domingo, 1 de mayo de 2016

Sobre la ley de la juventud I (Sobre la educación sexual)

Voy a puras suposiciones y clichés. Recordemos que es un círculo vicioso, un ciclo constante. Sirva esto como una ilustración, uno de tantos escenarios que efectivamente se dan en nuestro país. 

Tomemos como personaje a una chica capitalina promedio. Digamos que tiene entre 15 y 17 años y que vive en un barrio popular. Popular, en el contexto guatemalteco, significa que vive al borde de la pobreza o en condiciones de pobreza. Esa situación puede estar fundamentada en uno de dos escenarios: padres negligentes e irresponsables o padres muy trabajadores pero injustamente remunerados. Si es el primer caso estamos hablando de cierto grado de vagancia y posible adicción. Si hablamos del segundo nos enfrentamos a la ausencia y a la frustración. 

Luego podemos construir suposiciones sobre sus relaciones sociales. Imaginemos que el novio, una amiga, o ella misma anda con “malas juntas”. Los adolescentes serán adolescentes, los jóvenes serán jóvenes, las hormonas serán las hormonas. Eventualmente en algún lado volarán chispas. Ahora imaginemos que a ella nunca nadie le ha hablado de sexo. Que lo único que ha conocido al respecto ha sido a través del porno que le han mostrado sus amistades. Me parece que sería acertado apostar a que el porno que ha visto muestra a las mujeres como objetos sexuales que manifiestan algún placer mientras satisfacen al hombre (esto, por cierto, es tema para otro momento). La capacidad empática natural del humano ─suponer placentero lo que parece placentero y suponer dañino lo que parece dañino─ la empujará a la mímesis, con el respaldo de una fuerte correntada hormonal y el aliento de la presión social, ignorando las posibles consecuencias, se aventura al acto sexual. 

El conservadurismo aspira a enseñar la “castidad” como una prohibición divina. Dudo mucho cómo podrían hacerlo si se niegan a impartir una educación sexual integral. Pero sobre eso, enseñar castidad como prohibición no solo es muy difícil ─pues supone la supresión de impulsos biológicos y de la promesa de un placer sin precedentes─ sino que se ha comprobado contraproducente en múltiples escenarios. Si tal es la intención, habría que aspirar a enseñar abstinencia, que es lo mismo solo que implica la comprensión de lo que sucede, por lo que las acciones son una decisión consciente. Otro grave error de demonizar la sexualidad es que se pasan por alto todas las vías alternas para gozar de ella; existen muchas formas de experimentarla que no implican riesgo de embarazo. Pero volviendo a nuestro personaje, los jóvenes tendrán relaciones sexuales y la ignorancia o la indiferencia tendrá como consecuencia un embarazo. En ese entorno iniciará una nueva vida. 

Manteniéndonos en ese ambiente, y reforzando el cliché, las “malas juntas” evolucionan en maras. Las maras, y las organizaciones criminales en general, funcionan como comunidades de valor. Acogen a los individuos y los hacen sentir como un miembro importante para la comunidad. Para quienes en algún momento llegaron a sentir que odiaban a sus padres porque les reprendían por sus acciones, o porque simplemente estaban ausentes o eran abusivos, imaginen un grupo que en vez de regañarlos y rechazarlos los apremiaban por sus travesuras, ¿a quién quisieran más? ¿a quién valorarían más? No solo eso, sino que cuando llega un momento de necesidad, esas malas juntas se convierten en el sustento de una nueva familia: un niño que crecerá en un ambiente violento, socialmente insostenible y tergiversado, al margen no solo de la ley, sino de la sociedad.

Ahora volvamos a la iniciativa en cuestión. Debemos preguntarnos qué sostiene estos mecanismos, qué permite que se perpetúen, o más, bien, qué los promueve. Con la Ley de la Juventud se busca evitar, en cierta medida, embarazos como este ─entre muchos otros─ (no pretendo que se tome este ejemplo como el segmento específico al que se dirige la ley, sino que este representa uno de ellos; sirva este, nada más, como un caso práctico).

Estas familias improvisadas son uno de los tropiezos que dificultan el desarrollo de las personas. No me refiero directamente a que los niños son una carga, me refiero a que hay circunstancias más adecuadas que otras para formar una familia, y por tanto, los casos más difíciles, estadísticamente, tienden al fracaso de una o varias de las partes involucradas (entiéndase que pueden fracasar padres ─tanto como padres, como parte de una familia y como parte de una sociedad─ e hijos ─tanto como hijos, como parte de una familia y como parte de una sociedad─).

Imagen tomada de Gamba

No hay comentarios:

Publicar un comentario