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viernes, 11 de julio de 2014

Sobre el salto de fe (Sobresalto de fe)

Me permito tamaña impertinencia, pero antes -- bajo el acoso de una extraña sensación de culpa, quizá un sentimiento hipermoral -- ofrezco mis disculpas a quienes extraigan ofensas de mis palabras.

Tradicionalmente se caricaturiza el salto de fe como una situación en la que el individuo se enfrenta a un precipicio; delante de él yace el vacío, la oscuridad, lo desconocido. El salto de fe sugiere la entrega a ese vacío, tras poner plena confianza en el rescate o intercesión de la divinidad predilecta.

Reconozco que hay otras muchas maneras de presentar esta idea, es por eso que, respaldado en mi ingenua imaginación, decido presentarla como la comprendo. A continuación, entonces, un esbozo, una posibilidad -- digamos alterna -- de comprender el llamado salto de fe.

***

El salto de fe no debería ser visto como dar un paso al vacío. Más bien, habría que representarlo como un enfrentamiento con las nubes. El ser humano, mientras se encuentra parado en la planicie de su realidad, alza la vista. Sobre él encuentra que las nubes cubren el firmamento. En ellas, cree ver destellos; pero no se da cuenta que tales impresiones no son más que el reflejo de una mirada sobrecargada de esperanza enfermiza, neurótica; una proyección casi inconsciente, incluso paranóica. Así, se ve reflejado en las alturas, cree ver en ellas algo divino, algo que hay más allá.


De tal manera, el salto de fe es saltar hacia las nubes; desde el suelo, hacia las nubes; de la planicie, de lo obvio, de lo real, hacia una fantasía que fue creada detrás de las nubes. Porque ahí se ha escondido un premio, el más añorado, lo que más falta le hace; lo que "naturalmente", como humano, desea: su más pesada ambición, la máxima expresión de la egolatría: la eternidad.

jueves, 29 de mayo de 2014

Un vecindario artificial, para una población artificial.

Mientras espero que llegue la hora me siento en esta vieja pero nueva banca a la orilla de la plaza. Tiene una tan extraña sensación de paz este lugar que me da desconfianza. Se podría decir que está desolado. Tal vez he visto unas doce personas; lo contrario a lo que en un lugar como este, o al menos con este aspecto, debería haber.

En vez de parecer nuevo, y por eso estar vacío, se me hace más a ser algo viejo y abandonado. Con la única excepción que todo está sumamente limpio, como si hubiese sido obsesivamente restaurado, tan limpio que parece de exhibición, no parece real. Es más, parece como si la vida se hubiera espantado, sin dejar huella.

El día es ideal para este escenario. Si tan solo no tuviera otras cosas que hacer, podría ser perfecto: el cielo mayormente despejado, con unas cuantas nubes que se pasean, como pequeñas y delicadas pinceladas, dispersas, blancas, inmaculadas; el sol brilla como si su única preocupación fuera iluminar este pedazo de tierra, como un sol privado, tan fuerte que apenas resisto su reflejo en el papel.


Un par de locales acaban de llegar, extrañamente, parecen turistas, incluso toman fotos; tanto se aleja este lugar de la realidad de Guate que un extranjero parece menos extraño que un local. Un vecindario artificial, para una población artificial.

martes, 13 de mayo de 2014

Breve y sesgado análisis de dispersión cultural

Guatemala es un coctel de pluralidades a las que les ha sido imposible acordar una receta para formar una sólida e incluyente identidad colectiva nacional; por muchas razones. Dentro de ellas, se me ocurre suponer que a algunas comunidades no se les ha dado la gana; no les interesa o no lo encuentran conveniente. Es más, quizá a muchos lo que les interesa es que les dejen en paz, que les sea respetado su espacio y les permitan continuar con su vida de la forma en la que les parece más adecuado. 

Obviamente existe el otro extremo, aquellos a quienes sí les interesa adherirse. Éstos desean ser parte de una identidad que atrape la esencia de sus ideas particulares, inspirados por la noción de progreso dominante. Es aquí donde surge el problema, donde se formaliza el corte: en el concepto de identidad colectiva y en la contradicción que representa, pregonando inclusión, pero fortaleciéndose de la exclusión (para que exista un adentro, es requisito que exista un afuera). Además, las colectividades inevitablemente persiguen la neutralización del individuo, del sujeto identificado; objetivándolo, limitando sus posibilidades e imponiéndole restricciones, paradójicamente, bajo amenaza de exclusión.

Mi experiencia con el problema ha sido tal que, desde que puedo recordar, he tenido dificultades identificándome con la comunidad que me rodea. Siempre me he sentido ajeno al contexto, fuera de lugar. Por épocas he intentado ajustarme pero, no sé si ha sido falta de disciplina, poca devoción o porque simplemente el sacrificio no se compensa en beneficios, nunca lo he logrado. Durante todo este tiempo he buscado mi voz propia, mis ideas propias, aprehender mi individualidad; no con el afán de sobresalir, sino simplemente de distinguirme a mis ojos, de reconocerme; de intentar comprenderme como individuo, puesto que no encuentro donde ni como situarme, y los lugares que me han parecido adecuados, finalmente no me acomodan.

Podríamos decir entonces que mi aproximación es desde la frontera; sería iluso decir que estoy afuera y sería incómodo aceptar que estoy dentro. De aquí surgen las siguientes preguntas, ¿cuál es el problema de las identidades colectivas? y, ¿fomentan la unidad o la dispersión? 



¿Qué es una identidad colectiva?

Será conveniente, iniciar aclarando a qué me refiero con identidad colectiva. Como lo que nos interesa son personas, aplicaremos directamente de esta forma los términos.

Primero, ¿qué significa identidad? La palabra identidad tiene origen del latín identitas que puede traducirse como ‘de la misma naturaleza’ o ‘lo mismo’. Según RAE: identidad: 1. Cualidad de idéntico. 2. Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás. 3. Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a los demás. 4. Hecho de ser alguien o algo el mismo que se supone o se busca. 5. Igualdad algebraica que se verifica siempre, cualquiera que sea el valor de sus variables.

A lo largo de la historia, a esta palabra se la han dado dos usos, por un lado refiriéndose a lo que hace único a cada individuo y por otro lo que lo hace igual a otro. Tomo esta contradicción como evidencia de la intención de estandarizar a las personas, de encajonarlos a todos dentro de un mismo molde, para crear una masa mansa y maleable, sugiriendo que todo aquel que proviene de lo mismo, es lo mismo y, por tanto, va a lo mismo.

Tras solo definir la palabra identidad, resalta la conexión que tiene con la noción de colectividad. Como adjetivo, colectiva se define (también según RAE) como: 1. Perteneciente o relativo a una agrupación de individuos. 2. Que tiene virtud de recoger o reunir.

De esto valdría definir la identidad colectiva como una agrupación de individuos unidos por las características que comparten. Hasta aquí no suena tan mal, todos tenemos intereses comunes con otras personas que hacen amenas las interacciones. Sin embargo se complica cuando se le atribuye un valor emotivo a tal identidad. Entonces se convierte en un sentimiento que une a un grupo de personas, una red emotiva que envuelve al grupo y los captura dentro de ideas arbitrarias y parámetros de valoración que establecen un sentido. Demandando devoción y exigiendo responsabilidad sobre el supuesto beneficio de tal sentido, forzando una relación codependiente entre individuo e idea. Entonces surge el sentido de pertenencia, a partir del momento en que el individuo es poseído por la idea.

Así quedamos con dos formas de identidades colectivas, comprensibles al comparar lo que sucede con la ciencia y la religión: una objetiva y autocuestionante y la otra subjetiva y autoritaria.

Un claro ejemplo de esto nos obsequió nuestro bello pueblo en las pasadas semanas, que no puedo dejar de aprovechar: el homicidio de un menor por su afición a una institución deportiva. Y es precisamente a esto a lo que me refiero. Esto es el resultado de una identidad contaminada por emociones desmesuradas y primitivas. De individuos que se deshumanizan a causa de ideas que no pueden razonar, que no saben razonar o que escogen simplemente no razonar, hasta que su consciencia se corrompe. ¿En quién recae la responsabilidad? Nadie. Esta se diluye entre la masa, la acarrea la idea que unió a esa turba. Claro, este parece un caso extraordinario, comparable a fundamentalistas radicales, pero dentro de toda identidad colectiva que se respalde exclusivamente en emociones, solo es cuestión de verse expuesta a la chispa adecuada para estallar de manera similar. 

Me parece adecuado agregar un pequeño recordatorio sobre el origen casual de esas características que identifican a un grupo. Tanto las comidas, como las centenarias tradiciones y hasta los hábitos más superficiales, no son más que el resultado de la adaptación al entorno y la imposición e influencia de grupos o culturas dominantes. Con esto no quiero decir que no deban apreciarse, sino que simplemente se tomen por lo que son, una persona no es, ni deja de ser, quien es en función a su apego a tales elementos. Sería como valorar un árbol por la verdura de sus hojas, o la dureza de su corteza; y no como portador y albergador de vida.

Unidad excluyente

He encontrado ya varias explicaciones que indican a que el individuo se reconoce a sí mismo a través del otro, que es este el servicio que la comunidad presta al individuo. Que es a través de esa identidad colectiva que uno puede verse a sí mismo, actuando en los demás. Sin embargo, por muy justificable que sea, psicológica y sociológicamente, lo que vemos en los otros es solo una ilusión de lo que creemos que quisiéramos ser. ¿Acaso no solo se vislumbran instantes en los que centellean algunos rasgos, algunas características, que de ninguna manera logran atrapar la complejidad que es un individuo? De esta manera nos creamos ideas falsas de nosotros mismos, construidas sobre destellos de rasgos que idealizamos. Así nos alejamos de nuestra identidad autentica y, a partir de esa falsa identidad, buscamos adherirnos a grupos que interpretamos como representativos, atrayendo y sintiéndonos atraídos hacia quienes juzgamos como nuestros iguales, con el afán de reforzar esa identidad; consecuentemente, se encuentra necesario rechazar a quienes creemos diferentes, para proteger esa identidad y hacerla valer. Como se entiende, la exclusión es aceptada como parte necesaria del proceso, puesto que la realidad completa es juzgada a través de las ideas que sostienen a cada grupo, todo aquel que no se ajuste a los parámetros no puede recibir el mismo trato.

Un ejemplo valido, de las identidades colectivas emotivas, son las religiones. Se idealizan fantasías, se las toma como máximas reales, eliminando la frontera entre la realidad y la ilusión. Cerrando, con esta fórmula, el candado que aprisiona las mentes; decretando dañino el pensamiento y la exploración de otras alternativas. Aquel sinvergüenza que hoce pensar distinto será lanzado a la hoguera, excomulgado o excluido. Será exiliado a la soledad, donde su existencia no tendrá posibilidad de sentido, porque no podrá servir a aquel, que es el único sentido posible al humano.

Según la escala que se esté evaluando, parecería por momentos que las identidades unifican a las masas. Pero al ponerlo en el contexto actual de Guatemala, estas luchas por establecer identidades se mantienen fracturando a toda la población en comunidades excluyentes, complicando con cada día las posibilidades de encontrar aunque sea una sombra de armonía.

Cuando la emoción es fundamento, la razón es destrucción. Hasta no encontrar el balance que permita la tolerancia real, hasta no aprender a valorar lo que hace diferentes a las personas, hasta no abrir los ojos para entender que todos compartimos la condición de humanos y dominar los fantasmas que nos hemos impuesto, no será posible la pacífica coexistencia.

El individuo inválido

Se podría decir que todos esos procesos son llevados a cabo pensando en el beneficio del individuo. Cada uno recurre a estas identidades en su búsqueda por sentido. En teoría, las identidades nacen de individuos, se potencializan en colectividades, para retornar un beneficio al mismo.  Pero algo sucede en el proceso de colectivización, el individuo se estanca sin llegar a recolectar su beneficio, en sustitución se genera otro. El individuo se convierte en un accesorio para los fines de la identidad; esta ya no refleja el carácter de quienes la componen, sino que proyecta una identidad idealizada.

Entonces, ¿qué es del individuo? Abandonado a la voluntad de la colectividad, la estandarización del sentido suprime al individuo la capacidad de realizarse individualmente. Como los perros que tiran del trineo, los hombres son reducidos a meros impulsadores de ideas que no les pertenecen. Han sido convencidos de ser parte de algo mayor, tan grande que no tiene límite, que no se puede explicar ni comprender; por tanto, que no se puede alcanzar. Tómese como ejemplo el concepto de riqueza o el paraíso celestial.

Por todo lo expuesto, lo único que se me ocurre proponer – por ahora – sería hacer el experimento de contemplar las identidades individuales y colectivas, y por consiguiente las culturas, de la misma manera que se enfrentan las teorías científicas. Cuestionando y explorando incesantemente en busca de los significados reales, negando cuanto resulte perjudicial y exaltando lo beneficioso. Quizá después de desechar la estupidez orgullosa que nos impide cambiar de opinión podamos limpiar a la humanidad de sus tonterías, alimentar nuestro conocimiento de sus diferencias y, finalmente, apreciar su esencia dinámica.

viernes, 14 de febrero de 2014

Habladurías dispersas (anti) Culturales

     Son dos las formas como se comprende la palabra cultura: por un lado es el cúmulo de conocimientos y valoraciones que la humanidad ha cosechado a lo largo de su historia; por otro se entiende como una serie de elementos, creencias, prácticas y tradiciones que identifican a una comunidad, diferenciándola y quizá destacándola del resto de la humanidad. Comparto plenamente la primera acepción, más no la segunda; y es que la cultura, vista de esta forma, se me antoja una ilusión comparable a las religiones y movimientos políticos (obviamente en vastas proporciones), que no son más que la expresión del narcisismo humano que intenta apropiarse de una forma particular de comprender su realidad, considerarla como la única correcta y creerla superior.
     
     Encuentro tantos problemas con esto que no sé por dónde empezar. Talvez sería bueno intentar aclarar el punto de vista desde donde quiero creer que lo veo: me considero un apátrida aculturado; rechazo ser determinado por cualquier “cultura” que no sea la humanidad (aunque sé que, lamentablemente, estoy fuertemente influenciado por los prejuicios bajo los que he sido educado).
     
     Habiendo establecido eso, pienso que, culturalmente, para que exista fricción es requerido que dos cuerpos se opongan. Y quizá acaricie lo romántico al decir que lo único que identifica universalmente a las personas es su condición de humanidad, aunque sea cierto que hay diferencias, tan solo son superficiales. Nada más erróneo que pretender que las convicciones propias son las únicas correctas y, por tanto, el resto de la humanidad está equivocada. Empezando por que la mayoría, si no todos los elementos, prácticas, tradiciones, etc., de las denominadas culturas no son más que el resultado inevitable de la adaptación al medio en el que habitan: por ejemplo, su dieta, sus creencias y hasta su ciclo de vida son determinados por el ambiente en el que se desarrollan; influyendo incluso su aspecto físico, su noción de belleza y su valoración estética, todo esto se origina ahí.
     
     Para ponerlo en otras palabras, entiendo esta otra acepción de “cultura” como un mecanismo de control más. Al intentar impermeabilizar una cultura se produce un estancamiento. Es solo a través del intercambio cultural que los horizontes se expanden, ya que cada individuo que cosecha conocimiento desde su situación particular entrega a la humanidad una perspectiva que amplía las posibilidades y capacidades de comprensión de la misma humanidad. 
     
   ¿Qué importancia tiene rescatar cuál identidad, cuál cultura? ¿La de mis antepasados, acarreando sus prejuicios y equivocaciones? ¿Para qué? Mejor aprendo de cada quien lo que valore correcto, y aunque tal valoración esté influenciada por mi crianza, como no considero ninguna convicción infalible, se podrán destruir valoraciones hasta sus cimientos, descubriendo sus desviaciones y quizá creando nuevas desviaciones. Al final de cuentas, la cultura no es más que otro intento de la humanidad por justificar su existencia, o talvez no.



     Finalmente, lo que quiero decir con esto es que no comparto (y bien podría decir que talvez no entiendo) la necesidad de diferenciar y delimitar a las personas por culturas. Las diferencias están ahí, pero no caracterizan al individuo como individuo, sino como habitante de una cierta comunidad, en la que casualmente se vive de cierta manera, porque así ha sido como mejor lo han pensado.

lunes, 15 de julio de 2013

Viviendo la fantasía de libertad

Estoy viviendo una fantasía. Podría levantarme tarde, pero escojo no hacerlo. Me levanto temprano y hago lo que quiero. Si quiero leer, leo; si quiero escribir, escribo; si quiero salir, salgo; etc, etc. Y no, no estoy de vacaciones, simplemente una situación laboral compleja se resolvió de una forma muy sencilla que me dejó con suficientes fondos para una pequeña temporada de meditación. Se cruzan ideas, consejos, recuerdos, ilusiones; pero principalmente: preguntas.

Creo poder ver muchas cosas. Dentro de las cuestiones que debo resolver: la situación económica. (Mientras escribo esto se me antoja un té, ahora que he terminado con el icing*. No pasa nada: me levanto y me preparo uno. Earl Grey. Noto el silencio y entonces le pido a Bjork que me cante, suavecito. Gracias.)... (Se alarga la pausa mientras retomo el hilo de lo que escribía. Me distrae la ventana: el viento mueve a los arboles y a lo lejos se escucha una avioneta, en el techo de la casa de la vecindad el viento hace vibrar el agua empozada, parece que se estuviera moviendo, y aunque los cables y tuberías le espantan el glamour, me permito imaginar que fuera de mi ventana hay agua fluyendo: un rio, o quizá un lago; un ambiente un poco estereotipado pero igual invita a la creación. El té aún está muy caliente; juego con la nubecita del vapor que despide. Saboreo esta libertad.) (Me invito a concentrarme en continuar con lo que hacia, la exposición se desarrollará sola, la libertad sabe venderse ella misma.) Para mantener el estilo de vida que tengo, voy a necesitar encontrar una forma de procurarme un ingreso. Muchas personas me aconsejan que ponga un negocio propio, idea que suena muy bonita, pero he reflexionado mucho últimamente y dudo tener la ambición necesaria para entregarme a una actividad cuya única motivación sea la generación de dinero. Siempre sigue, a cualquier objeción, la pregunta: "¿Que es lo que querés hacer?", a lo que respondo con un suspiro que le pone el punto al signo de interrogación al que se convierte mi cara. La primer respuesta en mi cabeza es "nada", la segunda es "lo que se me de la gana", pero mejor expreso ese signo de interrogación porque sé que ninguna de esas dos respuestas satisface la profundidad de la pregunta que se me hizo. Y es que la pregunta no busca una respuesta sincera, busca una respuesta útil; algo que pueda hacer para convertirme en una persona productiva. (El té, por cierto, me quedo delicioso y Bjork se me puso un poco jumpy.)

Mantengo la cuestión en mente casi todo el tiempo (a menos que esté distraído por la cúpula que veo desde mi ventana, tiene una antenita, que aunque esta atrás, desde mi punto de vista le queda precisamente en el centro y hace que parezca parte importante de una base de operaciones extraterrestres. Amplío la mirada y noto que más cerca, casi sobre mi lago, hay dos antenas parabólicas: una tendrá un poco más de dos metros de diámetro, y la otra un poco más de uno. En el centro, con mas de diez metros de altura, una estructura metálica sostiene dos antenas, y en la base algo que parece una chimenea, pero no me da confianza, más parece la torre de comando de un submarino, algo muy extraño puede estar pasando muy cerca de mi, pero yo saboreo mi delicioso té que ya se está poniendo frío.) y creo, por momentos, encontrar respuestas. Pero para que la respuesta esté completa, debo repasar todas las posibles objeciones, todas las preguntas que puedan surgir, etc. Suelo empezar con: "quiero escribir", y trato de imaginar las formas en las que eso me pueda generar un ingreso. (Se me ocurre algo que podría ser una idea para algún artista plástico o, porque no, al rato y resulto de artista plástico... La cosa va algo así: un escritor tambaleante [la mejor traducción de struggling writer que se me ocurre ahorita ─frase, por cierto, que me parece, por alguna razón, exquisita─] tiene esperanzas de generar dinero con los libros que produzca. Entonces, para asegurar el valor de un libro podría escribirlo en billetes, luego encuadernarlos y venderlos. El precio mínimo del libro seria estable, ya que no puede valer menos de la cantidad de billetes que tiene. Por aquí talvez se puede notar que no tengo mucho de empresario, ahora que terminé de escribir esta idea empiezo a pensar en razones por las que no funcionaría... pero bueno... Por otro lado no puedo negar que sería muy divertido ver un libro que en vez de hojas tenga billetes.) 

A los que digan que no me puedo comer las palabras les respondería que "¡no les veo comiendo billetes pero ahí andan detrás del dinero igual!" (Perdón, tuve que forzarlo un poco, se me ocurrió la linea, me pareció divertida y tuve que crear una estupidez para poder usarla.) Para empezar hay que saber escribir, luego hay que escribir cosas que a la gente le guste leer, pero en el momento en que empiezo a escribir algo solo para que los demás lo lean, haciéndolo de la mejor forma que se me ocurre para que les guste y lo compren y lo recomienden y demás, es ahí donde pierde validez mi trabajo. Para eso me voy a trabajar donde sea a que me digan que hacer y que estén contentos con que les haga caso. Si voy a escribir, tendré que escribir lo que quiera expresar. Contar las cosas como las quiero contar. Para eso, creo que debo empezar a contemplar la posibilidad del fracaso rotundo y estar en paz con la posibilidad de que al vivir a plenitud mi fantasía el resultado sea la miseria. (Bjork termino su presentación y me dejó a Sigur Ros, capturando completamente el sentimiento del momento.) Ojalá las cosas nos salgan bien.





* Por “icing” me refiero literalmente a “icing”, el que se usa para decorar galletas, una simple y deliciosa mezcla de azúcar glass y jugo de limón. (Los fines de semana usualmente hacemos panqueques {algo parece repugnante de como luce esa palabra escrita} y yo acostumbro hacer icing para poner en los míos, en vez de miel o cualquiera de esas cosas; este fin de semana hice de más. Por tanto lo degusté a cucharadas. ¡Delicioso!)







sábado, 5 de mayo de 2012

La Identidad Dominadora o El dominio de la identidad

¿Cuál es la necesidad del hombre - en el sentido amplio de la palabra - de radicalizar sus creencias e ideologizar? Parece que si no radicalizan no “encuentran” su identidad, no se identifican. Por ejemplo: si comparto algo de alguna ideología, soy activista; pero si cuestiono o estoy en contra de algunos aspectos, soy subversivo. Para creencias ciegas esta la religión. Veo, desde mi ojo desviado, que todas las radicalizaciones en la historia han llevado a situaciones desastrosas. Bien decía Aristóteles que la virtud estaba en el justo medio. Lo gracioso es cuando yo, que creo en mí ideología, porque está fundamentada en mi idea de virtud, y me convenzo de que es la ideal, que es la más balanceada y me radicalizo al proclamarla como la más perfecta; luego intentaré implementarla, y si no lo logro, habré de imponerla. ¿No es la búsqueda obsesiva por la virtud una forma de desbalancearse hacia el exceso? Automáticamente deja de ser virtud cuando su aplicación violenta a otros; por tanto quien diga haber encontrado la manera perfecta en la que debe vivir la humanidad, esta totalizando, y entonces esta violentando a los demás.

Entonces, ¿qué hacer? ¿Para qué buscar?

Si la única manera de no totalizar es permitiendo la total libertad, se hace imposible la organización; ya que al organizar se generaliza, y al generalizar se suprime la singularidad; por tanto, el individuo ya no es plenamente libre, de cierta manera deja de ser él mismo. Pero busquemos una salida, ¿podré concebir alguna manera en la que una sociedad de hombres plenamente libres, en ejercicio de su singularidad, sea funcional? (Es interesante pensar, en este punto, que si logro describir uno no puedo hacer más que esperar a que se dé espontáneamente, para no participar de ningún violentamiento…)


El origen de la necesidad de identidad

La organización de hombres en sociedad nos regala la oportunidad de pensar. Creo que si estuviera totalmente solo, en un sitio desolado, mis instintos saldrían a relucir –si es que todavía están ahí. Si no tuviera una fuente de comida relativamente segura, si no tuviera un techo en el cual resguardarme, si no pudiera asegurar mi supervivencia; no creo que tendría tiempo para preocuparme por decidir quién soy. Por tanto, el problema de la identidad únicamente puede darse en sociedad, o al menos después de un contacto social.

Me parece que la primera afirmación que surge del encuentro es: el tú, el otro; el otro es, y no solo es, sino también, es otro. Es un otro que no soy. Yo soy yo, el es otro; pero para él, el otro soy yo; por tanto yo soy otro ¿entonces quién soy?

He ahí una necesidad, la de caracterizarnos como únicos, a eso se le llamó: identidad. Creo necesario explorar el origen de la palabra identidad. Ídem: el mismo o lo mismo. Seguramente pensado como “yo mismo” al momento que se empezó a utilizar. Hoy creo que el termino correcto sería individualidad o singularidad, serán estos los que utilizaré de aquí en adelante, para referirme a ese tipo de identidad.

En estos primeros contactos, ya que podemos compararnos, nos damos cuenta tanto de nuestra singularidad, como de nuestros puntos en común; entonces nos identificamos. Yo y el otro, cuando encontramos aquello que compartimos, nos damos cuenta de que algo en nuestra identidad es igual a algo en la identidad del otro, en algo somos idénticos y eso nos identifica, se va colectivizando nuestra identidad.

La cosa se pone interesante cuando aparece un tercero. Ya conocemos nuestra identidad, asumamos que él ya tuvo el contacto necesario y por tanto ya conoce su identidad. Sea como fuere, le presentamos nuestra identidad, y entre todo afloran nuestras identificaciones. Pero, ¿qué pasa? Él no se identifica con nuestras identidades y no podemos entender por qué. Es un hombre, como yo; necesita alimento, como yo; tiene pelo, como yo; pero, ¡no quiere trabajar con fines de lucro!

Aquí me parece ver un síntoma de la perdida de la singularidad, la realidad deja de ser propia de un yo, y pasa a ser de un nosotros; ¿será posible que el impulso dominador se origine de la unión de voluntades? Una idea se fortalece al encontrar apoyo, la idea deja de ser de uno, y pasa a ser de varios, es una idea aparentemente más grande, abarca más mentes. Pero al mismo tiempo deja de ser propia, porque se comparte. Yo me abandono a mí, parcialmente, pero la idea que comparto se fortalece con esa parte de mí que, de cierta manera, pierdo. ¿El yo dominante, es un yo que abandona su singularidad y se entrega a un nosotros ideologizante?



La identidad masiva

Para conectarlo al asunto de la dominación, se me hace más fácil desde la identidad masiva. Me parece que hay una conexión directa entre la necesidad de dominación y la creación de la identidad. O sea, yo necesito mi identidad, necesito saber quién soy, ya sea buscando o inventando, luego de tener una noción de identidad, necesito exteriorizarla para que el mundo me vea “como soy”, y es aquí donde entra el instinto de dominación. Procedo a imponer mi identidad.

Pero antes, ¿cómo encontramos esa identidad? Más me parece que la creamos. Se dan dos casos: los que buscan una identidad “interna” y los identificados. Los primeros son los que aparentemente pierden su vida en la indecisión, en la duda, en la incertidumbre; en esa constante lucha por anular lo que pueda ser superfluo, en esa curiosidad insaciable, en esa necedad por no “tragarse” la “verdad” que todos insisten es la única, la verdadera. En esta clasificación caben los que generalmente son catalogados como subversivos. Aquellos que buscan el bien con esa intención ideal. Que se niegan a aceptar que esta vida debe ser como es; que una vida así, no vale la pena vivirse. (Aunque sea tarde, pero ahora descubro que estoy generalizando, que violento de mi parte… lo borraría todo y volvería a empezar, pero creo que llegaría al mismo punto, así que mejor sigo. En la vida tendré más tiempo para respetar más mis ideas de principios.)

Por el otro lado tenemos a los “identificados”, los divido y encasillo en dos categorías: los cínicos y los ingenuos.

Los cínicos comparten mucho con los “a-idénticos”, pero no se preocupan por seguir indagando o lo relegan a un segundo plano. Empezaron con los mismos problemas, pero no se complican: descifran el mecanismo social que los rodea, crean una identidad conveniente y aprenden a utilizarlo para su beneficio; unos de ellos inconformes, otros, simplemente, indiferentes, y otros abusivos. Aquí se encuentran los demagogos, los políticos corruptos, los empresarios abusadores, etc. No significa que todos los que entren en esta categoría sean “viciados”, pero son muy propensos a caer ante la seducción del poder, al descifrar la formula para manipular su entorno. Es probable que estas características sean las de los dominadores, que más que un yo, pienso que es un “nosotros”.

Los ingenuos, por el otro lado, son aquellos que se identifican con una identidad, la adoptan, renuncian a su singularidad, inconscientemente, claro porque se ven como individuos auténticamente libres, se convierten en una masa homogénea que “baila al son que le toquen”, y la duda no surge, porque entre ellos, según suponen, alcanzaron su identificación. Para que suene bonito, con el pertinente peso de la redundancia y el juego de palabras: se identifican entre identidades idénticas. Aquí encontramos a los motores que hacen caminar a nuestras sociedades, a sus sistemas económicos, políticos y demás. La libertad se convierte tangible, al menos como ilusión, dentro de esta masa, deja de ser un ideal. Claro que el límite de su libertad es directamente proporcional al área que habitan los que comparten esa identidad social. Tras esos límites hay otros, con distintas identidades, ajenos, diferentes. Con su diversidad, aunque relativa, ponen a pensar a los que viven en los límites e inspiran temor a los de adentro, temor que crece exponencialmente según se interna el conocimiento en esa masa identificada.

El dominante protegerá su dominio. Aunque el mecanismo de la identidad es bastante auto sostenible, ya que están tan acostumbrados a lo mismo, y tienen ideologizada esa identidad, que lo distinto les da temor, y rápidamente lo rechazan, porque, según sus preceptos, no es bueno. Por consiguiente, los diferentes, deben ser seducidos a identificarse; los indómitos, habrán de ser intimidados, y si no exterminados.



Nosotros dominadores


El poder de esta dominación masiva se aloja en la idea de nosotros. Ese nosotros que construyo el dominio. Ese nosotros que infló la valoración de una idea. Ese nosotros que no es ninguno, pero son todos. El empoderamiento de la dominación vino de la pérdida del poder individual. El monarca fue derrocado, el tirano fue derrocado, los aristócratas y los oligarcas fueron derrocados, pero por ahí se va abriendo el camino; la democracia fue derrocada, pero destapo el paso. Al principio fueron yo-es quienes dominaban, no cabe suficiente poder en un yo. Luego fueron pequeños cúmulos de yo-es, y el poder era más fuerte, pero la masa, hasta entonces impotente, todavía era muy grande en relación al poder que podían amasar esos pocos yo-es. Luego fue un nosotros demasiado grande y diverso, que el poder no fue suficiente para soportar una masa tan grande tan, tan repentinamente, pero se ilumino al nosotros. Se necesitaba un nosotros más balanceado, más grande que los cúmulos de yo-es, pero no tan grande como la masa completa. Entonces, una nueva forma surgió. La ilusión. Las libertades y las riquezas se hicieron tangibles. Partes de las masas, cercanas a esos yo-es “sobresalientes”, pudieron saborear la ilusión del poder, y por ese medio se propago. Se infló una enorme ilusión, que nosotrizó paulatinamente a las masas, bajo una identidad ilusoria. Hoy los límites de esas ilusiones empiezan a flaquear, aun hay un par de decisiones que se pueden tomar, habitar cerca o fuera de los límites, o aguardar adentro, y ver que tan lejos nos lanza la explosión.




Notas probablemente ajenas (posibilidad de anexos)


Algo que se me hace curioso del funcionamiento de la dominación, es que tanto dominante como dominado luchan por dominar. El dominante quiere imponerse sobre el dominado; y el dominado quiere ser capaz de dominarse a si mismo. Ambos buscan apoderarse de un “otro”, en cierto sentido, aunque ese “otro” sea el famoso “sí mismo” en uno de los casos.

Al final de cuentas, tomando la postura de los cínicos, no debe ser tan difícil encontrarse cómodo dentro de esos mecanismos, ya que esa ilusión de libertad, dentro de esa realidad es plena, no deja de ser una ilusión, pero para quien la vive es real.

He establecido que hay un adentro y un afuera. Hay quienes, estando adentro, quieren salir; otros, estando afuera, quieren entrar; otros, estando adentro, no saben que hay un afuera; otros, estando afuera, no saben que hay un adentro; otros, estando adentro, quieren cambiar todo, quieren romper las diferencias y que no exista un adentro y un afuera; otros, niegan la diferenciación; y por último, hay otros que juegan en los limites, ven lo que pasa, pero no entienden, tienen una vista del adentro y una vista del afuera, y no encuentran un punto de conciliación, podrán ser “no-identificados”.

sábado, 14 de abril de 2012

Titulo Pendiente

(Por no llegar a esbozo, califico esto de vomitamiento de ideas.)


En los últimos meses, leyendo acerca de la conquista, específicamente de los debates de Valladolid, me sorprende lo superficial, o mejor dicho, lo materialista de la discusión. Se discutió incansablemente si los habitantes nativos deben ser evangelizados por medios violentos o pacíficos, pero por ningún lado se cuestiona la razón por qué han de ser evangelizados. 

Lo que quiero decir es que la verdadera violencia durante la conquista fue ideológica. La imposición arbitraria – valga la redundancia – de sistemas de creencias, una violación emocional, - tal vez ahí reside parte del éxito de los conquistadores. La agresión física, comparada con esto, queda relegada en segundo plano y, en algún caso, como mecanismo de intimidación.

Hoy ya no vale la pena culpar a la Iglesia, pero lo que quiero sacar de esto es lo violento de esa actitud y como se mantiene vigente. 

No se que tanto de nuestra actualidad sean repercusiones de aquella imposición, pero algo me hace asociarlo. El mecanismo de creación de “realidades” sigue siendo la dogmatizacion de ideologías; siempre con el humilde patrocinio de los grupos de poder, que se mudo de la Iglesia al mercado, o tal vez al banco, - es más segura una bóveda. El problema no es que trabajen de este modo, sino que siga funcionando para acarrear a una buena parte de la población. Si ese es el mecanismo bajo el que quieren construir su realidad, que le den; pero me perturba la idea de que su ganado ande suelto por el mundo, cegado por un par de monedas invadiendo y destruyendo plantaciones independientes. 

Todo apunta a apostar por la tolerancia, pero, lamentablemente, me parece imposible su plena aplicación. Ya que, eventualmente, todos aquellos que piensan diferente, los subversivos que insisten en cuestionar, resultan arrinconados y forzados a la confrontación. Me considero partidario de la tolerancia, no puedo decir que soy practicante devoto, pero en eso sí creo, cual cristiano en santos. 

Probablemente soy -o fui- parte de esos borregos, pero me gusta pensar que soy de esos que se quedó parado al principio del camino y ha estado sacudiendo la cabeza, intentando liberarse; aparentemente estancado, pero en constante movimiento.