lunes, 11 de noviembre de 2013

Vitrineando: Cobardía

Hay un grupo, bastante desconocido (creo) pero me gusta mucho (talvez por esa exclusividad), Editors. Traduciendo literalmente una de sus líneas, dice así: Si la fortuna favorece a los valientes, soy tan pobre como se puede ser. (If fortune favors the brave, I am as poor as they come.) He encontrado en esas líneas una de las mejores descripciones a mis sentimientos. He aprendido que soy un cobarde; obviamente no es motivo de orgullo, pero al mismo tiempo, tampoco me permito a sentir vergüenza.

Comúnmente se dice que la falta de confianza es uno de los elementos que definen la cobardía, pero creo que la confianza en las personas, tanto hacia uno mismo como hacia los demás, es injustificable; no tanto por la capacidad humana de traicionar, sino por la capacidad de creer a partir de sus equivocaciones. La incertidumbre, la desconfianza, me hacen cobarde.

Por tanto, muchas veces siento que no sé vivir, como si nunca lo aprendí correctamente. Veo a las personas pasar por la vida aparentemente felices, por alguna razón se ven satisfechas, mejor dicho, resignadas, y de alguna manera logran satisfacerse con esa resignación. Me cuesta tanto compartir ese sentimiento; no porque aspire a la grandeza, no porque fantasee con ser famoso y millonario o cambiar el camino de la humanidad, sino que veo la vida como algo tan intrascendente, sin sentido, deprimente (incluso la de las personas consideradas “influyentes”). Cada minuto que pasa busco razones para justificarla y sueño con hacer de la deriva un hogar.

Sin embargo me aferro. Me niego a resignarme ante este sin sentido pero insisto en valorarla y protegerla. Temo por mi vida, el miedo guía cada paso que pienso dar; en fin, un tipo de paranoia se mantiene siempre presente. Probablemente sea eso lo que piensa la gente en su proceso de resignación: buscar un sentido, inventar un sentido. Así nos engañamos todos, cada quien inventando un sentido que motive su deseo de preservarse.

Y ahí es donde sobresale mi cobardía. Mientras las personas recorren el mundo, destruyendo todo lo que está en el camino del sentido que inventan, valientemente imponiendo su errónea voluntad, yo permanezco sentado, profundamente perturbado. Tragándome entera la evidencia de nuestra estupidez, pasmado, con el hígado estrujado derrochando bilis. – ¡Cobarde, maldito cobarde! ¡Habrías de levantarte y hacer algo! ¡Lo que sea! – pero no. Nada.