viernes, 26 de julio de 2013

Intento de Finalización de Lamentación

La tensión que provoca la plena ociosidad está amenazando con desequilibrar mi límbica* estabilidad. Lentamente los ánimos se desvanecen y solo puede verse una solución en el tan tradicionalmente aceptado trabajo; aunque implique una constante dosis de laceración. Esto surge de una cobardía y una contradictora vanidad por mantener intacto el estilo de vida. (Y vuelvo con la misma cantaleta: que tengo que trabajar, pero no quiero; pero igual, aunque no quiera, necesito trabajar porque el poco dinero que tengo se va a acabar y entonces no voy a tener para el súper, la renta, etc. Así que haré lo posible por no cansar más al mundo con mis infructuosas lamentaciones e intentaré escribir sobre algo más.)

*Acepción inventada de la palabra: Límbico: relativo al limbo. Entiéndase "limbo" por ese punto intermedio, ese "ni aquí ni allá".

lunes, 22 de julio de 2013

Lo que esconden las nubes

Lo que logro ver de cielo es azul, mayormente despejado. Superando los árboles que me obstruyen el horizonte, nubes esponjosas (como las de las caricaturas). Luego, hacia arriba, dispersas, en lo que alcanzo a ver, nubes, prácticamente, disueltas (El exceso de comas es para que cada quien pueda dibujar la dispersión de las nubes en su imaginación, según cómo lo lea.). Por momentos el sol ilumina, intensamente; por momentos, no: algo le obstruye. No puedo ver hacia el otro lado, pero el viento se siente insolente, desvergonzado. Acarrea estruendos, violencia. Lo que logro ver no es más que la proyección de una batalla: la oposición de los elementos jugueteando con mis sentidos. Una ráfaga se cuela por mi ventana para alborotar unos papeles, los elementos me atacan, necesito resguardo. Abro más la ventana y una gran corriente le da vida a esta habitación. La tormenta es inminente. El sol ya no encuentra por donde brillar. (Son las 3pm, por el ángulo, tiene las de perder.) Los animales lo saben: escucho perros ladrando a lo lejos; los gatos estaban inquietos en el techo de la casa de la vecindad (ya no están); los pájaros cantan; y los árboles se sacuden en esporádicas convulsiones. Mientras tanto yo, respirando despacio, espero la tormenta, que no puedo ver, estático, hipnotizado. En un rincón de mi imaginación guardo la esperanza que una ráfaga me arrastre, como arrastran las olas en el mar, a las nubes de una gran tormenta y desde ahí mis palabras desciendan sonoras y centelleantes: "¡No creas en las palabras de los hombres! ¡Menos en los que digan que escuchan palabras en los rayos, puesto que no se requiere más que una mediana altura, para parecer suprema una voz!". Pero el sol ilumina de nuevo, haciendo frente a la tormenta. (Me gana la curiosidad y aprovecho un viaje a la cocina para buscar una ventana donde pueda ver hacia donde mi ventana no me lo permite: efectivamente, una nube negra acecha amenazadora; con la ironía que caracteriza al universo, la nube tiene ventanas por las que el sol lanza sus rayos de despedida, vencido. (Es una gran mentira todo esto: antes de empezar a escribir, en mi camino hacia aquí vi que a lo lejos se acercaba una enorme nube. Es ese el sentido de estas palabras insignificantes. Siempre tuve la certeza de la tormenta.)) El sol sigue brillando, no quiere darme la razón (además, no estoy seguro de querer tenerla: no sabría que hacer con ella). Cierro la ventana, me dio frío. Dos minutos después la abro de nuevo, me dio calor. 

El sol no se rinde. La sombra de una antena me hace caer en cuenta que la iluminación del sol depende de las condiciones que las nubes le impongan: puede que a unas cuadras de aquí la tormenta ya esté haciendo estragos. 

Es fácil olvidar que, aunque estos son los únicos ojos a través de los que puedo ver, hay otras formas de ver el mundo. Lo más triste es que, así como las nubes nos muestran el cielo, podemos aprender a ver parcialmente nublado (en el mejor de los casos...).

lunes, 15 de julio de 2013

Viviendo la fantasía de libertad

Estoy viviendo una fantasía. Podría levantarme tarde, pero escojo no hacerlo. Me levanto temprano y hago lo que quiero. Si quiero leer, leo; si quiero escribir, escribo; si quiero salir, salgo; etc, etc. Y no, no estoy de vacaciones, simplemente una situación laboral compleja se resolvió de una forma muy sencilla que me dejó con suficientes fondos para una pequeña temporada de meditación. Se cruzan ideas, consejos, recuerdos, ilusiones; pero principalmente: preguntas.

Creo poder ver muchas cosas. Dentro de las cuestiones que debo resolver: la situación económica. (Mientras escribo esto se me antoja un té, ahora que he terminado con el icing*. No pasa nada: me levanto y me preparo uno. Earl Grey. Noto el silencio y entonces le pido a Bjork que me cante, suavecito. Gracias.)... (Se alarga la pausa mientras retomo el hilo de lo que escribía. Me distrae la ventana: el viento mueve a los arboles y a lo lejos se escucha una avioneta, en el techo de la casa de la vecindad el viento hace vibrar el agua empozada, parece que se estuviera moviendo, y aunque los cables y tuberías le espantan el glamour, me permito imaginar que fuera de mi ventana hay agua fluyendo: un rio, o quizá un lago; un ambiente un poco estereotipado pero igual invita a la creación. El té aún está muy caliente; juego con la nubecita del vapor que despide. Saboreo esta libertad.) (Me invito a concentrarme en continuar con lo que hacia, la exposición se desarrollará sola, la libertad sabe venderse ella misma.) Para mantener el estilo de vida que tengo, voy a necesitar encontrar una forma de procurarme un ingreso. Muchas personas me aconsejan que ponga un negocio propio, idea que suena muy bonita, pero he reflexionado mucho últimamente y dudo tener la ambición necesaria para entregarme a una actividad cuya única motivación sea la generación de dinero. Siempre sigue, a cualquier objeción, la pregunta: "¿Que es lo que querés hacer?", a lo que respondo con un suspiro que le pone el punto al signo de interrogación al que se convierte mi cara. La primer respuesta en mi cabeza es "nada", la segunda es "lo que se me de la gana", pero mejor expreso ese signo de interrogación porque sé que ninguna de esas dos respuestas satisface la profundidad de la pregunta que se me hizo. Y es que la pregunta no busca una respuesta sincera, busca una respuesta útil; algo que pueda hacer para convertirme en una persona productiva. (El té, por cierto, me quedo delicioso y Bjork se me puso un poco jumpy.)

Mantengo la cuestión en mente casi todo el tiempo (a menos que esté distraído por la cúpula que veo desde mi ventana, tiene una antenita, que aunque esta atrás, desde mi punto de vista le queda precisamente en el centro y hace que parezca parte importante de una base de operaciones extraterrestres. Amplío la mirada y noto que más cerca, casi sobre mi lago, hay dos antenas parabólicas: una tendrá un poco más de dos metros de diámetro, y la otra un poco más de uno. En el centro, con mas de diez metros de altura, una estructura metálica sostiene dos antenas, y en la base algo que parece una chimenea, pero no me da confianza, más parece la torre de comando de un submarino, algo muy extraño puede estar pasando muy cerca de mi, pero yo saboreo mi delicioso té que ya se está poniendo frío.) y creo, por momentos, encontrar respuestas. Pero para que la respuesta esté completa, debo repasar todas las posibles objeciones, todas las preguntas que puedan surgir, etc. Suelo empezar con: "quiero escribir", y trato de imaginar las formas en las que eso me pueda generar un ingreso. (Se me ocurre algo que podría ser una idea para algún artista plástico o, porque no, al rato y resulto de artista plástico... La cosa va algo así: un escritor tambaleante [la mejor traducción de struggling writer que se me ocurre ahorita ─frase, por cierto, que me parece, por alguna razón, exquisita─] tiene esperanzas de generar dinero con los libros que produzca. Entonces, para asegurar el valor de un libro podría escribirlo en billetes, luego encuadernarlos y venderlos. El precio mínimo del libro seria estable, ya que no puede valer menos de la cantidad de billetes que tiene. Por aquí talvez se puede notar que no tengo mucho de empresario, ahora que terminé de escribir esta idea empiezo a pensar en razones por las que no funcionaría... pero bueno... Por otro lado no puedo negar que sería muy divertido ver un libro que en vez de hojas tenga billetes.) 

A los que digan que no me puedo comer las palabras les respondería que "¡no les veo comiendo billetes pero ahí andan detrás del dinero igual!" (Perdón, tuve que forzarlo un poco, se me ocurrió la linea, me pareció divertida y tuve que crear una estupidez para poder usarla.) Para empezar hay que saber escribir, luego hay que escribir cosas que a la gente le guste leer, pero en el momento en que empiezo a escribir algo solo para que los demás lo lean, haciéndolo de la mejor forma que se me ocurre para que les guste y lo compren y lo recomienden y demás, es ahí donde pierde validez mi trabajo. Para eso me voy a trabajar donde sea a que me digan que hacer y que estén contentos con que les haga caso. Si voy a escribir, tendré que escribir lo que quiera expresar. Contar las cosas como las quiero contar. Para eso, creo que debo empezar a contemplar la posibilidad del fracaso rotundo y estar en paz con la posibilidad de que al vivir a plenitud mi fantasía el resultado sea la miseria. (Bjork termino su presentación y me dejó a Sigur Ros, capturando completamente el sentimiento del momento.) Ojalá las cosas nos salgan bien.





* Por “icing” me refiero literalmente a “icing”, el que se usa para decorar galletas, una simple y deliciosa mezcla de azúcar glass y jugo de limón. (Los fines de semana usualmente hacemos panqueques {algo parece repugnante de como luce esa palabra escrita} y yo acostumbro hacer icing para poner en los míos, en vez de miel o cualquiera de esas cosas; este fin de semana hice de más. Por tanto lo degusté a cucharadas. ¡Delicioso!)







Comentarios estúpidos sobre un estúpido progreso y su estupidez funcional

progreso
“Así, en minúsculas, hasta estoy tentado en ponerlo en letra más pequeña. Ya lo desprecio y apenas logro comprenderlo. Pero es este supuesto “progreso” (valga la redundancia) el que me ofende. Esta idea que nos tiene atrapados como en arenas movedizas. Por más que lo intente, por mucho que me mueva, sigue estando alrededor y, ni me mata, ni me deja escapar; todo lo contrario, me alimenta, me envenena con brebajes que no enferman. A fuerza de fricción entumece mi pensamiento. Soy como esa mosca cubierta por una densa nube que, acumulando sus minúsculas gotas en mis alas, me impide volar hacia la libertad; hace que se concentre mi consciencia de mosca en mis alas, convirtiéndolas al mismo tiempo en posibilidad de salvación y actual maldición. Me hace pensar en la inutilidad de mis virtudes, en cómo la naturaleza se burla, dándome alas que, aunque funcionan perfectamente, no sirven para volar en este maldito lugar. Mejor o igual ser rastrero, atravesar el fango con la cabeza baja, sin ver más que la suciedad, hasta adaptarse y encontrarla cómoda. Perder la capacidad de ver, perder entonces de vista la posibilidad de libertad. Perder las alas.”
-Texto tomado de una nota encontrada en la suela de un zapato roto

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Comentarios estúpidos sobre un estúpido progreso
Existe un orden bajo el cual funcionan las cosas: las interacciones humanas, el progreso de la humanidad, los estudios científicos, etc. Todo lo que el hombre hace o conoce tiene, o se le inventa, un sistema que rige su funcionamiento: un orden sucesivo y repetitivo que se debe haber comprobado – a través del fracaso – como la manera más adecuada de realizar algo, o descubierto después de largo tiempo de observación. Es la tarea del pensador cuestionarse, buscar la verdad, justificar su existencia; sin embargo, haya o no cuestionamiento, haya o no respuesta, las personas siguen viviendo, el mundo sigue “funcionando” sin necesitar esas razones. Lo que se considera establecido está establecido y no hay duda que pueda moverlo. ¿Qué tanta verdad se esconde detrás de esta estructura? ¿Qué tanta mentira? ¿Qué tan acertadas son nuestras invenciones y convicciones?

Es un hecho que nuestro cuerpo, por ejemplo, requiere alimento para funcionar. Hay algunos alimentos que se han comprobado beneficiosos y otros que se han comprobado como dañinos. En un sentido distinto, hemos aprendido a realizar ciertas tareas para procurarnos los medios de supervivencia; a través, principalmente, del dinero (digo principalmente porque aún hay muy limitados grupos de personas que viven únicamente de lo que producen), que se ha convertido en la motivación de muchas vidas.  Igual que los alimentos, hay trabajos que se consideran muy beneficiosos para adquirir el tan preciado medio de vida y hay otros trabajos que simplemente no… Un asunto común del trabajo es que, sea grande o pequeño el beneficio directo al individuo que lo realiza, es útil al progreso de la sociedad. Y hay un mecanismo que ordena esta consecuente estratificación a través de dos métodos de tinte esclavista, uno forzado y otro voluntario. Esta esclavitud, al organizar la distribución de la educación, encuentra formas de limitar el pensamiento de los individuos.

Dentro de estos métodos de esclavitud que mencionaba, la forzada y la voluntaria, se puede ver todo un matiz de gradaciones, pero los extremos son esos. Por un lado, al extremo de la forzada, les es limitada a las personas la posibilidad de acceder a los medios de desarrollo. Sirviendo como base a la pirámide social, ejecutando trabajos que, aunque ya existen maquinas que los pueden realizar, funcionan como refuerzo al impedimento a desarrollar la inteligencia: limitando el alimento y anulando, a base de exhaustación física, la posibilidad de ocio, por tanto, del pensamiento. Y por el otro lado, en la voluntaria, durante todo el proceso educativo se insertan prejuicios y métodos que sistemáticamente entumecen el pensamiento; convirtiendo al individuo en una maquina egoísta enfocada en satisfacción de deseos implantados.

Vamos a enfocar nuestro pensamiento en esa mísera pizca de la población de Guatemala con el “privilegio” de recibir una educación universitaria; esos mismos con potencial de adquirir puestos de trabajo de alto beneficio y por tanto, de alta responsabilidad. Un estudiante universitario guatemalteco ha recibido su educación primaria y secundaria, generalmente, en colegios privados; y luego, las universidades, sean públicas o privadas, continúan insertando la misma metodología a los cerebros de los estudiantes; desde hace mucho tiempo, en todo el mundo, ya no se enseña a pensar. Se ha optado por la producción masiva, al buen estilo militar, de infantería ideologizada e ideologizante. Los pensum universitarios exigen la memorización de procesos de razonamiento para resolver problemas prácticos en las distintas industrias; esto no está del todo mal, es necesario para el desarrollo de tecnologías, entre otras cosas, sin embargo, se ha devaluado la vida. Las personas dejamos de ser humanos y pasamos a ser autómatas, hipnotizados por el tedio, empecinados en obtener dinero, haciendo lo que sea que tengamos que hacer para conseguirlo. Muchos llegamos al punto, luego de mucho tiempo de entrenamiento, luego de mucho tiempo de estar haciendo lo mismo, donde nos damos cuenta del nulo valor de nuestra existencia. O, en el mejor de los casos – para la humanidad y su comprensión del progreso –, este dilema existencial nunca llega, encontramos en las tareas laborales la justificación de nuestra existencia, aprehendemos la ilusión y nos creemos productivos para el progreso de la humanidad: nos hacemos estúpidos funcionales. 

Esto de estupidez funcional viene de que, desde hace mucho tiempo, muchas cosas me han sugerido que en el mundo las cosas están diseñadas por personas inteligentes para personas no tan inteligentes – por no decir estúpidas. Claro que es una inteligencia relativa, ya que si se requiere cierto nivel, un tanto primitivo, para ser funcional en las sociedades actuales. Y son repetidas las ocasiones en las que esta idea se atraviesa entre razón e individuo – aquello que parece no ser funcional no es digno de ser pensado. Admito que es una fantasía eso de pensar en la mente súper poderosa que controla todo, pero pienso que en el transcurso de la historia hemos aprendido a hacer cosas con el fin de facilitarnos y endulzarnos la existencia, y nos han llevado a una estupidez funcional que limita nuestras capacidades. Ampliando un poco más, por estupidez funcional me refiero a la mecanización a la que nos ha llevado nuestra comprensión del progreso. Ha dejado de ser necesario pensar para vivir: todo se reduce al acatamiento de normas, leyes y procesos. Es esa estupidez funcional la que no nos permite pensar, no nos permite entender, ya que el pensamiento deja de ser necesario para la satisfacción de los deseos. El pensamiento se entumece con la eficiencia del sistema; si cumplimos las expectativas y nos aferramos a la estructura, la posibilidad del éxito – dentro de este mundo de progreso – está al alcance. Atribuyo esto como consecuencia de la comprensión de progreso porque el pensamiento, por muy primitivo que sea, es empleado únicamente en realizar tareas laborales “productivas”, se convierte así en una tarea mecanizada, justo como es enseñado desde la educación primaria, hasta los doctorados universitarios. El pensamiento se utiliza – y funciona – para buscar soluciones a situaciones inventadas, imaginarias, simbólicas; deja de aplicarse a lo real: la satisfacción de lo real, aunque sigue siendo la motivación principal, resulta siendo dado tras lo simbólico. Las personas dejan de vivir para sí, su vida se convierte en su trabajo, en su “utilidad”.

Me parecería justo explicar cómo entiendo esta noción de progreso de la que hablo: en los centros educativos se recibe una buena parte de la teoría estructural, aunque se maneja a nivel de inconsciente – de la familia y las relaciones sociales se absorbe otro buen tanto, pero no me parece que sea un acto deliberado. Se insertan sueños y metas, se promueve una competencia innecesaria y como consecuencia, como resultado de alcanzar esos sueños y esas metas, se define el éxito. El éxito individual se traduce a éxito colectivo, y esta noción de éxito simboliza el progreso de la humanidad. Por tanto el progreso, aunque no lo entendamos así –por qué no nos es permitido entenderlo así – se convierte en el cumplimiento de expectativas ajenas. Y ese cuento ha sido insertado en el inconsciente de nuestros padres y los suyos, y será lo que se enseñe a nuestros hijos y a los suyos. Y la única manera de alcanzar estas expectativas es cumpliendo con los procesos establecidos, caminando los pasos que los “sabios” nos han dibujado, imitando el andar de otros, saboreando el polvo que levantaron las pisadas del que va adelante, sin poder ver claramente. 

Finalmente, el buen camino del progreso está cercado por la repetición. Somos seres repetitivos. Nos establecemos en lo que conocemos, lo hacemos una y otra vez y al hacerlo se nos entumece la capacidad de pensar de otra manera porque ya no nos es necesario. ¿Por qué habría de buscar algo que no encuentro necesario? ¿Por qué habría de buscar algo más si en la historia de la humanidad se ha buscado el camino hacia la comodidad y ha llegado hasta esto? A esto que llamamos progreso. Todo está en la repetición. Nos cuesta tanto hacer cosas nuevas que, si no todas, la mayoría de las “novedades” son el resultado de imitaciones fallidas. Es predecible que reconozcamos la noción de progreso a partir de los actos repetitivos que resultan en la satisfacción de algunas necesidades y, eventualmente, producen algo “nuevo”. El progreso, visto así, deja de ser avance y se convierte en adaptación, desarrollo de técnicas; resultado de una curiosa combinación de necedad y azar. Por tanto, no estamos mejorando por que hacemos mejores cosas; hacemos mejores las cosas por que las hacemos una y otra y otra vez, la práctica lleva al progreso. Aunque no sea correcto, aunque no sea “verdadero” lo que sea que hagamos, eventualmente nos va a dar la sensación de progreso por que, con la práctica, la vamos a hacer mejor; y las demás personas lo aceptaran gracias a una constante exposición – van aceptando poco a poco lo que sea –, eventualmente surgen consumidores de lo que sea y finalmente se da valor a ese “lo que sea” y se establece como símbolo de progreso.

Creo que aquí ya va quedando claro cómo es que el progreso nos lleva a esta estupidez funcional. Pero ahora, ¿cuáles son las implicaciones, cuáles con las consecuencias, dónde está el problema?, si al final mis necesidades están cubiertas y mis deseos satisfechos. Y mi respuesta puede sonar estúpida, incluso puede que sea estúpida, pero finalmente es lo que pienso: el problema está en que no nos damos cuenta que esas necesidades y deseos que satisfacemos no nos son propios; podrá ser cierto que nosotros los escogimos, tendremos, quizás, opciones, y podremos escoger dentro de un rango limitado; pero no son nuestros deseos ni necesidades los que son satisfechos. Probablemente solo un bebe recién nacido, antes de ser entrenado a ser niño, o un demente o un anciano, en sus últimos momentos de decadencia, tengan necesidades y deseos propios, desinteresados por el resto de la humanidad, comprometidos con su propia humanidad.



Es también posible que todo esto sea una forma de justificar mis problemas de adaptación al mundo “profesional”, debe ser cierto que esta bañado de vicios y prejuicios que he recogido a lo largo de mi vida, pero no deja de ser una posibilidad. Puedo decir que una parte significativa de mi vida – iniciando cerca de la pubertad, desde que se asomaba la sombra de esto que aparentemente debo, según se me ha enseñado, llamar conciencia – ha sido en rebelión. Siempre buscando esa salida – la famosa grieta. Por momentos perfeccionando la evasión maquillándome la máscara que se adecuaba a lo que se esperaba de mí. Había periodos en los que intentaba dejarme la máscara puesta, tratar de acomodarme en ella, pero siempre hubo algo que me hizo sacudirme la falsedad; nunca ha permanecido por suficiente tiempo. Actualmente, entre expectativas cumplidas, falseadas y fracasadas, me exprimo el cerebro para evaluar las consecuencias de esta violación mental. Me ofrezco la idea de aprehender esta multipolaridad esquizoide y explorar la disfuncionalidad que tales estados permiten. La lucha siempre ha sido por la libertad, por renegar hacer las cosas porque simplemente es lo que se debe hacer, por aceptar una diferencia y encontrar en ella otra forma de guiar una vida. Aprovecho entonces este ensayo,  para explotar una ventana de posible comprensión. Un esfuerzo imposible.

martes, 2 de julio de 2013

A toda prisa, hacia ningún lugar...

Ante una cálida muestra de afecto dio la espalda y huyó. 

Ahora experimenta la caída a la nulidad. Se tensan los hilos que le mantienen estable. La existencia, finalmente, se muestra como exigencia de adaptación; en la proximidad respiran oxígeno denso, pero donde él aspira es ligero. Esta falta de oxígeno le dificulta el movimiento, pero maximiza el pensamiento - al menos la ilusión. 


Su mente se hace más ligera, buscando sincronía con el contexto. El sentido desvanece, un fresco torrente le ataca; cede. La imaginación vuela delante, tras ella corre, desesperado. Sus pasos, aunque débiles e inciertos, no se detienen. Cada golpe de sus pies retumba en sus oídos, evacuando la resistencia, liberando lastre. 


Deja que la historia se cubra del polvo que levantó al correr y de las cenizas que se desprenden de su interior calcinado. Ha encontrado vigor en esta recién conocida ligereza, sus pisadas se fortalecen y su ritmo se acelera. 


El camino ahora es ascendente, parece tortuoso; una niebla pesada se posa enfrente. Su visión se pierde entre la niebla y la ceguera se hace amiga. En la obscuridad una nueva perspectiva se muestra. Tras la ceguera absoluta se esconden respuestas, respuestas que no se ven, que no son para todos; la obscuridad le ilumina. 


El vacío se hace pesado. 


La nulidad amasa extraordinario valor en la altura. 


Su cuerpo es desintegrado por la fricción con el ambiente, su mente se resguarda en el vacío, donde, finalmente, conoce la libertad.