viernes, 14 de febrero de 2014

Habladurías dispersas (anti) Culturales

     Son dos las formas como se comprende la palabra cultura: por un lado es el cúmulo de conocimientos y valoraciones que la humanidad ha cosechado a lo largo de su historia; por otro se entiende como una serie de elementos, creencias, prácticas y tradiciones que identifican a una comunidad, diferenciándola y quizá destacándola del resto de la humanidad. Comparto plenamente la primera acepción, más no la segunda; y es que la cultura, vista de esta forma, se me antoja una ilusión comparable a las religiones y movimientos políticos (obviamente en vastas proporciones), que no son más que la expresión del narcisismo humano que intenta apropiarse de una forma particular de comprender su realidad, considerarla como la única correcta y creerla superior.
     
     Encuentro tantos problemas con esto que no sé por dónde empezar. Talvez sería bueno intentar aclarar el punto de vista desde donde quiero creer que lo veo: me considero un apátrida aculturado; rechazo ser determinado por cualquier “cultura” que no sea la humanidad (aunque sé que, lamentablemente, estoy fuertemente influenciado por los prejuicios bajo los que he sido educado).
     
     Habiendo establecido eso, pienso que, culturalmente, para que exista fricción es requerido que dos cuerpos se opongan. Y quizá acaricie lo romántico al decir que lo único que identifica universalmente a las personas es su condición de humanidad, aunque sea cierto que hay diferencias, tan solo son superficiales. Nada más erróneo que pretender que las convicciones propias son las únicas correctas y, por tanto, el resto de la humanidad está equivocada. Empezando por que la mayoría, si no todos los elementos, prácticas, tradiciones, etc., de las denominadas culturas no son más que el resultado inevitable de la adaptación al medio en el que habitan: por ejemplo, su dieta, sus creencias y hasta su ciclo de vida son determinados por el ambiente en el que se desarrollan; influyendo incluso su aspecto físico, su noción de belleza y su valoración estética, todo esto se origina ahí.
     
     Para ponerlo en otras palabras, entiendo esta otra acepción de “cultura” como un mecanismo de control más. Al intentar impermeabilizar una cultura se produce un estancamiento. Es solo a través del intercambio cultural que los horizontes se expanden, ya que cada individuo que cosecha conocimiento desde su situación particular entrega a la humanidad una perspectiva que amplía las posibilidades y capacidades de comprensión de la misma humanidad. 
     
   ¿Qué importancia tiene rescatar cuál identidad, cuál cultura? ¿La de mis antepasados, acarreando sus prejuicios y equivocaciones? ¿Para qué? Mejor aprendo de cada quien lo que valore correcto, y aunque tal valoración esté influenciada por mi crianza, como no considero ninguna convicción infalible, se podrán destruir valoraciones hasta sus cimientos, descubriendo sus desviaciones y quizá creando nuevas desviaciones. Al final de cuentas, la cultura no es más que otro intento de la humanidad por justificar su existencia, o talvez no.



     Finalmente, lo que quiero decir con esto es que no comparto (y bien podría decir que talvez no entiendo) la necesidad de diferenciar y delimitar a las personas por culturas. Las diferencias están ahí, pero no caracterizan al individuo como individuo, sino como habitante de una cierta comunidad, en la que casualmente se vive de cierta manera, porque así ha sido como mejor lo han pensado.