miércoles, 4 de mayo de 2016

Sobre la Ley de la Juventud II (Argumentos contra la iniciativa I)


Intentemos explorar los argumentos en contra. Tras una rápida búsqueda me aparece un artículo titulado: “Ley de Juventud de Guatemala: aborto y promiscuidad”. Resalta una línea: “El proyecto de ley establece garantías de acceso a anticonceptivos para jóvenes desde 13 años sin el conocimiento ni consentimiento de sus padres”. Ahí se nota con claridad dónde encuentran la “promiscuidad”. Quizá el problema es que no fueron jóvenes, o que cuando lo fueron estaban fuertemente oprimidos. O quizá nunca han sido una chica en una comunidad de riesgo dentro de una sociedad groseramente machista y violadora... 

Supongo que un motivo por el que la iniciativa se “salta” el consentimiento de los padres es porque también se dirige a jóvenes que viven sin padres, o con padres ausentes. Además, hay que considerar que unos padres muy presentes y amorosos no siempre inspiran suficiente confianza para hablar de temas divergentes. Cuando digo divergentes me refiero a que, durante la adolescencia, los jóvenes empiezan a pensar de formas distintas a sus padres. Habrá quienes vean esto como una educación fallida y entonces escojan apretar la disciplina. Estarán equivocados. Se encuentran ante el proceso de maduración, solo es necesario tener memoria. Criar y educar a un niño no significa tallar una copia. La formación es una guía. Llegado un punto se adquiere un criterio propio, y en ese proceso se pueden desmoronar algunas creencias que le fueron impuestas. Pero me estoy desviando.


Seamos puntuales. El contraargumento de la promiscuidad se basa en que la ley propone el acceso a anticonceptivos a jóvenes mayores de 13 años sin el consentimiento de sus padres. Y sí, por definición a esto se le debe llamar promiscuidad en una sociedad de múltiples morales como la nuestra. Para justificar este artículo se me ocurren dos cosas: i) padres ausentes, ii) padres cerrados o poco confiables. Como anexo vale agregar la violencia sexual, ¿cuántas chicas no son sometidas sexualmente ─violadas─ sin su consentimiento? Digo “sometidas sexualmente” porque no necesariamente es una situación violenta. Sucede con más frecuencia de lo que nos atrevemos a admitir que las chicas “consienten” a una relación sexual por la internalización de una actitud sumisa. Muchas niñas son criadas bajo la ilusión que su misión en la vida es complacer “al hombre”. Esto fomenta una actitud servil y la negación de sí. Como consecuencia consienten a los deseos de la figura de “el hombre” ante ellas; que puede ser un novio, un tío, un primo e incluso un padre. Todo esto es un problema aparte, que supera los artículos de “dar acceso a anticonceptivos” y debe ser atacado no solo desde la educación sexual integral, sino también con políticas de igualdad de género y estrategias sociales profundas (con “estrategias sociales profundas” me refiero a todo eso que ahora no estoy en posición de proponer). Hay muchas chicas ─y seguramente chicos a los que les pasa igual─ que sencillamente no saben que pueden negarse al acto sexual. Educación sexual no significa libertinaje, significa conocimiento, significa saber cuáles son las consecuencias del acto sexual, significa conocer los riesgos de tener una vida sexual activa. 

Mi educación sexual no fue la más completa, sin embargo la tuve ─asistida por material audiovisual e impreso, científico y no tan científico─. Recuerdo que mi temor, y lo que me mantuvo a raya ─además de una sociopatía moderada─, era la posibilidad de concebir. Soy un caso particular, de ninguna manera puedo esperar una generalización desde mi experiencia, pero estoy seguro que hay quienes tienen sexo sin estar plenamente conscientes que es probable que resulte en un embarazo. Solo hace falta recordar los mitos urbanos: “en la primera vez no se puede quedar embarazada”, o el famoso “coitos interruptus”, entre otros. 

No obstante, si mientras logramos revertir la cultura de violación podemos detener los embarazos no deseados, es un avance. Al menos así se puede evitar que alguna chica vea truncado su desarrollo individual por cargar con un hijo que le fue insertado abusivamente. 

domingo, 1 de mayo de 2016

Sobre la ley de la juventud I (Sobre la educación sexual)

Voy a puras suposiciones y clichés. Recordemos que es un círculo vicioso, un ciclo constante. Sirva esto como una ilustración, uno de tantos escenarios que efectivamente se dan en nuestro país. 

Tomemos como personaje a una chica capitalina promedio. Digamos que tiene entre 15 y 17 años y que vive en un barrio popular. Popular, en el contexto guatemalteco, significa que vive al borde de la pobreza o en condiciones de pobreza. Esa situación puede estar fundamentada en uno de dos escenarios: padres negligentes e irresponsables o padres muy trabajadores pero injustamente remunerados. Si es el primer caso estamos hablando de cierto grado de vagancia y posible adicción. Si hablamos del segundo nos enfrentamos a la ausencia y a la frustración. 

Luego podemos construir suposiciones sobre sus relaciones sociales. Imaginemos que el novio, una amiga, o ella misma anda con “malas juntas”. Los adolescentes serán adolescentes, los jóvenes serán jóvenes, las hormonas serán las hormonas. Eventualmente en algún lado volarán chispas. Ahora imaginemos que a ella nunca nadie le ha hablado de sexo. Que lo único que ha conocido al respecto ha sido a través del porno que le han mostrado sus amistades. Me parece que sería acertado apostar a que el porno que ha visto muestra a las mujeres como objetos sexuales que manifiestan algún placer mientras satisfacen al hombre (esto, por cierto, es tema para otro momento). La capacidad empática natural del humano ─suponer placentero lo que parece placentero y suponer dañino lo que parece dañino─ la empujará a la mímesis, con el respaldo de una fuerte correntada hormonal y el aliento de la presión social, ignorando las posibles consecuencias, se aventura al acto sexual. 

El conservadurismo aspira a enseñar la “castidad” como una prohibición divina. Dudo mucho cómo podrían hacerlo si se niegan a impartir una educación sexual integral. Pero sobre eso, enseñar castidad como prohibición no solo es muy difícil ─pues supone la supresión de impulsos biológicos y de la promesa de un placer sin precedentes─ sino que se ha comprobado contraproducente en múltiples escenarios. Si tal es la intención, habría que aspirar a enseñar abstinencia, que es lo mismo solo que implica la comprensión de lo que sucede, por lo que las acciones son una decisión consciente. Otro grave error de demonizar la sexualidad es que se pasan por alto todas las vías alternas para gozar de ella; existen muchas formas de experimentarla que no implican riesgo de embarazo. Pero volviendo a nuestro personaje, los jóvenes tendrán relaciones sexuales y la ignorancia o la indiferencia tendrá como consecuencia un embarazo. En ese entorno iniciará una nueva vida. 

Manteniéndonos en ese ambiente, y reforzando el cliché, las “malas juntas” evolucionan en maras. Las maras, y las organizaciones criminales en general, funcionan como comunidades de valor. Acogen a los individuos y los hacen sentir como un miembro importante para la comunidad. Para quienes en algún momento llegaron a sentir que odiaban a sus padres porque les reprendían por sus acciones, o porque simplemente estaban ausentes o eran abusivos, imaginen un grupo que en vez de regañarlos y rechazarlos los apremiaban por sus travesuras, ¿a quién quisieran más? ¿a quién valorarían más? No solo eso, sino que cuando llega un momento de necesidad, esas malas juntas se convierten en el sustento de una nueva familia: un niño que crecerá en un ambiente violento, socialmente insostenible y tergiversado, al margen no solo de la ley, sino de la sociedad.

Ahora volvamos a la iniciativa en cuestión. Debemos preguntarnos qué sostiene estos mecanismos, qué permite que se perpetúen, o más, bien, qué los promueve. Con la Ley de la Juventud se busca evitar, en cierta medida, embarazos como este ─entre muchos otros─ (no pretendo que se tome este ejemplo como el segmento específico al que se dirige la ley, sino que este representa uno de ellos; sirva este, nada más, como un caso práctico).

Estas familias improvisadas son uno de los tropiezos que dificultan el desarrollo de las personas. No me refiero directamente a que los niños son una carga, me refiero a que hay circunstancias más adecuadas que otras para formar una familia, y por tanto, los casos más difíciles, estadísticamente, tienden al fracaso de una o varias de las partes involucradas (entiéndase que pueden fracasar padres ─tanto como padres, como parte de una familia y como parte de una sociedad─ e hijos ─tanto como hijos, como parte de una familia y como parte de una sociedad─).

Imagen tomada de Gamba

Sobre iniciativas controversiales (Sobre controversias falaces)

En Guatemala el conservadurismo se opone a leyes que atañen directamente a las causas de nuestras dificultades sociales. Sí, en cuestión de transparencia y de corrupción aún hay mucho por hacer. Sí, eso también debe ser prioritario. Pero el problema es que el poder no es cedido voluntariamente; quién se beneficia de la corrupción no enderezará su acciones ni renunciará a sus privilegios por buena voluntad, pues esto le reduciría a un “ciudadano común”. De manera que es necesario ganar terreno allá donde descansa el poder. ¿Dónde es eso?


Aquí los poderes “ocultos” viven de la violencia y de la desigualdad, ahí se encuentran los mecanismos en los que se apalancan. Maras, narcotráfico, pobreza y desnutrición son algunos de estos mecanismos. De ellos se desprenden otras batallas, pero esas son superficiales, solo buscan dar la sensación de inestabilidad para justificar sus malabares, para mantener sus intereses; son guerras privadas. 

Luego se hace necesario diferenciar entre delincuencia común y crimen organizado. En gran medida uno es consecuencia del otro: la falta de oportunidades y un ambiente social hostil promueven y perpetúan estilos de vida indeseados, peligrosos e insostenibles. Con esto no pretendo apologizar sobre los delincuentes de vocación (sí, la expresión es un exceso), pues hay que reconocer que siempre habrá individuos bordeando en la sociopatía. Pero hay que entender que estos no son la regla cuando nos encontramos en circunstancias de opresión sistemática.

En las próximas publicaciones intentaré presentar un ejercicio de análisis sobre las iniciativas que actualmente se plantean: la ley de la juventud y la del cannabis. En varios ámbitos las veo íntimamente relacionadas a los cuatro mecanismos que mencioné anteriormente, y es que entre ellos mismos guardan un parentesco demasiado estrecho.

sábado, 23 de abril de 2016

De balas y breves nubes blancas

Hoy amanecí cansado, la balacera de anoche no me dejó dormir bien. Más que cansado, amanecí tarde; sé que solo me levanté por la insistencia de los perros exigiendo desayuno. Peligrosamente adormitado les sirvo su comida. Luego bajo las gradas, aumentando el peligro. El susto no me despierta, conozco el camino. Saco un plato hondo y mis botes de cereal. ─¡Mierda!... se acabó la miel.─ Seco será. Los dejo en la mesa mientras pongo a calentar agua para hacer café.

El calor desgraciado de esta época no escapó durante la noche. Por un pequeño orificio en la ventana se cuela una correntada de la brisa de la madrugada; inmediatamente la abro, para que entre algo de esa frescura que aún vagabundea por el patio.

Preparo el café, sirvo el cereal y me siento a comer. ─Tampoco hay fruta.─ La corriente me traiciona por momentos, invitando a entrar ráfagas ferrosas y ardientes. Agradezco lo que me logró refrescar y retomo la rutina.

Con el café aún intomable subo a mi oficina. Me siento, abro la computadora y escribo por un rato. El cansancio apenas me deja pensar. Anoto puras estupideces de diario de adolescente frustrado. Cierro el documento y abro el explorador para empezar a trabajar, a hurgar en la vastedad del Internet y de las redes sociales en busca de algún artículo interesante.

Me topo con un post de un noticiero, empieza a correr un video tomado de una cámara de seguridad. La escena es una intersección en cualquier barrio de la ciudad. En el extremo superior se ve movimiento: gente sale corriendo. De pronto aparece un carro, se hace a la orilla, se abren las puertas, bajan unos hombres y se dirigen al extremo derecho de la escena. Se ven unas cuantas breves nubes blancas, vuelven al carro y se van. Se corta la imagen, inmediatamente empieza a correr otra grabación, también de una cámara de seguridad. Aparece un hombre corriendo, detrás de él viene un carro, del mismo color del que se mostraba en la otra escena, el hombre que iba corriendo cae al suelo, casi al centro del encuadre. Parece ser otro ángulo de la misma escena (esto lo confirman los comentarios en el post). Dos hombres salen del carro, se acercan al que está en el suelo, breves nubes blancas salen de sus manos. Regresan al carro mientras el hombre permanece en el suelo, inmóvil. Se corta la imágen. ─¡Qué grotesco!─

El café aún está muy caliente. Sigo navegando. Encuentro mil estupideces pero nada útil. Una brisa mueve la cortina de mi ventana. La levanto y descubro dos pequeños agujeros en el vidrio. Me molesto con la insistencia del viento, abro la ventana; estoy abierto a cualquier esperanza de frescura en estas condiciones. Así se me va la mañana, cocinándome lentamente.

Medio día. Los perros exigen comida, los perros reciben comida. Bajo a almorzar. Al terminar me doy cuenta de que no he terminado de despertar. Empiezo a pensar en cerrar las ventanas, más que refrescar parece que solo dejan entrar más calor. Una ducha fría me haría bien, pero no tengo suficiente fuerza para hacerlo.

El día de trabajo aún no termina, sigo espulgando la red. Otro noticiero, otro video que empieza a correr. De nuevo la perspectiva de la cámara de seguridad, esta vez la escena es un estacionamiento en un pequeño comercial de cualquier calle de la ciudad (resulta ser de una ciudad vecina; el escenario es el mismo). Breve nube blanca y cae un hombre. Se agita el ambiente, carros se mueven y aparecen varios hombres. Se les ve tensos, nerviosos, manos juntas y brazos estirados. La calidad de la imagen es bastante pobre como para distinguir detalles. Cambia la escena: el interior de un local, algo como un pequeño restaurante. Dos sujetos entran, agitados; parecen estar molestos. Empiezan a hablar con un hombre de camisa azul que se esconde bajo una mesa. Intercambian palabras, uno de los individuos le toma de la camisa y lo hace a un lado. Supongo que discuten, pues decir que conversan no parece adecuado. El segundo sujeto dirige sus brazos en dirección al hombre de azul, breve nube blanca y este se desploma. Salen del local. Cambio de cámara, de nuevo al estacionamiento. Se suben a distintos carros y se van. Sigo navegando, aún hay más contenido por encontrar.

Eventualmente termina el día. Cena para los perros, cena para mí. Me voy a la cama y abro un libro. Siento como si nunca me desperté. Cierro el libro, apago la luz y me acuesto a dormir. A lo lejos se escuchan balazos. ─Estos desgraciados no me dejarán dormir otra vez.─


lunes, 21 de marzo de 2016

Sobre el asesinato como política de Estado

Ha renacido la discusión acerca de si debemos o no, como sociedad, volver a activar la pena de muerte. Hay quienes ─aparentemente una mayoría (y si no mayoría, una buena parte de la población)─ ven en esta la panacea para nuestro país; piensan que a través del asesinato sistemático de delincuentes comunes se van a resolver los problemas estructurales que nos achacan. Algunos objetarán, negando ser tan ilusos, y dirán que este no es el remedio para nuestros problemas, pero que al menos es algo, es un avance. ¡Vaya forma de hacer valer la vida de las personas!, aquí nos proponemos matar gente solo porque es algo, porque tal vez pueda mitigar la sofocante violencia que nos hemos construido. Finalmente, hay quienes abogan por una perspectiva más pragmática, deliciosamente bíblica, eliminando la violencia al eliminar a las supuestas fuentes de violencia.

En un post anterior argumentaba que la máxima expresión del fracaso de un Estado se ve cuando este agrede a la población que debe defender (Sobre un estado que agrede y un pueblo que aplaude). De esta forma, a mis ojos, cada vida que se pierde a manos de delincuentes es responsabilidad del Estado, así también, las vidas que él mismo tome incrementan los números negativos en su índice de eficiencia. Pero no entremos en esto, pues es sólo un juego lógico. Vamos a problemas claros y puntuales. 

El problema de ver la solución en la condena

La pena de muerte significa una resolución a un caso. Como tal, es la última fase de un proceso judicial. ¿Acaso no es esta una de las mayores deficiencias del sistema de justicia en Guatemala? ¿Estamos dispuestos a entregar la potestad para ejecutar a una persona a una institución que es inefectiva para realizar específicamente el proceso judicial? 

Lo que hacemos al aceptar esto es abrir las puertas para la legalización de ejecuciones extrajudiciales, mientras se refuerza la impunidad que nos corroe y condenamos a muerte a personas inocentes. 

El problema de considerar el castigo como disuasivo

El temor al castigo no es un disuasivo efectivo. Solo es necesario pensar en la última cosa “indebida” que cada quien hizo; algo tan sencillo como romper la dieta o decir una mentirilla. El mismo proceso psicológico está detrás: el deseo por la recompensa inmediata y la convicción de que nuestra culpa nunca será descubierta. Lo mismo sucede con las enfermedades, uno se cree inmune, piensa que ese tipo de cosas no le van a pasar, que eso solo le pasa a otros; por eso la negación es la primera fase cuando lidiamos con algo que “no debería pasarnos a nosotros”, porque, de alguna manera, creemos que estamos arriba de todos los demás. En fin, el delincuente no está considerando las consecuencias. Más bien, responde a sus circunstancias o quizá padece de alguna enfermedad mental. 

Como muestra tenemos acceso a varios estudios y estadísticas. Por ejemplo, el sur de Estados Unidos es al mismo tiempo la región con mayor porcentaje de homicidios y de ejecuciones. Si la pena de muerte fuera efectiva como disuasivo, la estadística sería: a más ejecuciones, menos homicidios. Pero no es así, y lo comprueba la estadística del noreste: la región con menos ejecuciones es también la región con menos homicidios. Estas estadísticas solo muestran datos de Estados Unidos, y claro que esa no es evidencia suficiente, pero esto no es una tesis de grado. Sirva como demostración que actualmente la mayoría de países del mundo han abolido la pena de muerte, y que aquellos que la mantienen son estados retrógrados y violentos por excelencia. 

La carga de la culpa

¿Nos damos cuenta de que, como sociedad, cargaremos con la culpa de haber asesinado a gente inocente por someterlos a un sistema decrépito?

En mi nombre no se mata. 

Único “beneficio” real

La pena de muerte satisface la sed de venganza. Por tanto favorece la división, levanta muros que impiden la reconciliación. Con ella se valida la venganza violenta, absoluta, como solución.



Considerando todo esto, ¿a quién beneficia todo este embrollo? Yo no soy quién para señalar, pero detrás de la maleza se camuflan oscuros intereses.