viernes, 28 de marzo de 2014

Autodestrucción

Tengo un constante disgusto por las construcciones simbólicas, características de las culturas, que dan un sentido de pertenencia. Más aun cuando se adoptan símbolos sin la mínima idea o interés por su significado original. Pero al final de cuentas, cada quien puede inventar su propia realidad. Entonces, ¿por qué habría de molestarme?

Yo mismo soy un licuado intragable de ideologías y retazos de nociones culturales. Nacido y criado en Guatemala. Estratificable como clase media acomodada. No sé si por gracia de un demonio o desgracia de algún santo, educado en un colegio de clase alta (muestra del devoto esfuerzo de mis padres [sinceramente agradecido por el esfuerzo, en caso que este texto llegue a ustedes]). En plena adolescencia se modificó parcialmente mi situación civil de ciudadano a residente/ciudadano, tras reclamar exitosamente la nacionalidad de mi abuelo. Posterior a eso se presentó el requisito de decidir la ruta por la que se encaminaría mi progreso personal y desarrollo profesional. Consecuente a mi dificultad para decidir, resulté arrojado al sistema laboral, para aprender la “importancia de una profesión”. Tras esto, como parte de mi proceso de maduración, estalló una crisis espiritual que terminó de devastar las tambaleantes fantasías que, a mis ojos, sostienen toda religión. Finalmente, después de cerca de ocho años deliberando, fui capaz de decidir hacia donde quería dirigir mis esfuerzos profesionales. Dos años después me casé.

Todas estas cosas, en vez de sumar a mi identidad, me dan la sensación que la diluyen. Como si no he tenido la oportunidad, en ningún momento, de tomarme el tiempo suficiente para digerir las experiencias, comprender lo que sucede en mi entorno, comprender cómo todo esto me afecta y, finalmente, conformarme. Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con los símbolos culturales y sus significados y el sentido de pertenencia? Sencillamente todo.


Concentrémonos en el evento casual de mi nacimiento. No recuerdo cual es el término políticamente correcto, pero soy un ladino – o mestizo – nacido en Guatemala. Un país post-colonizado que se ha quedado encerrado en múltiples círculos de sub-colonización; un país con tanta diversidad que ni la más infame desgracia logró unificar, ya fuera por resistencia o sumisión; un país en el que todos se consideran ajenos mientras recitan plegarias de solidaridad. Como consecuencia obvia, uno se ve forzado a integrarse a una de estas fracciones en las que se ha pulverizado el significado de la hegemonía. Se hace necesario combatir y reprimir partes fundamentales del individuo en este proceso. Me atrevo a decir que, en nuestro intento de formar parte de una noción de cultura, nos autodestruimos. Y eso simplemente es patético, que en su proceso de construcción, uno se destruya.

viernes, 14 de febrero de 2014

Habladurías dispersas (anti) Culturales

     Son dos las formas como se comprende la palabra cultura: por un lado es el cúmulo de conocimientos y valoraciones que la humanidad ha cosechado a lo largo de su historia; por otro se entiende como una serie de elementos, creencias, prácticas y tradiciones que identifican a una comunidad, diferenciándola y quizá destacándola del resto de la humanidad. Comparto plenamente la primera acepción, más no la segunda; y es que la cultura, vista de esta forma, se me antoja una ilusión comparable a las religiones y movimientos políticos (obviamente en vastas proporciones), que no son más que la expresión del narcisismo humano que intenta apropiarse de una forma particular de comprender su realidad, considerarla como la única correcta y creerla superior.
     
     Encuentro tantos problemas con esto que no sé por dónde empezar. Talvez sería bueno intentar aclarar el punto de vista desde donde quiero creer que lo veo: me considero un apátrida aculturado; rechazo ser determinado por cualquier “cultura” que no sea la humanidad (aunque sé que, lamentablemente, estoy fuertemente influenciado por los prejuicios bajo los que he sido educado).
     
     Habiendo establecido eso, pienso que, culturalmente, para que exista fricción es requerido que dos cuerpos se opongan. Y quizá acaricie lo romántico al decir que lo único que identifica universalmente a las personas es su condición de humanidad, aunque sea cierto que hay diferencias, tan solo son superficiales. Nada más erróneo que pretender que las convicciones propias son las únicas correctas y, por tanto, el resto de la humanidad está equivocada. Empezando por que la mayoría, si no todos los elementos, prácticas, tradiciones, etc., de las denominadas culturas no son más que el resultado inevitable de la adaptación al medio en el que habitan: por ejemplo, su dieta, sus creencias y hasta su ciclo de vida son determinados por el ambiente en el que se desarrollan; influyendo incluso su aspecto físico, su noción de belleza y su valoración estética, todo esto se origina ahí.
     
     Para ponerlo en otras palabras, entiendo esta otra acepción de “cultura” como un mecanismo de control más. Al intentar impermeabilizar una cultura se produce un estancamiento. Es solo a través del intercambio cultural que los horizontes se expanden, ya que cada individuo que cosecha conocimiento desde su situación particular entrega a la humanidad una perspectiva que amplía las posibilidades y capacidades de comprensión de la misma humanidad. 
     
   ¿Qué importancia tiene rescatar cuál identidad, cuál cultura? ¿La de mis antepasados, acarreando sus prejuicios y equivocaciones? ¿Para qué? Mejor aprendo de cada quien lo que valore correcto, y aunque tal valoración esté influenciada por mi crianza, como no considero ninguna convicción infalible, se podrán destruir valoraciones hasta sus cimientos, descubriendo sus desviaciones y quizá creando nuevas desviaciones. Al final de cuentas, la cultura no es más que otro intento de la humanidad por justificar su existencia, o talvez no.



     Finalmente, lo que quiero decir con esto es que no comparto (y bien podría decir que talvez no entiendo) la necesidad de diferenciar y delimitar a las personas por culturas. Las diferencias están ahí, pero no caracterizan al individuo como individuo, sino como habitante de una cierta comunidad, en la que casualmente se vive de cierta manera, porque así ha sido como mejor lo han pensado.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Notas preliminares de cordura vs. locura

Según RAE, “Cordura: 1. Prudencia, buen seso, juicio.”

Esta definición se antoja floja, casi imprudente; para una palabra desgraciada que da para tanto. Es talvez porque apenas quiera tocarse. Puede que la palabra sea tan importante que es mejor que su definición sea un tanto vaga, para que las personas no puedan saber realmente a que es a lo que tienen que contenerse y así poder tener a la culpa lista para soltar el venenazo en cualquier instante de duda.

El conocimiento popular dice que la cordura es un estado mental, en el que una persona es prudente y sensata; opuesta a la locura. Aunque la cordura me sigue pareciendo respaldada por la resignación, pienso que es la más sobresaliente. Una persona cuerda es aquella que “entiende” la importancia de resignarse a tal o cual cosa, porque es lo más conveniente. Una persona cuerda no se atreve a pensar en otra forma de vivir que no sea la aceptada y denominada útil. Una persona cuerda es la que cree, con una fe igual a la religiosa, que eso que le han dicho que es conveniente, realmente es lo que la guiará a su máxima felicidad y satisfacción. La persona cuerda es entonces un prisionero sonriente.

En contraparte, la locura sería ese estado mental en el que una persona piensa que puede ser libre, o quizá logre liberarse. En la mente de un loco el orden de las prioridades se alteran según su propia valoración. Un loco es entonces autentico. Un loco es aquel que ha perdido el temor – que los creyentes le dirán respeto – a las convenciones sociales; aquel que cree que su felicidad y satisfacción no caben dentro de los límites de lo “conveniente”. Un loco es entonces el único dueño de su voluntad. Quien escucha y delibera tomando en cuenta todas sus voces interiores. Es talvez de ahí de donde viene la genialidad del artista; que se acerca a poder mencionar verdades, que para los creyentes no parecerán más que ingenuas fantasías. La sociedad únicamente ha aceptado virtudes humillantes, domesticantes; virtudes que no hacen más que amansar la auténtica voluntad de una persona.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Vitrineando: Cobardía

Hay un grupo, bastante desconocido (creo) pero me gusta mucho (talvez por esa exclusividad), Editors. Traduciendo literalmente una de sus líneas, dice así: Si la fortuna favorece a los valientes, soy tan pobre como se puede ser. (If fortune favors the brave, I am as poor as they come.) He encontrado en esas líneas una de las mejores descripciones a mis sentimientos. He aprendido que soy un cobarde; obviamente no es motivo de orgullo, pero al mismo tiempo, tampoco me permito a sentir vergüenza.

Comúnmente se dice que la falta de confianza es uno de los elementos que definen la cobardía, pero creo que la confianza en las personas, tanto hacia uno mismo como hacia los demás, es injustificable; no tanto por la capacidad humana de traicionar, sino por la capacidad de creer a partir de sus equivocaciones. La incertidumbre, la desconfianza, me hacen cobarde.

Por tanto, muchas veces siento que no sé vivir, como si nunca lo aprendí correctamente. Veo a las personas pasar por la vida aparentemente felices, por alguna razón se ven satisfechas, mejor dicho, resignadas, y de alguna manera logran satisfacerse con esa resignación. Me cuesta tanto compartir ese sentimiento; no porque aspire a la grandeza, no porque fantasee con ser famoso y millonario o cambiar el camino de la humanidad, sino que veo la vida como algo tan intrascendente, sin sentido, deprimente (incluso la de las personas consideradas “influyentes”). Cada minuto que pasa busco razones para justificarla y sueño con hacer de la deriva un hogar.

Sin embargo me aferro. Me niego a resignarme ante este sin sentido pero insisto en valorarla y protegerla. Temo por mi vida, el miedo guía cada paso que pienso dar; en fin, un tipo de paranoia se mantiene siempre presente. Probablemente sea eso lo que piensa la gente en su proceso de resignación: buscar un sentido, inventar un sentido. Así nos engañamos todos, cada quien inventando un sentido que motive su deseo de preservarse.

Y ahí es donde sobresale mi cobardía. Mientras las personas recorren el mundo, destruyendo todo lo que está en el camino del sentido que inventan, valientemente imponiendo su errónea voluntad, yo permanezco sentado, profundamente perturbado. Tragándome entera la evidencia de nuestra estupidez, pasmado, con el hígado estrujado derrochando bilis. – ¡Cobarde, maldito cobarde! ¡Habrías de levantarte y hacer algo! ¡Lo que sea! – pero no. Nada.

lunes, 14 de octubre de 2013

Vitrineando: Vidas Prestadas y la Virtud del Egoísta

¿Qué tan nuestra es "nuestra" vida? Yo pienso que, de cierta forma, todos vivimos una vida prestada. (Desde ahora quiero dejar claro que todo esto es un intento por justificar mi poco deseo de emprender labores económicamente productivas; contradictorio, como solo yo puedo ser, con el estilo de vida que quiero; sin querer renunciar a las comodidades y sin querer trabajar por ellas. Aquellos que se pregunten si realmente soy tan pesimista, tan miserable, aprovecho a responder de una vez: si - y agrego que no le creo a quien me dice que está plenamente contento. Pero no hay de que preocuparse, estoy seguro que muchas personas, incluso ustedes, han pasado por este tipo de pensamientos - si se han tomado el tiempo - y han escogido una forma de ver la vida; además creo que muchos de nosotros no podemos vivir nuestro ideal de vida y aprendemos a conformarnos con ésta, porque igual, no hay mucho que podamos hacer.) En algunos casos es un préstamo temporal - en la mayoría de estos el plazo no es fijado por el individuo-: la persona se entrega enteramente a ciertas actividades (que, por cierto, contradicen (o al menos entran en conflicto con), de cierta forma y en cierto nivel, sus ideales de vida) con el fin de procurarse los medios de supervivencia, y la esperanza de liberarse - si es que llega a tomar conciencia de su posición como prestatario. En otros este alter-ego se interioriza (o, como dije antes, simplemente nunca se percató) de tal forma que se apropia de esta vida ajena, cediendo a los modelos y expectativas y se desconecta por completo de su verdadero yo, llegando a pensar con una forma de conciencia colectiva, adoptando como propio un yo prestado, por tanto, un yo colectivo

Pero, ¿que hay de malo en esto? Que anula por completo el egoísmo. La vida en sociedad nos ha enseñado que no es bueno ser egoísta; que hay que ser humildes y bondadosos con todos los demás, de alguna extraña manera da por sentado el bienestar individual, que se contradice con la necesidad de aquellos con quienes hay que ser bondadosos; el sacrificio se hace virtud y a través de esta autoflajelación se supone que se alcanzará la realización personal. 

Para muestra, un botón: yo he llegado al punto en que me siento mal conmigo mismo por buscar mi propia felicidad. ¿Acaso no es estúpido sentirse culpable por querer ser feliz? Esto es ser egoísta. Adueñarnos de nuestra propia vida, vivir nuestra propia vida, bajo nuestras propias valoraciones es ser egoísta. Aquel que crea, y hace realidad los caprichos más excéntricos de su imaginación, es un egoísta. Quien es libre, es egoísta.


Una vida vivida para otros, es una vida vivida por otros; no es una vida digna de ser vivida.


Por tanto, la posibilidad de la felicidad, se encuentra detrás de un bien manejado egoísmo.