martes, 22 de abril de 2014

miércoles, 9 de abril de 2014

Extracto de "Ficción": Experiencias de Tercer Mundo

Él

Su cuerpo fue encontrado sin rastro de violencia, incluso con cierta paz, sentado frente a la antigua mesa que usaba como escritorio. Sobre esta reposaba un cuaderno, abierto a la primera página, titulada: “Lo que no fui”.

El reflejo de la última expresión aun habitaba su rostro, una combinación de serenidad y satisfacción. Parecía que había deseado ese final, o al menos en ese momento había alcanzado sus expectativas. Aparentemente recién bañado, solo vestía ropa interior: calcetines, calzoncillo y camiseta; el resto de la ropa, la que regularmente usaba para trabajar, le rodeaba tirada en el suelo, como reptil que ha mudado de piel. No olía a muerte.

La vida era plana y, aunque la rutina y el tedio se habían apropiado de su tiempo, insistía en decir que todo iba bien. Cada mañana se levantaba impulsado por una extraña sensación de responsabilidad, realmente no le importaba mucho su trabajo, pero ya se había acostumbrado a vivir así; el trabajo no era siquiera un medio de supervivencia, simplemente pensaba que esa era la forma correcta en la que una persona debía vivir. Sus aspiraciones profesionales las manejaba igual, no era cuestión de perseguir una vocación, sino de ser responsable y tener un trabajo digno; valores que había aprendido de sus padres. Además, el pasado le había dejado claro que no era más que un hombre promedio viviendo en un mundo promedio; y que la definición de éxito apropiada para alguien como él sería vivir más allá de los 60 y criar hijos para alimentar el ciclo.

Hacía muchos años que estaba con ella. Desde muy temprano en la relación se dio cuenta que con ella se quedaría. Solamente tuvo que seguir los pasos determinados. Por alguna extraña razón -algo que él consideraba un error de juicio- ella decidió igual. Probablemente nunca comprendió el verdadero significado del amor; su forma de valorar las relaciones humanas no coincidía con las descripciones de los demás. Aun así, ella era su mayor y más efectiva fuente de felicidad.

Ocasionalmente su visión del mundo le impedía desenvolverse en la sociedad, aunque generalmente no representaba mayor obstáculo. Toda su concepción del mundo era una abstracción de la realidad, le gustaba pensar que veía todo desde una perspectiva artística.  

Antiguo Trabajo

Algo, que podría ser tomado como una mala decisión, lo llevó a buscar trabajo. Por casualidad y sin considerable esfuerzo lo consiguió. La cochambrosa dulzura del dinero se impregnó en su vida, iniciando un círculo vicioso cuyo rompimiento suele acarrear falsos y violentos sufrimientos. Como el chico obediente y responsable que fluye sin trabas por la primaria, fue su trayectoria por ese lugar. Los ascensos, más que reconocimientos parecían simplemente el grado siguiente. Así mismo, tal como en las instituciones educativas, el día de graduación llegó, la educación se quedó pequeña. Abandonó el lugar con una sensación de victoria truncada por la siempre presente nostalgia humana y el terror a la incertidumbre; inconscientemente influenciado por la sombra de su embrutecedora formación cristiana que le suspiraba pensamientos de esperanza, ocultando la inminente desolación que se aproximaba.



La vida le ofreció un atisbo a la plena libertad. Por una corta temporada estuvo suspendido dentro de la realidad, permitiéndose experimentar un total desapego a todo tipo de responsabilidades, entregándose al enriquecimiento egoísta de sus conocimientos. Destruyendo una parte importante de la viciada sistematización que en otro tiempo se había apoderado de su pensamiento.

viernes, 28 de marzo de 2014

Autodestrucción

Tengo un constante disgusto por las construcciones simbólicas, características de las culturas, que dan un sentido de pertenencia. Más aun cuando se adoptan símbolos sin la mínima idea o interés por su significado original. Pero al final de cuentas, cada quien puede inventar su propia realidad. Entonces, ¿por qué habría de molestarme?

Yo mismo soy un licuado intragable de ideologías y retazos de nociones culturales. Nacido y criado en Guatemala. Estratificable como clase media acomodada. No sé si por gracia de un demonio o desgracia de algún santo, educado en un colegio de clase alta (muestra del devoto esfuerzo de mis padres [sinceramente agradecido por el esfuerzo, en caso que este texto llegue a ustedes]). En plena adolescencia se modificó parcialmente mi situación civil de ciudadano a residente/ciudadano, tras reclamar exitosamente la nacionalidad de mi abuelo. Posterior a eso se presentó el requisito de decidir la ruta por la que se encaminaría mi progreso personal y desarrollo profesional. Consecuente a mi dificultad para decidir, resulté arrojado al sistema laboral, para aprender la “importancia de una profesión”. Tras esto, como parte de mi proceso de maduración, estalló una crisis espiritual que terminó de devastar las tambaleantes fantasías que, a mis ojos, sostienen toda religión. Finalmente, después de cerca de ocho años deliberando, fui capaz de decidir hacia donde quería dirigir mis esfuerzos profesionales. Dos años después me casé.

Todas estas cosas, en vez de sumar a mi identidad, me dan la sensación que la diluyen. Como si no he tenido la oportunidad, en ningún momento, de tomarme el tiempo suficiente para digerir las experiencias, comprender lo que sucede en mi entorno, comprender cómo todo esto me afecta y, finalmente, conformarme. Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con los símbolos culturales y sus significados y el sentido de pertenencia? Sencillamente todo.


Concentrémonos en el evento casual de mi nacimiento. No recuerdo cual es el término políticamente correcto, pero soy un ladino – o mestizo – nacido en Guatemala. Un país post-colonizado que se ha quedado encerrado en múltiples círculos de sub-colonización; un país con tanta diversidad que ni la más infame desgracia logró unificar, ya fuera por resistencia o sumisión; un país en el que todos se consideran ajenos mientras recitan plegarias de solidaridad. Como consecuencia obvia, uno se ve forzado a integrarse a una de estas fracciones en las que se ha pulverizado el significado de la hegemonía. Se hace necesario combatir y reprimir partes fundamentales del individuo en este proceso. Me atrevo a decir que, en nuestro intento de formar parte de una noción de cultura, nos autodestruimos. Y eso simplemente es patético, que en su proceso de construcción, uno se destruya.

viernes, 14 de febrero de 2014

Habladurías dispersas (anti) Culturales

     Son dos las formas como se comprende la palabra cultura: por un lado es el cúmulo de conocimientos y valoraciones que la humanidad ha cosechado a lo largo de su historia; por otro se entiende como una serie de elementos, creencias, prácticas y tradiciones que identifican a una comunidad, diferenciándola y quizá destacándola del resto de la humanidad. Comparto plenamente la primera acepción, más no la segunda; y es que la cultura, vista de esta forma, se me antoja una ilusión comparable a las religiones y movimientos políticos (obviamente en vastas proporciones), que no son más que la expresión del narcisismo humano que intenta apropiarse de una forma particular de comprender su realidad, considerarla como la única correcta y creerla superior.
     
     Encuentro tantos problemas con esto que no sé por dónde empezar. Talvez sería bueno intentar aclarar el punto de vista desde donde quiero creer que lo veo: me considero un apátrida aculturado; rechazo ser determinado por cualquier “cultura” que no sea la humanidad (aunque sé que, lamentablemente, estoy fuertemente influenciado por los prejuicios bajo los que he sido educado).
     
     Habiendo establecido eso, pienso que, culturalmente, para que exista fricción es requerido que dos cuerpos se opongan. Y quizá acaricie lo romántico al decir que lo único que identifica universalmente a las personas es su condición de humanidad, aunque sea cierto que hay diferencias, tan solo son superficiales. Nada más erróneo que pretender que las convicciones propias son las únicas correctas y, por tanto, el resto de la humanidad está equivocada. Empezando por que la mayoría, si no todos los elementos, prácticas, tradiciones, etc., de las denominadas culturas no son más que el resultado inevitable de la adaptación al medio en el que habitan: por ejemplo, su dieta, sus creencias y hasta su ciclo de vida son determinados por el ambiente en el que se desarrollan; influyendo incluso su aspecto físico, su noción de belleza y su valoración estética, todo esto se origina ahí.
     
     Para ponerlo en otras palabras, entiendo esta otra acepción de “cultura” como un mecanismo de control más. Al intentar impermeabilizar una cultura se produce un estancamiento. Es solo a través del intercambio cultural que los horizontes se expanden, ya que cada individuo que cosecha conocimiento desde su situación particular entrega a la humanidad una perspectiva que amplía las posibilidades y capacidades de comprensión de la misma humanidad. 
     
   ¿Qué importancia tiene rescatar cuál identidad, cuál cultura? ¿La de mis antepasados, acarreando sus prejuicios y equivocaciones? ¿Para qué? Mejor aprendo de cada quien lo que valore correcto, y aunque tal valoración esté influenciada por mi crianza, como no considero ninguna convicción infalible, se podrán destruir valoraciones hasta sus cimientos, descubriendo sus desviaciones y quizá creando nuevas desviaciones. Al final de cuentas, la cultura no es más que otro intento de la humanidad por justificar su existencia, o talvez no.



     Finalmente, lo que quiero decir con esto es que no comparto (y bien podría decir que talvez no entiendo) la necesidad de diferenciar y delimitar a las personas por culturas. Las diferencias están ahí, pero no caracterizan al individuo como individuo, sino como habitante de una cierta comunidad, en la que casualmente se vive de cierta manera, porque así ha sido como mejor lo han pensado.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Notas preliminares de cordura vs. locura

Según RAE, “Cordura: 1. Prudencia, buen seso, juicio.”

Esta definición se antoja floja, casi imprudente; para una palabra desgraciada que da para tanto. Es talvez porque apenas quiera tocarse. Puede que la palabra sea tan importante que es mejor que su definición sea un tanto vaga, para que las personas no puedan saber realmente a que es a lo que tienen que contenerse y así poder tener a la culpa lista para soltar el venenazo en cualquier instante de duda.

El conocimiento popular dice que la cordura es un estado mental, en el que una persona es prudente y sensata; opuesta a la locura. Aunque la cordura me sigue pareciendo respaldada por la resignación, pienso que es la más sobresaliente. Una persona cuerda es aquella que “entiende” la importancia de resignarse a tal o cual cosa, porque es lo más conveniente. Una persona cuerda no se atreve a pensar en otra forma de vivir que no sea la aceptada y denominada útil. Una persona cuerda es la que cree, con una fe igual a la religiosa, que eso que le han dicho que es conveniente, realmente es lo que la guiará a su máxima felicidad y satisfacción. La persona cuerda es entonces un prisionero sonriente.

En contraparte, la locura sería ese estado mental en el que una persona piensa que puede ser libre, o quizá logre liberarse. En la mente de un loco el orden de las prioridades se alteran según su propia valoración. Un loco es entonces autentico. Un loco es aquel que ha perdido el temor – que los creyentes le dirán respeto – a las convenciones sociales; aquel que cree que su felicidad y satisfacción no caben dentro de los límites de lo “conveniente”. Un loco es entonces el único dueño de su voluntad. Quien escucha y delibera tomando en cuenta todas sus voces interiores. Es talvez de ahí de donde viene la genialidad del artista; que se acerca a poder mencionar verdades, que para los creyentes no parecerán más que ingenuas fantasías. La sociedad únicamente ha aceptado virtudes humillantes, domesticantes; virtudes que no hacen más que amansar la auténtica voluntad de una persona.