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viernes, 11 de julio de 2014

Sobre el salto de fe (Sobresalto de fe)

Me permito tamaña impertinencia, pero antes -- bajo el acoso de una extraña sensación de culpa, quizá un sentimiento hipermoral -- ofrezco mis disculpas a quienes extraigan ofensas de mis palabras.

Tradicionalmente se caricaturiza el salto de fe como una situación en la que el individuo se enfrenta a un precipicio; delante de él yace el vacío, la oscuridad, lo desconocido. El salto de fe sugiere la entrega a ese vacío, tras poner plena confianza en el rescate o intercesión de la divinidad predilecta.

Reconozco que hay otras muchas maneras de presentar esta idea, es por eso que, respaldado en mi ingenua imaginación, decido presentarla como la comprendo. A continuación, entonces, un esbozo, una posibilidad -- digamos alterna -- de comprender el llamado salto de fe.

***

El salto de fe no debería ser visto como dar un paso al vacío. Más bien, habría que representarlo como un enfrentamiento con las nubes. El ser humano, mientras se encuentra parado en la planicie de su realidad, alza la vista. Sobre él encuentra que las nubes cubren el firmamento. En ellas, cree ver destellos; pero no se da cuenta que tales impresiones no son más que el reflejo de una mirada sobrecargada de esperanza enfermiza, neurótica; una proyección casi inconsciente, incluso paranóica. Así, se ve reflejado en las alturas, cree ver en ellas algo divino, algo que hay más allá.


De tal manera, el salto de fe es saltar hacia las nubes; desde el suelo, hacia las nubes; de la planicie, de lo obvio, de lo real, hacia una fantasía que fue creada detrás de las nubes. Porque ahí se ha escondido un premio, el más añorado, lo que más falta le hace; lo que "naturalmente", como humano, desea: su más pesada ambición, la máxima expresión de la egolatría: la eternidad.