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lunes, 13 de julio de 2015

Sobre lo gay (más bien: Sobre identidad de género y sexualidad)

Como respuesta a un artículo publicado en Prensa Libre (¿Matrimonio Gay?), surgen las reflexiones expuestas a continuación. Por favor, destrúyase.

Primer punto, sobre el primer párrafo. Qué conveniente que ahora el punto de vista "religioso" apela a la razón y a la coherencia lógica. Se olvida que la lógica, igual que la religión, igual que el matrimonio, igual que todas las instituciones humanas, las civiles, las científicas y demás, son construcciones de los mismos hombres en su afán de organizarse, de sistematizar el caos y el desorden que aparentemente domina el universo; inevitablemente limitando la gran amplitud de posibilidades que permite la experiencia humana..

A partir de eso, me parece un ejemplo transparente de incoherencia que un religioso venga hoy a hablarme de razón y coherencia lógica cuando las creencias en las que sustenta todas sus valoraciones están más allá de la posibilidad lógica (pero esto se llama una falacia ad hominem, pues no ataco el argumento, sino al hombre que lo pronuncia; por tanto es inválido este contra-argumento).

Lo cierto ─y lo que hay que resaltar─ es que esta "lógica" con la que quiere decidir qué es la homosexualidad ─si es un desorden psicológico o no, si es una enfermedad o no, como quiera─, es el mismo tipo de lógica que decía que la tierra era el centro del universo, es el mismo tipo de lógica que negaba la evolución. Estas "lógicas" se han construido con conocimientos parciales y con intenciones de control, de estandarización, de dominio; con intención de regular qué puedes y qué no puedes hacer, decir, pensar, etc.


Luego, en el segundo párrafo habla de la integridad de la sociedad. Poniendo la familia "tradicional" como la piedra angular de la sociedad. ¿De cuál sociedad? Pregunto yo. ¿Esta que está cundida de corrupción, de violencia y de opresión (globalmente)? A esto nos han llevado esos cimientos de la sociedad que tanto defienden. Tras el afán de "ordenar", de "estar organizados", sistematizados, nos hemos olvidado de la amplia posibilidad de valor en la experiencia humana (como la búsqueda de la felicidad). El problema es que hasta ahora hemos sido una civilización (la humanidad entera) de represión; más que establecer límites en las relaciones interpersonales, se ha limitado la conciencia individual, el pensamiento propio. Entonces ¿cómo puedo buscar mi felicidad si debo combatir en mi interior aquello que me impulsa, aquello que me atrae, hacia donde veo mi felicidad?

Cuando él dice que el matrimonio es exclusivamente la unión entre un hombre y una mujer, es un argumento similar al que dicta que solo los hombres pueden ser sacerdotes. Es atribuir alguna valía particular al género, sobre el que se construyen los roles sociales. (Ese es un tema muy profundo y complejo ─no en sí mismo, sino por sus implicaciones─, sobre el que no me siento preparado a desarrollar.)

Y luego, la forma en la que abre el siguiente párrafo "El matrimonio surgió en función de la reproducción humana", lo siento padrecito, pero aquí si ¡su madre! El matrimonio surge como una herramienta social, tanto de colaboración interpersonal ─de ahí la intención de compartir con otro─, como de organización y control. Podría asegurar, haciendo un salto imprudente, que antes del matrimonio existieron otras formas de asociación, y que el matrimonio, formalmente, fue una de las últimas instituciones (por últimas me refiero a que fue una de las más recientes) de unión y de colaboración. Quien me diga que el fundamento de una relación es la reproducción, lamentaré abofetearle la cara, pues no aceptaré que se reduzca la experiencia humana a la mínima expresión de su biología. No niego que haya quienes encuentran su felicidad en los hijos, pero también hay quienes no.

Luego, el género y la sexualidad, para mí, son dos cosas distintas, y aunque comúnmente están conectadas, no lo están exclusivamente. Estoy totalmente de acuerdo con que la función principal de los genitales es la reproducción, es su función biológica mínima. Entonces me pregunto, ¿acaso limitamos el uso de nuestros órganos y de nuestro cuerpo, a sus funciones biológicas básicas? Me parece que no. Me parece que todo el fundamento del desarrollo de la civilización humana ha sido la explotación de las posibilidades de la experiencia humana, de buscar nuevas formas de usar nuestro cuerpo, de construir herramientas para ser más fuertes, para mover cosas más grandes; ¿porque habríamos de elegir qué partes del cuerpo sí podemos usar más allá de su función biológica básica? Si mis pies son para mantenerme parado, no debería usarlos para patear cosas o para operar máquinas; si mi boca sirve exclusivamente para comer, no debería besar, no debería tampoco usar mis dientes para abrir una bolsa, o como los locos que destapan botellas con las muelas.

Decir que el sexo tomó su valor placentero de los métodos anticonceptivos es simplemente patético. Los órganos sexuales siempre han sido así de sensibles, como un incentivo natural a usarlos, a experimentar con ellos, a caer en la trampa de la reproducción. Es como las abejas y el néctar. A las abejas les gusta la miel, para hacer miel utilizan el néctar de las flores, en ese proceso recogen polen y lo transportan a otras flores, y ¡voila! habemus reproducción. El placer es el néctar que atrae a las abejas, la dulce satisfacción de la experiencia. Luego, es posible que la abeja deposite el polen en una flor estéril, así como lo pueden depositar en flores que quizá no corresponden a esa forma de reproducción. Así que no, el sexo era placentero antes, la reproducción en principio, es accidental.

Luego, decir que la función del matrimonio es la reproducción humana elimina la posibilidad para personas estériles. Lo que nos mete a la discusión de la adopción. Respecto a eso: aún no lo toquemos, salgamos de esto primero, pues es determinante.

En fin yo me niego a creer que la experiencia humana se limita a la reproducción. Pienso que el objetivo de todo esfuerzo humano es alcanzar alguna forma de felicidad, la que más significativa resulte para cada individuo. Pienso que es una forma de violencia que se le impongan tantas limitaciones a las personas en esta búsqueda.

Creo que también es importante re-interpretar qué significa la sociedad, analizar si realmente es un impacto tan fuerte que se "destruya" la estructura establecida de "familia". Personalmente creo que tenemos mejores posibilidades, como civilización, si la familia se funda en la búsqueda de la felicidad, en el apoyo y en la colaboración; más que en el propósito reduccionista de reproducción.

Hay que interpretar a las personas como personas, como seres individuales que sienten, que piensan y que quieren ser felices; no como herramientas de sociedad.

sábado, 5 de mayo de 2012

La Identidad Dominadora o El dominio de la identidad

¿Cuál es la necesidad del hombre - en el sentido amplio de la palabra - de radicalizar sus creencias e ideologizar? Parece que si no radicalizan no “encuentran” su identidad, no se identifican. Por ejemplo: si comparto algo de alguna ideología, soy activista; pero si cuestiono o estoy en contra de algunos aspectos, soy subversivo. Para creencias ciegas esta la religión. Veo, desde mi ojo desviado, que todas las radicalizaciones en la historia han llevado a situaciones desastrosas. Bien decía Aristóteles que la virtud estaba en el justo medio. Lo gracioso es cuando yo, que creo en mí ideología, porque está fundamentada en mi idea de virtud, y me convenzo de que es la ideal, que es la más balanceada y me radicalizo al proclamarla como la más perfecta; luego intentaré implementarla, y si no lo logro, habré de imponerla. ¿No es la búsqueda obsesiva por la virtud una forma de desbalancearse hacia el exceso? Automáticamente deja de ser virtud cuando su aplicación violenta a otros; por tanto quien diga haber encontrado la manera perfecta en la que debe vivir la humanidad, esta totalizando, y entonces esta violentando a los demás.

Entonces, ¿qué hacer? ¿Para qué buscar?

Si la única manera de no totalizar es permitiendo la total libertad, se hace imposible la organización; ya que al organizar se generaliza, y al generalizar se suprime la singularidad; por tanto, el individuo ya no es plenamente libre, de cierta manera deja de ser él mismo. Pero busquemos una salida, ¿podré concebir alguna manera en la que una sociedad de hombres plenamente libres, en ejercicio de su singularidad, sea funcional? (Es interesante pensar, en este punto, que si logro describir uno no puedo hacer más que esperar a que se dé espontáneamente, para no participar de ningún violentamiento…)


El origen de la necesidad de identidad

La organización de hombres en sociedad nos regala la oportunidad de pensar. Creo que si estuviera totalmente solo, en un sitio desolado, mis instintos saldrían a relucir –si es que todavía están ahí. Si no tuviera una fuente de comida relativamente segura, si no tuviera un techo en el cual resguardarme, si no pudiera asegurar mi supervivencia; no creo que tendría tiempo para preocuparme por decidir quién soy. Por tanto, el problema de la identidad únicamente puede darse en sociedad, o al menos después de un contacto social.

Me parece que la primera afirmación que surge del encuentro es: el tú, el otro; el otro es, y no solo es, sino también, es otro. Es un otro que no soy. Yo soy yo, el es otro; pero para él, el otro soy yo; por tanto yo soy otro ¿entonces quién soy?

He ahí una necesidad, la de caracterizarnos como únicos, a eso se le llamó: identidad. Creo necesario explorar el origen de la palabra identidad. Ídem: el mismo o lo mismo. Seguramente pensado como “yo mismo” al momento que se empezó a utilizar. Hoy creo que el termino correcto sería individualidad o singularidad, serán estos los que utilizaré de aquí en adelante, para referirme a ese tipo de identidad.

En estos primeros contactos, ya que podemos compararnos, nos damos cuenta tanto de nuestra singularidad, como de nuestros puntos en común; entonces nos identificamos. Yo y el otro, cuando encontramos aquello que compartimos, nos damos cuenta de que algo en nuestra identidad es igual a algo en la identidad del otro, en algo somos idénticos y eso nos identifica, se va colectivizando nuestra identidad.

La cosa se pone interesante cuando aparece un tercero. Ya conocemos nuestra identidad, asumamos que él ya tuvo el contacto necesario y por tanto ya conoce su identidad. Sea como fuere, le presentamos nuestra identidad, y entre todo afloran nuestras identificaciones. Pero, ¿qué pasa? Él no se identifica con nuestras identidades y no podemos entender por qué. Es un hombre, como yo; necesita alimento, como yo; tiene pelo, como yo; pero, ¡no quiere trabajar con fines de lucro!

Aquí me parece ver un síntoma de la perdida de la singularidad, la realidad deja de ser propia de un yo, y pasa a ser de un nosotros; ¿será posible que el impulso dominador se origine de la unión de voluntades? Una idea se fortalece al encontrar apoyo, la idea deja de ser de uno, y pasa a ser de varios, es una idea aparentemente más grande, abarca más mentes. Pero al mismo tiempo deja de ser propia, porque se comparte. Yo me abandono a mí, parcialmente, pero la idea que comparto se fortalece con esa parte de mí que, de cierta manera, pierdo. ¿El yo dominante, es un yo que abandona su singularidad y se entrega a un nosotros ideologizante?



La identidad masiva

Para conectarlo al asunto de la dominación, se me hace más fácil desde la identidad masiva. Me parece que hay una conexión directa entre la necesidad de dominación y la creación de la identidad. O sea, yo necesito mi identidad, necesito saber quién soy, ya sea buscando o inventando, luego de tener una noción de identidad, necesito exteriorizarla para que el mundo me vea “como soy”, y es aquí donde entra el instinto de dominación. Procedo a imponer mi identidad.

Pero antes, ¿cómo encontramos esa identidad? Más me parece que la creamos. Se dan dos casos: los que buscan una identidad “interna” y los identificados. Los primeros son los que aparentemente pierden su vida en la indecisión, en la duda, en la incertidumbre; en esa constante lucha por anular lo que pueda ser superfluo, en esa curiosidad insaciable, en esa necedad por no “tragarse” la “verdad” que todos insisten es la única, la verdadera. En esta clasificación caben los que generalmente son catalogados como subversivos. Aquellos que buscan el bien con esa intención ideal. Que se niegan a aceptar que esta vida debe ser como es; que una vida así, no vale la pena vivirse. (Aunque sea tarde, pero ahora descubro que estoy generalizando, que violento de mi parte… lo borraría todo y volvería a empezar, pero creo que llegaría al mismo punto, así que mejor sigo. En la vida tendré más tiempo para respetar más mis ideas de principios.)

Por el otro lado tenemos a los “identificados”, los divido y encasillo en dos categorías: los cínicos y los ingenuos.

Los cínicos comparten mucho con los “a-idénticos”, pero no se preocupan por seguir indagando o lo relegan a un segundo plano. Empezaron con los mismos problemas, pero no se complican: descifran el mecanismo social que los rodea, crean una identidad conveniente y aprenden a utilizarlo para su beneficio; unos de ellos inconformes, otros, simplemente, indiferentes, y otros abusivos. Aquí se encuentran los demagogos, los políticos corruptos, los empresarios abusadores, etc. No significa que todos los que entren en esta categoría sean “viciados”, pero son muy propensos a caer ante la seducción del poder, al descifrar la formula para manipular su entorno. Es probable que estas características sean las de los dominadores, que más que un yo, pienso que es un “nosotros”.

Los ingenuos, por el otro lado, son aquellos que se identifican con una identidad, la adoptan, renuncian a su singularidad, inconscientemente, claro porque se ven como individuos auténticamente libres, se convierten en una masa homogénea que “baila al son que le toquen”, y la duda no surge, porque entre ellos, según suponen, alcanzaron su identificación. Para que suene bonito, con el pertinente peso de la redundancia y el juego de palabras: se identifican entre identidades idénticas. Aquí encontramos a los motores que hacen caminar a nuestras sociedades, a sus sistemas económicos, políticos y demás. La libertad se convierte tangible, al menos como ilusión, dentro de esta masa, deja de ser un ideal. Claro que el límite de su libertad es directamente proporcional al área que habitan los que comparten esa identidad social. Tras esos límites hay otros, con distintas identidades, ajenos, diferentes. Con su diversidad, aunque relativa, ponen a pensar a los que viven en los límites e inspiran temor a los de adentro, temor que crece exponencialmente según se interna el conocimiento en esa masa identificada.

El dominante protegerá su dominio. Aunque el mecanismo de la identidad es bastante auto sostenible, ya que están tan acostumbrados a lo mismo, y tienen ideologizada esa identidad, que lo distinto les da temor, y rápidamente lo rechazan, porque, según sus preceptos, no es bueno. Por consiguiente, los diferentes, deben ser seducidos a identificarse; los indómitos, habrán de ser intimidados, y si no exterminados.



Nosotros dominadores


El poder de esta dominación masiva se aloja en la idea de nosotros. Ese nosotros que construyo el dominio. Ese nosotros que infló la valoración de una idea. Ese nosotros que no es ninguno, pero son todos. El empoderamiento de la dominación vino de la pérdida del poder individual. El monarca fue derrocado, el tirano fue derrocado, los aristócratas y los oligarcas fueron derrocados, pero por ahí se va abriendo el camino; la democracia fue derrocada, pero destapo el paso. Al principio fueron yo-es quienes dominaban, no cabe suficiente poder en un yo. Luego fueron pequeños cúmulos de yo-es, y el poder era más fuerte, pero la masa, hasta entonces impotente, todavía era muy grande en relación al poder que podían amasar esos pocos yo-es. Luego fue un nosotros demasiado grande y diverso, que el poder no fue suficiente para soportar una masa tan grande tan, tan repentinamente, pero se ilumino al nosotros. Se necesitaba un nosotros más balanceado, más grande que los cúmulos de yo-es, pero no tan grande como la masa completa. Entonces, una nueva forma surgió. La ilusión. Las libertades y las riquezas se hicieron tangibles. Partes de las masas, cercanas a esos yo-es “sobresalientes”, pudieron saborear la ilusión del poder, y por ese medio se propago. Se infló una enorme ilusión, que nosotrizó paulatinamente a las masas, bajo una identidad ilusoria. Hoy los límites de esas ilusiones empiezan a flaquear, aun hay un par de decisiones que se pueden tomar, habitar cerca o fuera de los límites, o aguardar adentro, y ver que tan lejos nos lanza la explosión.




Notas probablemente ajenas (posibilidad de anexos)


Algo que se me hace curioso del funcionamiento de la dominación, es que tanto dominante como dominado luchan por dominar. El dominante quiere imponerse sobre el dominado; y el dominado quiere ser capaz de dominarse a si mismo. Ambos buscan apoderarse de un “otro”, en cierto sentido, aunque ese “otro” sea el famoso “sí mismo” en uno de los casos.

Al final de cuentas, tomando la postura de los cínicos, no debe ser tan difícil encontrarse cómodo dentro de esos mecanismos, ya que esa ilusión de libertad, dentro de esa realidad es plena, no deja de ser una ilusión, pero para quien la vive es real.

He establecido que hay un adentro y un afuera. Hay quienes, estando adentro, quieren salir; otros, estando afuera, quieren entrar; otros, estando adentro, no saben que hay un afuera; otros, estando afuera, no saben que hay un adentro; otros, estando adentro, quieren cambiar todo, quieren romper las diferencias y que no exista un adentro y un afuera; otros, niegan la diferenciación; y por último, hay otros que juegan en los limites, ven lo que pasa, pero no entienden, tienen una vista del adentro y una vista del afuera, y no encuentran un punto de conciliación, podrán ser “no-identificados”.