viernes, 4 de septiembre de 2015

Sobre las elecciones

Hoy me discuto si anular el voto o resignarme a algo que va a suceder, si reducirme a lo práctico o creer que en Guate podemos ir más allá, a aspirar a algo más satisfactorio, más inclusivo, menos polarizado. Mientras tanto...

Como yo lo veo. Por preocuparnos de que todo siga igual, de mantenernos dentro del rigor de lo establecido, es que las cosas no pueden cambiar. Esta es la verdadera cortina de humo.

El problema de fondo en Guate es que estamos sumidos en un sistema político viciado, y todos los partidos con oportunidades de acceder al poder están conformados por─ o tienen influencias de─ personas y grupos engañosos, corruptores y demás. La cuestión entonces es preguntarse ¿es razonable creer que esas mismas personas van a velar por que se pasen las reformas íntegramente? O sea, sí van a pasar reformas, quede quien quede, pero serán versiones tan parchadas que antes de proteger los intereses reales del pueblo, de la mayor parte de la población, solo les habilitaran nuevas y reforzadas defensas a estos pillos para seguir haciendo sus trastadas.

Darle a los políticos que ahorita están en fila para ser elegidos, y confiar en ellos para hacer las enmiendas que se esperan, es lo mismo que hicimos (porque voté por él) al creerle a Otto su discurso de seguridad. Es cierto que mi postura puede considerarse idealista, pero la creo menos ingenua que la opuesta. La cuestión es que veo roto al estado, veo totalmente aniquiladas las posibilidades de gobernabilidad en el país, y eso que vivo una vida demasiado cómoda y no me afectan directamente los problemas reales de la mayor parte de la población.

Por usar una analogía, supongamos que el sistema político es el avión, los políticos son la tripulación y el pueblo somos los pasajeros. Nosotros, el pueblo, estamos conscientes de que las anteriores tripulaciones han sido las responsables del mantenimiento del avión. Hemos visto como lo han descuidado, podemos ver chapuces, piezas rotas y espacios vacíos donde deben ir elementos fundamentales. Supongamos ahora que nos tienen a todos en el aeropuerto y tenemos que ponernos de acuerdo y elegir una nueva tripulación. La pregunta es, ¿qué tanto importa quién sea la tripulación si podemos ver claramente que el estado del avión, sus partes más importantes, están hechos pedazos, sino totalmente destruidas, a punto de destruirse? ¿Usted se montaría a un avión que ofrece más probabilidades de estrellarse en el camino que de llegar a cualquier destino?

Eso por un lado, por otro está el saqueo que la tripulación pueda hacerle a los pasajeros durante el viaje. Recordemos que eso es lo que busca la tripulación, solo quieren elevar vuelo para recuperar plenamente el control, para llevar al grupo a donde les plazca, haciendo caso omiso de los problemas mecánicos. No les interesa hacerle mantenimiento al avión, exige muchos recursos y esfuerzo que prefieren enfocar en sus fechorías.

Y ese es el problema. Los políticos son los guardianes del sistema, de este sistema viciado. Las elecciones son el medio por el que entran al sistema.

Recordemos también que el “Orden constitucional” es una construcción civil, (o no sé si cívica sea la palabra adecuada); la idea es que es una figura que nos hemos impuesto para regirnos y normarnos, ¿qué hacer cuando esa figura se vuelve contra los intereses de la mayoría? ¿qué hacer cuando esa figura atenta directamente contra la integridad de la sociedad? ¿quién sostiene la figura, si no es la misma sociedad? Así, nos convertimos en nuestros propios verdugos.

Sobre soluciones y propuestas no sé, no soy mecánico. Pero estoy seguro que el avión necesita quedarse en tierra por un tiempo, para que se le dé el mantenimiento que requiere y podamos seguir volando con suficiente seguridad. Cierto que siempre habrán tripulaciones pillas que se aprovechen de su condición, pero al menos deberíamos hacerles difícil el acceso y de paso asegurarnos de que el avión pueda volar.

Pero luego, según van las cosas hoy, el avión va a despegar, y a menos que individualmente nos logremos escapar, todos iremos en él. Solo acuérdense de mí cuando vayamos en picada o aporréenme cuando aterricemos sanos y salvos, puedo estar equivocado.


P.D.: No necesito señalar a ningún partido ni candidato en particular, pues me refiero a algo que está antes de ellos y, por tanto, los anula a todos.

lunes, 10 de agosto de 2015

Sobre un Estado que agrede y un pueblo que aplaude

(Por favor, señálese cualquier falencia.)

Gorrito de fiesta de cumpleaños con camuflaje militar. (2003) Darío Escobar.*
(Parte de performance: Short Stories - Fábrica del Vapore)



Hace unos días, tarde en la noche, mientras daba una de las últimas revisadas al Facebook antes de pasar a las últimas fases de mi rutina nocturna, me topé con algunos comentarios acerca de la golpiza que unos soldados le dieron a un par de jóvenes. Desconozco los pormenores del asunto, los motivos y consecuencias, pero creo que es posible evaluar la situación antes de entrar a todos los detalles. Esto, quizá, sería analizarlo superficialmente, pero estoy seguro que permitirá ver más de algo.

¿Qué pasó? Que unos soldados golpearon a unos jóvenes. Ahora, ¿se puede pensar en algún motivo que justifique esto? Se me ocurre que si los soldados estaban bajo ataque, o bajo alguna amenaza seria ─qué sé yo, que les estén apuntando con un arma, o atacando con un cuchillo o incluso un garrote, o al menos que el civil esté agrediéndoles deliberadamente─, o porque estén interviniendo en un conflicto violento entre civiles. Fuera de esas circunstancias, no puedo pensar en nada que justifique la agresión de parte de un servidor público, aunque sea de una mínima manera, a un civil.

Demos un paso atrás. Las fuerzas de seguridad ─en teoría la policía, pero en nuestros países también entra a jugar, con demasiada frecuencia, el ejército─ son eso, fuerzas de seguridad: entidades creadas con el único fin de resguardar a la sociedad; son supuestas garantías de seguridad. Entonces, vale preguntarnos, ¿las acciones de estos soldados fueron una intervención en beneficio de la seguridad de la población? Quizá, si nos ponemos proyectivos o fantasiosos, sí; pues podríamos argumentar que los jóvenes eran delincuentes, entonces recibieron su castigo por los delitos cometidos y, quizá, tal golpiza propinada por agentes de “seguridad civil”, sea un incentivo para no delinquir más.

Ahora, he aquí la cuestión ─talvez depende de dónde o cómo se adquirió el conocimiento del idioma, pero...─: en el castellano que yo conozco, esto se llama justicia, no seguridad. Recordemos entonces lo dicho al principio del párrafo anterior, los policías ─y en casos como Guatemala los soldados─ cumplen la función de fuerzas de seguridad, nos son una entidad de justicia, para eso están los jueces ─quienes, en nuestro sistema, son los encargados de impartir justicia─. Cierto que son un órgano del sistema de justicia, pero su función no es ser jueces ni verdugos.

Pero entonces, ¿qué es esto de la seguridad? Si pienso en seguridad pienso en prevención, pienso en poder salir tranquilo a dónde sea que vaya, sin temor a sufrir algún daño. Por eso decimos que en Guatemala vivimos en un estado de “inseguridad”, porque son pocos los que salen con esa sensación de tranquilidad, y son pocos los lugares donde uno se siente “seguro”. De tal manera que la seguridad es esa garantía de que podremos ejercer nuestros derechos y libertades efectivamente.

Por el otro lado, ¿qué es la justicia? El término es muy grande, pero no entremos al concepto del ideal de justicia, pues no creo ser capaz de expresar suficiente al respecto. En cambio, limitemos la exposición al sentido práctico de justicia ─más como una forma de resarcimiento─. Entonces, podríamos decir que la justicia es la ejecución de un ajuste de cuentas, de corregir una actitud, acto, o lo que sea, de balancear la situación y devolver o entregar a cada quién lo que le corresponde. Para eso se han elaborado complejos sistemas legislativos y judiciales, en los que se establecen una serie de normas para regular las actividades dentro de una comunidad, estableciendo límites, derechos y obligaciones, con la intención de permitir una vida en paz con la mayor libertad posible ─o quizá sea mejor hablar de un límite conveniente (para “todos”) de las libertades─. Y, correspondientemente, se han establecido ciertos lineamientos para hacer valer aquella legislación, procesos que sancionan a los infractores para “garantizar” los derechos, libertades y demás, de todos los integrantes de una comunidad ─entendiendo comunidad como la unidad de lo común, lo aglomerado en lo común─.

Creo que con esto ya podemos identificar con claridad la distinción entre una entidad de “seguridad” y una de “justicia”. (Me disculpo por los atropellos conceptuales y todos los saltos que la sobresimplificación de esta exposición han provocado, además de mis carencias narrativas e intelectuales.)

***

Podríamos entrar a discutir qué hace el ejército fungiendo como fuerza de seguridad ciudadana. Si nos vamos a definiciones, esa es tarea de la policía, y la función del ejército es la protección contra amenazas exteriores, se me ocurre que el combate contra el narcotráfico es quizá la excusa más válida que justifique la existencia del ejército en Guatemala. Sin embargo, es una práctica común en nuestros países “tercermundistas” ─¿será esto un síntoma del “retraso” o una herramienta de retraso?─, y en este caso particular, resulta irrelevante; lo que importa es que un agente de seguridad ciudadana, en el ejercicio de sus funciones, agredió a un civil. ¿Acaso no es obvia la contradicción que esto representa? ─¡Pero eran unos delincuentes!─ exclaman algunos, hinchados de orgullo, ilusionados por la fantasía de justicia.

Para esto es necesario volver a la distinción entre seguridad y justicia, para elaborar otro poco. Lo sucedido es un ejemplo de una persona individual impartiendo justicia. Si imaginamos un mundo en el que cada quien aplica la justicia desde su interpretación de las leyes, desde sus estándares morales y lo que piensan que deben ser las normas sociales “comunes”, estoy seguro de que nos mataríamos entre todos. Vamos a ejemplos concretos. ¿Cuántas veces, mientras se va manejando por el insoportable tráfico de la ciudad, no hemos deseado auténticamente eliminar de la existencia a cualquier cantidad de conciudadanos? Pensemos en los conductores de transporte colectivo, uno que otro taxista y la bastedad de conductores particulares que sobresalen por su imprudencia; no dejemos de lado a los agentes de tránsito, que muchas veces causan más problemas de los que resuelven. Eso por un lado. Luego pensemos en todas las veces que nos hemos equivocado. Estoy seguro de que a más de alguien se le ha perdido algo, preciado o no, y ha señalado como culpable a alguien, con total certeza, quizá creyeron haber visto entre las cosas del sospechoso aquello que a uno se le “perdió”. Conozco ese sentimiento de certeza, y sé que si no hubiera algún impedimento aplicaríamos el castigo que nos pareciera pertinente, sin detenernos a verificar la evidencia, pues nuestra certeza es suficiente. Ahora ubiquémonos al otro lado del asunto, también estoy seguro que muchos hemos sido erróneamente acusados de algo que no hemos hecho.

Es precisamente por estos motivos que, como sociedad, se establecen procesos judiciales: para asegurar, dentro de lo posible, el esclarecimiento de un suceso, la identificación del verdadero culpable y la aplicación del castigo correspondiente; con la intención de aplicar un castigo justo y evitar castigar a inocentes. Y es que es muy fácil distanciarse, verse a uno mismo como el ciudadano modelo que jamás estaría envuelto en una situación de riesgo, pero tengo una noticia ─vieja acaso─: vivimos en sociedad, y así como nos beneficiamos de ella, también estamos en riesgo constante de caer, real o aparentemente, del lado equivocado de la ley (piénsese en una situación límite o un accidente, o una parada en un puesto de registro).

***

Sucesos, como el de hace unas semanas, lejos de fortalecer el sistema de justicia, y resguardar la seguridad ciudadana, lo debilita. La obligación de las fuerzas de seguridad nunca será impartir justicia, sino proteger a los ciudadanos, sean culpables o inocentes. Ellos no serán quienes decidan el grado de culpabilidad de un civil, ni el castigo que le corresponde. Vamos de vuelta, esa es la labor del sistema de justicia. Y es que la aplicación de justicia, por mano propia, constituye un nuevo delito, es agresión y/o asalto, cuando es entre civiles; ya luego, si se prueba que fue en defensa propia, el mismo sistema ofrece una salida, pero esto se hace después de verificar los hechos. Ahora, si un funcionario del estado, en el ejercicio de sus funciones, y tomando provecho de su condición, agrede o asalta de cualquier manera a un civil, esto constituye una violación a los derechos humanos. (¡Uy no! ¡Lo dije! ¡Me atreví a sacar la grosería de los Derechos Humanos! A ver si lo logro explicar suficientemente claro.)

Los Derechos Humanos son una herramienta legal de aplicación mundial ─esa categorización de «universal», debe admitirse patética, o al menos demasiado ambiciosa─ que protege a los ciudadanos de cualquier abuso de parte del Estado. Un soldado, un policía y cualquier funcionario público, en el ejercicio de sus funciones, no es un civil más, es un representante del Estado que goza de ciertos beneficios y, supuestamente, le rigen ciertas obligaciones. De tal manera, sus acciones no se justifican como actos individuales, sino como oficiales, correspondientes al gobierno, de interés para toda la sociedad ─«toda la sociedad» incluye a todos habitantes, los que le gustan y los que no─ y, principalmente, de interés para el Estado. De ahí la diferencia, para todos los que no terminan de entender qué son los Derechos Humanos (que, lo más seguro es que, si empezaron a leer esto, no llegaron hasta aquí): la función de los Derechos Humanos ─en este aspecto─ es proteger a los ciudadanos de los abusos que el Estado, por su situación de poder, pueda infligir. Por su lado, el Estado tiene procesos establecidos para impartir justicia y garantizar la seguridad de los ciudadanos, para los conflictos entre ciudadanos; de la misma forma, no podría considerarse un proceso justo si es el mismo Estado quien interviene entre un conflicto entre un funcionario del Estado y un civil (es algo parecido a porqué en los partidos de futból internacionales el árbitro siempre es de una nacionalidad distinta a los equipos que están jugando). Ahora, si el conflicto contra los DDHH está en que se piensa que el Estado y sus funcionarios deban tener acceso libre para aplicar la justicia a discreción, creo que sería inútil intentar un contraargumento, pues tanto más que razón escapa a quien pueda sostener esa concepción.

Claramente, debo hacer la salvedad que, en una situación límite, algunas acciones ofensivas de las fuerzas de seguridad se justifican, pero se deben detener al momento de la aprehensión. Pensemos en una balacera entre civiles y las fuerzas de seguridad. Mientras dure el intercambio, pues se está en una situación límite, el daño ocasionado no se considera una violación a los Derechos Humanos. Sin embargo, cuando termine la balacera, si los civiles son capturados con vida, puesto que ya no se está en una situación límite, cualquier agresión contra ellos, será considerada como una violación a sus Derechos Humanos, aunque su culpabilidad sea aparente.

***

No había visto el video, pero me pareció ridículo que esté intentando escribir al respecto sin haberlo visto. Entonces lo ví. Se me revolvió el estómago y lo que me dio más rabia fue pensar que, en caso que los jóvenes auténticamente eran delincuentes, esta agresión seguramente los va a lograr exonerar del sistema de justicia. Claro, tenemos que regresar a que estamos en Guatemala, en donde no se puede decir "sistema de justicia" con seriedad. Pero, ¿es esto la solución?

Como también soy un ciudadano guatemalteco, que unas cuantas veces he sido víctima de la inseguridad en el país, puedo entender esa respuesta visceral que se satisface con la venganza, la morbosidad de dañar a quien sea con tal que represente aquello que desprecio, que me perjudica o que de alguna manera me molesta. Pero luego se debe tomar un poco de distancia y entender que no debemos sucumbir ante nuestras respuestas viscerales, ante nuestros instintos más salvajes, ya que de esta forma se alimenta el ciclo. Por eso es que hemos desarrollado sistemas legales y de justicia, para regular estas respuestas.

Si vivimos en una sociedad en la que nos quejamos de la inseguridad y la violencia, ¿cuál es el gozo que produce la golpiza? ¿Dónde está el agrado? ¿Qué es lo que se agradece? ¿Qué lo distingue a usted, brutal, salvaje, del delincuente? ¿Qué lo distingue a usted, brutal, salvaje, del soldado? No se puede negar que detrás de esto hay un sentimiento medieval, digamos primitivo y bastante vil por cierto.

Permitir ─y aplaudir─ que cualquier elemento de seguridad imparta justicia por su propia mano es exactamente como querer tener hijos masturbándose; o sea, la parte inmediata del proceso se satisface, pero al final es un esfuerzo infértil, literalmente infértil para la intención reproductiva, y exactamente igual de aplicable para la intención social.



*Imágen recuperada del sitio web del artista (http://www.darioescobar.com/)

lunes, 13 de julio de 2015

Sobre lo gay (más bien: Sobre identidad de género y sexualidad)

Como respuesta a un artículo publicado en Prensa Libre (¿Matrimonio Gay?), surgen las reflexiones expuestas a continuación. Por favor, destrúyase.

Primer punto, sobre el primer párrafo. Qué conveniente que ahora el punto de vista "religioso" apela a la razón y a la coherencia lógica. Se olvida que la lógica, igual que la religión, igual que el matrimonio, igual que todas las instituciones humanas, las civiles, las científicas y demás, son construcciones de los mismos hombres en su afán de organizarse, de sistematizar el caos y el desorden que aparentemente domina el universo; inevitablemente limitando la gran amplitud de posibilidades que permite la experiencia humana..

A partir de eso, me parece un ejemplo transparente de incoherencia que un religioso venga hoy a hablarme de razón y coherencia lógica cuando las creencias en las que sustenta todas sus valoraciones están más allá de la posibilidad lógica (pero esto se llama una falacia ad hominem, pues no ataco el argumento, sino al hombre que lo pronuncia; por tanto es inválido este contra-argumento).

Lo cierto ─y lo que hay que resaltar─ es que esta "lógica" con la que quiere decidir qué es la homosexualidad ─si es un desorden psicológico o no, si es una enfermedad o no, como quiera─, es el mismo tipo de lógica que decía que la tierra era el centro del universo, es el mismo tipo de lógica que negaba la evolución. Estas "lógicas" se han construido con conocimientos parciales y con intenciones de control, de estandarización, de dominio; con intención de regular qué puedes y qué no puedes hacer, decir, pensar, etc.


Luego, en el segundo párrafo habla de la integridad de la sociedad. Poniendo la familia "tradicional" como la piedra angular de la sociedad. ¿De cuál sociedad? Pregunto yo. ¿Esta que está cundida de corrupción, de violencia y de opresión (globalmente)? A esto nos han llevado esos cimientos de la sociedad que tanto defienden. Tras el afán de "ordenar", de "estar organizados", sistematizados, nos hemos olvidado de la amplia posibilidad de valor en la experiencia humana (como la búsqueda de la felicidad). El problema es que hasta ahora hemos sido una civilización (la humanidad entera) de represión; más que establecer límites en las relaciones interpersonales, se ha limitado la conciencia individual, el pensamiento propio. Entonces ¿cómo puedo buscar mi felicidad si debo combatir en mi interior aquello que me impulsa, aquello que me atrae, hacia donde veo mi felicidad?

Cuando él dice que el matrimonio es exclusivamente la unión entre un hombre y una mujer, es un argumento similar al que dicta que solo los hombres pueden ser sacerdotes. Es atribuir alguna valía particular al género, sobre el que se construyen los roles sociales. (Ese es un tema muy profundo y complejo ─no en sí mismo, sino por sus implicaciones─, sobre el que no me siento preparado a desarrollar.)

Y luego, la forma en la que abre el siguiente párrafo "El matrimonio surgió en función de la reproducción humana", lo siento padrecito, pero aquí si ¡su madre! El matrimonio surge como una herramienta social, tanto de colaboración interpersonal ─de ahí la intención de compartir con otro─, como de organización y control. Podría asegurar, haciendo un salto imprudente, que antes del matrimonio existieron otras formas de asociación, y que el matrimonio, formalmente, fue una de las últimas instituciones (por últimas me refiero a que fue una de las más recientes) de unión y de colaboración. Quien me diga que el fundamento de una relación es la reproducción, lamentaré abofetearle la cara, pues no aceptaré que se reduzca la experiencia humana a la mínima expresión de su biología. No niego que haya quienes encuentran su felicidad en los hijos, pero también hay quienes no.

Luego, el género y la sexualidad, para mí, son dos cosas distintas, y aunque comúnmente están conectadas, no lo están exclusivamente. Estoy totalmente de acuerdo con que la función principal de los genitales es la reproducción, es su función biológica mínima. Entonces me pregunto, ¿acaso limitamos el uso de nuestros órganos y de nuestro cuerpo, a sus funciones biológicas básicas? Me parece que no. Me parece que todo el fundamento del desarrollo de la civilización humana ha sido la explotación de las posibilidades de la experiencia humana, de buscar nuevas formas de usar nuestro cuerpo, de construir herramientas para ser más fuertes, para mover cosas más grandes; ¿porque habríamos de elegir qué partes del cuerpo sí podemos usar más allá de su función biológica básica? Si mis pies son para mantenerme parado, no debería usarlos para patear cosas o para operar máquinas; si mi boca sirve exclusivamente para comer, no debería besar, no debería tampoco usar mis dientes para abrir una bolsa, o como los locos que destapan botellas con las muelas.

Decir que el sexo tomó su valor placentero de los métodos anticonceptivos es simplemente patético. Los órganos sexuales siempre han sido así de sensibles, como un incentivo natural a usarlos, a experimentar con ellos, a caer en la trampa de la reproducción. Es como las abejas y el néctar. A las abejas les gusta la miel, para hacer miel utilizan el néctar de las flores, en ese proceso recogen polen y lo transportan a otras flores, y ¡voila! habemus reproducción. El placer es el néctar que atrae a las abejas, la dulce satisfacción de la experiencia. Luego, es posible que la abeja deposite el polen en una flor estéril, así como lo pueden depositar en flores que quizá no corresponden a esa forma de reproducción. Así que no, el sexo era placentero antes, la reproducción en principio, es accidental.

Luego, decir que la función del matrimonio es la reproducción humana elimina la posibilidad para personas estériles. Lo que nos mete a la discusión de la adopción. Respecto a eso: aún no lo toquemos, salgamos de esto primero, pues es determinante.

En fin yo me niego a creer que la experiencia humana se limita a la reproducción. Pienso que el objetivo de todo esfuerzo humano es alcanzar alguna forma de felicidad, la que más significativa resulte para cada individuo. Pienso que es una forma de violencia que se le impongan tantas limitaciones a las personas en esta búsqueda.

Creo que también es importante re-interpretar qué significa la sociedad, analizar si realmente es un impacto tan fuerte que se "destruya" la estructura establecida de "familia". Personalmente creo que tenemos mejores posibilidades, como civilización, si la familia se funda en la búsqueda de la felicidad, en el apoyo y en la colaboración; más que en el propósito reduccionista de reproducción.

Hay que interpretar a las personas como personas, como seres individuales que sienten, que piensan y que quieren ser felices; no como herramientas de sociedad.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Desfibrilando el músculo político (3)

Ahora me doy cuenta de que muchos enfrentamos este conflicto de la misma manera que un adicto enfrenta al objeto de su adicción, con dolorosa resignación. La dependencia nos encierra, notamos que simplemente no está bien, que nos destruye lentamente; pero con sólo imaginar que se desmorona el mecanismo nos congelamos.

Entonces nos ponemos selectivos, cediendo por aquí y condenando por allá; nuestra adicción no nos deja ver que somos una parte esencial del problema, que nuestra adicción supera el acomodamiento, ¡que se ha apropiado de nuestra capacidad crítica! Entonces fallamos en identificar orígenes y culpables, fallamos al no reconocer nuestra propia estupidez, fallamos por no reconocer las fuerzas que nos dominan. Así que mejor nos resignamos al regocijo de nuestro pequeño rincón de caos; nos apartamos, inventamos nuestras batallas y les inyectamos la superstición con la que superamos a la realidad ajena. Nos entumecemos, nos dejamos entumecer por nuestra propia mano, negándonos a reconocer la fuerza que la impulsa.

Somos adictos. El poder es la droga, la dominación el éxtasis.

Sí, quizá sea cierto, enfrentar la realidad sin el consuelo del “viaje” puede resultar difícil, tal vez algo incómodo; pero igual, a la incomodidad ya estamos acostumbrados, y lo difícil solo es el proceso de desintoxicación, es temporal; después todo será mejor.

Desfibrilando el músculo político (2)

Para mí es innegable que, más que indiferencia, lo que tenemos es una gruesa callosidad, un inmundo habituamiento —sin embargo acostumbrado—. De ahí surge una forma de desconfianza, pero no es por malicia, es más el cansancio de haber peleado y reclamado hasta perder las esperanzas de que algo mejor sea posible. No es indiferencia, es desesperanza.

No lo niego, lo padezco. He sido un mediocre inconforme toda mi vida. Y es que la corrupción en este país no es nada nuevo, las pruebas al respecto tampoco; desde que puedo recordar los poderes se mueven de maneras tendenciosas, sin rastro de un sentido de justicia.

Quizá la esperanza ahora nace del delirio de poder que las redes sociales nos dan a nosotros, simples ciudadanos; un delirio que amenaza con invadir a las masas, para convertirse en realidad. Cabe incrustar mi repudio al concepto borreguizante de "las masas", pero cuando veo una buena intención de fondo, se disuelven las críticas. Solo espero que el movimiento logre mantenerse limpio de influencias. Y mientras tanto, a soñar con la posibilidad.