miércoles, 24 de febrero de 2016

Dónde caer muerto (otro extracto)

El día siguiente lo encontró igual, acostado en su cama pensando y sin intenciones de ir a trabajar. 

Lo difícil era la renta y la comida, eso era lo caro de vivir. El celular y el cable los podía abandonar, vender la tele de paso. Electricidad solo para cocinar y agua para bañarse eventualmente, pero de eso no se tenía que preocupar porque estaban incluídos en la renta. El agua para beber la incluía en sus gastos de comida. Así que, en fin, lo que necesitaba era lograr la renta.

Pensó que lo podría hacer era ir vendiendo todas sus cosas poco a poco, para cubrir con eso la renta. Después de pasar inventario, hipotéticamente, si lograba vender todo, le daría para dos, o talvez tres meses. Tres meses sería demasiado si moría hoy o mañana, pero no alcanzaría si llega a vivir treinta años más. Lo bueno era que al menos tenía dónde caer muerto.

La otra opción era usar ese dinero para comprar algo que pudiera vender, pero nunca se consideró a sí mismo como un prodigioso empresario, de hecho, el proyecto que estaba desarrollando se hundió en el pasado, sumergiéndose en las oscuras lagunas de su memoria. Escogía mejor no pensar en eso, solo era fuente de depresión. Mejor recordó a su hermano y supuso que estaría disfrutando una elegante cena en un lujoso comedor en medio Atlántico. Supo que tenía hambre. 

Finalmente se levantó de la cama y en el camino a la cocina, más bien, en el par de pasos que le llevaban a la cocina, luego de una rápida mirada al resto de su apartamento, se dió cuenta de lo fácil que sería mantener el lugar limpio si estuviera vacío, si sacara todas esas cosas que realmente no usaba. El sofá había pasado meses sin que nadie lo ocupara hasta la noche anterior, cuando el borracho lo abrazó durante toda la noche, derramando sus fluidos en sus arrugadas curvas. El sillón que estaba enfrente solía mantenerse apuñuscado en su cuarto, lo usaba solo para ver la televisión. Pero en esta nueva vida, sin televisión, podía prescindir también del sillón. La mesa del comedor tenía cuatro sillas, y solo servía para poner papeles y demás chunches. Lo mejor sería deshacerse del juego de comedor también; quizá sustituirlo por una pequeña mesa y una sola silla, o talvez un banco, si es más barato. No, más bien, lo que necesita es un banco alto, y así puede usar el top de la cocina como su mesa. Mejor así, no necesita más. Abrió uno de los gabinetes para sacar un plato, vió que tenía dos juegos completos, de cuatro puestos cada uno. Ya no recordaba de dónde habían salido, si los había comprado o se los habían regalado. Parecían regalo de convivio del trabajo. Maldito trabajo, nunca quería regresar; seguramente ya no lo haría. Tampoco necesitaba tantos platos, de hecho, un plato ondo podría servirle para todo, un tenedor, una cuchara y un cuchillo. También tenía demasiados más cubiertos de los que necesitaba. Se desharía de todo eso y buscaría cubiertos individuales en alguna paca. Si iba a ser el único cuchillo que tendría, mejor si tiene buen filo, así lo puede usar para cocinar también. La vida definitivamente sería mejor así, teniendo uno de cada cosa, no más de lo estrictamente necesario. 

Se sirvió un poco de cereal, abrió la refrigeradora, apenas quedaba leche. Se lo comió en seco. Volvió a su cuarto, se sentó al pie de la cama y comió. Con la mirada perdida en la ventana engañó al hambre.

sábado, 20 de febrero de 2016

Abnegación

Es difícil ser y vivir al mismo tiempo. Vivir exige desligarse de ser: negarse. Para algunos se presenta la alternativa: aceptar su negación, abnegarse; renunciar a sí, anularse; hacerse mercancía, venderse y en el proceso comprarse una ficción, imaginarse, inventarse: dibujarse una máscara ─pegársela con lágrimas─ y procurar ensayar una sonrisa: sincera, externa, real.

La sustancia es vacío, la esencia ilusión.

Para algunos ser exige abandonar la posibilidad de vivir ─a falta de balance, o por la insatisfacción de la ficción─.

miércoles, 17 de febrero de 2016

Escape frustrado



Así estoy aquí, en el centro de todo esto, 

sin aportar suficiente e intentando minimizar la carga que represento.

     Quiero hacerme aire, esfumarme,
            hacerme humo y flotar sobre todo esto,
            hacerme ligero, levantarme;
                 ser como esa nube de ceniza que mancha el paisaje,
─reminiscente de buenos y malos momentos─,
                 ser la ausencia presente.

                 Así desperdigarme,
                 atravesar el aire, cubrir el mundo, marcarlo
─siempre ausente, siempre presente─;
                 ser esa nube que mancha, 
   y que se recojan mis residuos,
     que se enfrasquen
     que se desechen.
     Que mi paso haga evidentes las huellas,
     muestre los pasos de la gente
     y los rumbos que esconden.

Pero este cuerpo es muy pesado,
este polvo es muy denso,
esta ceniza es impura.

viernes, 22 de enero de 2016

Ausencia forzada



Un río extraído de su cauce, expulsado al encierro oceánico, diluído en la vastedad.

La tierra que fertilizó su abrazo, los pastos que alimentó su andar, se quiebran en lágrimas de polvo.

El paisaje árido de la ausencia, el llanto mudo del pasado, la lucha por no olvidar.

miércoles, 13 de enero de 2016

Dónde caer muerto (extracto)

Hay una paloma de cabeza púrpura, como cucurucho en cuaresma ─cabizbajo, penitente, juzgón─, reposada en un árbol del arriate intermedio de la séptima avenida. Lo ve con demasiada insistencia. Él está fumando a la orilla de la calle, frente a los funerales Reforma de la zona 9, adentro velan los restos de su mamá. Es extraño cómo lo más obvio aún toma por sorpresa a las personas. Y está bueno que uno no quiera morirse, pero sorprenderse por la muerte es bastante ilógico; más sorprendente es estar vivo. 

Fue una de esas enfermedades extrañas, de las que la gente ya no se muere en otros lugares porque les acosa la paranoia de la salud y de las que la gente en otros lugares no vive suficiente para padecer; ese punto medio de una especie de post-subdesarrollo prog-regresivo en el que reborbolla el caldo que es Guatemala. 

Lo cierto es que la señora se murió (su propio cuerpo la mató), el papá no se lo esperaba, no tenían nada listo porque como cualquier mortal, prefieren pagar seguro por la posibilidad de una enfermedad, pero no buscarse refugio para la certeza de la muerte; un albergue para el desecho, para los restos. Resulta entonces que en las carreras se endeuda el papá, para que la muerte no lo vuelva a agarrar desprevenido, y compra un paquete funerario. Al menos le hicieron descuento en el servicio urgente. 

Compró un sitio para cuatro ─la cremación estaba muy cara y había que resolver esto cuanto antes, para que su dulzura no apestara─: la difunta, él y sus dos hijos. No sabía si comprar tres o cuatro, porque su otro hijo vive en el mundo, escapó de Guate. Ni siquiera había logrado venir al funeral, ni le daría tiempo de llegar al entierro; trabajaba en cruceros y andaba dando una vuelta por algún polo, no importa cual, lo que importa es que había mucho frío y no tenía cómo volar hasta aquí. 

Tiró la colilla en dirección a la paloma. No se movió, solo gorjeó, viéndolo. Al voltearse escuchó el revoloteo pero siguió su camino, a seguir comiendo panitos y mamando consomé allá donde se chillaba a la nada.