricos de su imaginación, es un egoísta. Quien es libre, es egoísta.


Una vida vivida para otros, es una vida vivida por otros; no es una vida digna de ser vivida.


Por tanto, la posibilidad de la felicidad, se encuentra detrás de un bien manejado egoísmo.



lunes, 19 de agosto de 2013

Comentarios Previos al Ocaso de una Fantasía de Libertad

Los días pasan y se llevan mis alegrías como si no quisieran volver. Se que sueno exagerado (y probablemente soy; finalmente esto es un proceso creativo, y la exageración tiene permitido rozarse con la mentira), pero una parte de mi se ahoga. Una noticia que a muchos acerca al éxtasis emotivo a mí me anudó la garganta en frustración. Sentí como si estaba dando noticias de haber sido diagnosticado de alguna enfermedad terminal; la ilusión de superación a través del sufrimiento: empleo. 

"Trabajo es trabajo", son las palabras de aliento que recibo. Palabras que me invitan a resignarme; a acompañar a la humanidad en la resignación de su fatuo orgullo de existir y dominar, de producir y crear sin entender claramente una finalidad más que seguir existiendo y dominando. ¿Cuántas horas de vida no se pierden en el trabajo que arduamente cumplimos con la ilusión de procurarnos una vida mejor? ¿Realmente es posible alcanzar, por medio del trabajo, esa vida que imaginamos? Para algunos si, pero para la mayoría no. Por tanto, evaluando fríamente las estadísticas, las probabilidades están en mi contra.

"A veces hay que hacer sacrificios" o "hay que sacrificarse por un tiempo", son otros de los comentarios que comúnmente se escuchan en estas situaciones. Pero, por alguna razón, no logro entenderlo. ¿En que momento es el sacrificio parte del camino a la satisfacción? A menos que después de habernos sacrificado y haber superado el sufrimiento veamos nuestra displicente vida como mas placentera solo por tener el punto de comparación con aquel sufrimiento. El sufrimiento temporal nos hace apreciar nuestra vida, no por las satisfacciones que tenemos, sino por la ausencia de esos extremos de sufrimiento, haciendo de estos "pequeños sacrificios" algo honorable. 


Lo niego, me rehúso y lo rechazo; pero estoy atado mientras no encuentre otra forma de vivir. Seré miserablemente sacrificado, buscaré placebos para reducir la sensación de dolor, escribiré para compensar la impotencia, leeré para combatir el entumecimiento, me entretendré para mantener un nivel de estupidez sano y, finalmente, inventaré una felicidad y seré un demente más: miserablemente feliz, miserablemente realizado, miserablemente humano.

lunes, 5 de agosto de 2013

Vitrineando Intro

Otra mañana perdida buscando lo que no quiero; cubrir necesidades se acerca a lo imposible. Por momentos desearía no necesitar meterme comida a la boca, poder dormir tranquilamente bajo cualquier árbol y, por la eternidad, no tener necesidad alguna de luchar. A muchos les puede parecer hasta ofensivo esto de no tener la necesidad de luchar, ─¡de que más se trata la vida si no es de luchar por nuestra supervivencia! (levantando el puño derecho frenéticamente) ¡Despertar cada día con ánimos y deseos de superarnos! (sacudiendo ahora el puño izquierdo y azotándolo con el acento de la última palabra)─ para luego (suavizando el tono y tomándose ambas manos como hacen las viejitas) recordarnos que debemos dejar un mundo mejor para las nuevas generaciones. (Si las nuevas generaciones fueran suficientemente sabias, ya estarían entrevistando a todos los viejos y eliminando de una buena vez a los que no acepten su propia estupidez.) 

Es que esto de luchar nunca ha sido mi fuerte, no me considero nada competitivo, aunque reconozco que hay cierto placer en ganar. Sin embargo, se me hace un placer tan vacío; como sociedad no recibimos mayor beneficio, ya que, forzosamente, lo que uno gana es lo que otro perdió. 

Se les ha construido a la competencia y a la ambición un pedestal dentro de la vitrina de las virtudes (junto a otras no tan mejores ni tan peores). Llámenme ingenuo, pero creo que eso no está bien. No me parece correcto que pensemos que algo que, en el mejor de los casos, va a beneficiar al 50% de la población mundial sea considerado como una virtud, recostada sobre otra que solo es cuantificable en comparación con el desempeño ajeno. Rápido pensamos que si no hubiera competencia no progresaríamos pero creo que ahí también nos equivocamos, no entendemos que simplemente es esa la forma en la que hemos aprendido a hacer las cosas. Nos hemos arrebatado la satisfacción personal por nuestros logros llevándonos al punto en que nuestros logros no son nada si no superan en algo los logros ajenos. Esto nos lleva a dejar de ser quien somos por quien somos; nos hacemos individuos a raíz de relaciones externas a nosotros mismos. 

Propongo esto como una introducción. Vitrineando será una serie dedicada al análisis de las virtudes que solemos admirar, con sus debidas tergiversaciones (todo bajo mi punto de vista). Las entregas serán eventuales. 

viernes, 26 de julio de 2013

Intento de Finalización de Lamentación

La tensión que provoca la plena ociosidad está amenazando con desequilibrar mi límbica* estabilidad. Lentamente los ánimos se desvanecen y solo puede verse una solución en el tan tradicionalmente aceptado trabajo; aunque implique una constante dosis de laceración. Esto surge de una cobardía y una contradictora vanidad por mantener intacto el estilo de vida. (Y vuelvo con la misma cantaleta: que tengo que trabajar, pero no quiero; pero igual, aunque no quiera, necesito trabajar porque el poco dinero que tengo se va a acabar y entonces no voy a tener para el súper, la renta, etc. Así que haré lo posible por no cansar más al mundo con mis infructuosas lamentaciones e intentaré escribir sobre algo más.)

*Acepción inventada de la palabra: Límbico: relativo al limbo. Entiéndase "limbo" por ese punto intermedio, ese "ni aquí ni allá".

lunes, 22 de julio de 2013

Lo que esconden las nubes

Lo que logro ver de cielo es azul, mayormente despejado. Superando los árboles que me obstruyen el horizonte, nubes esponjosas (como las de las caricaturas). Luego, hacia arriba, dispersas, en lo que alcanzo a ver, nubes, prácticamente, disueltas (El exceso de comas es para que cada quien pueda dibujar la dispersión de las nubes en su imaginación, según cómo lo lea.). Por momentos el sol ilumina, intensamente; por momentos, no: algo le obstruye. No puedo ver hacia el otro lado, pero el viento se siente insolente, desvergonzado. Acarrea estruendos, violencia. Lo que logro ver no es más que la proyección de una batalla: la oposición de los elementos jugueteando con mis sentidos. Una ráfaga se cuela por mi ventana para alborotar unos papeles, los elementos me atacan, necesito resguardo. Abro más la ventana y una gran corriente le da vida a esta habitación. La tormenta es inminente. El sol ya no encuentra por donde brillar. (Son las 3pm, por el ángulo, tiene las de perder.) Los animales lo saben: escucho perros ladrando a lo lejos; los gatos estaban inquietos en el techo de la casa de la vecindad (ya no están); los pájaros cantan; y los árboles se sacuden en esporádicas convulsiones. Mientras tanto yo, respirando despacio, espero la tormenta, que no puedo ver, estático, hipnotizado. En un rincón de mi imaginación guardo la esperanza que una ráfaga me arrastre, como arrastran las olas en el mar, a las nubes de una gran tormenta y desde ahí mis palabras desciendan sonoras y centelleantes: "¡No creas en las palabras de los hombres! ¡Menos en los que digan que escuchan palabras en los rayos, puesto que no se requiere más que una mediana altura, para parecer suprema una voz!". Pero el sol ilumina de nuevo, haciendo frente a la tormenta. (Me gana la curiosidad y aprovecho un viaje a la cocina para buscar una ventana donde pueda ver hacia donde mi ventana no me lo permite: efectivamente, una nube negra acecha amenazadora; con la ironía que caracteriza al universo, la nube tiene ventanas por las que el sol lanza sus rayos de despedida, vencido. (Es una gran mentira todo esto: antes de empezar a escribir, en mi camino hacia aquí vi que a lo lejos se acercaba una enorme nube. Es ese el sentido de estas palabras insignificantes. Siempre tuve la certeza de la tormenta.)) El sol sigue brillando, no quiere darme la razón (además, no estoy seguro de querer tenerla: no sabría que hacer con ella). Cierro la ventana, me dio frío. Dos minutos después la abro de nuevo, me dio calor. 

El sol no se rinde. La sombra de una antena me hace caer en cuenta que la iluminación del sol depende de las condiciones que las nubes le impongan: puede que a unas cuadras de aquí la tormenta ya esté haciendo estragos. 

Es fácil olvidar que, aunque estos son los únicos ojos a través de los que puedo ver, hay otras formas de ver el mundo. Lo más triste es que, así como las nubes nos muestran el cielo, podemos aprender a ver parcialmente nublado (en el mejor de los casos...).

jueves, 30 de mayo de 2013

progreso 1

progreso


“Así, en minúsculas, hasta estoy tentado en ponerlo en letra más pequeña. Ya lo desprecio y apenas logro comprenderlo. Pero es este supuesto “progreso” (valga la redundancia) el que me ofende. Esta idea que nos tiene atrapados como en arenas movedizas. Por más que lo intente, por mucho que me mueva, sigue estando alrededor. Ni me mata ni me deja escapar, todo lo contrario: me alimenta, me envenena con brebajes que no enferman. A fuerza de fricción entumece mi pensamiento. Soy como esa mosca cubierta por una densa 
nube que, acumulando sus minúsculas gotas en mis alas, me impide volar hacia la libertad; hace que se concentre mi consciencia de mosca en mis alas, convirtiéndolas al mismo tiempo en posibilidad de salvación y actual maldición. Me hace pensar en la inutilidad de mis virtudes, en cómo la naturaleza se burla, dándome alas que, aunque funcionan perfectamente, no sirven para volar en este maldito lugar. Mejor o igual ser rastrero, atravesar el fango con la cabeza baja, sin ver más que la suciedad, hasta adaptarse y encontrarla cómoda. Perder la capacidad de ver, perder entonces de vista la posibilidad de libertad. Perder las alas.”

lunes, 10 de octubre de 2011

Nosotros humildes humanos

La humanidad camina sobre el polvo de su propia decacencia. Su inteligencia no es mas que las sandalias que dejan huella de sus pasos